Bajo fuego
Sequía, bajante histórica del Paraná, COVID-19 y, especialmente, la acción humana, son los principales factores de los casi 25 mil focos que se registraron en la zona este año. Actualmente, los incendios pasan por su peor momento y ya afectaron a un veinte por ciento de la superficie total del Delta.
“Hace ocho meses que se está quemando pero, actualmente, estamos en el peor momento de los incendios en el Delta”, dice Roberto Bó, director del Grupo de Investigación en Ecología de Humedales (GIEH) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. “Hasta el 23 de agosto se registraron más de 24.700 focos desde principio de año. La última semana fue récord, hubo 6.200. Y en un solo día, 1.400. Esto abarca el 19,9 % de la superficie total del Delta”, agrega en base a estudios de monitoreo satelital del Museo Regional de Ciencias Naturales A. Scasso.
Llamas, devastación, humo, son la cara visible de estos sucesos que “cada vez son más frecuentes. En parte -señala- por causas naturales pero, fundamentalmente, por la acción humana”. También se agrega un elemento nuevo. “Además de la sequía y la bajante de los ríos, estos eventos, claramente, fueron potenciados por la COVID-19 porque hizo que hubiera menos circulación, menos control, y que se produjeran estos fuegos de origen antrópico non sancto”, indica.
Distintos componentes se han sumado para dar lugar a un récord histórico en cuanto a la magnitud del área dañada, que hoy alcanza a la quinta parte del Delta. “El gran incendio de 2008, que era el más importante hasta ahora, había afectado un 11 % de la superficie, según estimaron Patricia Kandus, Natalia Morandeira y Priscilla Minotti”, compara Bó. En otras palabras, el actual suceso casi duplica la marca histórica vivida hace doce años y siempre limitándose al sector isleño. “En este caso, no estamos contando la zona de Diamante hasta Resistencia, donde -aclara- está pasando lo mismo. El fuego no sólo está afectando al Delta sino a todo el valle aluvial del Paraná, hasta el norte de Santa Fe y sur de Chaco”.
Las llamaradas avanzan acompañadas, en parte, por otras marcas extremas. “En este particular momento se sumaron condiciones excepcionalmente dramáticas o anómalas como la principal bajante de todos los ríos de la cuenca del Paraná en los últimos 40 años, más un período de seca por déficit de precipitaciones desde fines del año pasado”, puntualiza.
Si bien hay razones naturales, Bó remarca que, a su criterio, la principal responsable de encender la mecha de este infierno es la acción humana. En parte, se hace arder el paisaje isleño para despejar el pajonal y abrir paso para diversos emprendimientos. “Sin duda, hay productores ganaderos que iniciaron fuegos y se les fueron de madre por la particular situación ambiental. Seguramente debe haber algún pescador o cazador involucrado. Pero también están presionando en la zona y, en lo que sería el estratégico valle aluvial del Paraná, otras cuestiones importantes relacionadas con intereses inmobiliarios, portuarios, energéticos, incluso hasta agrícolas. Creo que hay algún tipo de maniobra del tipo: ‘si hago bolsa todo y todo está mal, ahora dejame hacer lo que quiero’. Me parece que hay una mezcla de todo eso”, resume.
El proceso de variar el uso del suelo data de varias décadas, evalúa Bó: “Esto tiene que ver con un cambio productivo que viene desde los años 90: el modelo exportador, la agriculturización, la sojización, incluso los barrios privados, todas estas cosas que estuvieron pasando en los últimos años, afectando en forma indirecta o directa a los humedales del Delta”.
Al momento, el cuadro es dantesco. “Más allá del esfuerzo de mucha gente que trabaja para apagar el fuego, ya no se puede hacer mucho. Como los arroyitos que antes estaban dentro de la isla y cortaban el fuego ahora están secos, las llamas pasan de largo”, describe, y agrega: “Yo diría que sigue habiendo gente que continúa quemando porque, si no, no se entiende todo esto”.
Magnitud del daño
El Delta del Paraná es un gran sistema de humedales que abarca unos 17.500 km2, territorio compartido por Entre Ríos, Buenos Aires y Santa Fe. Sus servicios al ecosistema son diversos: suministrar alimentos, albergar una rica biodiversidad y almacenar carbono, entre muchos otros.
¿Cómo afectarán estos fuegos a este ambiente? “Dependerá -contesta Bó- de su intensidad. Si la magnitud es muy importante y llega hasta los rizomas (una especie de tallos subterráneos) y raíces de los juncos y otras típicas especies vegetales de las islas, la capacidad de recuperación será menor”.
Otra característica de esta zona son sus suelos, distintivos por su abundante materia orgánica. “Si esa capa se quemó y llegó hasta la capa arcillosa, obviamente será menos productivo como sustrato. Además, el material que se convierte en ceniza tiene una alta sensibilidad a la erosión por viento y agua. La destrucción -subraya- es bastante importante. Lo mismo ocurre con la fauna del Delta, que tiene estrategias para soportar la inundación pero no tanto el fuego”.
La historia reciente mostró algunas de las consecuencias, según estudios realizados en el Laboratorio de Ecología de Humedales de Exactas UBA, luego del gran incendio de 2008. “Vimos un cambio notorio en aves que anidan en el suelo: gallaretas, gallitos de agua, etcétera. En tanto, aves grandes como garzas o cigüeñas, que tienen la posibilidad de emigrar, se fueron y volvieron en cantidades importantes muchos años después. Asimismo, hubo una invasión de ratas coloradas que pensamos estuvo relacionada con la ausencia de depredadores naturales porque habían muerto quemadas todas las víboras y otros competidores naturales”, observa.
La posibilidad de recuperación dependerá de cuál haya sido la magnitud de los incendios que azotan a cada una de las zonas o ambientes del humedal. “Hay plantas y animales más o menos resilientes, con mayor o menor capacidad de recuperarse ante un disturbio. Un pajonal se recupera de forma natural más fácilmente que un bosque en galería, pero depende de la intensidad de los fuegos”, grafica.
Igual, sin ahondar en cada caso en particular, en el futuro se requerirá de una mano de la naturaleza. “Más allá de todos los esfuerzos que hagamos en la restauración, necesitamos que el Paraná ejerza su efecto natural restaurador, porque con sus crecientes trae nutrientes, semillas, larvas de peces, etcétera, que ayudan a reciclar el sistema. Y, también, necesitamos que vuelva a llover pronto y mucho”, evalúa.
Mientras tanto, Bó y los integrantes del GIEH, no se detienen en sus estudios sobre cómo funcionan los humedales del Delta para colaborar en la toma de decisiones para la preservación y restauración. Como equipo científico, desde 2012 brindan sus conocimientos para diseñar la “Ley de Humedales”, que logró media sanción del Congreso de la Nación pero no completó su aprobación en ambas cámaras. “Ahora, está de nuevo en tratamiento legislativo. Hay muchos proyectos. La idea es que tomemos todos y hagamos uno solo y superador. Necesitamos hacer una buena ley de una vez por todas. No tengo dudas de que una legislación específica es un paso básico que evitaría o reduciría muchísimo el desastre, del cual va a costar recuperarse cuando finalice todo esto. Porque, lamentablemente, no terminó. Estamos en el peor momento”, concluye.