Hembra de Aedes aegypti picando. Foto: Dario Vezzani
Mosquitos y enfermedades parasitarias

Picadura al corazón

A lo largo de varios años de estudio, el biólogo Darío Vezzani atrapó, estudió y analizó miles de mosquitos para intentar identificar la especie que en la Argentina transmite un parásito causante de dirofilariasis cardiopulmonar, una enfermedad que afecta a los mamíferos, en especial, a los perros. Relato en primera persona de un cazador de parásitos.

14 Nov 2014 POR
Hembra de Aedes aegypti picando. Foto: Dario Vezzani

Hembra de Aedes aegypti picando. Foto: Dario Vezzani

Día sábado de principios del siglo XXI. Verano. Un patio con algo de jardín en el Gran Buenos Aires y un asado con amigos al aire libre. Yaco, de auténtica raza perro, espera que la cena termine pronto para que le toquen los huesos. No faltan al encuentro los colados de siempre: los mosquitos que sobrevuelan la escena. De patas alargadas, livianos –pesan menos de dos miligramos–, miden alrededor de un centímetro y no pasan desapercibidos. En especial, las hembras son las que más se hacen sentir. Es que solo las «mosquitas» pican en busca de sangre porque la necesitan para poner sus huevos. Ellas cumplen con su tarea para propagar su especie, y casi todos los invitados se llevan alguna roncha y algo de comezón. Lo mismo le pasa a Yaco, que tiempo después muestra otros síntomas más preocupantes: tos, desgano y cada vez le cuesta más moverse. El diagnóstico del veterinario es dirofilariasis cardiopulmonar, que puede causarle la muerte al animal si no es tratado oportunamente. Una enfermedad considerada de importancia en casi toda América que, si bien afecta a distintos mamíferos, entre ellos al hombre, es en el perro donde causaPica más estragos.

Día sábado de principios del siglo XXI. Verano. Un patio con algo de jardín en el Gran Buenos Aires y un asado con amigos al aire libre. Entre ellos, Darío Vezzani, biólogo de Exactas, no va solo, lleva su obsesión con él. En un momento, ya todos saben lo que hará: abrir el baúl del auto para bajar su equipo de recolección de mosquitos. Es que quiere responder una pregunta que desde hace largo tiempo le ametralla el cerebro: ¿Cuál es entre las más de 60 especies de mosquitos que viven en la provincia de Buenos Aires la que, cuando pica, puede transmitir el parásito Dirofilaria immitis, y provocar –como a Yaco– la enfermedad llamada comúnmente “gusano del corazón”?

¿Cuál es la especie? ¿Es una o son varias? ¿Cuál es o cuáles son? Esa era la cuestión. “Sobre esta pregunta puntual –relata– en nuestro país no había ningún indicio. Ya se había identificado el insecto transmisor en Europa, Asia, Norteamérica y Brasil, y no era la misma especie en todos los casos, variaba de región en región. Tanto es así que la lista de las especies halladas en los distintos lugares del mundo como transmisores o vectores sumaban unas setenta”. ¿Cuál o cuáles de todas ellas u otras eran las que infectaban en la Argentina?

Lo que sí se sabía era que, tanto en nuestro país como ocurre en todo el planeta, la cantidad de mosquitos que cargan el parásito es bajísima, algo así como uno en mil. Si bien esto es una buena noticia, en el sentido de que no son tantos los insectos que pueden transmitir la enfermedad, para Vezzani –hoy doctor en biología e investigador del CONICET–, el dato demostraba que estaba tras una pieza difícil de cazar. “Entonces, me encontraba ante un verdadero desafío, hallar una aguja en un pajar y con mínimo presupuesto; decir ‘nulo’ queda mal, pero sería más real”, recuerda.

Para bien o para mal, tenía el motivo de su obsesión al alcance de la mano. Esos insectos zancudos le quitarían por mucho tiempo el sueño. Ellos viven poco, alrededor de una semana como larva y otros siete días como adultos. Si bien su paso por la Tierra es breve, sus efectos son prolongados. Es que, además de transmitir esta dolencia, pueden dejar otras huellas como el dengue, fiebre amarilla o malaria.

Las pocas mosquitas que cargan con algunos parásitos indeseables hacen un preciso servicio de delivery en dos alas cuando pican al incauto de sangre caliente. “La verdad es que el mosquito no es un bicho por el cual sienta admiración, es como el malo de la película. Si me olvido por un instante de que transmite enfermedades, digamos que sorprenden las variadas estrategias de vida que tienen distintas especies o géneros. Por ejemplo, hay especies que crían exclusivamente en pequeñas colecciones de agua en las axilas de determinadas especies de plantas. En tanto, a otras las podemos encontrar criando tanto en un hueco de árbol como en un recipiente artificial o en un charco temporario de un parque”, describe.

Cazando mosquitas

Todo buen cazador debe conocer las costumbres de la presa, y en esto Vezzani era especialista. Ahora le tocaba atrapar a las mosquitas y desentrañar si alguna de ellas portaba el parásito Dirofilaria immitis, el cual había sido motivo de estudio del famoso médico argentino Salvador Mazza. Con el entusiasmo propio de todo aquel que inicia un camino que no ha recorrido nunca, Vezzani comenzó su trabajo allá por 2003.

“Al inicio del proyecto –dice– no sabía bien con qué me iba a encontrar, todo era expectativa e incertidumbre. Inicialmente me puse como objetivo capturar una gran cantidad de mosquitos que estuvieran en un radio cercano a donde habitaran perros. Enseguida, me di cuenta de que eso era prácticamente cualquier lado. Estuve varios meses colectando mosquitos con redes y aspiradores manuales (¡todo artesanal!) en parques y casas de amigos o parientes. El equipo de muestreo estaba siempre en el baúl, y no había asado o reunión familiar que se resistiera a un rato de capturas. Trataba de cumplir con una cuota semanal de mosquitos tanto de Capital como del norte y sur del Gran Buenos Aires”.

Con la “cuota semanal de mosquitos” en su poder, el siguiente paso tenía lugar en el Departamento de Ecología, Genética y Evolución en el Pabellón II de la porteña Ciudad Universitaria. “En el laboratorio, –prosigue– el primer problema con el que me encontré fue la identificación de las especies. Si bien había hecho mi tesis doctoral sobre la especie Aedes aegypti y tenía encima muchísimas horas de identificación de larvas bajo la lupa, mi capacidad para identificar mosquitos adultos dejaba mucho que desear. Fueron largos días de lupa y lectura, y por suerte más de una vez algún colega me dio una mano en este aprendizaje”.

La tarea era muy minuciosa. “Cada mosquito hembra era identificado individualmente (como solo las hembras chupan sangre, éstas fueron las únicas incluidas en la investigación), y después hacía la disección bajo lupa para buscar larvas de Dirofilaria en su interior. Mosquito tras mosquito, cada vez que empezaba una disección se abría la esperanza de encontrar algo. Digamos –confiesa– que después de unas 500 disecciones sin hallar nada, uno empieza a hablar solo e insultar en idiomas extraños. Pero es increíble como a la siguiente disección volvía a ponerle todo el entusiasmo y pensaba que este podía ser ‘el mosquito’ que haría valer la pena todo el esfuerzo”.

La gran pregunta: ¿Cuál es la especie? iba teniendo distintas entonaciones en su interior a medida que pasaban las horas, los días, las semanas… “¡Ufff! Después de meses de trabajo rutinario empecé a plantearme que quizás estaba perdiendo el tiempo. Pero a mitad de un proyecto tan corto, como suelen ser los postdoctorales, uno no se puede dar el lujo de bajonearse. Uno baja la cabeza y tira para adelante. Mientras tanto –dice– aparecían otras cosas interesantes que me mantenían entretenido. Mosquitos descuartizados bajo lupa o microscopio pueden transportarte a otras tierras, se ven muchas estructuras externas e internas y otros parásitos dando vueltas”.

No solo pasaba el tiempo y el “maldito parásito” no aparecía, sino que también desfilaban más y más insectos bajo el lente del microscopio. ¿Quinientos, setecientos, mil, mil quinientos, dos mil? ¿Cuántos mosquitos debió poner bajo la lupa? Más de 2300, pero logró lo que buscaba. “Luego de dos años de trabajo, entre las 2380 disecciones que hice, había tres que tenían unas hermosas larvas de Dirofilaria. Había encontrado mi aguja en el pajar…” precisa, sin ocultar la alegría de ese momento. Es que fue una fiesta.

Esperar, trabajar, desesperar, creer, insistir, desfallecer, analizar, enojarse, cuestionarse, cansarse, probar por milésima vez y otra más; son los ingredientes que componen una masa explosiva de felicidad cuando finalmente se topa con el hallazgo tan buscado. “Recuerdo que en la primera disección positiva salí corriendo a buscar gente para mostrársela, estaba enloquecido”, sonríe.

Más adelante, detalla: “Finalmente, cuando aparecieron las primeras filarias, fue un flash, todo el esfuerzo parecía estar valiendo la pena. Con todo el entusiasmo de un joven postdoctoral fue como soltar a un niño en una juguetería. Y para colmo, las especies que había identificado como vectores eran Aedes aegypti y Culex pipiens, dos mosquitos de gran importancia sanitaria en nuestro país. Era como agregarles un crimen más ¡a dos conocidos enemigos públicos!”.

Se sabe que el Aedes aegypti es portador del virus del dengue y de la fiebre amarilla, entre otras. Por su parte, Culex pipiens es vector del Virus del Nilo Occidental, encefalitis virales, entre otras. Ambas especies de mosquitos, tras esta detallada investigación de Vezzani, ahora también eran las transmisoras del Dirofilaria immitis en la Argentina. Por primera vez, en 2004, se había logrado dar con ellas en nuestro país.

El pasado lo condena

La primera vez que se tuvo noticias de este parásito en Sudamérica fue en 1875. En la Argentina solo había referencias verbales hasta 1926, cuando el destacado médico Mazza junto con el conocido veterinario Francisco Rosenbusch documentaron la presencia de microfilarias en la sangre de casi el 35% de una muestra de 55 perros estudiados de las provincias del noroeste del país.

Desde ese momento hasta hoy se siguen registrando casos en animales, y también en humanos. “En total, ha habido solo cinco informes de dirofilariosis humana en el país, uno de ellos tuvo lugar fuera de la provincia de Buenos Aires”, indica la investigación de Vezzani, Cristina Wisnivesky y Diego Eiras, publicada en Veterinary Parasitology en 2006.

“En general, la infección con Dirofilaria immitis en el hombre, y en otros mamíferos como gatos, no prospera y en consecuencia son mucho menos frecuentes. Otra característica es que el ciclo del parásito suele no completarse de la manera habitual como lo hace en el hospedador más susceptible que es el perro”, puntualiza el médico veterinario Eiras, tras describir los cuatro estadios de esta dolencia. “Los estadios 3 (enfermedad grave) y 4 (síndrome de la vena cava) tienen los peores pronósticos para los pacientes, aunque no son las situaciones más frecuentes en nuestro medio”, subraya Eiras.

El panorama en el sur del Conurbano bonaerense presenta buenas noticias: en los últimos diez años disminuyó el número de perros afectados. “Esto resulta poco usual para una zona donde, hoy día, las enfermedades transmitidas por vectores se encuentran en plena expansión. No contamos con una explicación probatoria, pero es posible especular con que el uso extendido de drogas como la ivermectina o la doxiciclina para el tratamiento de otras afecciones caninas, junto al creciente uso de pipetas y collares repelentes, ha influido de alguna manera en la disminución mencionada. No contamos en la actualidad con datos relacionados a perros sin propietario donde las prevalencias podrían ser sensiblemente más elevadas que las reportadas”, sugiere Eiras.

¿Es lo que es?

Vezzani había identificado las dos especies que cargaban el parásito, pero aún tenía dudas. “Me invadió una inquietud –indica– a partir de críticas constructivas de árbitros externos. No podía estar 100% seguro que esos gusanitos que yo encontraba dentro del mosquito fueran Dirofilaria immitis, existía la chance de que fueran otra especie similar, digamos, un pariente. La base de mi trabajo tenía una cadena de especulaciones, muy buenas y sólidas, pero no irrefutables. En la era molecular resultaba necesario validar mis hallazgos de microscopio utilizando la técnica PCR (Reacción en cadena de la polimerasa). Y en ese camino salí disparado”.

Con un subsidio de la Agencia (Agencia Nacional de Promociòn Cientìfica y Tecnológica), y ya como investigador del CONICET, Vezzani encaró el proyecto de buscar nuevamente su aguja en el pajar. “En esta oportunidad, en vez de colectar mosquitos en cualquier lugar indiscriminadamente, seguí un sencillo pero prolijo protocolo de trabajo. Cuando Diego (Eiras) detectaba en su laboratorio una muestra de sangre positiva, hablábamos con el veterinario que derivó la muestra y le explicábamos nuestra inquietud. Este a su vez hablaba con el dueño del perro infectado y, si había viento a favor, nos contactaba. Entonces yo iba a ese domicilio y hacía una captura intensa de mosquitos. La aguja en el pajar ya no era tan chiquita, solo estaba buscando el parásito en mosquitos de casas donde vivía un perro infectado”, explica.

Si bien resultaba un salto cualitativo en las actividades de campo, le requería un esfuerzo enorme. Varios días a la semana debía vagar por zonas que le resultaban desconocidas, tales como: Avellaneda, Lomas de Zamora, Quilmes o Almirante Brown. En ocasiones, no era fácil dar con la dirección; en otras, una vez encontradas las casas, el propietario no estaba, o simplemente “¡no lograba capturar un solo mosquito!”, evoca. En el caso de que atrapara algún insecto, luego debía llevarlo al laboratorio para su análisis. Se trató de “una etapa muy agobiante”, según quedó grabada en su memoria.

“El otro salto –agrega– fue la identificación del parásito mediante técnicas moleculares, para lo cual me asocié con Leonhard Schnittger, del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) Castelar. Luego de dos años de trabajo intenso, estaba confirmando –ahora sí irrefutablemente–, que Aedes aegypti y Culex pipiens eran los vectores del parásito en Buenos Aires”.

¿Qué sintió al tener la reconfirmación de sus primeros hallazgos? “Al principio, –responde– ni bien tuve el resultado entre manos, sentí una gran desilusión. ¿Todo el esfuerzo de los últimos dos años era para decir nuevamente que esos mosquitos eran los vectores? Hoy por hoy, ya pasó bastante agua bajo el puente y lo miro completamente distinto. Que ambas investigaciones hayan arribado al mismo resultado es justamente lo que le da solidez, lo que le quita todo aspecto especulativo o casual a esta serie de investigaciones”.

Igual, Vezzani aún no está del todo conforme; todavía tiene planteos que le siguen dando vuelta en su cabeza. No le cierra del todo que solo esas especies sean las transmisoras del parásito. “Hay más de 60 especies en la provincia de Buenos Aires, unas 20 de las cuales pueden encontrarse en los domicilios, y ¿solo hallé el parásito en estas dos? Estoy convencido de que, si muevo mi foco de estudio de las áreas urbanas a las rurales o silvestres, van a ser otras las especies transmisoras”, pronostica.

¿Cuál otra será? La saga continúa.

 

Cómo combatir la enfermedad

Cuando el perro está enfermo, dos terapias pueden ir en su ayuda. “El tratamiento adulticida es costoso y requiere internación debido a los riesgos de tromboembolismo pulmonar. En tanto, el tratamiento microfilaricida se realiza usualmente con ivermectina, de uso muy frecuente en medicina veterinaria. Esta misma droga puede utilizarse en dosis muy bajas, como preventiva de la infección si se administra una vez por mes durante toda la vida del animal”, destaca el veterinario Diego Eiras. Además, conviene evitar que la mascota sea picada. “De ser posible, –agrega– que el animal no pase las noches fuera de la casa para evitar el contacto con los insectos. Adicionalmente pueden prescribirse medidas repelentes sobre el animal en forma de collares o pipetas”.

En este sentido, Darío Vezzani, subraya que, dado que estas dos especies de mosquitos usan recipientes artificiales como ambientes acuáticos para sus larvas, debería eliminárselos de los jardines o recambiar el agua con frecuencia. “Son las mismas recomendaciones básicas que para prevenir el dengue, hoy en día las escuchamos hasta el hartazgo por radio y televisión. Pero la realidad dista mucho de la fantasía. Evitar que se críen mosquitos en recipientes de ambientes urbanos tiene una solución sencilla pero muy, muy, muy, difícil de aplicar a nivel masivo. Y el dengue, merodeando año tras año, es una prueba contundente de esta dificultad”.