Cuando el frío no los mata, ¿los fortalece?
Una investigación sobre el mosquito transmisor de dengue, zika, chikunguña y fiebre amarilla relacionó la mortalidad del insecto con las condiciones climáticas del invierno porteño. Los resultados muestran que solo en momentos de olas de frío la mortandad es pronunciada. De todos modos, un número significativo sobrevive y alcanza el estado adulto. Según el estudio, sería un mecanismo de selección natural que estaría posibilitando que el mosquito se esté adaptando al clima de Buenos Aires.
Nos viene avisando desde hace algunos años que se está adaptando al frío. En 2015, un trabajo publicado en el Journal of Vector Ecology daba cuenta de su avance hacia el sur: se lo registró, por primera vez, en lugares como San Clemente, San Bernardo y Villa Gesell. En 2016, se comprobó que sus larvas pueden soportar el invierno porteño y alcanzar el estado adulto. En 2017, se demostró que su población en la Ciudad de Buenos Aires crece y se expande. En 2019, se descubrió que los mosquitos porteños pueden completar su desarrollo a una temperatura de solo 12°C, algo que no se reportó en ningún otro lugar del mundo.
Todos estos trabajos científicos, efectuados por el Grupo de Estudio de Mosquitos (GEM) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, vienen acumulando indicios de que el mosquito Aedes aegypti -transmisor de dengue, zika, chikunguña y fiebre amarilla- parece decidido a adoptar la ciudadanía porteña.
Ahora, un nuevo estudio llevado a cabo por el GEM relacionó la mortalidad del insecto con las condiciones climáticas del invierno porteño: “Queríamos ver si algunos días había más mortalidad que otros y si esa mortalidad la podíamos adjudicar a las condiciones de temperatura particulares de ese día o de los días previos”, señala Sylvia Fischer, investigadora del CONICET en el GEM.
Trabajaron con datos que habían reunido en experimentos anteriores, efectuados “al aire libre” en el patio de una vivienda de Mataderos en donde habían colocado una estación meteorológica. Con esos datos, calcularon la mortalidad diaria de las larvas, de las pupas (el estadio siguiente) y de los mosquitos adultos entre los meses de junio y septiembre. “Vimos que las mortalidades variaban mucho a lo largo del tiempo: había momentos del invierno en los que aumentaba mucho la mortalidad y había otros momentos en los que, aun cuando las temperaturas eran bajas, la mortalidad era mínima”.
El análisis exhaustivo de los datos les permitió dilucidar cuáles eran los momentos en los que se producía la mortalidad alta: “Comprobamos que los picos de mortalidad se dan después de, por lo menos, tres días de temperaturas por debajo de los 12°C, es decir, después de una ‘ola de frío’, como la denomina el Servicio Meteorológico Nacional”.
Según la investigadora, “la muerte no se produce por efecto agudo del frío sino que el efecto es sub-letal: no los llega a matar pero los deja tan heridos que terminan muriendo porque no logran reparar el daño que les causa el frío”.
En otras palabras, es la acumulación de frío la que los termina matando; es decir, se mueren después de varios días a temperaturas bajas y no de un solo día en el que la temperatura bajó mucho y al día siguiente subió.
En la Ciudad de Buenos Aires, suele haber dos o tres olas de frío por año. “Durante la mayor parte del invierno, las condiciones climáticas no son tan malas para el mosquito. De hecho, en nuestros experimentos, la supervivencia hasta llegar a adultos es, como mínimo, del 22%”.
Fischer explica que, cuando se produce una ola de frío, hay larvas y pupas que mueren inmediatamente, hay otras que mueren unos días después y hay otras que sobreviven. “Esto es muy importante, porque nos está diciendo que dentro de una misma población de mosquitos hay individuos con distintas vulnerabilidades al frío y que lo que estarían haciendo las olas de frío es seleccionar a los individuos más fuertes”.
Fischer se pregunta si esa resistencia al frío podría trasladarse a las siguientes generaciones de mosquitos. En este sentido, la investigadora da cuenta de un experimento efectuado en Taiwan en el que, mediante selección artificial en el laboratorio, consiguieron que la cuarta generación de mosquitos sea resistente a las bajas temperaturas.
“El Aedes aegypti tiene una gran capacidad de adaptación a las condiciones propias del lugar donde está viviendo, está en nosotros no ofrecerle un hábitat para desarrollarse, porque ahí donde se lo ofrecemos, lo aprovecha”, advierte Fischer.
El estudio acaba de publicarse en el Journal of Thermal Biology y, además de Fischer, lo firman Pedro Montini y María Sol De Majo.