Covid

Buenos refuerzos

Ante una nueva ola de contagios de SARS-CoV-2 en el país, los especialistas exponen los argumentos inmunológicos y genómicos que ponen de relieve la importancia de continuar los esquemas de vacunación con las dosis disponibles, más allá de cuáles sean las variantes y subvariantes en circulación.

21 Dic 2022 POR

Mientras los argentinos asisten a una nueva ola de contagios de covid, que los especialistas computan como la sexta desde el inicio de la pandemia, la semana pasada volvió a instalarse una polémica ya crónica, esta vez rápidamente desmontada, respecto de la eficacia de las vacunas que se están aplicando en el país.

La disyuntiva que recorrió los medios de comunicación planteaba la conveniencia o no de aplicarse los refuerzos disponibles, diseñados para proteger contra el virus original, o bien esperar el arribo de las vacunas bivalentes producidas por los laboratorios Pfizer y Moderna, cuya formulación previene contra Wuhan y la variante Ómicron. La respuesta de los epidemiólogos fue terminante y la misma desde que se propalan este tipo de dudas que alejan a la población de los vacunatorios: hay que vacunarse. Distintas razones, inmunológicas, genómicas y aun estratégicas, avalan esta respuesta.

El escenario vuelve a ser crítico, aunque controlado. Los contagios se multiplican y es difícil saber a qué velocidad, porque se testea muy poco. “Probablemente esto se deba en parte a la subvariante que circula –advierte Jorge Geffner, bioquímico especialista en inmunología, investigador del CONICET, vicedirector del Instituto de Investigaciones Biomédicas en Retrovirus y Sida (INBIRS) y ávido lector de cuanto paper se publique sobre SARS-CoV-2–. Un año atrás, Ómicron se instaló a partir de la subvariante BA.1, luego fue desplazada por BA.2, después circularon mayoritariamente BA.4 y BA.5 y ahora es la subvariante BQ.1.1 la que las desplaza en Estados Unidos y Europa. Estos nuevos linajes no son más agresivos, pero sí están progresando, aunque no dramáticamente, en su capacidad de evadir la respuesta inmune conferida por vacunas, básicamente la acción de los anticuerpos”.

Según informó el consorcio Proyecto País, que trabaja en la secuenciación genómica de las variantes en circulación, los sublinajes BQ.1 y BQ.1.1 de Ómicron se detectaron por primera vez en el AMBA a mediados de octubre. En la segunda quincena de noviembre, ya significaban el 62,5% de los casos analizados, en coincidencia con un alza exponencial de los contagios. También se detectaron dos casos del sublinaje recombinante XBB (derivado de BA.2.10.1 y BA.2.75), indicado como responsable del aumento de hospitalizaciones en el sudeste asiático.

Estos nuevos linajes no son más agresivos, pero sí están progresando, aunque no dramáticamente, en su capacidad de evadir la respuesta inmune conferida por vacunas.

Geffner acepta la eficacia relativa de las vacunas para prevenir la infección: “Aun vacunado, uno se infecta igual y, sin embargo, la infección no progresa hacia cuadros severos. En comparación, hace un año teníamos 15 mil fallecimientos por día en todo el mundo, y hoy, en un contexto de aumento importante de los contagios, estamos en 1.200”, dice.

“Un trabajo reciente –agrega– demuestra que esta subvariante BQ.1.1 tiene mayor capacidad de evadir la acción de los anticuerpos conferidos por vacunas. Ahora bien, los anticuerpos son sólo una parte de la historia. En inmunidad hay tres niveles. Primero, las barreras naturales: piel y mucosas. Segundo, la inmunidad innata. Y luego la inmunidad adaptativa, que es sobre la que trabajan las vacunas. Esta inmunidad adaptativa tiene dos facetas: la mediada por linfocitos B, que se traduce en anticuerpos, y la mediada por linfocitos T, una memoria inmunológica que se ha ido adquiriendo a partir de las primeras dosis. Hay una tendencia cada vez más firme y fundamentada a pensar que en la progresión hacia la infección severa, la mayor defensa la provee la respuesta inmune mediada por células T y no tanto los anticuerpos. Y eso explica que el aumento de casos, puesto que las vacunas siguen protegiendo de la infección severa, no se traduzca hasta ahora en una suba importante de las hospitalizaciones”.

Es decir, que cualquiera de las vacunas hoy disponibles en el país –a pesar de ser monovalentes desarrolladas a partir de la cepa Wuhan, que ya no circula desde mediados de 2020– induce una respuesta de anticuerpos y también una “respuesta T”. Por lo tanto, hay que darse las dosis de refuerzo, porque brindan un escalón mayor de defensa, una importante protección adicional contra la infección severa, en la medida en que las personas vacunadas vienen acumulando esa memoria inmune desde la primera dosis, y que cada refuerzo se las “refresca”.

Además, sostiene Geffner, “no hay todavía un solo estudio que demuestre que, en este sentido, la bivalente es más efectiva. Desde luego, si te vacunás con la bivalente y te miden la cantidad de anticuerpos que tenés contra BA.4 y BA.5, obviamente tenés más. Pero, repito, los anticuerpos son una parte de la historia. Al virus le cuesta más evadir la respuesta inmune mediada por linfocitos T que por anticuerpos”.

Hay que darse las dosis de refuerzo porque brindan un escalón mayor de defensa, una importante protección adicional contra la infección severa.

A este argumento inmunológico a favor de continuar la campaña de inmunización sin aguardar la llegada de nuevas formulaciones, se suma un argumento genómico. “La proteína presente en las vacunas despierta una respuesta inmune policlonal, es decir, que se generan distintos tipos de anticuerpos, no sólo uno, y también células de memoria que reconocen distintas partes de esa proteína. Por supuesto, cuando se produce una mutación, quizás una de esas partecitas no se reconoce, pero todas las otras sí –explica Cecilia D’Alessio, bioquímica y bióloga molecular e investigadora del Instituto de Biociencias, Biotecnología y Biología Traslacional (iB3, UBA – CONICET)–. La variante Delta tenía en el dominio RB, el pequeño fragmento de la proteína que se une con la célula que resulta infectada, dos mutaciones respecto de Wuhan, pero el resto de la proteína, su estructura, unas 250 partecitas, permanecía igual. De Delta a Ómicron, hubo 17 mutaciones. ¿No protegen estas vacunas? Claro que sí. Si antes protegían un 95%, ahora la eficacia será de un 90%. Pero hay que seguir vacunándose porque las variantes y subvariantes que circulan no son tan distintas de la original”. En rigor, la bivalente que hoy comercializa Pfizer protege contra BA.4, un linaje de Ómicron que ya fue desplazado.

Otra razón de peso para seguir adelante con los refuerzos sin esperar a la bivalente se relaciona con el avance de al menos cuatro desarrollos de vacunas argentinas, una estrategia de soberanía sanitaria cada vez más cerca de verse plasmada.

Uno de esos desarrollos está basado en vectores de adenovirus humanos (la vacuna CoroVaxG.3, el proyecto que coordina Osvaldo Podhajcer en la Fundación Instituto Leloir) y los otros tres trabajan con antígenos de la proteína Spike, uno con la proteína entera (liderado por Daniela Hozbor en la Universidad Nacional de La Plata) y dos particularmente enfocados en la síntesis del dominio RBD: ARVAC “Cecilia Grierson” y Argenvac221.

Cecilia D’Alessio lideró un grupo de una veintena de investigadoras e investigadores de las facultades de Exactas y de Farmacia y Bioquímica de la UBA e institutos del CONICET que lograron reproducir en levaduras las proteínas recombinantes del dominio RBD de la variante Wuhan para usarlas en dos kits de diagnóstico serológico ya aprobados por la ANMAT y en eventuales tratamientos y vacunas. Hoy, su equipo del iB3 colabora con la fase preclínica de Argenvac221, en la producción del antígeno para el proyecto de vacuna que lideran Guillermo Docena y Omar Azzaroni, también en la UNLP, basado en la estrategia de encapsular en nanopartículas fracciones de la proteína Spike. Los ensayos se hacen con Wuhan pero, en paralelo, D’Alessio también trabaja en la síntesis del antígeno de la variante Ómicron.

“Una vez que ya estén las plataformas instaladas, si apareciera una nueva variante, tal vez en un mes podremos sintetizar el antígeno nuevo y comenzar a producir una vacuna diferente”.

“Todas estas plataformas –explica– son perfectamente adaptables a las variantes y subvariantes que puedan surgir. Hoy hacemos ensayos preclínicos con Wuhan. Ahora bien, una vez que ya estén las plataformas instaladas, las colaboraciones funcionando, los métodos de aprobación definidos, si apareciera una nueva variante, capaz que en un mes podemos sintetizar el antígeno nuevo y comenzar a producir una vacuna diferente”.

Esa adaptabilidad también aplica al proyecto que está más cerca de concretarse, la ARVAC “Cecilia Grierson”, el desarrollo del que participan la UNSAM, el CONICET y el Laboratorio Pablo Cassará y que coordina Juliana Cassataro. Inicialmente desarrollada a partir de la proteína de la variante Gamma –también llamada linaje P.1 y que hizo eclosión en Brasil en enero de 2021–, la idea es que también se adapte a las mutaciones de aminoácidos registradas en la proteína “espícula” de Ómicron.

“Nosotros le hicimos las pruebas de anticuerpos en el INBIRS –indica Geffner– y tiene una capacidad neutralizante contra BA.1 de Ómicron muy importante, al nivel de Pfizer y las mejores vacunas”. La “Cecilia Grierson”, que podría estar disponible para junio de 2023, será, entonces, también bivalente.

Conclusión: mientras avanza la vacuna nacional, no esperar para ir a aplicarse el refuerzo. Protege contra la infección severa. La infección en sí, en tanto, y aunque tienda a manifestarse como leve, sigue siendo un problema sanitario que la ciencia no atina a resolver. “El gran desafío en el terreno de las vacunas –concluye Geffner– pasa en primer lugar por obtener una vacuna que se traduzca en una alta concentración de anticuerpos en el tracto aéreo superior: nariz, boca y garganta, por donde entra el virus. Así podríamos prevenir la transmisión, algo que hasta aquí no estamos logrando”.