Las últimas aguas vírgenes
Recientes campañas científicas de la Argentina realizadas junto con la República Checa tomaron muestras de esas aguas prístinas en la Isla James Ross, al noreste de la Península Antártica, y volverán en el verano 2020 para continuar con el registro de esa zona casi impoluta. El equipo decidió bautizar a esas lagunas con los nombres de científicas de nuestro país que exploraron el continente blanco.
Allá llegaron. A una zona inaccesible al noreste de la Península Antártica. Es una meseta acantilada a 250 metros de altura, situada a unos 60 kilómetros de la Base Marambio. Un puñado de científicos y científicas de nuestro país y de la República Checa acamparon más de dos meses, en distintas campañas de 2015 y 2017, para tomar las últimas muestras del paraíso. Se trata de unas sesenta lagunas inexploradas hasta entonces, que fueron bautizadas con el nombre de mujeres exploradoras del continente blanco, o de esposas y madres de los investigadores. Pronto volverán, en el verano de 2020, para seguir con los estudios.
“La Antártida es un lugar prístino, pero no toda la Antártida lo es porque hay mucho turismo, y numerosas bases. Tuvimos la suerte de que la logística argentina nos pudiera llevar a un lugar aislado del mundo, que de otro modo es imposible de alcanzar, y de hacer estudios intensivos de un ambiente primigenio, sin tanta contaminación”, subraya el doctor en geología, Juan Manuel Lirio, líder por la Argentina de las investigaciones realizadas en conjunto con la República Checa, mientras se preparan para la próxima campaña a realizarse entre enero y febrero de 2020.
Hoy investigador en el Instituto Antártico Argentino, Lirio, es un graduado de Geología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA conocido como un “científico bipolar”, como se llama en la jerga a quienes trabajaron en tierras cercanas al Polo Norte y al Polo Sur. Fue uno de los últimos humanos en pisar la Isla Kongsoya en el Ártico noruego, donde debió ir armado para asegurarse la vida. “Es como si fuera un zoológico al revés. Uno está enjaulado y los animales andan sueltos”, comparó. Luego, ese territorio insular se destinó como reserva exclusiva del oso polar. Ahora, él se prepara para una nueva temporada en carpa en la isla James Ross, al noreste de la Península Antártica, donde hay un cerro que lleva su nombre como el de otros geólogos que exploraron la zona.
“Los cerros tienen nombre de hombres. Por eso, cuando fuimos a un lugar nuevo con un montón de lagunas, quisimos ponerles nombres de mujeres. Tiene que ver con el Yin y el Yang. Se trata de científicas que recorrieron la Antártida como Trinidad Díaz, una de las primeras geólogas de Exactas UBA que fue allá, como también Andrea Concheyro y la bióloga Cecilia Rodríguez Amenábar” , describe Lirio en un listado de casi sesenta espejos de agua. (Ver recuadro “Ellas son”)
Además de Trinidad, Andrea, Cecilia, Ana o Paula, también hay dos que se bautizaron como Malvina y Argentina. “Para nosotros dar nombre es hacer soberanía”, indica. Y agrega: “Nuestro logro es haber puesto sesenta nombres de mujeres y que haya sido aceptado por una publicación inglesa, el Antartic Science”, destaca.
En la Isla James Ross
Lejos y alta, la meseta Clearwater (agua clara) ha sido inaccesible hasta hace pocos años. Uno de los mayores problemas son sus bordes acantilados que obligaron a trepar al equipo checo más de 250 metros de una pared casi vertical para llegar al lugar desde la Bahía Croft, tiempo atrás. “Ellos recorrieron cuatro lagos y enseguida se fueron. Luego, ingleses colocaron una pirca, pero también estuvieron muy poco tiempo. Nosotros, en cambio, -compara-, estuvimos dos veces, un mes cada oportunidad y tomamos muestras de todas las lagunas. No hay otro estudio similar en la literatura antártica”, compara.
Helicópteros argentinos, en el verano de 2015 y de 2017, acercaron a un puñado de hombres y mujeres a lo que sería su hogar provisorio en la Antártida. Con víveres suficientes, instrumental necesario para tomar las muestras y carpas. Un total de seis personas armaron campamento con todos los recaudos para no contaminar el ambiente de este lugar protegido. “Conformamos tres parejas que tomábamos las muestras en conjunto para que luego fueran analizadas en la provincia de Córdoba, en la República Checa y en Brasil”, relata.
Para la época estival, en esa zona, las temperaturas rondan los 0 grados. El suelo negro por tener roca volcánica de basalto “se calienta y ayuda a lograr un ambiente agradable en un sitio donde hay poca fauna. No hay pingüinos ni lobos marinos que con sus desechos contaminen las lagunas. Se ven colonias de gaviotines chicos, mis amigos, a los que también había visto en cercanías del Polo Norte”, sonríe mientras habla sobre estas aves viajeras incansables, que realizan una de las rutas migratorias más largas conocidas, unos 38 mil kilómetros en busca del verano: van del Ártico a Tierra del Fuego, de ahí a la Antártida y luego vuelven al Hemisferio Norte.
Con pocos animales merodeando -entre ellos seres humanos, porque la base argentina Marambio se halla a 60 kilómetros y la base Johann Gregor Mendel de la República Checa a 30 kilómetros de distancia-, esta meseta reúne lagunas nuevas en plena formación y otras de unos 300 años, que ocupan depresiones dejadas por la erosión de un glaciar en plena retirada. “Es una zona pequeña de 8 kilómetros cuadrados con una gran diversidad de lagunas por su forma de alimentación, lo cual permite hacer estudios comparativos. Hay algunas interconectadas, otras aisladas, algunas reciben agua de la nieve caída, otras se alimentan de un glaciar cercano. Esto facilita observar cómo a través del paso por distintas rocas, el agua se va enriqueciendo con diferentes minerales”, destaca Lirio. Más adelante, agrega: “El aumento de la temperatura en la Península Antártica hace que los glaciares retrocedan y que se formen lagunas nuevas”.
Registros de cada una de las casi 60 lagunas y estanques fueron tomados detalladamente con sus datos de profundidad, temperatura, altura, perímetro, superficie, ubicación mediante GPS, así como diversas mediciones químicas, biológicas y geológicas. “Estas observaciones permiten conocer los procesos geoquímicos naturales en un entorno prístino, al tiempo que proporcionan datos de referencia para futuras investigaciones que evalúen los impactos de la contaminación antropogénica y los efectos del cambio climático”, concluyen en una reciente publicación de Chemosphere, los investigadores Karina Lecomte, Paula Vignoni, Cecilia Echegoyen, Pia Santolaya, Katerina Kopalova, Tyler Kohler, Matej Roman, Silvia Coria y Juan Lirio.
Ellas son
En homenaje a científicas argentinas y checas que trabajaron o aún lo hacen en la Antártida, las casi 60 lagunas ubicadas en la Meseta Clearwater en la Isla Ross, llevan su nombre. En el caso de las científicas de Exactas UBA, ellas son: Trinidad, por Trinidad Díaz (geóloga); Ana, por Ana María Sinito (física) y Ana Vrba (geóloga); Andrea, por Andrea Concheyro (geóloga); Cecilia, por Cecilia Rodríguez Amenábar (bióloga); Tamara, por Tamara Manograsso (geóloga); Natacha, por Natacha López (geóloga). Fuente: Juan Manuel Lirio.