Vacunas: ¿Sí o no?
Un estudio multicéntrico efectuado en la Argentina analizó el efecto de las vacunas contra el coronavirus en jóvenes y adultos que padecen inmunodeficiencias congénitas. Es un trabajo pionero a nivel mundial porque incluye a pacientes pediátricos y, también, porque evalúa las cinco vacunas administradas en nuestro país. Su originalidad, además, está dada por el hecho de que analiza la producción de anticuerpos y la inmunidad celular de manera conjunta.
Comenzaba el año 2021. La pandemia de coronavirus asolaba el mundo y la mayor parte de la Argentina estaba alcanzada por el “distanciamiento social preventivo y obligatorio”. Hacía poco tiempo que había empezado la vacunación contra el coronavirus en nuestro país. Se estaba inoculando al personal estratégico y se anunciaba que, después, se seguiría con las personas con factores de riesgo de padecer covid grave. Entre ellas, las personas con problemas en su inmunidad.
En el Laboratorio de Inmunología Molecular (LIM) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (Exactas UBA) investigan las inmunodeficiencias primarias, es decir, los errores congénitos que debilitan las defensas del organismo haciéndolo más vulnerable a las infecciones.
Las personas que tienen fallas innatas en su sistema inmune suelen tener problemas con la vacunación. Por un lado, no pueden recibir vacunas “vivas” -como las del sarampión, la rubeola, las paperas, la varicela o la BCG, entre otras- porque están fabricadas con bacterias o virus “atenuados”, es decir, microorganismos vivos que fueron debilitados para que no causen enfermedad pero que, en una persona con una inmunodeficiencia, podrían significar un riesgo. Por otro lado, las vacunas que sí pueden administrarse a las personas con inmunodeficiencias pueden no tener efecto o, si lo tienen, suele ser insuficiente.
Las personas que tienen fallas innatas en su sistema inmune suelen tener problemas con la vacunación.
Todos los ensayos clínicos de las vacunas contra el coronavirus que se habían efectuado hasta el momento en el que comenzó la vacunación habían sido con personas sanas. Por otra parte, algunas vacunas, como la de Pfizer y la de Moderna habían sido fabricadas con un método novedoso. Pero, como ninguna de las vacunas era “viva”, la autoridad sanitaria las ofreció a quienes padecían inmunodeficiencias para su aplicación voluntaria.
En ese contexto, en el LIM decidieron evaluar cómo respondía el sistema inmune de estas personas a las vacunas contra el coronavirus. Tenían el conocimiento y, también, una red de vínculos establecidos con numerosos centros de salud de todo el país que brindan atención a pacientes con inmunodeficiencias primarias.
Debían empezar pronto. Si querían medir el efecto de las vacunas, tenían que obtener muestras de sangre de esas personas antes de que sean vacunadas. Todavía regían las medidas que restringían la movilidad y, por lo tanto, la obtención y el traslado de las muestras en el tiempo adecuado para su conservación estaban limitados.
En esas condiciones, pudieron finalmente medir los anticuerpos y las células del sistema inmune de 118 pacientes de 12 a 78 años de edad, antes de ser vacunados y después de recibir la primera y la segunda dosis de distintas vacunas.
Paralelamente y para comparar, midieron las mismas variables en 39 individuos de 12 a 82 años que fueron considerados “saludables”, porque no tenían comprometido su sistema inmune ni padecían comorbilidades.
El trabajo de investigación se extendió a lo largo de todo el año 2021. Los resultados acaban de publicarse en el Journal of Clinical Immunology.
Hallazgos tranquilizadores
“Es el primer estudio de este tipo que incluye pacientes pediátricos”, consigna María Belén Almejún, investigadora del CONICET en el LIM y directora del estudio. Y aclara: “Los menores de edad participaron con el consentimiento escrito de sus progenitores”.
El hecho de que algunas vacunas, como Sputnik o Sinopharm, no estén aprobadas por los países centrales le da a la investigación otro aspecto original: “Los estudios sobre los efectos de las vacunas contra el coronavirus en pacientes con inmunodeficiencias primarias fueron realizados con Moderna y con Pfizer. También hay alguno hecho con AstraZeneca. Nosotros analizamos los efectos de las cinco vacunas que se aplicaron en la Argentina, incluidas algunas combinaciones de diferentes vacunas que se usaron entre la primera y la segunda dosis”.
De los 118 pacientes, solamente cinco no respondieron a las vacunas. La gran mayoría produjo anticuerpos.
Otra originalidad del trabajo reside en que, hasta ahora, la mayoría de las investigaciones se enfocaban en un solo aspecto del sistema inmune: “Nosotros medimos la respuesta humoral, es decir, la producción de anticuerpos y, también, la respuesta celular, que es la que efectúan los linfocitos T y que es la que perdura en el tiempo cuando los anticuerpos decaen”.
Los resultados del trabajo coordinado desde el LIM mostraron que ninguna de las cinco vacunas administradas en nuestro país provocó efectos adversos “moderados o severos” en los pacientes con inmunodeficiencias primarias incluidos en el estudio.
Pero, lo más relevante fue lo que mostró el análisis de la respuesta inmune: “De los 118 pacientes, solamente cinco no respondieron a las vacunas. La gran mayoría produjo anticuerpos, aunque, en general, en menor cantidad o con menor funcionalidad que en las personas sanas”, informa Almejún, y revela: “Nos sorprendió comprobar que nuestros pacientes, tanto los jóvenes como los adultos, pudieron desarrollar una respuesta celular similar a la de los donantes sanos”.
Tras aclarar que las inmunodeficiencias primarias incluyen patologías variadas, la investigadora concluye: “Lo más importante que señala este estudio es que cualquiera de las vacunas covid logra que los pacientes con errores innatos en la inmunidad desarrollen en su mayoría respuesta humoral, aunque menor que en donantes sanos, y respuesta celular similar a los donantes sanos”.
Conocedora de los terribles padecimientos a los que estuvieron sometidos los pacientes inmunodeprimidos durante la pandemia, Almejún cuenta que “fue una tranquilidad para nuestros pacientes y para todo su entorno familiar saber que con las vacunas están protegidos frente a esta enfermedad. Porque para ellos fue encerrarse durante dos años sin poder salir, literalmente”.
Equipo completo
Los firmantes del trabajo multicéntrico publicado en el Journal of Clinical Immunology son:
– Lorenzo Erra, Julieta Belén Fernández, Sebastián Vishnopolska, María Inés Pérez Millán y María Belén Almejun, del Instituto de Biociencias, Biotecnología y Biología Traslacional (IB3) y del Instituto de Química Biológica (IQUIBICEN) de Exactas UBA.
– Ignacio Uriarte y Diego Rodríguez, del Hospital Interzonal Especializado Materno-Infantil “Don Vitorio Tetamanti” de Mar del Plata y de la Escuela Superior de Medicina de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
– Ana Colado, Juliana Bernatowiez, Chiara Cassarino, María Noel Badano, Patricia Baré, Roberto Pozner y Mercedes Borge, del Instituto de Medicina Experimental (IMEX) de la Academia Nacional de Medicina.
– María Virginia Paolini y Ana Laura López, del Hospital General de Agudos “C. G. Durand”, de la Ciudad de Buenos Aires.
– Gisela Seminario, Ileana Moreira y Liliana Bezrodnik, del Centro de Inmunología Clínica de Buenos Aires.
– Martín Rumbo, Lorena Tau, Renata Curciarello, Malena Ferreyra, Gastón Rizzo y Guillermo Docena, del Laboratorio de Salud Pública de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata.
– Gustavo Vijoditz y Leila Romina Ferreyra Mufarregue, del Hospital Nacional “Profesor Alejandro Posadas”.
– María Florencia Quiroga, del Instituto de Investigaciones Biomédicas en Retrovirus y SIDA (INBIRS).
– Itatí Ibañez, del Instituto de Química Física de los Materiales, Medio Ambiente y Energía (INQUIMAE).