Cambio climático

Mejor los bosques nativos

Al comparar la proporción de dióxido de carbono que captan y la cantidad de agua que devuelven a la atmósfera, el bosque subtropical del Parque Nacional Iguazú supera a las forestaciones de pinos y eucaliptos de la misma región. Por lo tanto su aporte es mayor en la lucha contra el calentamiento global.

12 Jul 2017 POR
Bosques subtropicales húmedos del Parque Nacional Iguazú Foto: Gabriel Rocca. Exactas Comunicación.

Bosques subtropicales húmedos del Parque Nacional Iguazú Foto: Gabriel Rocca. Exactas Comunicación.

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Se ha afirmado que los bosques son los pulmones del planeta, porque son capaces de capturar el dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero. Es por ello que la forestación con pinos y eucaliptos se ofrece como una medida para frenar el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera. Así, las plantaciones de árboles de una única especie terminan reemplazando otros ecosistemas, como un pantano o un pastizal. Sin embargo, la capacidad de capturar dióxido de carbono que posee un bosque implantado de una sola especie no puede superar a la de un bosque nativo.

Los bosques subtropicales húmedos que forman parte del Parque Nacional Iguazú son capaces de secuestrar dióxido de carbono en forma pareja todo el año, mientras que las forestaciones con pinos o eucaliptos, en la misma región, no lo hacen con la misma constancia. Esta conclusión surge de un estudio realizado por investigadores del Laboratorio de Ecología Funcional de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, que dirige Guillermo Goldstein.

Las forestaciones de eucaliptos son menos eficientes que los bosques nativos para atrapar el dióxido de carbono.

Las forestaciones de eucaliptos son menos eficientes que los bosques nativos para atrapar el dióxido de carbono.

“Observamos que los bosques nativos secuestran una alta cantidad de dióxido de carbono, casi en forma constante durante todo el año, con bajas leves en el invierno. Y lo comparamos con la captación en distintas forestaciones, como la de pino, que es la principal en Misiones, y las de eucalipto y araucaria, esta última, una especie nativa”, relata Piedad Cristiano, investigadora en el mencionado laboratorio de Exactas UBA y primera autora del trabajo que se publicó en Forests. Y destaca: “Si bien las forestaciones estudiadas, a los tres o cuatro años de ser implantadas, alcanzan su máximo potencial de absorción de dióxido de carbono, ese valor siempre está por debajo de los bosques nativos”.

La clave parece residir en la diversidad que presenta el bosque nativo. En efecto, algunas especies, al perder sus hojas en invierno, disminuyen la fotosíntesis y, por ende, la absorción de dióxido de carbono. Pero hay otras especies, por debajo del dosel, que en esa etapa pueden acceder a la luz y aumentar sus tasas de fotosíntesis. De hecho, algunas especies tienen mayor concentración de clorofila en invierno que en verano. De este modo, la tasa general de asimilación de dióxido de carbono puede mantenerse constante a lo largo del año.

Devolver agua a la atmósfera

Los investigadores también compararon el comportamiento de bosques nativos e implantados en cuanto a la cantidad de agua que devuelven a la atmósfera, analizando la evapotranspiración, que incluye dos procesos: la transpiración, o eliminación, a través de las hojas, del agua que la planta toma del suelo y emplea en sus procesos biológicos; y la evaporación, que es el paso a estado gaseoso del agua de lluvia que ha quedado retenida en el dosel o en el suelo.

Los investigadores hallaron que el bosque nativo devuelve más agua a la atmósfera, lo cual era esperable dado que, al haber más fotosíntesis, también hay mayor pérdida de agua.

Estos resultados se contraponen al saber general: “Se creía que las forestaciones, en particular las plantaciones de pinos y eucaliptos, transpiran mucho, en comparación con otros sistemas. Y nosotros vimos que, en realidad, tanto el bosque nativo como las forestaciones, evapotranspiran una cantidad de agua similar por hectárea”, asegura la investigadora.

No obstante, si se considera que, en una misma superficie, el bosque implantado posee una mayor densidad de árboles, la cantidad de agua devuelta a la atmósfera por el bosque nativo es mayor.

Guillermo Goldstein y Piedad Cristiano.

Guillermo Goldstein y Piedad Cristiano.

“En el bosque nativo hay árboles que consumen mucha cantidad de agua, pero hay menos árboles por hectárea que en las forestaciones. En estas últimas, la densidad de ejemplares plantados es mucho mayor y, aunque consuman menos agua por individuo, la cantidad total de agua que va a la atmósfera es similar a la del bosque nativo. De este modo, “en este ecosistema, el bosque nativo es el que más agua estaría devolviendo a la atmósfera”, destaca Cristiano.

Región pampeana

En un área donde llueve mucho, como la de Misiones, el agua no es un problema. Por consiguiente, es importante que sea devuelta a la atmósfera para cerrar el ciclo, porque, si no pasa a la atmósfera, esas aguas vuelven a los ríos y pueden arrastrar sedimentos, contribuyendo a la erosión del suelo.

El problema surge cuando se reemplazan especies nativas por forestaciones en zonas donde llueve menos, como la región pampeana; allí se plantaron bosques para promover el secuestro del carbono. Sin embargo, según señala Cristiano, “los árboles toman mucha agua de profundidad, donde las especies herbáceas nativas no acceden, y en ese proceso concentran las sales en la capa freática, es decir, los bosques implantados contribuyen a vaciar las aguas profundas y salinizar los suelos”.

En resumen, al menos en la provincia de Misiones, el bosque subtropical nativo le saca ventaja a los bosques implantados: secuestra más dióxido de carbono y devuelve más agua a la atmósfera en un ecosistema donde las precipitaciones son muy abundantes. Un dato nada trivial a la hora de pensar en reemplazar especies nativas por forestaciones.