Universidad y dictadura

Un miedo que se podía oler

Silvina Ponce Dawson estudió física en Exactas en plena dictadura militar. Llegó a la Facultad cuando para ingresar había que dar examen y sortear, diariamente, una guardia policial. A lo largo de su cursada participó en numerosas acciones de resistencia a pesar del clima de terror en el que se vivía. A 43 años del golpe más cruento de la historia argentina, Ponce Dawson, profesora e investigadora de larga trayectoria en la Facultad, describe con minucia el sistema represivo y las múltiples formas de persecución y control que sufrían los estudiantes.

24 Mar 2019 POR
Silvina Ponce Dawson.

Silvina Ponce Dawson. Foto: Exactas Comunicación.

– El golpe del 76 te encontró cursando el colegio secundario. ¿Cómo lo viviste en ese momento?

– Yo fui al Lenguas Vivas. Entré a primer año en el 73. Era un colegio donde no había una militancia tan intensa como en otros. Venían muchas chicas de colegios privados bilingües, era un ambiente un poco “cheto”. La escuela era bastante rígida en el tema de la disciplina. Por ejemplo, a mí, en el año 74, me pusieron amonestaciones por jugar al truco en hora libre. Pero, claro, una vez que vino el golpe, se empezaron a prohibir cosas, por ejemplo, los pantalones. Las mujeres teníamos que ir con pollera. Se vivía un clima mucho más militarizado que antes. Pero muchas de mis compañeras estaban bien con eso. Yo tengo una compañera, que era prima de una amiga mía, que está desaparecida, pero ella hizo su militancia fuera del colegio. En un momento dejó la escuela y, como se decía en ese momento, se proletarizó, se fue a trabajar en una fábrica. Pero desapareció después de que terminamos el secundario. Igual, en ese momento, eran temas tabú, no se hablaba demasiado. Después, a medida que pasaba el tiempo, uno se iba enterando de diferentes cosas. También tuve una compañera que se exilió en España, en el año 77, porque habían secuestrado a su hermana.

– Con ese marco previo, ¿con qué panorama te encontrás cuando querés comenzar a estudiar física en Exactas UBA?

– En ese momento, año 78, en la Facultad había un examen de ingreso súperestricto, con cupo. Había un curso de ingreso de un mes y medio, entre febrero y marzo. En la Facultad estaba la policía en la puerta que nos controlaba el ingreso al edificio todo el tiempo. Me acuerdo de que el día del examen se hizo una cola larguísima porque nos revisaban todo lo que llevábamos. Mucha gente quedaba afuera. En Física eran, más o menos, uno de cada cuatro. El día que venías para ver el orden, a ver si entrabas o no, era muy estresante.

– Cuando empezaste a cursar, ¿era permanente la inspección policial?

– Sí. En el Pabellón 1 había policía en la puerta. En el Pabellón 2, además de policía en la puerta, había una sede de la comisaría 51. Así como tenías que llevar los documentos para andar por la calle, para entrar en la Facultad tenías que tener la libreta universitaria. Y si cualquier cosa que llevabas les parecía mal te podían parar, revisar, impedir entrar o meterte en cana. Era un control permanente que daba mucho miedo. Yo creo que el sentimiento que prevalecía era el miedo. Veías a un policía y querías estar lo más lejos posible.

– ¿Cómo te fuiste acercando a los grupos militantes de la Facultad?

– En el segundo cuatrimestre del primer año me hice muy amiga de todo un grupo de gente de la que sigo siendo amiga -uno de ellos es mi ex marido-, que militaban, la mayoría en el PC, en lo que se llamaba la Fede, que venían del Buenos Aires. Me acuerdo de la primera vez que, justamente, mi ex marido me habló de la Fede y de que él era miembro. Tuvo que pasar más de un cuatrimestre de estar estudiando juntos, para que se animara a contarme sobre su militancia e invitarme a reuniones de círculo como se decía en ese momento. Aunque yo me sentía más Nac & Pop, terminé siendo amiga y aliada de la Fede porque era la gente que más trabajaba en la facultad para mantener algo de militancia. Entre esas actividades, en Física se empezó a publicar una revista que se llamaba Interacción, que empezó con reportajes a los profes de los laboratorios. Era una revista de física, pero como generaba cierta actividad social, empezó a ser muy perseguida. En el año 79, hubo un picnic del día de la primavera en el Campo de Deportes, que lo habían anunciado en unos cartelitos con la figura de Clemente, que era un personaje de Caloi que usaba el CECEN en ese momento. Yo vine, junto con un montón de compañeros, y en un momento que justo me había ido hacía el lado de los vestuarios, vemos un 160 que atraviesa todo el Campo de Deportes y levanta a todas las personas que estaban en las canchas de voley y se las llevan al Pabellón 2. Ahí las inspeccionan, les piden documentos, averiguación de antecedentes y después los citaron a la comisaría para el día siguiente. Me acuerdo que salió una pequeña nota sobre ese hecho en La Nación, que era el diario que compraban en mi casa mis padres, y me preguntaron: “¿Esto era adonde fuiste vos ?” Estaban un poco preocupados. En 1979, vino a Buenos Aires la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, yo fui a hacer la cola en Avenida de Mayo para entregar denuncias a la Comisión. Pero siempre lo hice con una fuerte sensación de miedo. Y yo te puedo decir que, en mi caso, además del miedo personal, yo sentía miedo y vergüenza hacia mi propia familia. Era una militancia que yo ocultaba. Ellos sabían que yo tenía cierto tipo de ideas pero no imaginaban que tuviera un acercamiento hacia gente de agrupaciones políticas. Yo me sentía obligada a hacer algo pero me daban muchísimo miedo todas las cosas que sucedían. Igual, yo creo que no teníamos una clara idea de lo que estaba pasando. Sabíamos que secuestraban y mataban personas pero no teníamos idea de los campos de concentración y de semejantes torturas. Si no, yo no sé cuánto uno se hubiera animado a hacer.

"La sensación de persecución, de encierro, de miedo, de prohibido, era devastadora".

«La sensación de persecución, de encierro, de miedo, de prohibido, era devastadora».

– Habían logrado que el temor se metiera en el cuerpo de todos…

– La sensación de persecución, de encierro, de miedo, de prohibido, era devastadora. Yo creo que es bastante difícil transmitir lo que era esa atmósfera. Es un poco intransferible. Creo que la gente que no lo vivió no tiene idea de lo que significa ese ambiente… había como un olor del miedo. Es una sensación que va más allá de las palabras.

– A pesar del miedo, seguiste participando en actividades de resistencia en la Facultad.

– Sí. Me acuerdo que en el 80 se intenta pasar una ley universitaria e imponer un arancel. Me acuerdo de haber tenido que pagar unas cuotas. Entonces, la Fede lanzó un petitorio para tratar de oponerse. ¡La valentía que había que tener para firmar el petitorio! Y ni hablar para ponerse a hablar en un curso. Yo firmé, pero no me animaba a hablar. En el 81, cuando asume Viola, después de Videla, hay un pequeño cambio, empieza a haber un poco de protesta sindical y hubo una marcha contra la ley universitaria. En ese momento, yo ya estaba de novia con quien fue mi marido, y lo encuentran en la Facultad con volantes convocando a la marcha. Lo levanta la cana y lo llevan a la comisaría 51. Cuando me enteré de que lo habían metido preso a mi novio, fuimos con los padres a la 51. Estuvo detenido dos o tres días. Lo interrogó personal de Inteligencia y le dijeron: “Si esto te hubiera pasado dos años atrás hubieras aparecido flotando en el río”. Además, le hicieron preguntas con un nivel de detalle tan preciso sobre sus movimientos en la Facultad que se veía que lo habían estado siguiendo. Ese trabajo lo hacían personas que parecían estudiantes, que venían a cursar, incluso el que lo interrogaba parecía un estudiante. Nosotros estábamos con los padres esperando en la comisaría y, en un momento, una persona dice: “De Ciudad Universitaria”, porque tienen que dar como el permiso para que alguien entre. Yo miré y era un ordenanza de la Facultad, y era un botón que iba a la comisaría a llevar datos de la gente de acá. El miedo que a mí me dio eso fue terrible. De repente empezabas a darte cuenta de que estabas rodeada de gente que te parecía un compañero de estudios y que era de cuarta, una basura, que eran parte de la represión y que hacían inteligencia sobre los estudiantes.

– Todo este clima represivo, ¿cómo impactaba en el nivel académico del Departamento? ¿Se dejó de dar alguna materia por motivos ideológicos?

– Por motivos ideológicos creo que no, pero sí por el hecho de que no había profesores que dieran ciertos temas. Porque ellos habían perseguido y echado a muchos profesores. Entonces, a medida que ibas avanzando en la carrera y tenías que ver cosas más específicas, esas cosas específicas se limitaban a las que conocían los que se habían quedado en el Departamento. Por ejemplo, un gran tema que nosotros no vimos es física del estado sólido. Sí teníamos física nuclear pero era una berretada con un profesor que daba clase en la Universidad de Belgrano y nos obligaba a comprar los apuntes en esa universidad. Es decir, también había quintitas. Una de las cosas que hizo la dictadura en el año 82 fue tratar de cristalizar esa estructura de quienes estaban en el Departamento organizando unos concursos truchos donde había un aspirante para cada cargo. Así, los que estaban podían regularizar su situación y después sería imposible echarlos. Había una chatura bastante importante dentro del Departamento y nosotros queríamos renovar el ambiente, traer gente de excelencia, que había sido echada de la Facultad. Finalmente, vino gente como Guillermo “Willy” Dussel que transformó el Departamento.

– ¿Cuándo empezó a resquebrajarse el aparato represivo?

– Un poco antes de Malvinas, el 30 de marzo del 82, hubo una marcha muy grande de la CGT de Ubaldini a la que no me animé a ir. Fue ferozmente reprimida y metieron a mucha gente presa, pero el 2 de abril los largaron a todos por lo de Malvinas. Y ahí se empezó a abrir. Pero era una cosa muy loca. En ese momento hubo una reunión acá en el bar del Pabellón 2 porque había venido una persona de Panamá que era de las Juventudes Socialistas, o alguna cosa por el estilo, y se armó un pequeño acto durante el cual esta persona se paró encima de una mesa, hizo un discurso a favor de Argentina y la soberanía sobre Malvinas. La policía los detuvo a la salida de la Facultad pero no los llevó a la comisaría, solo los tuvo un rato y después los largó. Era como que se había relajado un poco la represión. En diciembre del 82 hubo una gran marcha de la Multipartidaria, encabezaba por Alfonsín, que también terminó mal, tiraron gases a lo loco, salimos desbandados. Y ahí mataron a un militante en Plaza de Mayo. Entonces, la situación era contradictoria porque, por un lado, no te perseguían tanto, pero de golpe pasaba un represión feroz y mataban a una persona. Incluso en el 82 desaparecieron tres personas. No es que fue un momento a partir del cual no pasaba nada más. No, la represión seguía.

"Para recibir una beca de CONICET tenías que pasar el filtro de la SIDE".

«Para recibir una beca de CONICET tenías que pasar el filtro de la SIDE».

– Es decir que la persecución, en distintos niveles, siguió hasta el final de la dictadura…

– Mirá, yo me recibí en diciembre del 83, hice la tesis de licenciatura en el IAFE. Un compañero cuyo padre era militar y tenía una visión medio de derecha, un día nos viene a hablar a mi ex marido y a mí. Y nos pregunta: “¿Ustedes qué promedio tienen?” Yo terminé con el mejor promedio de la promoción y mi ex marido también tenía un promedio muy alto. Este pibe tenía un promedio más bajo que nosotros. Y nos dice: “Me eligieron para ser abanderado en un acto”. Era fines del 83 y, sin embargo, a mi ex marido y a mí nos habían hecho la cruz, estábamos en una lista negra, y no nos eligieron para ser abanderados a pesar de tener los mejores promedios. Hasta en esas pequeñas cosas siguieron con las represalias. Por otro lado, como nosotros nos recibíamos ese año, nos presentamos a becas del CONICET. Para ser becario del CONICET estabas obligado a llenar un formulario para la SIDE. Es decir que, para recibir la beca tenías que pasar el filtro de la SIDE. Otro ejemplo: yo nunca intenté ser ayudante de segunda, pero mi ex marido lo intentó muchas veces. Siempre traía su CV a las que eran las secretarias del Departamento. En un momento una de ellas le dijo: “Mirá, no traigas más el CV, porque no te van a elegir”. Otro amigo, que también militaba en la Fede, quiso hacer su tesis de licenciatura en el CITEFA y no lo dejaron. Después, intentó en el Laboratorio de Física del Plasma y tampoco lo dejaron. La única persona que lo terminó tomando fue Mario Castagnino, que era un profe de matemática. O sea, no te dejaban hacer la tesis de licenciatura en ciertos lugares.

– Hoy en día, ¿vos notás en los chicos un interés por lo ocurrido durante la dictadura, por mantener la memoria de lo que pasó?

– A mí me emociona bastante que los chicos sepan lo que pasó y que se sientan conmovidos por lo que pasó. Me refiero a los estudiantes de esta Facultad. No es que me pregunten a mí directamente. Pero yo los veo en las marchas. Me parece muy importante la idea de que haya una memoria, que se sepa qué es lo que pasó y que resulte inaceptable. Porque la dictadura también fue posible porque hubo un gran sector de la sociedad, que sin estar directamente vinculada con la represión, la prefería al gobierno de Isabel Perón. Pero eso hay que aprender que hay cosas que no se pueden aceptar. En 1987 cuando ocurre el alzamiento de Semana Santa, mi primer hijo cumplía un mes de vida. A mí me agarró una desesperación. Tuve un sentimiento muy fuerte de que había que defender la democracia, que no se puede ser condescendiente con la represión y el autoritarismo. Y eso, me da la sensación, que permeó bastante en las nuevas generaciones. Eso a mí me emociona porque ellos no lo vivieron pero saben que es horrible y que no hay que volver nunca. Y entonces están dispuestos a poner el cuerpo cuando hay algo que atenta contra la continuidad de la democracia. Y lo que ocurrió con la marcha enorme que se produjo contra el fallo por el 2×1 me puso muy feliz y me parece que es una prueba de todo esto.