Los tiempos de la memoria
Investigadores de Exactas UBA efectuaron experimentos con 153 adultos jóvenes de ambos sexos y pudieron determinar que el significado de un vocablo nuevo se aprende inmediatamente, pero que nombrar la palabra demora varios minutos en ser aprendido. También descubrieron que la integración de un término novedoso a la red de palabras conocidas puede tardar 48 horas.
Casi sin darnos cuenta, pasamos el día usando palabras. Nos valemos de las palabras para hablar, pero también para leer, escribir y pensar. Se calcula que a la edad de veinte años ya conocemos decenas de miles de vocablos. Después, a lo largo de la existencia y de manera constante, nuestro léxico se enriquece significativamente. Porque la vida social nos enfrenta permanentemente a términos que están en el diccionario y que ignoramos, pero también a neologismos, tecnicismos o extranjerismos.
De todo esto podría concluirse que los seres humanos somos buenos para aprender palabras. Pero, tan importante como aprenderlas es poder recordarlas cuando necesitamos usarlas. En este sentido, una pregunta que se hace la ciencia es de qué manera una palabra nueva se nos hace familiar.
Hace pocos años, Nexciencia daba a conocer las investigaciones que se efectúan en el Laboratorio de Neurobiología de la Memoria (LNM) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA para tratar de responder a esa pregunta. Aquella nota periodística daba cuenta de los intentos por dilucidar por qué, al aprender palabras nuevas, las personas recuerdan mejor el significado que el nombre de la palabra.
Ahora, un estudio que acaba de publicarse en la revista científica Neuropsychologia avanza sobre este asunto. Porque, mediante un original diseño experimental, el equipo de investigación del LNM consiguió analizar por separado ambos procesos de aprendizaje: el del nombre de una palabra nueva y el de su significado.
Palabras memorables
Para la neurobiología, las palabras son memorias de largo plazo que están almacenadas en el cerebro. Una propiedad de esas memorias de palabras es que son multidimensionales. Porque uno tiene que recordar un montón de cosas acerca de un vocablo. Por ejemplo cómo se escribe, cómo se pronuncia y cuál es su significado.
A su vez, cuando se aprende una palabra nueva, para recordarla tenemos que asociarla con otras palabras que ya conocemos. Por ejemplo, para el caso del nombre de un animal, debemos asimilar las características particulares de ese animal y, también, si es parecido a otros bichos que ya conocemos.
“Tratamos de comprender cómo hacemos los humanos para construir estas memorias de palabras. Para eso, estudiamos el camino que va desde que una palabra no se conoce hasta que se integra y se establece como una memoria consolidada”, explica María Eugenia Pedreira, investigadora del CONICET en el LNM.
El trabajo publicado en Neuropsychologia apuntó a develar cuál es el tiempo necesario para que las memorias de las palabras se consoliden, es decir, dejen de ser frágiles y puedan perdurar en el tiempo.
Para eso, el equipo del LNM diseñó una serie de experimentos con seres humanos que permitieron analizar la dinámica temporal de diferentes dimensiones de la memoria de palabras.
Así, por un lado, investigaron cuánto tiempo hace falta para que se consolide en nuestra memoria el significado de una palabra y, por otro lado, cuánto nos lleva consolidar el recuerdo de la forma de la palabra (el signo lingüístico). Además, las científicas y científicos del LNM estudiaron la duración del proceso por el cual una palabra nueva se integra a la red de palabras asociadas ya conocidas.
Los límites del aprendizaje
La investigación involucró a 153 voluntarios de ambos sexos. Todos ellos estudiantes y graduados universitarios de entre 18 y 30 años de edad.
En un primer experimento, a los participantes se les presentaba -de a una por vez- una serie de palabras inventadas, junto con su significado también inventado, acompañados ambos por la imagen de lo que se estaba nombrando (ver gráfico). Mediante un protocolo de familiarización con esas palabras y significados nuevos, las personas debían tratar de aprenderlos. Pero, durante ese proceso, el aprendizaje era interferido en diferentes momentos por una tarea equivalente: se les hacía aprender otra serie de palabras.
“Comprobamos que la memoria del significado de las palabras no es afectada por la interferencia”, revela Laura Kaczer, investigadora del CONICET en el LNM y primera autora del estudio publicado. “Pero también observamos que la memoria que tiene que ver con el recuerdo de la palabra en sí, de su forma, sí se ve afectada por la interferencia”, añade, y puntualiza: “La memoria de la forma de las palabras demora entre cinco y treinta minutos en volverse resistente a la interferencia”.
Dicho de otro modo: cuando conocemos un vocablo nuevo, si durante los primeros minutos algo “nos distrae”, corremos el riesgo de olvidarlo. En cambio, el significado de ese vocablo queda inmediatamente fijado en el recuerdo, “a salvo” del olvido.
“Esto confirmaría que se trata de dos memorias diferentes, y podría estar explicando por qué, a veces, tenemos una palabra ‘en la punta de la lengua’ y no la podemos decir, pero sí podemos decir otras palabras que expresan su significado”, acota Kaczer.
Red de palabras
Cuando incorporamos una palabra nueva a nuestro léxico mental, ésta “se ubica” dentro de una red de palabras relacionadas. Este fenómeno nos ayuda a “tener a mano” el conjunto de vocablos vinculados con un determinado tema.
De esta manera, por ejemplo, si estamos conversando sobre el clima, palabras como lluvia, viento o calor estarán más accesibles para su uso. Esto también nos permite estar preparados para escuchar esas palabras y comprender más rápido lo que se nos dice.
– ¿Cuánto tiempo precisa una palabra nueva para incorporarse a la red mental de palabras relacionadas?
– Nosotros vimos que las palabras nuevas interactúan con la red semántica de palabras preexistentes recién a las cuarenta y ocho horas, responde Kaczer.
Para llegar a este resultado, la investigadora se valió de la electroencefalografía, una técnica que permite identificar aquellos momentos en los que percibimos que una palabra es incongruente con lo que se viene diciendo.
Así, si escuchamos -o leemos- la frase “La ballena se movía por el mar”, el electroencefalograma no denunciará ninguna incongruencia. Pero, si se hace lo mismo con “La ballena se movía por la carretera”, producirá una señal intensa que indica que la palabra no se corresponde con el contexto de la frase.
En este trabajo, a los voluntarios se les hacía aprender una palabra nueva -inventada- como “gobiso”, cuyo significado -también inventado- es “delfín de río” y, luego, a diferentes tiempos, se les hacían escuchar palabras que podían estar relacionadas. Por ejemplo: “ballena”. “Se supone que ‘gobiso’, al almacenarse, va a interactuar con ‘ballena’. Y, efectivamente, vimos que eso ocurre, pero recién a las cuarenta y ocho horas”, señala Kaczer.
Hasta ahora, la mayoría de los estudios en esta área sugerían que las palabras nuevas se adquieren e integran rápidamente al léxico mental. “Nuestros experimentos estarían demostrando que el proceso lleva distintos tiempos. Primero se adquiere el significado y, al rato, la forma de la palabra nueva. Esto nos permitiría usarla, pero sería un aprendizaje ‘superficial’. El anclaje ‘profundo’ de esa palabra a la red mental llevaría un par de días”, ilustra Pedreira.
Para las investigadoras, conocer los tiempos que lleva el aprendizaje de las diferentes facetas de las palabras nuevas podría ser aprovechado en el ámbito educativo para mejorar la enseñanza de vocabulario.
El trabajo publicado en Neuropsychologia, que también firman Luz Bavassi, Agustín Petroni, Rodrigo Fernández, Julieta Laurino, Sofía Degiorgi, Ethan Hochman y Cecilia Forcato, fue financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica.