Corrientes de vida
Científicos argentinos detectaron las primeras evidencias de corrientes ascendentes, frías, que vienen de zonas subpolares y llevan nutrientes a la vida subacuática de la plataforma continental argentina. La corriente de Malvinas juega un rol clave en este mecanismo de fertilización marina.
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Son profundas, frías, ascendentes, vienen de las entrañas oceánicas cargadas de nutrientes y ayudan a la vida del delicado ecosistema marino. Se trata de las corrientes verticales, y científicos argentinos lograron detectar las primeras evidencias de su existencia en el Mar Patagónico.
“Generalmente son las corrientes ascendentes las que llevan nutrientes a niveles donde llega la luz del sol, es decir a los primeros 50 ó 100 metros de la columna de agua. ¿Por qué? Porque ahí son consumidos por las plantas que allí crecen y esto no ocurre en las aguas profundas por la falta de luz. Esas corrientes son importantes porque, como no hay agricultores que agreguen fertilizantes en la superficie, las mismas corrientes deben hacerlo”, compara Alberto Piola, profesor del Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.
Desde hace más de una década, Piola y un equipo de investigadores se embarcan desde algún puerto bonaerense y llegan hasta Tierra del Fuego -y un poco más al sur también- para auscultar el Mar Patagónico. Bajo esa masa de agua yace la plataforma continental argentina, una planicie de un millón de kilómetros cuadrados que se interna en el Atlántico y concluye en un precipicio o talud. “La corriente de Malvinas bordea el talud continental patagónico y luego se desvía al sudeste hacia la Cuenca Argentina”, describe Piola, y enseguida agrega: “Estas aguas frías recorren unos 1800 kilómetros, desde el pasaje de Drake hasta aproximadamente la latitud de Mar del Plata y son una inyección permanente de nutrientes en las latitudes subtropicales, un fenómeno que define condiciones ambientales y oceanográficas únicas en el sudoeste del Atlántico sur”.
A esta corriente se le suman más movimientos en esta Argentina profunda que, segundo a segundo, está sacudida por fuerzas diversas. “La Patagonia tiene tres sistemas físicos superpuestos. Uno de ellos: las mareas, de varios metros de amplitud en Puerto Madryn o en Río Gallegos, resultan bastante intensas, con velocidades altas que interactúan con el fondo y producen una intensa mezcla vertical. Esto se traduce en una mezcla y da columnas de agua homogéneas. Por este motivo, en verano no se tiene agua cálida arriba y más fría por abajo como en otras áreas”, ejemplifica Piola, investigador del CONICET.
A este batido incansable que lleva y trae ese mundo líquido, se le suma en la Patagonia “otro agente físico: el viento -describe-, que hace lo mismo que la marea pero mezclando el agua desde arriba hacia abajo. Estos mecanismos son motores para la producción de vida. La mezcla es fundamental para que haya fitoplancton en la zona iluminada por el sol”.
Y el tercer mecanismo de fertilización marina es la fría y nutritiva corriente de Malvinas. Para estudiar qué está pasando allí abajo, los científicos utilizan sensores y toman diversas muestras en el mar. En ocasiones, para llevar a cabo sus tareas deben desplegar cables que pueden bajar hasta más de 5.000 metros de profundidad. Desde arriba también estudian las aguas con imágenes satelitales del área en cuestión. Es que un aspecto de sus trabajos busca encontrar evidencias de observaciones que ratifiquen lo que ya se ha señalado en la teoría. “Los modelos numéricos predicen que la corriente de Malvinas debe ser un agente de fertilización, principalmente, porque junto con ella hay corrientes ascendentes que llevan nutrientes a la superficie”, destaca.
Los largos años de seguimiento han dado sus resultados. “Tenemos la primera evidencia observacional de corrientes ascendentes”, precisa, y a renglón seguido explica: “Hay indicios indirectos de corrientes verticales en el talud continental patagónico. Analizamos eventos de temperatura durante los cuales las temperaturas superficiales bajan unos tres grados en un día y medio, en verano. Esto se complementa con imágenes satelitales que indican niveles de clorofila. Un 75% de estos eventos fríos termina produciendo impacto en la clorofila. Esto no depende necesariamente del enfriamiento, porque puede bajar la temperatura del agua y no por ello aumentar la clorofila. El aumento de la clorofila se debe a que las corrientes ascendentes llevan nutrientes hasta las capas superficiales”, concluye.