
Las casuchas del rey
Ambrosio O’Higgins proyectó en 1763 estas guaridas en alta montaña luego de que casi muere congelado al cruzar los Andes. Años después, los mismos refugios salvaron la vida de su hijo, Bernardo O`Higgins, el libertador chileno, y su familia. Por allí, también pasaron San Martín, Sarmiento y Darwin, entre otros. Paredes de ladrillos antiguos que guardan historias sacadas a la luz en una reciente publicación de Beatriz Aguirre Urreta y Víctor Ramos.
Cuadros que sobrevivieron a bombardeos de la Segunda Guerra Mundial por estar guardados en el sótano del Museo de Múnich, en Alemania, permitieron descifrar cómo eran estas llamadas “Casuchas del Rey”. Las mismas que salvaron la vida de Bernardo O’Higgins, el libertador chileno, y también vieron pasar a José de San Martín, Domingo Faustino Sarmiento, Charles Darwin y Vicente “Chacho” Peñaloza, entre otros viajeros que buscaban cruzar los Andes por uno de los sitios más difíciles de la Alta Cordillera, el Paso de la Cumbre, el principal camino que comunicaba Buenos Aires, a orillas del Río de la Plata, y el puerto de Valparaíso, en las costas del Océano Pacífico, en ese entonces.
“Algunas de estas pequeñas construcciones desaparecieron, mientras que otras están parcialmente destruidas o muy deterioradas, peligra su estructura ante la falta de mantenimiento. El desconocimiento de su historia, desde los motivos de su construcción hasta los importantes sucesos que han ocurrido a lo largo de más de dos siglos entre sus paredes, ha llevado a la actual indiferencia hacia las mismas. Estas circunstancias nos han impulsado a relatar su historia”, señalan Beatriz Aguirre Urreta y Víctor Ramos, en su libro Las Casuchas del Rey. Una historia de 250 años de comunicaciones trasandinas de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba), que acaba de ser publicado.
En un trabajo realizado a lo largo de más de 40 años de estudio, ambos investigadores identificaron y ubicaron a cada uno de estos refugios de montaña, que hacían las veces de albergues ocasionales y postas de correo. “Confieso que, al principio, no les di ninguna atención cuando recorría la zona del Aconcagua en 1983”, recuerda el geólogo Ramos, profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires, y expresidente de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
En un trabajo realizado a lo largo de más de 40 años de estudio, ambos investigadores identificaron y ubicaron a cada uno de estos refugios de montaña.
Un año más tarde, en medio de otra campaña científica, un tremendo temporal obligó a Ramos y a su equipo a dirigirse al refugio Teniente Francisco Ibañez, pero para su sorpresa, el sitio se encontraba destruido. Había sido erigido en homenaje a quien fuera el máximo exponente del andinismo militar argentino, y escalador de las cimas más importantes del país.
“El refugio Teniente Ibañez había sido hecho con las técnicas más modernas, con hierros por todos lados, pero solo aguantó las inclemencias del lugar unos pocos años. Ahí, empecé a preguntarme cómo aquellas casuchas se habían podido mantener por tanto tiempo”, señala como inicio de su travesía en esta cuestión.
Aguirre Urreta, en tanto, quien también integraba el equipo para el mapeo de la región del Aconcagua, centró su mirada en otro aspecto. “Como paleontóloga, me llamó la atención que las Casuchas del Rey estaban hechas de ladrillo, cuando en medio de la Cordillera hay rocas de todo tipo para usar en la construcción. Y, otro incentivo para indagar sobre estos sitios, es que por allí había estado el naturalista Charles Darwin y había tomado nota de ellas”, observa, quien es profesora emérita de la Facultad de Ciencias Naturales y Exactas de la UBA e investigadora superior del CONICET.
Unidos por el espanto
Caminadores a lo largo y alto de los Andes, ambos científicos han vivido en carne propia, las bajas temperaturas de la cordillera, su clima hostil, los problemas del apunamiento, y las dificultades de la naturaleza extrema. Lo mismo le ocurrió a Ambrosio O’Higgins por 1763, quien luego iba a ser gobernador de Chile, y virrey del Perú, además de padre del libertador trasandino, Bernardo O`Higgins, aunque no lo reconoció legalmente como su hijo.
Por entonces, Ambrosio era un ingeniero irlandés que se aventuró a ir a la Capitanía de Chile desde Buenos Aires en el invierno de 1763, y “casi muere congelado”, describe Ramos. Al llegar a destino, planteó al gobierno local la necesidad de levantar refugios de montaña. El proyecto luego de idas y vueltas en barco a Madrid, logró la cédula real para autorizar su edificación. “Las primeras seis casuchas, se hicieron entre 1766 y 1771”, indican.
Cada casucha requería de unos cinco mil ladrillos que fueron traídos a lomo de mula desde Santa Rosa de los Andes. Si se observa la subida a la cumbre, su construcción significó una epopeya.
Para erigirlas, contó con asesores de tierra adentro. “Ambrosio O’Higgins se nutría, de los comentarios de los arrieros y los baqueanos. Desde Punta de Vacas, del lado argentino, hasta Ojos de Agua del lado chileno, cuando hay nieve, el camino se debía recorrer a pie. Entonces, –relata Aguirre Urreta– era importante tener estas casuchas distribuidas a cierta distancia, donde la gente pudiera llegar caminando entre una y otra. Y la historia, en realidad, dice que el primer motivo de su construcción era servir de posta para los correos del rey”.
Sus dimensiones, de cuatro metros por cinco, requerían unos cinco mil ladrillos de tamaño distinto a los actuales. “Tenían 40 cm de largo, 20 cm de ancho y 6 cm de alto, y fueron traídos religiosamente a lomo de mula desde Santa Rosa de los Andes. Si se observa la subida a la cumbre, uno se da cuenta de que la construcción significó una epopeya”, grafican y agregan: “Los ingenieros militares españoles tenían precisas instrucciones de cómo hacer estos refugios, y uno encuentra construcciones similares desde el sur de Chile hasta en Colombia”.
Si el estilo constructivo llevaba el sello hispano, lo mismo ocurría con la intención de cerrarlos con llave. “Con el frío, ni las cerraduras ni los candados duraban ante le necesidad de guarecerse de los eventuales temporales. Además, como no había leña porque no hay árboles en la zona. ¿Qué ocurría? Para hacer fuego, quemaban las puertas, techos y toda la madera a la vista. Esto generó un enorme fastidio en las autoridades que dictaron decretos y penalidades que comprendieron desde azotes, hasta destierros al presidio de la isla Juan Fernández, para quienes destruyeran las casuchas”, relata Aguirre Urreta.
El resultado resultó desolador. “Es una zona muy dura, inhóspita, con mucho viento, falta de oxígeno, algunas casuchas están a más de 4 mil metros de altura, se llega allí en muy mal estado. Las autoridades –dice Ramos– escribieron páginas y páginas de comunicados y resoluciones. Cada vez aumentaban más los castigos y, cada vez, robaban o rompían más las cosas. Fue una historia de desentendidos, hasta que a alguno se le ocurrió dejarlos abiertos, como son hoy todos los refugios de montaña del mundo”.
De padre a hijo
Otra historia de desentendidos, fue la de Bernardo O’Higgins, hijo no reconocido de Ambrosio. Tras la derrota de la Batalla de Rancagua en 1814 ante los españoles, quien hoy es uno de los padres libertadores de Chile, decide exiliarse en Mendoza, junto con su hermana y su madre. “Siempre me impresionó –reconoce Ramos– esa historia familiar porque Bernardo O’Higgins no fue reconocido por su padre, quien tampoco se casó con su madre, porque para ello debía pedir permiso al Rey, dado que ella era nativa, lo que podía truncar su carrera personal”.
Del lado argentino, hoy quedan tres Casuchas del Rey, dos originales y una reconstruida. Hay una a la que es fácil acceder, es la de Paramillo de Las Cuevas, está a 400 metros de la ruta que va a Chile.
Un temporal atrapa a Bernardo, su hermana y su madre en medio de los Andes, en su camino a Mendoza. “José de San Martín atento a la situación de O’Higgins, manda al por entonces coronel Juan Gregorio de Las Heras a ayudarlo, quien con gran sacrificio baja del lado chileno hasta Juncadillo y con las mulas marcan la huella del camino de regreso para llegar a la casucha de Las Cuevas, que fue la primera construida por Ambrosio. Allí llegaron y se salvaron. Me pregunto si sabría que esos refugios habían sido construidos por su padre”, plantea Ramos.
Un empujón de imágenes
Las vueltas inesperadas de la vida dieron un empujón a las investigaciones luego de 20 años de estudio. Fue cuando Ramos tuvo acceso a las pinturas de Moritz Rugendas, un artista alemán que documentó con sus dibujos y cuadros los viajes de los exploradores por América. “Cuando surge la fotografía se pierde interés por sus pinturas y gran parte de ellas, terminaron en el Museo de Múnich, destruido por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Pero, estas obras estaban en el sótano y lograron rescatarse”, historia Ramos.
Entre ellas, se encontraban las pinturas de las casuchas, que colaboraron en identificar y ubicar a cada una de las ocho construcciones coloniales que se habían realizado. “Del lado argentino, hoy quedan tres Casuchas del Rey, dos originales y una reconstruida”, precisa Aguirre Urreta y ejemplifica: “Una a la que es fácil acceder es la de Paramillo de las Cuevas, porque está a 400 metros de la ruta que va a Chile”.
Estas construcciones “son las más antiguas que hay en pie en la zona de Cuyo”, resaltan ambos investigadores. Y concluyen: “Su puesta en valor no sólo es una importante contribución para preservar nuestro patrimonio, sino que también abrirá la curiosidad e interés de aquellos que las visiten en estos imponentes paisajes cordilleranos. Esto permitirá introducirlos en una historia rica en epopeyas de los años de la colonia, de la gesta libertadora del Ejército de los Andes, y de las observaciones científicas de ilustres naturalistas viajeros de la talla de Charles Darwin”.