Un país apoyado en la ciencia
La Procuración General del Tesoro organizó una doble jornada con el objetivo de analizar la soberanía desde múltiples dimensiones. En ese marco, el ministro Lino Barañao realizó una disertación en la que describió las distintas formas en las que ese concepto se fue materializando a lo largo del tiempo y vaticinó que, en el futuro, sólo las naciones que logren conectar exitosamente la ciencia con la productividad estarán en condiciones de ejercerla plenamente.
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“Soberanía Nacional y Latinoamericana” fue el lema elegido por la Procuración General del Tesoro para convocar a unas jornadas, en conmemoración del bicentenario del Congreso de la Pueblos Libres de 1815, que tuvieron por objeto reflexionar sobre la noción de soberanía en el contexto de los desafíos planteados por un mundo globalizado que incluye “desde ataques frontales de capitales especulativos hasta el mantenimiento de enclaves coloniales como las Islas Malvinas”.
El encuentro, que se extendió a lo largo de dos días, se estructuró a partir de una serie de mesas redondas en las cuales se analizó el concepto de soberanía desde múltiples dimensiones: jurídicas, económicas, políticas y culturales. Participaron, como disertantes, reconocidos intelectuales y funcionarios del gobierno nacional que realizaron sus exposiciones en una sala colmada por más de mil asistentes. Entre ellos: Horacio González, Aldo Ferrer, Eugenio Zaffaroni, Axel Kicillof, Bernardo Kliksberg, Martín Sabatella y Damián Loreti.
Uno de los paneles abordó específicamente el tema de la soberanía científica tecnológica. Entre los convocados para tal fin estuvo el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao. A continuación, una apretada síntesis de su intervención.
Soberanía ayer, hoy y mañana
Barañao anticipó que su idea era reflexionar acerca de la manera en que el cncepto de soberanía fue evolucionando a lo largo del tiempo. Para eso, comenzó tomando como ejemplo las invasiones inglesas sobre el territorio del Virreinato del Río de la Plata. “En ese momento, la soberanía era un concepto sencillo y, defenderla, también, era cuestión de evitar que fuerzas extranjeras ocupen el territorio, en este caso, los ingleses. Bastaba con tener un fusil para cumplir con ese objetivo”, señaló.
Sin embargo, con el paso del tiempo esa idea se fue haciendo cada vez más compleja. Para el funcionario, en la actualidad se puede afirmar que “la soberanía de un país es la capacidad que tiene para decidir sus políticas en forma autónoma”. En ese sentido, lo relacionó con el concepto de libre albedrío y sostuvo que la humanidad, en los últimos milenios no ha variado esencialmente en sus deseos. “Nuestro cerebro no ha cambiado sustancialmente en 150 mil años. Nuestras pulsiones, los instintos básicos se remontan a millones de años atrás. O sea que, básicamente, lo que queremos es más o menos lo mismo: comer, reproducirnos, abrigo, divertirnos, hasta el goce estético que parece una cosa tan reciente lleva cientos de miles de años”, expuso.
A partir de este hecho, se puede presumir que los deseos de la humanidad van a seguir siendo básicamente los mismos en los próximos cientos de años, sin embargo, para satisfacerlos habrá que enfrentar problemas inéditos en la historia del planeta. En esa línea, el ministro señaló que, debido al aumento de la población, el mundo necesitará producir, para el año 2050, un setenta por ciento más de alimentos que en la actualidad. “Dicho de otra forma, resultaría indispensable agregar a la agricultura una superficie como la de Brasil, lo que es imposible. Realmente, no está muy claro cómo vamos a hacer”, se preocupó. También vaticinó nuevos y graves problemas en áreas relacionadas con la salud, el cambio climático, la información y la energía.
“Todo esto generará tremendas tensiones. Porque en la medida en que el presidente del país más poderoso del planeta dice: ‘la calidad de vida del pueblo americano no es negociable’, está anunciando que adonde estén los recursos los van a ir a buscar. Eso ya ha ocurrido, entonces, no es un tema menor tener la riqueza que tenemos en materia de alimentos, en agua potable. Porque van a ser un bienes tremendamente escasos. Demostrar que podemos desarrollar nuestro potencial productivo en forma sustentable, es un desafío importante”, asegura.
Con el sudor de su frente
Posteriormente, Barañao se refirió a un tema que consideró crucial: el trabajo. Porque más allá de la gravedad del resto de los problemas enunciados, todos ellos requieren soluciones globales, en cambio el empleo es un desafío nacional. “¿De qué van a trabajar los chicos que hoy están entrando a jardín de infantes?”, se preguntó.
Para apoyar su inquietud citó un estudio de la Universidad de Oxford que postula que en unos 25 años el 47 por ciento de las tareas que hoy conocemos van a ser automatizadas. Y no se refiere solamente a las tareas rutinarias. De hecho, la manufactura que tradicionalmente ha sido la principal generadora de trabajo está disminuyendo rápidamente su demanda laboral. La misma tendencia se da en la producción agropecuaria. “Un ejecutivo de una empresa americana que tiene campos en Argentina, me decía que en el transcurso de su vida, la disminución del trabajo en el campo fue de 30 a 1. Hoy se necesitan no más de 10 personas para trabajar 10 mil hectáreas. Entonces, hay puestos de trabajo que ya no existen ni van a existir”.
Para el funcionario, el trabajo que va a subsistir es aquel que requiere innovación, creatividad. Es el tipo de empleo que ofrecen las empresas de base tecnológica. Este tipo de empresas se caracteriza porque, en ellas, una parte del proceso industrial tiene lugar en el cerebro de alguien, no puede ser llevada adelante solamente por robots. “El empleo del futuro no va a ser ensamblar celulares. Esa tarea lleva 180 segundos. El trabajo va a ser diseñar los contenidos para ese celular. Compañías como las que existen acá en Argentina de chicos que se juntan y crean un videojuego, una aplicación o lo que sea”, se entusiasma.
Pero además, la creación de trabajo en cantidad y calidad no sólo es vital para que cada ciudadano consiga su sustento, sino que también va a definir el nivel de igualdad que tiene una sociedad. Una nación que genere empleos que provengan mayormente de actividades primarias extractivas va a ser menos equitativa que otra que produzca bienes de alto valor agregado. “Un país que no produzca empleos va a ser rehén de cualquier empresa que quiera establecer una planta de lo que sea, porque sino la gente no va a tener trabajo. Así no va a poder defender su soberanía. En cambio, una sociedad que basa su economía en el conocimiento, va a requerir de una población con un mayor nivel educativo y va a distribuir mejor su riqueza. Las empresas de software suelen decir que son firmas en las cuales todo su capital se retira a las 17.00 y necesitan que vuelva a las 9.00 de la mañana del día siguiente. Si no le pagan bien, quiebran. Eso no ocurre en otras compañías en las cuales periódicamente despiden a su personal o fijan salarios por debajo de su productividad”, explica Barañao, y remata, “crear trabajo de calidad para el futuro es, tal vez, la mayor demanda que tenemos que afrontar para ser un país soberano”.
De tribus y cazadores
El ministro aseveró que los países que más se han desarrollado son los que llevaron a cabo una política efectiva para acoplar de manera exitosa la ciencia con la productividad. Puso como ejemplo a Estados Unidos donde el mayor movimiento económico tiene lugar alrededor de las mejores universidades e institutos de tecnología.
A continuación, recurrió a una ingeniosa metáfora para explicar por qué en la Argentina no se dio ese proceso. Contó que alguna vez un antropólogo le comentó como se verían tribalmente los diferentes roles de las sociedades actuales. Así, el psicólogo se identificaría con el chamán y el investigador con el cazador. Está claro que a los cazadores se los valora por el alimento que trae a la tribu, es decir, por las soluciones que aportan a su comunidad. “El problema es que en nuestro país, los investigadores eran cazadores en una tribu vegetariana”, dijo con humor y agregó, “nadie quería desarrollar tecnología, la tecnología se compraba afuera”.
Para Barañao los investigadores fueron considerados peligrosos en la dictadura y prescindibles durante los 90. “¿Qué hace un cazador al que no le piden que traiga nada? –se preguntó- se dedica el tiro al blanco, al tiro deportivo y es evaluado por otros expertos tiradores que dicen: ‘¡Qué bueno lo que está haciendo usted, qué preciso que es!’”, ironizó. Y recordó que muchos científicos frente a la falta de valoración que sus trabajos conseguían en el medio local se contentaban con viajar a los congresos y ser bien considerados en el exterior. De esta manera, todo el trabajo que realizaban en Argentina, terminaba siendo patentado en los países desarrollados. “Era una situación complicada porque estábamos desperdiciando nuestro mejor recurso. Era como si sacáramos petróleo y lo regaláramos”, se lamentó.
La situación comenzó a transformarse a partir del año 2003, con un proceso de reconstrucción del sistema científico nacional, aumento de los recursos para el área e incremento de salarios y subsidios. Esta política se profundizó en el 2007 con la creación del Ministerio de Ciencia. “Al mismo tiempo que el investigador se fue sintiendo reconocido empezó a replantearse su rol en la sociedad y en esto también fue colaborando el cambio generacional. Así, pudimos llevar adelante muchas iniciativas”, relató.
Enseguida, el ministro fue enumerando una amplia lista de proyectos exitosos concretados durante la última década, como la producción local de anticuerpos monoclonales para el tratamiento del cáncer; el hallazgo de un gen de girasol que colocado en soja o maíz logra que la planta aguante la sequía y que, además, si se la riega produce entre un 20 y 30 por ciento más; el desarrollo de un software para hacer comparaciones genéticas y para utilizarse en investigaciones forenses que reemplazará al que se usa actualmente que es un desarrollo del FBI; el proyecto “Pampa Azul” para reunir y potenciar un conjunto de investigaciones que se llevan a cabo en el mar Argentino y que, de paso, refuerza el reclamo de soberanía sobre las Islas Malvinas.
“Hace un tiempo, en una reunión del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), demostré cómo, con tres o cuatro casos de investigaciones cuyos desarrollos llegaron a patentarse, se pagaba todo lo que se había invertido para todos los investigadores del área biomédica”, precisó con satisfacción. Y completó, “pero para que eso ocurra tenemos que tener gente que sepa trasladar ese conocimiento a lo comercial. Necesitamos abogados que sepan de patentes, contadores que sepan cómo administrar empresas de base tecnológica. Por eso, hace ya seis años, empezamos a formar gerentes tecnológicos”.
Para Barañao, estos logros sólo fueron posibles debido a un hecho clave: la continuidad en el tiempo de los proyectos, que fueron sostenidos durante una década. “Estas iniciativas empezaron hace diez con un proyecto de investigación básica, si no se hubieran destinado recursos, si hubiera habido un cambio de políticas no podríamos mostrar hoy ningún resultado”, sostuvo el ministro con vehemencia, y remató, “por eso no alcanza con que un país apoye a la ciencia, eso le puede bastar a los investigadores; lo que un país necesita es apoyarse en la ciencia. Esa es la mejor manera de defender la soberanía en el futuro”.