Vocaciones para el desarrollo
El ministro Lino Barañao brindó una charla que hizo eje en la necesidad de que más jóvenes sigan carreras científico-tecnológicas. El estereotipo del investigador generado desde los medios y el terror a la matemática aparecen como los principales obstáculos. Qué acciones se están desarrollando para revertir la situación.
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El ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao visitó la Facultad y dictó la conferencia “Cómo atraer a los jóvenes a la ciencia”. El encuentro tuvo lugar en el marco de un ciclo de jornadas abiertas organizado para celebrar los veinte años de la creación de los profesorados en Exactas.
En un aula colmada por el público, le correspondió a Lydia Galagovsky, directora de la Comisión de Carreras de Profesorado de Enseñanza Media y Superior (CCPEMS) y a Agustín Adúriz Bravo, director del Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de las Ciencias (CEFIEC), explicar las características del ciclo, contar brevemente la historia de los profesorados en Exactas y la situación actual de los profesores y presentar al expositor.
Luego de las formalidades, Barañao desplegó, durante más de sesenta minutos, en un discurso matizado con buenas dosis de humor e ironía, su diagnóstico acerca de las principales trabas que impiden a muchos chicos seguir carreras científicas y advirtió que modificar esta realidad constituye el único camino posible para que el país desarrolle un modelo económico basado en el conocimiento que permitirá llevar bienestar a la mayoría de la población.
La felicidad del pueblo
El ministro postuló que, antes que nada, era necesario preguntarse ¿por qué sería deseable que más jóvenes se acercaran a la ciencia? Una respuesta altruista podría ser que se trata de una ocupación que impulsa el bien común. En ese sentido, mostró un estudio publicado por la revista británica The Economist que establece que en las naciones con mayor PBI per cápita hay un mayor número de personas que manifiesta estar satisfecha con su vida. En consecuencia, “si uno pretende que la gente sea más feliz tiene que tratar de aumentar el PBI per cápita de su país”, sostuvo.
¿De qué manera alcanzar esa meta? Barañao expuso que en los últimos 150 años los países que más aumentaron su PBI per cápita fueron los que apostaron más tempranamente, y de manera sistemática, a la tecnología, a la generación de valor como base de su economía. Esos estados cuentan con infinidad de empresas de base tecnólógica, que son aquellas en las cuales una parte del proceso industrial tiene lugar en el cerebro de una persona. Y explicó la diferencia: “Ensamblar un celular no es una empresa de base tecnológica. Lleva 180 segundos, no hay mucho qué pensar y, tarde o temprano, será totalmente automatizada. En cambio, las firmas que desarrollan cualquiera de las aplicaciones que tiene el celular sí requieren de personal humano altamente calificado. Este proceso no pude ser automatizado porque requiere inventiva”.
Para el funcionario las economías basadas en el conocimiento requieren de un alto nivel educativo y tienden a generar sociedades más justas y más democráticas. Por estas razones aparecen como un modelo deseable. “Para poder avanzar hacia este objetivo es que nos interesa que más jóvenes se interesen por carreras científicas”.
Pero, ¿cómo lograrlo? Basado en un artículo publicado en la revista Science, Barañao propuso que, para que una persona decida hacer algo, tienen que darse tres circunstancias: primero, tiene que imaginar una situación como deseable; segundo, debe visualizarse a sí misma en esa situación; y tercero, evaluar positivamente las chances que tiene de conseguirlo.
Una cuestión de imagen
En relación con el primer punto se preguntó: “¿Cómo se imagina un chico a un científico?”. Surge enseguida un ejemplo nocivo que llamó “el efecto Hollywood” para hacer referencia al estereotipo del científico que aparece en numerosas producciones cinematográficas estadounidenses. “Se trata de personas bastante enajenadas, al límite del equilibrio mental, que hacen cosas que nadie entiende pero generalmente son malas”.
Luego de recorrer distintos ejemplos citó el caso del Hombre Araña, una persona cuyo único mérito para convertirse en súper héroe fue haberse dejado picar por una araña. “De hecho, el hombre araña es un transgénico pero, en este caso, eso no es criticado”, bromeó. En cambio, su archienemigo, “es un nanotecnólogo que invirtió fortunas en el desarrollo de tecnologías de punta y, sin embargo, es el malo de la película”, agregó con humor.
A estas imágenes, dañinas para la vocación científica, las contrapuso con el papel que los científicos jugaban en los clásicos relatos de Julio Verne y, más cerca en el tiempo, a la oleada de biólogos marinos que surgieron a partir de los documentales realizados por Jacques Cousteau. También se refirió a la serie General Hospital que, a principios de los años 70, logró revertir la falta de médicos que sufría Estados Unidos. “Es claro que a través de los medios podemos inducir cambios en el enrolamiento de determinadas carreras”, aseguró.
Enseguida, Barañao invitó a suponer logrado el objetivo de que la ciencia tuviera una imagen atractiva para preguntarse entonces qué factor podría ser decisivo para que un chico emprendiera la carrera científica “La posibilidad del ascenso social”, se contestó. En esa línea, mostró un estudio realizado por una institución noruega que demostraba, para sorpresa de muchos, que era la población de los países subdesarrollados la que mostraba mayor interés en la ciencia y la tecnología. Esa misma situación se repite, en relación con las clases sociales, en el interior de los estados. En Argentina, por ejemplo, la Universidad de La Matanza es la que tiene mayor eficiencia en la producción de graduados en ingeniería del país. “Está claro que, para un chico de La Matanza, estudiar ingeniería o ser especialista en software es la manera de ascender socialmente, de irse de su entorno social. Esto es verdad, no es una fantasía que se ha creado. Hoy por hoy, las carreras científico tecnológicas son las que tienen menor tasa de desempleo”, aseguró.
El terror a los números
Si imaginamos entonces a un joven con una imagen adecuada de la ciencia y que visualiza como algo positivo su futuro en esa profesión, queda todavía por superar el cuestionamiento final: ¿qué posibilidades tiene de encarar exitosamente una carrera científica? Surge allí un obstáculo muy difícil de superar: el temor a la matemática. Al respecto, el ministró consideró que se trata de un problema muy complejo y criticó la manera en que esa disciplina se enseña en las escuelas. “Tenemos un problema grave porque no sólo el conocimiento de matemática de los docentes de primaria y secundaria es, en muchos casos, deficitario, también lo es la manera en que se relacionan con la disciplina. En la mayoría de los casos no transmiten el menor interés”, afirmó y añadió, “es típica la imagen de la profesora de matemática que dice: ‘ustedes nunca van a aprobar porque esto es muy difícil’”.
Para el funcionario resulta clave que los chicos aprendan matemática desde los niveles más tempranos del sistema educativo porque, al igual que con la comprensión de textos, más adelante resulta mucho más difícil. Además, sugirió que hacer foco en las aplicaciones es un aspecto muy importante a la hora de instruir a los alumnos en esta materia. Citó entonces al destacado visionario e informático estadounidense Alan Kay, quien sostiene que la matemática se enseña como si fuera una lengua muerta “como si se tratara de griego antiguo, se enseña simplemente como un esquema abstracto de reglas y relaciones y no se explica cuál es su aplicación concreta”.
De todas maneras, Barañao aclaró que es responsabilidad del Ministerio de Educación elevar el nivel de enseñanza de las ciencias. El MINCYT, en cambio, tiene la misión de lograr que el país cuente con los miles de matemáticos, físicos, programadores, ingenieros que se necesitan para poder avanzar en una economía basada en el conocimiento. “El año pasado la industria del software reveló que hubo cinco mil puestos de trabajo que no pudieron cubrirse por falta de programadores”, subrayó. Sin embargo, la escasez de graduados en ciencia y tecnología es un problema que afecta a numerosos países, entre ellos a la primera potencia mundial, Estados Unidos. Poco tiempo atrás su presidente, Barack Obama, señaló en un discurso frente al Congreso, que ese país necesitaba contar, para los próximos 5 ó 10 años, con alrededor de quinientos mil de nuevos ingenieros y un millón y medio de programadores. Por esta razón, desde el MINCYT, se han establecido convenios de cooperación bilateral con Estados Unidos en busca de soluciones. “Es de mutuo beneficio, porque si a ellos les va mal, nos van a sacar a los pocos profesionales que nosotros generemos”, sentenció Barañao con realismo.
Se hace camino al andar
En el tramo final de su exposición el funcionario hizo un repaso de las diversas acciones que se llevaron a cabo desde su cartera para lograr un nuevo posicionamiento de la ciencia en la sociedad. Entre ellas, con más de 4 millones de visitantes por año, Tecnópolis ocupa un lugar preferencial. “Un aspecto clave de la feria es la presencia de estudiantes como guías. Ellos no sólo explican sino que transmiten el entusiasmo que tienen por lo que hacen y eso es muy importante como criterio de identificación para los chicos que están visitando la feria”, contó.
También destacó la creación del canal TECtv que se puede ver por la Televisión Digital Abierta (TDA) y también por Internet www.tectv.gob.ar . “Somos el único ministerio con canal propio”, se entusiasmó. Y subrayó, particularmente, la realización de la serie Área 23, protagonizada por Carolina Peleritti, que se transmitió por la televisión pública y fue vista por más de 450 mil personas.
Para darle un marco institucional y, a la vez, jerarquizar este conjunto cada vez más grande de actividades, se creó la Agencia de Comunicación de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación de la Argentina (ACCTINA), con el objetivo de administrar instrumentos que permitan financiar los trabajos de difusión de la ciencia. Y no sólo eso, la idea, explica el ministro, es que “cuando un investigador tenga un subsidio de ACCTINA el CONICET lo deba reconocer a la hora de promoverlo en su carrera”.
Finalmente, resaltó dos actividades encaradas junto a la Fundación Sadosky que apuntan a una actividad clave como la informática. Por un lado, se refirió a Dale Aceptar, un concurso de animación 3D y diseño de videojuegos para personas que no necesariamente debe saber programar. Se inscribieron catorce mil chicos de todo el país y entre los ganadores de la edición 2013 hubo un caso emblemático. “Se trata de un chico de Machagai, en Chaco, que hizo su presentación con la netbook del plan Conectar Igualdad. Él dijo: ‘yo jamás pensé que podía programar y ahora voy a seguir computación’. El chico superó el obstáculo del ‘yo no puedo’, vio que podía, que lo premiaban y ahí tomó la decisión. Ése es el efecto demostrativo del que les hablaba”, expresó el ministro.
Por otro lado, explicó las características de una iniciativa muy reciente Program.ar que promueve la enseñanza de código en las escuelas primarias. La idea es empezar con pruebas piloto porque se va a experimentar un abordaje pedagógico diferente. “Vamos a trabajar para introducir a los chicos a la programación desde temprana edad para que le pierdan el miedo y lo vean como un juego”, señaló y agregó como cierre, “tenemos claro el desafío y estamos haciendo todo lo que se nos ocurre para promover que más jóvenes se acerquen a la ciencia”.