El calor de la sangre
Las hembras del mosquito emplean diversas claves –visuales, olfativas y térmicas– para orientarse hacia el animal o la persona que le proporcionará el alimento indispensable: la sangre. Un equipo de investigadores determinó la forma en que los mosquitos utilizan el calor como clave para obtener el sustento. Estos resultados pueden ayudar a desarrollar estrategias para el control de estos insectos.
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La hembra del mosquito necesita sangre fresca para alimentarse. Es que la supervivencia y la reproducción de estos insectos hematófagos dependen de su habilidad para encontrar un hospedador que provea el sustento vital. Pero ¿cómo hacen para identificar a la víctima potencial de su picadura? ¿Influye el olor o el color de la ropa, en el caso de los seres humanos?
“En el reconocimiento del hospedador y la orientación hacia él, los mosquitos emplean una combinación de claves diversas: visuales, químicas –como los olores–, y físicas, como el calor”, explica Paula Zermoglio, becaria doctoral del CONICET en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Y agrega: “El calor es una clave que no se había estudiado mucho en forma independiente y en comparación con otras claves”.
Precisamente, Zermoglio se dedicó a investigar la orientación de los mosquitos de la especie Aedes aegypti hacia fuentes de calor, en particular, cuando las otras claves están ausentes. Además, caracterizó la habilidad de estos insectos para discriminar entre fuentes de calor a diferente temperatura, de distinto tamaño y presentadas a distintas distancias. Los resultados se publicaron en el Journal of Insect Physiology.
Los hospedadores del mosquito, es decir, los organismos donde se posa para obtener alimento -en este caso-, la sangre, son los animales “de sangre caliente”, es decir, aves y mamíferos, entre los que se encuentran los seres humanos. De este modo, el insecto debe poder distinguir una temperatura que sea superior a la del ambiente, y cercana a la del hospedador, que en los seres humanos ronda los 36 grados centígrados.
“Uno de los aspectos que estudiamos es si el mosquito puede distinguir temperaturas cercanas a la del hospedador, y aquellas que son superiores a los rangos de tolerancia, por ejemplo, 50 grados”, relata Zermoglio, que realizó los experimentos en el Instituto de Investigación sobre la Biología de los Insectos (IRBI), de Tours, bajo la dirección de Claudio Lazzari, investigador argentino radicado en Francia.
La temperatura ideal
Los investigadores construyeron un dispositivo con forma de Y griega. En cada uno de los brazos del artefacto, introdujeron una fuente de calor a distintas temperaturas. El mosquito entraba al dispositivo por la pata única, y luego se dirigía a la fuente que más lo atraía. Si ambas fuentes estaban a la misma temperatura, los mosquitos podían ir a cualquiera de ellas, en forma indistinta. En cambio, si colocaban una fuente a la temperatura del hospedador en contraste con una fuente a temperatura ambiente, “se orientaban en forma significativa hacia la fuente a la temperatura del hospedador. Pero, si la fuente estaba a 50 grados, el mosquito la evitaba”, relata Zermoglio.
Sabiendo que los mosquitos se orientan hacia el calor del hospedador, la pregunta que surgió fue si la distancia hacia la fuente tenía alguna influencia. Así, la investigadora colocó una fuente más cerca y otra más lejos, y confirmó que el mosquito se orientaba hacia la fuente más cercana si ambas estaban a la temperatura del hospedador. Pero, si ambas fuentes estaban a 50 grados, se dirigían hacia la más lejana, evitando la más cercana.
“Lo interesante es que, cuando combinamos una fuente a 34 grados y otra a 50, una cerca y otra lejos, no se observa orientación diferencial, los mosquitos se distribuyen al azar”, afirma Zermoglio, y agrega: “Cuando se varía más de un factor, los mosquitos no pueden resolver esa dicotomía”.
Lo que sucede, según la investigadora, es que cuando a estos insectos se les presentan fuentes de calor que varían en más de una característica, y en ausencia de otras claves, no pueden resolver cuál es la fuente del estímulo que les indicaría la presencia de un hospedador.
Es habitual preguntarse por qué los mosquitos pican más a determinadas personas, y a otras ni las molestan. Si bien se ha afirmado que ciertas personas serían más propensas a ser picadas por mosquitos, Zermoglio aclara: “Hay que entender que estos insectos habitan en un espacio multimodal, y se orientan mediante claves muy diversas, combinando toda esa información para tomar una decisión”.
Y agrega: “Para poder afirmar que una persona es más propensa a ser picada que otra, sería necesario medir todas las variables que el mosquito está evaluando, y entender cómo procesa esa información, y esto todavía no se ha resuelto”.
Posibles aplicaciones
Los investigadores quisieron saber, también, si el mosquito variaba su orientación según el tipo de fuente térmica, en particular si el calor era transmitido, en forma exclusiva, mediante radiación. Cuando se aplicó, a la fuente térmica, un filtro que sólo dejar pasar radiación infrarroja, el mosquito dejó de orientarse, a pesar de que la temperatura de la fuente estaba en el rango de temperatura del hospedador.
“Teniendo en cuenta que el mosquito, contrariamente a lo que sucede en otros hematófagos, se aproxima volando al hospedador, no resulta extraño suponer que la orientación esté mayormente regida por claves que se propagan según las corrientes de aire. En el caso del calor, pudimos determinar que los mosquitos no explotan la radiación infrarroja como clave, y que estarían estimando la temperatura de las fuentes a partir de corrientes de convección”, estima Zermoglio.
Estos estudios de ciencia básica podrían en un futuro aplicarse al desarrollo de dispositivos para atraer o ahuyentar a los mosquitos. De hecho, entender si el mosquito se orienta o no hacia una fuente de calor y cómo lo hace, podría permitir, por ejemplo, el desarrollo de artefactos que, en combinación con otras claves (químicas o visuales), puedan atraerlos o, en asociación con un insecticida, eliminarlos.
“La investigación básica es fundamental si se piensa en aplicaciones. Uno no puede tratar de dar solución a un problema, como pueden ser los mosquitos, sin conocer cómo se comporta este insecto, cuál es su fisiología y cómo va a responder a los estímulos”, señala Zermoglio, y concluye: “Si no sabemos cómo se orienta y cuáles son las claves que determinan esa orientación, no podemos pensar aún en poner trampas en la naturaleza que sean realmente efectivas”.