Las emisiones de la tierra
¿De qué manera contribuye la producción agrícola al calentamiento global? ¿Cuáles son las claves que hacen que la tierra se convierta en fuente o sumidero de carbono? ¿Cómo salir del círculo vicioso de cambio climático y degradación de los suelos? Uno de los autores argentinos del último informe del IPCC que recorre todas estas cuestiones, comenta y opina sobre su contenido, y además, señala qué caminos debe recorrer nuestro país para avanzar hacia una agricultura “climáticamente inteligente”.
“Las tasas de explotación de la tierra y el agua dulce de las últimas décadas no tienen precedentes. La degradación de la tierra socava su productividad, limita los tipos de cultivos y merma su capacidad de absorber y almacenar carbono. Esto exacerba el cambio climático lo que, a su vez, provoca degradación de la tierra en muchas regiones. El cambio climático y la degradación de la tierra se conectan en un círculo vicioso”, estas son algunas de las definiciones que expone el informe El cambio climático y la tierra elaborado por Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). El trabajo concluye en que un cuarto de la superficie continental que no está cubierta por hielos está degradada y en situación crítica.
Los expertos hacen un llamado urgente al señalar que la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero de todos los sectores, incluido el de la tierra y el alimentario, es el único modo de mantener el calentamiento global por debajo de 2°C. Y aseguran que una mejor gestión de la tierra juega un papel importante para enfrentar este problema.
El informe calcula que el sector productor de alimentos (agricultura, ganadería y silvicultura) y la deforestación contribuyen con el 23% de las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero (GEI). Ese número, en nuestro país, tradicional productor de materias primas de origen agropecuario, trepa al 39%. Si bien buena parte de las emisiones corresponden a la ganadería, la agricultura produce 12 puntos de ese total y, otros 12, son producto de la deforestación y la silvicultura.
Es importante señalar que esas emisiones se originan, en buena medida, del mal manejo de los suelos con prácticas que abarcan, entre otras, la expansión del monocultivo, la sobrefertilización, la deforestación, la agriculturización o el pastoreo de tierras vulnerables. Estas malas prácticas, no solo aumentan la presencia de gases de efecto invernadero en la atmósfera, sino que también provocan la degradación de los suelos.
Todo esto ocurre en nuestro país en el marco de una multiplicación de la producción de granos, que pasó de 30 millones de toneladas a 140 millones de toneladas en un lapso de 30 años. “En Argentina hay unas 100 millones de hectáreas que ya están erosionadas, con mayor o menor gravedad”, asegura el Miguel Taboada, director de Instituto de Suelos del INTA y uno de los tres autores argentinos del informe del IPCC. Y agrega: “El mal manejo del suelo provoca un desbalance de nutrientes. Son nutrientes que surgieron de los ciclos geológicos hace millones de años y si se los lleva el cultivo y te los comés, no se reponen más que con fertilizantes. La agricultura y la ganadería vienen haciendo una minería de los suelos”.
Taboada fue invitado a dar una charla por el Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, para que comente los alcances del informe del IPCC y opine acerca del futuro de la situación agropecuaria en nuestro país. Finalizado el encuentro, el experto mantuvo un extenso diálogo con NEXciencia.
– ¿Cuáles son las principales emisiones que genera la agricultura que contribuyen con el cambio climático?
– El informe señala que el 23% de las emisiones de GEI provienen del sector agropecuario. Dentro de eso, una parte importante es metano y otra es óxido nitroso. El metano tiene varias fuentes de emisión, una muy importante es la ganadería; otra los arrozales, el derretimiento de permafrost y el desecamiento de humedales. O sea que no podemos vincular al metano con la agricultura. El óxido nitroso sí, es el gas de la agricultura por antomasia. En la mayor parte del mundo su principal fuente de emisión es el nitrógeno que entra como fertilizante: urea, amoníaco anhidro, etc. En muchos países del mundo se sobrefertiliza con nitrógeno. Esa situación no sucede en Argentina. Que quede claro, tajante, no sucede en Argentina. Como todavía tenemos suelos muy ricos en materia orgánica, el nitrógeno viene de nuestro suelos. El grueso de las emisiones de óxido nitroso viene de los residuos de los cultivos -rastrojos de soja, maíz, trigo- y de la orina de los animales en pastoreo. Por eso, la solución para nosotros no es fertilizar menos, como alguna gente piensa.
– El sistema de siembra directa ¿es una herramienta eficiente para mitigar las emisiones?
– En nuestro país más del 90% del área cultivada está bajo siembra directa. Eso no pasa en el resto del mundo. En general, se considera que el potencial de la siembra directa para mitigar el cambio climático está sobreestimado. Hay varios papers que lo afirman. Pese a todo, la siembra directa es muy buena para proteger los suelos porque, mientras se haga bien, deja los suelos con un colchón de residuos que lo protegen contra la lluvia y el viento. Le pone un freno a la degradación. Ahora, para mitigar el cambio climático habría que lograr una siembre directa que sea capaz de fijar mucho carbono atmosférico y meterlo en los suelos. Pero, en general, lo que uno hace son cultivos y el carbono me lo llevo en la cosecha. ¿Qué quiero decir con esto? Que por mejor que la haga es muy difícil lograr un balance positivo de carbono. Además, con siembra directa estamos agregando fertilizante que es una fuente de emisión de óxido nitroso. No estoy defenestrando la siembra directa, para nada. Simplemente creo que nos equivocamos si la proponemos como método para mitigar.
– ¿Qué dice el informe en relación con los cultivos bioenergéticos que en su momento se presentaron como una opción muy prometedora para mitigar?
– El informe pone luces amarillas sobre este tema porque, si bien podrían llegar a reemplazar energía fósil, lo cierto es que para producirlo también se usa energía fósil. Además, está el peligro de que los cultivos de bioenergéticos se transformen en una competencia con las tierras destinadas a la producción de alimentos. En Argentina no percibimos ese riesgo porque no nos faltan tierras. Pero hay países densamente poblados donde puede haber multinacionales muy agresivas que compren tierras con ese fin y resten tierras para alimentos o, incluso, fomenten un proceso de deforestación. Ahí aparecen luces amarillas muy fuertes. En todo lugar donde esto implique avanzar sobre áreas de cultivo, o de bosques con pérdida de biodiversidad, no está recomendado. En cambio, es una opción interesante en lugares donde esto no suceda, por ejemplo, utilizando residuos de caña o de maíz sin comprometer la cobertura de los suelos.
– En cuanto a la reforestación, ¿hasta dónde puede colaborar en la mitigación del cambio climático?
– Habría que caracterizar bien de qué estamos hablando. Una cosa es el mantenimiento de los bosques naturales y su mejoramiento, lo que no merece objeciones de ningún tipo. Otra cosa son las plantaciones comerciales de eucaliptos y pinos. ¿Qué pasa con esto? Son almacenes de carbono temporarios sobre la tierra. Carbono en madera que cada 12 ó 15 años se talan. Ahí no es que el carbono me queda para siempre arriba de la tierra como un bosque natural. Cada tanto cosecho. No es que sea malo, es la realidad. Dentro de las plantaciones comerciales hay dos escenarios: uno es que eso se haga donde había un bosque natural. Ejemplo: el pino ellioti en Misiones está remplazando a la mata atlántica que era un bosque natural que estaba siempre. Ahí, si uno lo compara con la situación original, es una pérdida de carbono. El otro escenario es el que se da en Uruguay, que tiene un proyecto nacional, que es la producción de pasta de eucalipto para hacer papel. El tema es que las plantaciones forestales se están haciendo, en general, sobre los suelos más pobres que tienen, que no son aptos para cultivos pero que son suelos que pertenecían a la provincia fitogeográfica de pastizales del Río de la Plata. Con lo cual, estamos poniendo bosques en lugares donde había pastizales. Técnicamente eso es ganar carbono, pero el tema merece algún tipo de objeción y está muy en debate, porque esta situación puede generar, en algunos lugares, un compromiso hidrológico. Esto se debe a que en un lugar donde había una comunidad herbácea, con raíces que llegan hasta los cuatro metros, uno, de golpe, está incorporando otra especie, con otro patrón de consumo de agua y eso en muchos lugares está asociado a procesos de salinización de suelos, como pasa en la depresión del Salado, o a una fuerte acidificación de suelos, como pasa en Uruguay. De ninguna manera estoy diciendo que no hay que hacerlo, lo que digo es que no son panaceas y que todo tiene sus pro y sus contras. Todo tiene un compromiso ambiental que hay que evaluar. Finalmente, están aquellos sistemas de manejo integrado de bosques, silvopastoril o agrosilvopastoril, donde en la medida en que salgamos de un esquema de agricultura continua, pueden ser realmente muy favorables para ganar carbono y para la biodiversidad.
– ¿Usted sostiene que, en el ámbito de la agricultura, para mitigar las emisiones no es necesario recurrir a herramientas pretendidamente novedosas de resultados inciertos, sino que es más eficiente utilizar técnicas de buen manejo que se conocen hace mucho?
– Básicamente es así. Se trata de hacer un primer paso hacia sistemas de producción más diversos, sistemas integrados de agricultura y ganadería, o agrosilvopastoril, manejo integrado de bosques, que incluyan hasta certificación. Esto implica más presencia de gente en los campos, cosa que en Argentina hemos perdido. Una gran parte de la agricultura argentina, el 60 ó 70 por ciento se maneja bajo arriendo. La gente se mudó a los pueblos, alquila los campos y recibe sus ingresos. Sistemas más diversos requieren que la gente vuelva a vivir en los campos pero, muchas veces, la gente no quiere porque está más cómoda en el pueblo. Lo digo sin desprecio, es entendible. Peor aun, muchos de esos arriendos son contratos en negro, anuales, que están muy sujetos a los valores que fija el mercado en cada momento, y eso favorece mucho el monocultivo de soja. Entonces, lo que hay que hacer no es nada sofisticado, pero generar ese cambio implica complicarse la vida.
– Frente a este panorama, ¿cuáles serían las dos o tres líneas de acción prioritarias que recomendaría llevar adelante en el país?
– Tendríamos que ir hacia una agricultura climáticamente inteligente con esquemas de trazabilidad de buenas prácticas de manejo del suelo y de uso de agroquímicos, y certificación de capturas de carbono. Porque tampoco se puede pretender que un productor pierda plata o haga las cosas porque cree en el cuidado del ambiente. Es una actividad que se mueve por dinero. Me parece que hay que generar una actividad que agrande la canasta del productor y uno de esos productos puede ser el carbono, en un marco en el cual Argentina genere una marca país de agricultura sustentable como hace Chile, por ejemplo. Eso nos va a permitir entrar a mercados con más requerimientos. Hay que implementar una estrategia de marca país donde el manejo del carbono para mitigar el cambio climático debe ser una de las variables que hay que tener en cuenta. Es decir, que el que haga bien las cosas tenga un ingreso adicional.
– ¿El mundo le va a empezar a exigir que Argentina produzca de esa manera?
– Sí, pero ojo, hay mercados de carbono en el mundo que ya pagan por esto. Entonces, un productor que haga bien las cosas, no sólo va a tener mejores rendimientos y mejores productos, sino que podrá cotizar sus bonos en un mercado. Me parece que tendríamos que avanzar en esa dirección. Nuestro país debería plantarse y decir: “Argentina no deforesta más”. Y no permitir que haya provincias que se hagan las distraídas con la Ley de Bosques. En Argentina tenemos que proteger nuestra diversidad, nuestras reservas de carbono y tratar de apuntar a producciones cada vez más eficientes donde estamos, producir más y mejor. No es nada sofisticado eso. Y el incentivo debería ser el ingreso a nuevos mercados que exigen más trazabilidad.