La culpa no es de la vaca
El último informe especial del IPCC puso el foco sobre la importante contribución que la ganadería realiza al calentamiento global. Incluso sugirió que una disminución del consumo de carne vacuna ayudaría a mitigar este fenómeno. La ganadería es una actividad tradicional y emblemática en nuestro país. Frente a esta realidad, ¿qué actitud deberían adoptar los ganaderos argentinos? ¿Se pueden incorporar nuevos sistemas de producción económicamente viables y sostenibles desde el punto de vista ambiental? Es más: ¿Qué futuro tiene la actividad si no se reconvierte?
“Las dietas equilibradas basadas en alimentos de origen vegetal (como cereales secundarios, legumbres, frutas y verduras) y alimentos de origen animal producidos de forma sostenible en sistemas que generan pocas emisiones de gases de efecto invernadero presentan mayores oportunidades de adaptación al cambio climático y de limitación de sus efectos”.
Este párrafo, que forma parte del último informe especial del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), publicado en agosto pasado, y que lleva por título: El cambio climático y la tierra, desató un verdadero vendaval de notas periodísticas, muchas de las cuales lo presentaban, de manera un tanto rústica, como si el IPCC instara a comer menos carne vacuna como solución al calentamiento global.
“Realmente me parece que hubo una exageración”, se planta Miguel Taboada, director del Instituto de Suelos del INTA y uno de los tres autores argentinos del informe del IPCC. Y completa: “Es cierto que el informe sale con un fuerte mensaje de ir a cambios de dieta. Pero se evaluaron ocho dietas, seis de las cuales contienen carne y son sostenibles por su reducción de emisiones y buenas para la salud. Pero acá, la gente lo tomó como que no había que consumir carne vacuna. Eso generó preocupación en Argentina, como país productor de carne y, en alguna gente, mucho malhumor”.
Pero, más allá de estas necesarias precisiones, lo concreto es que el documento precisa que la agricultura, la ganadería y la deforestación contribuyen al cambio climático generando, a nivel global, el 23 por ciento de las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero (GEI). Si se observa la situación específica de nuestro país, esa proporción se eleva hasta alcanzar el 39 por ciento, de acuerdo al Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero. En tanto, la ganadería por sí sola es responsable de poco más del 20 por ciento de las emisiones totales de nuestro país.
“Ahora mucha gente pone el acento en el sector agropecuario pero no nos olvidemos de que el gran emisor de GEI en el mundo es el sector energético -precisa Taboada-. Ahora bien, vamos a aclarar, la ganadería de rumiantes contribuye al calentamiento global por la emisión de metano debido a la fermentación entérica. Al rumiar estos animales emiten metano y eso está muy influenciado por el tipo de alimentación. Con una alimentación más basada en celulosa, en lignina, con poca proteína se emite mucho metano. Básicamente es eso. A su vez, la ganadería en pastoreo emite óxido nitroso por la orina y las deyecciones sólidas que entran en los suelos. El manejo del estiercol también emite GEI. La ganadería también es un agente importante en el cambio de uso de la tierra, por deforestación y pérdida de pastizales. Todas estas cuestiones llevan a que se considere que si hacemos un cambio de dieta consumiendo menos carne roja, que es lo que siempre dijeron los médicos, yendo a dietas de tipo mediterráneo, más basadas en verduras, legumbres, alimentos de mar, no sólo vamos a ir hacia sistemas más saludables para el ser humano sino también con menor huella ambiental, huella hídrica y huella de carbono. Eso no quita que, en realidad, el informe no dice que no hay que hacer ganadería sino que propone ir hacia sistemas ganaderos más sostenibles, donde la producción no se base, para empezar, en cambios de uso de la tierra, ni en procesos de deforestación. Ya con eso estamos eliminando un tema muy importante. Y en lo que hace a la emisión de metano, hay que ir a sistemas que minimicen estas emisiones con alimentos de mejor calidad.
– ¿Qué significa para nuestro país ir hacia un sistema ganadero más sostenible?
– Significa que haya índices de productividad más altos, ir bajando las emisiones por cabeza de ganado. La agricultura argentina en 30 años octuplicó su producción. Pasamos de 25 millones a 140 millones de toneladas de granos por año. La ganadería argentina, en cambio, sigue en el siglo XIX. Dicho muy simplemente, en ganadería, una vaca de cría está en el campo y su productividad pasa por producir un ternero por año. Una vaca que tenga problemas de preñez o de destete, es una vaca que está en el campo sin producir nada. Emite y no produce. Como dicen algunos agrónomos: hacen turismo en el campo. Y hoy seguimos con el 50 o 60 por ciento de índice de preñez y de destete. El promedio nacional está atrasadísimo. Por otro lado, en la vaca que está para engorde y ser llevada a faena, su emisión se minimiza con alimentos de mejor digestibilidad. Es decir, con más cantidad de proteína y de almidón, y menor cantidad de fibras, que tengan que ver con celulosa y lignina que son los que producen más metano. Eso implica menos pasto duro, más alfalfa y suplementos. En la medida que tengamos mejor alimentación animal y mejor sanidad vamos a tener mejores índices de producción y vamos a mitigar estas emisiones. Además, hay que mejorar el manejo de los pastizales. Todo lo que es sistema de pastoreo continuo, sin descanso, donde el animal camina y camina, gasta mucha energía y accede a pastos poco tiernos, termina generando mucho metano. Con eso estoy diciendo que mitigar no implica hacer nada sofisticado, simplemente es hacer bien las cosas.
– ¿Hay conciencia entre los productores ganaderos sobre este problema y sobre la necesidad de hacer cambios en la producción para mitigar estos efectos?
– Entramos en una cuestión muy opinable, pero yo creo que no. Es más, cuando salió el informe, en una nota periodística yo dije: “espero que los ganaderos no se enojen pero el informe dice que habría que consumir menos carne vacuna”. Y muchos ganaderos que me conocen se enojaron mucho conmigo. Hay muchas reacciones del tipo “matemos al mensajero” en el sector. Yo, la impresión que tengo, es que, nos guste o no nos guste, el mundo está cambiando y el consumidor tiene otras demandas. Yo creo que la Argentina debería plantearse cómo amoldarse a esto, en lugar de reaccionar como si hubiera un ataque o una persecución. Y, por otra parte, la realidad es que nuestros sistemas productivos deben ser mejorados. Si bien hay ganaderos que hacen muy bien las cosas, en promedio, en el país, estamos con índices de productividad bajísimos. Quiere decir que hay zonas de país donde las cosas se hacen muy mal. Yo creo que en lugar de reaccionar de manera tan reactiva habría que ser un poco más inteligente y aprovechar la oportunidad para cambiar, para certificar sistemas de producción e ir a ofrecer lo que el mundo quiere.
– ¿Piensa que en un futuro muchos países para comprar carne van a exigir un sello que certifique que el animal ha sido producido con baja emisión de carbono?
– Van a exigir, no. Ya ocurre. No digo en ganadería, hablo en general. Los países del mundo se dividen en cuanto a sus requerimientos de trazabilidad en aquellos con requerimientos progresivos -la Unión Europea y, mucho más, los países nórdicos-, países con requerimientos moderados -como Japón, creo que Canadá, Estados Unidos-, y países con requerimientos regresivos o sin requerimiento de trazabilidad -claramente el sudeste asiático-. Argentina tiene la fortuna de que gran parte de la producción la está dirigiendo hacia países que no tienen requerimientos de trazabilidad. Por ahora. Pero todo productor que quiere entrar a la Unión Europea, necesariamente tiene que entrar con determinados sellos. En lo que es ganadería, sí o sí, buen trato animal. Esto llevó a muchos frigoríficos a estar sometidos a revisiones, a vigilancias y a sistemas de calidad, normas ISO y todo eso. Eso ya existe. Entonces, en la medida en que el mundo endurezca estos requerimientos, Argentina va a tener que ir cambiando. Para que tengas una idea, en un supermercado europeo, vas a ver que en cualquier paquete de café que venga de Kenia, de Etiopía, de Costa Rica, de Egipto, está lleno de sellos: “ambientes no deforestados”, “trabajo no esclavo” y unas cuantas cosas más. Si no tienen esos sellos, no los venden. A cualquier productor de cacao que entre con chocolate a Europa le pasa lo mismo. Aquellos productores que se manejan en estos mercados de exportación ya están acostumbrados a esto y saben que si no, no pueden trabajar. Acá, me parece que los productores están poco acostumbrados a estas cosas.
– Es decir que tarde o temprano la ganadería argentina va a tener que adaptarse si quieren seguir exportando.
– Sí, si no, nuestro destino va a ser vender productos de bajo valor hacia esos lugares de bajos requerimientos. La carne argentina sigue siendo top en el mundo, por eso tenemos que hacer bien los deberes. Ya una vez pasó algo muy grave: en 2001 perdimos mercados por haber mentido con el tema de la aftosa. Cuando eso se descubrió, salimos de los mercados durante muchos años. Ahora eso no está sucediendo pero me parece que si en Argentina no vamos hacia otros sistemas de comercialización y de cuidado animal, nos vamos a quedar con mercados de menos exigencias pero de menos valor.
– Eso significa que más allá de la cuestión ambiental, la necesidad de modernizarse va a pasar por una exigencia económica.
– Exacto. Y otro tema clave es cómo nos plantamos como país. “Carne argentina” es una marca país, si empezamos a no defender eso, vamos mal, en serio. La ganadería argentina debiera ir a sistemas de certificación, de trazabilidad. Argentina tiene que actuar como los buenos vendedores, es decir, el cliente siempre tiene razón. Veamos qué quieren y tratemos de amoldarnos.