Crear demanda de conocimiento
Enrique Martínez es uno de los máximos referentes del país en materia de desarrollo productivo. En esta entrevista, sostiene que sólo la iniciativa del Estado puede generar herramientas que impulsen la vinculación entre el sistema científico y el ámbito de la producción y propone un nuevo tipo de relación entre la Universidad y los sectores vulnerables.
Entrevista a Enrique Martínez
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Fue decano de la Facultad de Ingeniería de la UBA a mediados de los años 70. Con el regreso de la democracia, el gobierno de Alfonsín lo convocó como secretario de Pequeña y Mediana Empresa y para presidir el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI). La década del 90 lo empujó a la militancia opositora: fue fundador del FREPASO, fuerza por la cual fue elegido convencional constituyente de la Ciudad de Buenos Aires y diputado nacional. Ya en el siglo XXI, durante la gestión kirchnerista, volvió a hacerse cargo de las políticas para las PYMES, primero, y luego tuvo una extensa gestión, entre 2002 y fines del 2011, al frente del INTI.
Se retiró de la gestión pública por discrepancias con la ministra de Industria, Débora Giorgi, pero su militancia sigue en el llano. Actualmente, el ingeniero Enrique Martínez está poniendo en marcha el Instituto de Producción Popular que intentará convertirse en el primer organismo de apoyo técnico a los sectores vulnerables desde afuera del Estado.
A lo largo de su extensa carrera y sus múltiples cargos su principal obsesión fue siempre la misma: promover el desarrollo nacional. Meta a la que, para Martínez, sólo será posible llegar a partir de la transferencia del conocimiento elaborado en el sistema científico-tecnológico hacia el ámbito de la producción.
– Quince años atrás, una entrevista con usted hablando sobre desarrollo, sobre vinculación del sistema científico con el sector productivo hubiera sido impensable. ¿Qué cambió para que hoy esta charla sea posible?
– Veinte años atrás, lo que se esperaba era que los grandes capitales financieros y unos pocos conglomerados productivos ordenaran la vida del conjunto del país. A la tecnología y al conocimiento no se le había asignado lugar alguno. No sólo por la actitud lamentable de un ministro de Economía que ya es conocida y forma parte del folclore, sino porque, conceptualmente, si había que poner conocimiento, lo iban a poner las grandes corporaciones. Hoy, en una lógica distinta, de una propuesta de inclusión que, a mi juicio, no está definida con la precisión debida, está abierta la posibilidad de pensar qué quiere decir inclusión y cómo el conocimiento puede aportar a que la gente viva mejor. Obviamente, apenas uno pone ese título aparecen los organismos de ciencia y técnica, las universidades, como proveedores de ese conocimiento.
– Cambió un modelo y cambiaron las ideas, ¿cuánto de eso se tradujo en líneas de acción concretas?
– Yo no creo que podamos mostrar un volumen de líneas concretas compatible con el relato. Seguimos esperando que las grandes empresas inviertan y no hay un lugar muy claro para que las opciones generadas desde el conocimiento tengan espacio práctico. Si uno observa ámbitos como los de ingeniería, siguen trabajando por demanda, con una ventanilla que en todo caso se amplía, pero no están todavía animándose a configurar soluciones propias para nuevos procesos productivos. En buena medida porque han trabajado toda la vida por demanda y también porque en caso de que elaboren esos proyectos, ni el sistema financiero, ni el Estado, ni los actores políticos a nivel municipal o provincial están preparados para recibirlos.
– Desde el MINCYT hay un discurso muy definido en relación con la necesidad de vincular el ámbito productivo con el sistema científico. ¿Esto ha tenido algún tipo de correlato en los hechos?
– El ministro Barañao ha creado un instrumento que me parece de lo más valioso que es el FONARSEC. La posibilidad de otorgar subsidios, casi sin límite de fondos, para articulaciones público-privadas es una iniciativa que no tiene antecedentes. O sea que no sólo hizo el discurso sino que trató de construir la vinculación práctica. ¿Cuál es la debilidad por el momento? Que en esas articulaciones los privados son los que toman la iniciativa todo el tiempo. El sistema va a la rastra de las iniciativas que toman los empresarios que, además, siguen siendo muy pocos.
– Desde su punto de vista, ¿cuál cree que debería ser el rol del sistema científico, de las universidades, para impulsar un proceso de estas características?
– Yo creo que las universidades y los distintos ámbitos del conocimiento, tienen que entender qué cosas faltan, en términos de oferta productiva, y tratar de darle forma buscando luego los socios para ejecutarlo. Desde el diseño de una moto eléctrica hasta un compresor para heladeras, que hoy en Argentina son todos importados ¿Por qué razón un ámbito de ingeniería de la Universidad de La Plata no se aplica un año a diseñar un compresor? Estoy seguro de que lograrían hacerlo. Esa lógica podría tener resultados. Pero creo que a esa lógica hay que sumarle otra, porque no se puede dejar afuera a no menos del 25 por ciento de la población, que es pobre o excluido absoluto. Se puede cambiar la mirada para mejorar simultáneamente la calidad de vida colectiva y la ocupación de ese sector de la población. Lo cual no quiere decir, como se interpretó alguna vez, trabajar exclusivamente para los pobres, no es lo que quiero decir.
– Desde una mirada clásica, se le podría contestar que la Universidad llega a esos sectores sociales pero desde el área de extensión.
– ¡Claro! Es la misma razón por la cual esos sectores son atendidos por el Estado desde el área de asistencia social y no por el Ministerio de Trabajo o el Ministerio de la Producción. La pregunta es: ¿Eso está bien? Yo definitivamente me convencí de que no y me convencí de que uno puede sentarse con expertos de primer nivel y discutir cómo se consigue que los que juntan vidrios en la calle se integren en una cooperativa para transformar ese vidrio en objetos útiles para la construcción, para la vivienda, para infinidad de cosas. La lógica de producción de este proyecto nosotros la estamos encontrando en una facultad de la Universidad de Mar del Plata. El diseño de todo el sistema lo hemos hecho consultando con expertos acerca de cómo se transforma el vidrio en pequeña escala. Vamos a estar construyendo una red de recuperación de vidrio muy similar a la que uno se sorprende cuando visita una ciudad italiana. En definitiva, estamos descubriendo el agujero del mate, sólo por el hecho de poner el conocimiento al servicio de una red distribuida de procesamiento de vidrio. ¿Eso es extensión? Francamente no es extensión porque necesita desarrollo tecnológico de bastante importancia. La persona que ha tomado esto a cargo es una investigadora del CONICET que hace más de 20 años que trabaja en temas de cerámica y vidrio. Me parece que ése es el desafío.
– La federalización del sistema universitario ¿puede facilitar la expansión de una visión como la que usted expresa?
– Depende, porque una de las cosas que no se ha podido corregir es tratar de ser un poco más amplio en la imagen cultural del conocimiento de excelencia. ¿Qué es conocimiento de excelencia hoy en el ámbito universitario? El que se publica en una revista internacional, el que consigue premios, el que puede ir a un congreso y ser descollante entre pares que están en la frontera del conocimiento. Si alguien fuera a explicar en un congreso cómo desarrolló un sistema para manufactura de vidrio en pequeña escala probablemente no le prestarían mayor atención. Y, sin embargo, es un sistema que genera 60 puestos de trabajo por cada tonelada de vidrio. El concepto actual de conocimiento de excelencia está tan instalado que usted pone una universidad en Avellaneda y los egresados piensan en publicar en revistas internacionales. Se necesita que la cultura oficial promueva eso y que no lo premie en términos de extensión por haberle dado una mano a un pobre, que lo premie en términos conceptuales.
– En una entrevista realizada al secretario de Políticas Universitarias, Martín Gill, el funcionario hacía referencia a la necesidad de que las universidades se vinculen con sus entornos y aporten en la solución de problemas locales.
– En la Universidad de Villa María tienen, por ejemplo, una tecnicatura en Desarrollo Local pero no logra despegarse de ese concepto de que se trata de tareas seudoasistenciales. Es una batalla cultural muy importante y tengo temor de que pasen demasiados años. Nosotros hemos identificado unos 20 campos en los que se puede avanzar. Estoy hablando de trabajos que se puedan realizar en red, que abonen a la calidad de vida colectiva, y que necesiten una capacitación en la acción. La participación del científico allí, reside en el diseño del proceso.
– Cuando plantea esta óptica en ámbitos universitarios, ¿cuál es la respuesta que encuentra?
– Lo entienden pero se sienten demasiado lejos. Yo creo que a la gente le cuesta asumir el desafío de construir los puentes. No es para nada sencillo.
– Desde el MINCYT se promueve la incorporación de investigadores en empresas productivas. ¿Puede ser ese otro camino?
– Planteado en esos términos me parece bastante estéril. Implica mostrar la oferta de trabajo y tratar de que se encuentre con la demanda. Me parece que el sistema universitario y el MINCYT tienen la obligación de tener una mejor caracterización de la estructura productiva argentina para ser capaces de proponer iniciativas con algún grado de estructuración que absorban a esos egresados ¿Qué quiero decir? Nosotros tenemos 5 carreras de ingeniería aeronáutica en Argentina y no fabricamos ni un Piper. El grueso de los estudiantes que egresan de esa carrera se van al exterior. Lo han hecho desde hace años. ¿Qué obligación tiene la Argentina? En Córdoba estaba la fábrica nacional de aviones. Durante el menemismo la canibalizaron. Ahora, el gobierno la ha recuperado y aspira a brindar servicio de mantenimiento a Embraer pero no tiene un proyecto de fabricación de bienes ¿Por qué no podemos hacer alas o asientos o lo que fuera para los Embraer? Los chinos hacen alas de aviones para los Boeing. Ahí usted ya construyó un destino para los egresados. Eso es lo que hay que hacer: traccionar desde la demanda. Y sobre todo de una demanda definida por el sector público con un interés nacional.
– ¿Cómo ve la posibilidad de que la nacionalización de YPF pueda operar como una herramienta de tracción de la demanda en la línea que usted lo plantea?
– YPF es el primer ejemplo de un intento de construir desde la demanda una perspectiva de trabajo para más físicos, más geólogos, más ingenieros, más químicos. Lo de YPF es un camino. Ojalá sea totalmente exitoso. En el plano de la energía, creo que sería bueno que en YPF se cree un espacio de energías renovables y, sobre todo, de generación en pequeña escala. Ya estamos en tiempo de imitar a los franceses, alemanes o españoles que tienen una promoción muy importante para la generación eólica o solar domiciliaria que se vuelca a la red. En Argentina ya hay fabricantes de generadores eólicos y solares. En nuestro programa de apoyo a los sectores más humildes, la generación distribuida en pequeña escala ocupa una parte importante. Porque los techos de los pobres pueden ser tan útiles para generar energía como los techos de los ricos, logrando, incluso, un ingreso adicional muy relevante. Además, súmele el trabajo que significa tener una densa red de generación en pequeña escala: instalación, mantenimiento, operación. Ahí hay muchos saberes que vale la pena desarrollar.
– ¿Qué opinión le merece la creación de Y-TEC, la empresa de tecnología de YPF?
– Me parece muy valioso en tanto se logre algo parecido a lo que se había conseguido en los antiguos laboratorios de YPF que estaban en Florencia Varela. Allí habían conseguido esa simbiosis tan rara en la historia argentina de conocimiento de punta con aplicación práctica a situaciones que YPF tenía que resolver. Yo creo que Gallucio lo pensó de esa manera.
– El desarrollo de la energía nuclear ¿puede ser también un camino tanto a nivel energético como del desarrollo tecnológico?
– Nosotros manejamos tecnología nuclear desde hace dos o tres generaciones y la energía nuclear sigue teniendo presencia en el mundo. Deberíamos mantenerla e incentivarla. Ahora, ni los más fanáticos de la energía nuclear pueden demostrar que las macro centrales siguen siendo tan competitivas como lo eran hace 40 años. Por otro lado, la iniciativa que tomó la CNEA de avanzar con el CAREM es muy interesante. Yo creo que es novedosa en el mundo y va en la dirección que yo impulsaría. Me parece que si logran un reactor que pueda atender las necesidades de un cuarto de provincia con energía nuclear y con tecnología nacional, habrán hecho un avance relevante.
– Al principio, decíamos que veinte años atrás esta charla era impensable. ¿Podemos decir que hoy se ha instalado un consenso en torno al valor del desarrollo o todavía hay sectores que quieren retrotraer la situación?
– Lo contesto con una anécdota. En el año 2005, cuando llevábamos dos años de gestión en el INTI, logramos que la mesa directiva de la UIA nos recibiera para exponer frente a ellos nuestros planes. Llegamos y nos dijeron que tenían una agenda muy ocupada y que teníamos 20 minutos. Expuse en 20 minutos un plan que tenía que explicarse en no menos de una hora, sin cañon y con Cristiano Ratazzi, el presidente de la Fiat, sentado frente a mí, leyendo el diario. Así que nada está ganado. Los grandes capitales de este país no respetan el conocimiento nacional y la hegemonía multinacional en Argentina es tan importante que mientras nosotros no encontremos caminos para que el conocimiento se sume al desempeño de actores auténticamente nacionales no vamos a poder contrarrestar ese ninguneo. El pensamiento reaccionario sigue vigente, y vigente con mucho peso.