Palabras más, palabras menos
Al aprender palabras nuevas, las personas recuerdan mejor el significado que el nombre de la palabra. Es que el cerebro los procesa de manera diferente. Los investigadores utilizan la electroencefalografía para identificar los mecanismos cognitivos subyacentes. Los resultados podrían aplicarse en la educación.
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El diccionario de la lengua española cuenta con unas 88 mil palabras y, si bien es posible que no las conozcamos a todas, se supone que a lo largo de la vida llegamos a manejar decenas de miles. Además, todo el tiempo estamos aprendiendo nuevos vocablos; y cada día surgen neologismos, como dron, tuitear o googlear, entre otros.
Si bien en la infancia, al desarrollar el lenguaje, los niños aprenden un gran número de vocablos, es en la etapa adulta cuando el léxico se consolida, y el fenómeno continúa toda la vida. Pero ¿cómo se forma la memoria de los términos nuevos?
“Cada una de las palabras que usamos tuvo que ser aprendida, codificada y almacenada en nuestra memoria de largo término, lo que habla de una capacidad asombrosa, y una plasticidad muy grande del sistema, que se mantiene también en el adulto a lo largo de toda la vida”, afirma la investigadora Laura Kaczer, del Laboratorio de Neurobiología de la Memoria, en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, quien estudia la formación de memoria de palabras nuevas.
Para indagar esos procesos, los investigadores construyen, en el laboratorio, situaciones de aprendizaje de vocabulario. Convocan a voluntarios, a quienes se les enseña una serie de palabras nuevas (inventadas), cada una de las cuales está asociada a un significado representado mediante un dibujo.
El estudio se centra en una fase de la memoria, la consolidación, etapa en que el recuerdo se fija. Al respecto, se busca averiguar qué es lo que permite que una palabra permanezca en la memoria y pueda ser recuperada y empleada en forma correcta. Y qué pasa en esos momentos en que sabemos que conocemos la palabra, pero no la podemos decir, la tenemos en la “punta de la lengua”.
Significado y significante
“Queremos separar la memoria del significado de la del significante –la forma de la palabra–, y ver si tienen dinámicas distintas”, comenta la investigadora del CONICET, y agrega: “Lo que vemos es que a la gente le cuesta más aprender el nombre de la palabra que el significado”.
A los dos días de haber aprendido las nuevas palabras, los voluntarios vuelven al laboratorio y allí se evalúa cuánto recuerdan. En ese momento, muchas de las palabras aprendidas fueron olvidadas, las pueden reconocer pero no las pueden decir. Sin embargo, el significado está presente. “Es posible que el significado se incorpore en una red preexistente, a una memoria semántica”, afirma Kaczer, que pertenece al IFIBYNE (instituto UBA-CONICET).
Lo que se busca es determinar si la capacidad de recordar vocablos nuevos tiene alguna característica que la distinga de otras memorias asociativas. “También queremos entender los correlatos cerebrales que subyacen al proceso cognitivo que estudiamos, para ello emplearemos electroencefalografía”, anticipa la investigadora.
Mediante electrodos colocados en el cuero cabelludo de los voluntarios es posible medir, de modo indirecto, la actividad eléctrica de la corteza cerebral, pues se conoce un número de potenciales eléctricos que son característicos de determinados procesos cognitivos. Por ejemplo, si el cerebro se enfrenta con una palabra que no se corresponde con el contexto en que aparece, genera una señal con ciertas características. De este modo, es posible determinar que la persona está procesando ese significado.
Palabras y contextos
Si la persona lee la frase “Tomo el café con crema”, cuando llega a la palabra “crema”, la señal eléctrica es muy tenue. Ahora bien, si la oración dice: “Tomo el café con zapato”, se genera una señal muy intensa que indica que la palabra no se corresponde con el contexto de la frase.
“Mediante estas herramientas, se puede averiguar de qué modo y en qué orden se procesa la información”, detalla Kaczer. Estas investigaciones podrían extrapolarse al aprendizaje de palabras en otro idioma. No obstante, no es lo mismo incorporar palabras nuevas en la lengua materna que hacerlo en otro idioma, pues, en este último caso, es necesario incorporar cuestiones fonológicas nuevas, entre otros aspectos.
“La idea es, en un futuro próximo, volcar nuestros resultados en el ámbito educativo, pues hay herramientas que se pueden usar para mejorar la enseñanza de vocabulario”, adelanta la investigadora. De hecho, existen programas en Internet para aprender idiomas, que emplean herramientas de neurobiología de la memoria. Por ejemplo, hay un cronograma de prácticas para lograr que el recuerdo de las palabras aprendidas sea más duradero, y ello se vincula a hallazgos de investigación en que se vio cuánta ejercitación era necesaria para aprender una palabra y usarla, y luego revertir el olvido que pudiera acontecer.
A partir de los resultados obtenidos hasta ahora, Kaczer considera que “dado que la consolidación del significado parece diferir de la del significante, la memoria de palabras nuevas tendría características diferentes de otras memorias asociativas, pues el significado se adquiere muy rápidamente, y es poco susceptible de ser interferido por otra tarea similar”.
Señales
La técnica de potenciales evocados permite detectar en tiempo real la actividad de una población de neuronas, es decir, de muchas que disparan a la vez, frente a un determinado estímulo, como por ejemplo al leer una palabra. La información que generan las distintas zonas del cerebro frente a este estímulo funciona como una huella de un proceso cognitivo. “Usamos estas huellas como herramientas para estudiar cómo se procesan las nuevas palabras”, dice la investigadora.
“El uso de herramientas de la neurobiología de la memoria en el estudio del lenguaje puede resultar muy útil para entender cómo aprendemos nuevo vocabulario y aplicarlo en el campo de la enseñanza”, confía Kaczer.