¿Se puede hacer trampa?
El Banco Nacional de Datos Genéticos es la institución que hizo factible la restitución de la identidad a los bebés robados durante la dictadura cívico militar. Con una mudanza en ciernes, su peso simbólico abre camino a dudas legítimas y chicanas políticas. Los reconocidos especialistas Víctor Penchaszadeh y Héctor Targovnik –coordinadores científicos de la mudanza– hablan de la coyuntura, las perspectivas y desmienten algunas fábulas.
Entrevista a Víctor Penchaszadeh
Descargar archivo MP3 de Víctor Penchaszadeh
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Los pisos séptimo y octavo del edificio de Córdoba 831 -del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación- albergan laboratorios con características del “primer mundo”. Son trescientos metros cuadrados con las condiciones de seguridad exigidas por cualquier organismo internacional de acreditación. El asombro por lo que uno ve crece con cada paso. Pero cada pisada reverbera en un solitario silencio. Porque no hay nadie.
No obstante, se tiene la sensación de que, hasta hace unos pocos minutos, el sitio estaba en plena actividad. La pulcritud de las mesadas de trabajo, la disposición ordenada de las sillas, los teléfonos ubicados sobre cada uno de los numerosos escritorios y los elementos de seguridad instalados son una muestra inequívoca de que todo está listo para trabajar. Solo falta mudar el instrumental, los expedientes y las muestras para que el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) comience a funcionar en su nueva sede. Pero, según parece, aunque el nuevo destino ya está preparado, el cambio de domicilio no será inmediato.
Varios cuestionamientos han llevado a que el juez Ernesto Marinelli suspenda transitoriamente el traslado. Entre ellos, la sospecha de que la mudanza conlleve una manipulación irregular de las muestras. “¿Vos me preguntás si se puede hacer alguna matufia?”, dice, serio, el médico genetista Víctor Penchaszadeh. Y repite, con otra variante: “¿Vos decís si es posible cambiar cosas, alterar un resultado?”. Efectivamente, la pregunta refiere a cuán factible es adulterar deliberadamente los resultados de un análisis de filiación en el BNDG. Y no es mera curiosidad fuera de contexto. Es el posible reflejo de alguna parte de la sociedad ante factores comunes como la falta de información, el cinismo o la desconfianza, por nombrar algunos. Aunque también es cierto que la pregunta se puede llevar bien con la curiosidad a secas, desmarcada de cualquier encuadre coyuntural.
Víctor Penchaszadeh es especialista en genética humana y fue una figura central en la creación del BNDG, a mediados de los 80. Todo un referente para las agrupaciones de Derechos Humanos –incluso más allá del lugar que ocupen en el arco político– Penchaszadeh tiene a su cargo por estos días la coordinación científica de la mudanza del BNDG desde el Hospital Durand hasta el nuevo espacio que lo espera en la Avenida Córdoba. Esa tarea la comparte con otro reconocido especialista del área de la genética, el médico, investigador del CONICET y profesor de la UBA Héctor Targovnik.
Fruto del horror
El BNDG es una institución nacida de una necesidad espantosamente particular: recobrar la identidad de cientos de recién nacidos robados a sus padres durante la última dictadura militar. La mayoría fueron bebés que vieron la luz en campos de detención, tortura y exterminio distribuidos por todo el país. En el Banco están depositadas las muestras que pueden permitir el entrecruzamiento de datos genéticos para conocer la verdad. Todas las personas que sospecharon que sus hijos fueron víctimas del robo de bebés dejaron en el Banco el rastro inequívoco de su individualidad, su ADN, que podrá ser comparado con el de sus presuntos nietos. El resultado del trabajo del Banco se cuenta en la cantidad de nietos recuperados. Hasta el momento, suman 109.
El Banco fue creado por la ley 23.511 en 1987, incluyéndolo en el Servicio de Inmunología del Hospital Durand de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que por ese entonces no era autónoma, sino parte del Estado Nacional. En sus inicios, dependió del Ministerio de Salud de la Nación. “La razón por la cual se asoció al Servicio de Inmunología del Durand fue porque en los 80 las técnicas de identificación humana se basaban en información inmunológica, inmunogenética”, aclara Penchaszadeh y dispara: “En la realidad científica vigente desde hace mas de 20 años, las pruebas de identificación humana se basan en el análisis de ADN y no tienen nada que ver con la inmunología, por lo que no está justificado que el BNDG esté en un servicio de Inmunología”.
Por su parte, consultado por las razones de la mudanza, el especialista Héctor Targovnik agrega otro argumento a favor: “Las medidas de seguridad del BNDG en su sede actual son deficitarias. No podría ser acreditado por ningún organismo internacional porque las condiciones de seguridad no son las de un laboratorio de biología molecular moderno, la estructura edilicia no es la adecuada”.
En 2009, la ley 26.548 traspasa el BNDG, como organismo autárquico y autónomo, a la órbita del Ministerio de Ciencia. Esto no modificó su dependencia: desde su creación, siempre perteneció al ámbito nacional. Su nombre lo indica claramente. Hasta la promulgación de la ley 26.548, el Ministerio de Salud de la Nación proveía el equipamiento y los insumos, mientras que la ciudad de Buenos Aires –que por entonces no era autónoma, sino parte del Ejecutivo nacional– proveía el espacio físico y el personal en el Durand. La ley de 2009 pasó la responsabilidad de todo el mantenimiento del Banco al Ministerio de Ciencia. Además, se elevó el estatus del Banco al hacerlo un organismo autárquico y autónomo, separándolo de los avatares de la política. Por todo esto, Targovnik considera que “son falaces los argumentos que se oponen al traslado aduciendo que el poder ejecutivo tendrá el control político de su funcionamiento”, y pasa al plano operativo: “El personal actual del Banco tiene el derecho de optar por trabajar en su nueva sede cambiando de empleador o puede quedarse como empleado de la Ciudad en las funciones que ésta le asigne. El Ministerio les está ofreciendo trasladarse a la nueva dependencia con las mismas condiciones laborales”.
En cuanto a las autoridades, la nueva ley establece que el nombramiento del Director Técnico, Subdirector Técnico y Subdirector Administrativo sea por concurso con jurados nacionales e internacionales.
Huellas digitales
Cuando, a través de la intervención de un juez o de la Comisión Nacional para el Derecho a la Identidad (CONADI), llega al Banco una persona que tiene dudas acerca de su identidad, lo primero que se hace es extraerle una muestra de sangre de la cual, mediante un proceso automatizado, se obtiene el ADN.
De ese ADN se toma una pequeña alícuota para efectuar los análisis. El resto –la mayor cantidad– se conserva en un congelador para ser utilizado todas las veces que se requiera corroborar los estudios. Para el análisis del ADN, se usan marcadores genéticos, que son pequeños fragmentos de ADN que –se sabe– revelan la variabilidad que existe entre las diferentes personas. “Actualmente, en el BNDG se utilizan entre quince y veinticinco marcadores, pero con el desarrollo tecnológico esta cantidad va en aumento. De todos modos, utilizando quince marcadores, la chance de encontrar otra persona en el mundo que tenga la misma constelación de variación, salvo que sean mellizos idénticos, es infinitesimal”, ilustra Penchaszadeh. Con esos marcadores se obtiene lo que se denomina el “perfil genético”, que es propio de cada individuo y contiene las huellas de sus antecesores. Ese perfil es digitalizado y, luego, es comparado con los perfiles de las abuelas y los abuelos –u otros familiares– que alguna vez dieron su sangre para poder encontrar a sus nietos.
“Esta metodología está totalmente estandarizada a nivel internacional. Lo que se hace acá es lo mismo que se hace en Estados Unidos, la India o Rusia, y ya existe suficiente experiencia mundial acerca de cuáles son los marcadores que dan la máxima variabilidad y, por lo tanto, la máxima probabilidad de determinar parentesco”, consigna Penchaszadeh. Según Targovnik, el BNDG procesa alrededor de mil muestras por año y, en cada caso, los resultados están listos luego de dos a cuatro semanas de trabajo. “La ley exige la realización de otros análisis fuera del ADN, hoy innecesarios, que demoran el proceso”, agrega.
Falsos positivos y mentiras de patas cortas
Si bien a partir de los marcadores genéticos se comparan zonas muy variables del ADN y, con ello, pueden revelarse las diferencias entre individuos, trabajar con solo quince marcadores que analizan quince pequeñas regiones del ADN implica dejar fuera del estudio a la gran mayoría de los tres mil millones de unidades que componen el genoma humano.
Los estudios de filiación se informan con una probabilidad del 99,9%, que es el umbral de certeza que requiere la justicia argentina. Eso quiere decir que la probabilidad de que el parentesco no sea real es de 0,1%. Esto se debe a que toda medición científica está sujeta a la posibilidad de error o, también, a que intervenga el azar. Cuando por error o por azar se establece una relación de parentesco donde no la hay, se dice que se produjo un “falso positivo”.
“La posibilidad de que se produzca un falso positivo es inherente al trabajo científico”, reconoce Penchaszadeh. “Sin embargo, la existencia en cada caso que se analiza de hipótesis basadas en sospechas realistas y el uso de marcadores genéticos con gran variabilidad hace que la frecuencia de falsos positivos sea bajísima”, subraya. “No tiene validez científica tomar un perfil genético de una persona cualquiera y compararlo sin hipótesis alguna con la información de una base de datos cualquiera. Todas las bases de datos están contextualizadas. En el caso del Banco, la base de datos está constituida por el ADN de personas que saben (o tienen sospechas fundadas) que sus hijos desaparecidos tuvieron bebés que fueron apropiados. Por otro lado, el ADN que se coteja con la base de datos es el de personas que por datos circunstanciales sospechan que pueden ser hijos de desaparecidos. El tamiz judicial o de la CONADI tiene justamente la función de contextualizar quiénes son candidatos a cotejar su ADN con la base de datos del Banco; es decir, tienen que existir datos circunstanciales sospechosos”, recalca Penchaszadeh y agrega que “así y todo, de los miles de jóvenes que dudaron de su identidad, y que los jueces o la CONADI enviaron al Banco para hacerse los análisis, casi ninguno dio positivo con la base de datos”.
En cualquier caso, los dos expertos del BNDG se esfuerzan por dejar bien en claro que “nunca se dan a conocer resultados “preliminares” que no hayan sido debidamente comprobados”. Es decir, no se informan cotejos positivos sobre los cuales existan dudas, y así lo indica la historia del Banco desde sus inicios.
Ciencia ficción
En respuesta a las denuncias mediáticas acerca de la probabilidad de que ocurran falsos positivos al cruzar la base de datos del BNDG con la del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), Penchaszadeh afirma: “Nunca se van a fusionar las bases porque cada cual tiene objetivos diferentes. Una es para la identificación de restos óseos de personas desaparecidas y la otra es para identificar hijos de desaparecidos, nietos de abuelas”.
“Por otra parte –interviene Targovnik– una es una estructura nacional regida por una ley y la otra es una organización no gubernamental sin fines de lucro”. “Además –agrega Penchaszadeh–, el establecimiento de una filiación requiere, de la parte genética, el componente antropológico e histórico; antes que nada, tenés que preguntarte por qué vas a buscar una identidad dentro de la base de datos del EAAF”.
Retomamos aquella primera pregunta, la de la posibilidad de alterar resultados; la “matufiada”, de acuerdo a las palabras escupidas –no sin malestar– por Penchaszadeh. “No se podría hacer porque durante todo el desarrollo del estudio están presentes los peritos de cada parte, que firman el informe final”, manifiesta Targovnik. Asimismo, ambos explican que, sea cual fuere el resultado del estudio, éste es inmediatamente verificable. “Por supuesto que cualquiera puede hacer fraude en cualquier tipo de análisis, pero este tendría patas muy cortas. Porque, además de que está guardado el ADN en el congelador, en el archivo está el expediente en el cual hay un papel con una muestra de sangre”, revela Targovnik.
Sin embargo, Penchaszadeh se queda pensando y encuentra un modo de fraude: “Tendría que ser el crimen perfecto, como tener un ‘doble físico’ de la persona que fuera a dar sangre, como sucede en las películas”. O, también, tener escondido en su brazo un pequeño tubo con sangre de otra persona, como ocurre en una escena de Gattaca, un clásico estadounidense de la ciencia ficción.
De acuerdo a los especialistas y responsables del Banco, los fraudes genéticos están confinados a ese territorio, el de la literatura, el de la fabulación.