Trabajo de campo en Camarones, Chubut. Fotos: gentileza Marcomini-López.
Bitácora

Ciencia a toda costa

Silvia Marcomini y Rubén López son geólogos de Exactas que monitorean cientos de kilómetros costeros de las provincias de Buenos Aires, Río Negro y Chubut, e incluso de la Antártida. Mientras otros están de vacaciones, ellos –que son pareja desde hace años– trabajan en medir la erosión y el deterioro del litoral argentino.

25 Ago 2014 POR
  • Atardecer en Puerto Lobos, Chubut. Fotos: gentileza Marcomini-López
  • Aterrizaje sobre el glaciar Buenos Aires. Fotos: gentileza Marcomini-López.
  • Campaña a costa glaciaria. Antártida. Fotos: gentileza Marcomini-López.
  • Base Esperanza, Antártida. Fotos: gentileza Marcomini-López.
  • Estación de medición. Fotos: gentileza Marcomini-López.
  • Jornadas de capacitación en Villa Gesell. Fotos: gentileza Marcomini-López.
  • Medición en Mar de las Pampas. Fotos: gentileza Marcomini-López
  • Medición en Puerto Pirámides, Patagonia. Aterrizaje sobre el glaciar BuenosAires. Fotos: gentileza Marcomini-López.
  • Campaña en playa patagónica. Fotos: gentileza Marcomini-López
  • Perforación en la playa. Fotos: gentileza Marcomini-López
  • Trabajo de campo en Camarones, Chubut. Fotos: gentileza Marcomini-López.

 

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Descargar archivo MP3 de Rubén López y Silvia Marcomini

Allí donde la tierra y el agua se unen, ellos hacen investigación. Esa escurridiza área costera es su objeto de estudio desde 1987. Y es el segundo hogar para estos dos geólogos graduados en Exactas, donde desde hace años comparten el laboratorio, además de la vida. Ellos son Rubén López y Silvia Marcomini, una pareja todo terreno que cada verano carga la camioneta cuatro por cuatro de la Facultad de Exactas con instrumental, carpa, víveres, combustible y todo lo necesario para monitorear cientos de kilómetros costeros, ya sea en la provincia de Buenos Aires, Río Negro o Chubut.

A veces el escenario es escarpado como los acantilados, otras es una extensa playa del Atlántico, o una isla en el Delta del Paraná, tampoco falta un glaciar, como en la última expedición de Marcomini realizada en la Base Esperanza en la Antártida. A cada lugar los lleva, juntos o separados, la misma obsesión: tomar registro de las modificaciones que se vienen produciendo en esa zona de transición que es la costa. Ellos, desde esa primera fila, han sido testigos de tiempos movidos.

“Uno observa fotos de años pasados y lo que ocurre ahora, y hay cambios que no pensamos que llegaríamos a ver”, coinciden, sin ocultar su asombro, y no dudan en ubicar al responsable: “El problema lo genera fundamentalmente el hombre con el mal uso de los recursos, por ejemplo, al eliminar la duna costera y construir allí urbanizaciones”.

Año tras año, ellos han tomado nota de las transformaciones sufridas por la costa, que muestra altas tasas de retroceso en Santa Clara del Mar y Mar de Cobo, así como niveles importantes de erosión en Mar Chiquita y Las Toninas. En el caso de Villa Gesell, ellos recuerdan que en su momento habían explicado la situación de deterioro al intendente de turno. “Esta persona no le daba importancia, hasta que ocurrió una tormenta el 28 de diciembre de 2003, que tiró los balnearios, arrasó la costanera, todo. Entonces tomaron medidas, forzados por la situación”, relatan.

Acostumbrados a pensar en eras de millones de años, los geólogos saben que dos o tres décadas son un suspiro en la historia de la Tierra, pero para ellos es una gran parte de su tiempo académico. Ese presente tiene lugar en una zona donde no hay terremotos pero en la que nada queda demasiado tiempo donde estaba. Y esos vaivenes tienen consecuencias. “Es difícil estar en una sudestada, ver cómo se caen las casas y el sufrimiento de la gente que no encuentra respuesta”, precisa López, como uno de los aspectos más complicados de su tarea. “Uno, en general, en la Facultad genera un trabajo, empieza a tomar un camino que no sabe dónde termina, y nos toca estar con el beneficiado o perjudicado de lo que uno está estudiando o analizando”, agrega.

Jabalina en mano

A eso de las siete de la mañana, si la marea es baja, ellos están en la playa para tomar medidas y aprovechar al máximo las horas del día. Si la zona es turística, no faltará público en su trabajo. “De golpe, la gente ve a alguien con una jabalina y a otro con un prisma, entonces se pregunta: ¿Qué hacen estos tipos? Los que más se animan, se acercan a preguntar o mandan a sus hijos. Otros vienen directamente a retarnos, confundiéndonos con personal del municipio, o creen que somos de la televisión y estamos filmando un documental”, relatan. Tampoco faltan los que miran de lejos y no con demasiada simpatía, como los dueños de los complejos edilicios de cada balneario. En esos casos, “no tenemos muy buena recepción porque nuestros trabajos dan cuenta de cómo afectan esas edificaciones en la playa”, describen.

No toda la arena es de combate, también hay muy buenas bienvenidas. Como hace años, van a los mismos sitios, algunos vecinos ya los esperan con mate en mano, y otros acercan fotos viejas de la costa, que sirven para comparar los cambios. Una semana o varias pueden permanecer en campaña. “Si uno monitorea la costa a lo largo de un mes, es posible contar con más variables, pues es probable que ocurra una sudestada o una baja extraordinaria”, ejemplifica Marcomini.

Veraneo antártico

Ella, este verano 2013, lo pasó en el hielo antártico. “Silvia –aclara su marido, con orgullo- fue una de las primeras geólogas en ir a la Antártida de expedición, hace 25 años”. Esta vez volvió al continente blanco con uno de sus proyectos, y fue a la base Esperanza, que “es diferente a todas, porque es la única donde viven familias todo el año. Las casas son muy bonitas y nos alojamos en una de ellas con otras dos mujeres del ejército que iban a hacer logística”, recuerda.

Llegar hasta allí no fue fácil. En avión Hércules desde el aeropuerto de El Palomar en Buenos Aires hasta Río Gallegos. Ahí, esperar que pase el mal tiempo y, tres días después, otro Hércules los dejó en la Base Marambio. “Hubo una tormenta de nieve tremenda. El viento blanco no te deja ver nada y te voltea, no podés salir porque es peligrosísimo. Cuando la situación mejoró, un avión Twin Otter, que puede aterrizar en el hielo, nos dejó en Esperanza, situada en el pie de dos glaciares”, indica.

El objetivo de la expedición era hacer un estudio de la morfología costera y monitorear la contaminación asociada al desarrollo de esta base del ejército que cuenta con una dotación permanente de cincuenta personas. En esas lejanas latitudes, en 1978 nació la primera argentina en la Antártida, Marisa de las Nieves. En ese año, también abrió el primer jardín de infantes así como la escuela más austral, que hoy depende de Tierra del Fuego.

En esta estepa solitaria y desolada, los encuentros tienen un sentido especial. “Todos esperan el sábado porque se hace un pizza-baile. Es a la noche, aunque las 24 horas es de día, salvo a las cuatro de la mañana, en que hay una penumbra. Para ir a dormir, se debe cerrar la ventana”, narra Marcomini, y enseguida sonríe recordando los buenos momentos vividos. “Es como una gran familia. Se genera un clima de amistad que te hace sentir muy bien. El consumismo no existe. No se maneja plata, ni tarjeta, ni nada. Esto desocupa la cabeza, ¡no sabés cuánto! Te das cuenta de que todo es superfluo”, confiesa.

Este verano fue helado. “Mucho frío y nieve que tapaba los afloramientos y esto complicaba nuestro trabajo”, precisa. Si en plena ciudad un corte del servicio de Internet puede alterar a muchos, en medio de la desolación polar, el panorama se complica. “Cuando se cortó la comunicación, mucha gente enloqueció. El jefe de la base estaba preocupado por la situación, porque normalmente en esas condiciones hostiles algunas pequeñas cosas te mantienen equilibrado, entre ellas la computación, que te permite realizar tu ocupación, el contacto con la familia y la civilización. No tener qué hacer, no tener la cabeza ocupada, afecta el ánimo”, resalta.

Para esta situación límite, ella estaba preparada gracias a los años de campaña en las costas, que van desde el Delta en el Tigre bonaerense hasta Camarones en Chubut. “Es más, en la Antártida se tiene toda la logística resuelta; en cambio, en las costas bonaerense y patagónica se debe resolver cómo llevarás el combustible, el agua, los víveres, el instrumental”, enumera.

Patagonia de los vientos

Precisamente, mucho antes de partir de campaña, ellos preparan minuciosamente “la previa” en el laboratorio. “Programamos la campaña con la tabla de mareas para buscar el horario de marea baja que deja más despejada la costa para hacer muestreos de sedimento, así como perfiles de playas con instrumental de medición que permite comparar la situación con respecto a años pasados. Con fotografías aéreas vemos las zonas donde vamos a hacer los estudios”, cuenta López.

No es lo mismo Pinamar o Santa Teresita, con turistas que se cruzan y complican las mediciones, que las costas patagónicas donde lo único seguro a topar es el viento. “Antes de salir con la camioneta avisamos a dónde vamos y, si no volvemos en determinada fecha, que nos busquen”, especifica López. ¿Qué no se pueden olvidar en el viaje de campaña? “La foto aérea del lugar, el GPS para ubicarnos y ¡pilas!, bolsa y palas para tomar las muestras, cámara de fotos, mucha agua por si ocurre un imprevisto, y el botiquín”, agrega.

En alguna ocasión han pasado la noche en donde la camioneta se quedó empantanada, en compañía de las estrellas y los lobos marinos. “Como se lleva carpa y comida, uno está tranquilo porque tiene para sobrevivir varios días”, dice Marcomini.

A veces, la camioneta puede llegar hasta un punto, y luego, a caminar, a un promedio de cuatro kilómetros por hora. “Caminar en la arena no es fácil. Hace calor y uno carga el instrumental que pesa 5 kilos. A la vuelta es peor, porque al cansancio del día se suman las muestras, que luego serán analizadas en el laboratorio. Quedás exhausto”, asegura López.

Cuando en la Facultad ambos piden licencia para hacer trabajo de campaña en la playa, “parece que nos vamos de paseo y, en realidad, es un trabajo de sol a sol, de doce a catorce horas por día, y no parás”, confía López. En febrero, llega su momento de descanso, cuando suelen tomarse sus vacaciones en familia. ¿A dónde van? … A la playa, su lugar en el mundo.

 

En Gesell

Charlas en colegios, en ONGs, son también parte de la tarea de los geólogos Marcomini y López. “La gente es muy respetuosa de los conocimientos académicos. Hemos llevado a todos nuestros alumnos a Villa Gesell e interactuamos con los vecinos en ambientes abiertos con convocatoria general. Les mostramos la problemática de las playas, desde mareas rojas, la flotación de algas, cómo perjudica la eliminación de la duna o la forestación”, indican.

 

Barco a la vista

Un barco, el “Ana de Hamburgo”, también da información de cómo cambia la costa en Punta Médano. En este caso, la embarcación no estaba en el agua, sino encallada 500 metros tierra adentro. ”Esto nos permitió ver cómo avanzó la playa. Buscamos fotos aéreas antiguas, ya que el barco había zozobrado por una tormenta en 1891. También nos ayudó en la comparación el testimonio, escrito por el capitán, de las circunstancias del naufragio. Eso nos permite descifrar cómo era la playa, el tipo de costa en ese entonces y compararla con el presente, para determinar cómo ha variado la zona”, precisa Rubén López.