Materiales didácticos del siglo XIX

La naturaleza en yeso y papel maché

Las colecciones de recursos didácticos que albergan colegios nacionales y universidades, compradas a fines del siglo XIX y principios del XX, hablan de la historia de la educación y las ideas en el país. La conservación y valoración de ese patrimonio es hoy una misión de los docentes, quienes aún los emplean en sus clases.

1 Ago 2014 POR

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Flores de papel maché con un tamaño cinco veces más grande que el original, y en las que se pueden identificar todas sus particularidades. El corte transversal de un tallo, con el detalle de las diferentes células que lo componen, como si se lo viera bajo un microscopio, pero con un tamaño veinte veces superior al original. Son sólo algunos ejemplos de los materiales didácticos que alberga el Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA). Lo interesante es que fueron fabricados a fines del siglo XIX y con ellos estudiaron varias generaciones de estudiantes, muchos de los cuales se convertirían en reconocidos profesionales. Esos materiales didácticos, como los que atesoran los gabinetes de ciencia de muchos otros colegios de enseñanza media del país, al igual que las universidades, nos hablan no sólo de la historia de la enseñanza de la ciencia sino también de la historia social y política del país.

“En la Argentina, las colecciones de materiales para la enseñanza de las ciencias en la educación media se vinculan al desarrollo de la instrucción pública en la segunda mitad del siglo XIX a través de los colegios nacionales y las escuelas normales, y al proceso de consolidación del Estado nacional”, afirma Gabriela Mayoni, licenciada en Conservación y Restauración de Bienes Culturales, del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA) y becaria doctoral del CONICET.

Mayoni se dedica a estudiar las colecciones didácticas de ciencia en el ámbito de los colegios secundarios. Su interés surgió a partir de un trabajo de restauración y conservación que realizó para el gabinete de Botánica del CNBA.

A lo largo del siglo XIX, principalmente en Europa, se fue consolidando una industria ligada a la expansión de los sistemas educativos y a la necesidad de apoyar visualmente la enseñanza de las ciencias con modelos e imágenes. De este modo, se creó un mercado de colecciones tanto para el estudio en escuelas y universidades como para la exhibición en museos. Así, se comercializaron modelos anatómicos y botánicos, láminas y mapas murales, colecciones de minerales, laboratorios portátiles para experimentos y también animales embalsamados.

Por su parte, a partir de 1870 en la Argentina comienzan a emerger las ciencias naturales, y en la Universidad de Buenos Aires se da el primer paso para la formación de naturalistas. En efecto, en 1875 comenzó a funcionar la Facultad de Ciencias Físico-naturales.

“En ese momento surge un mayor interés por la preparación de los alumnos para la universidad, y una preocupación por los materiales didácticos”, relata Mayoni. La idea era que los alumnos llegaran a los estudios superiores con cierto bagaje de conocimientos.

Se produce un cambio en el sistema de enseñanza, y se pone énfasis en la observación visual y la experimentación, lo cual promovió una demanda creciente de colecciones de objetos y modelos. “Por otra parte, hubo un avance en las técnicas de fabricación de esos materiales, y se pasó de una producción exclusivamente artesanal, de figuras de cera, a un trabajo semi-industrial, con materiales como el papel maché o el yeso, con el fin de satisfacer las nuevas demandas”, explica.

Modelos desarmables

Los materiales didácticos que llegaron al país a fines del siglo XIX eran comprados a firmas alemanas y francesas. Por ejemplo, “los modelos vegetales existentes en el CNBA pertenecen a la firma alemana Robert Brendel y fueron confeccionados en papel maché con mezcla de otros materiales”, señala Mayoni. Se trata de representaciones tridimensionales de plantas, desarmables, para que los estudiantes pudieran visualizar las estructuras internas.

Otro de los proveedores era el médico francés Louis Auzoux, creador de los modelos anatómicos denominados “clásticos”, en los que cada pieza se encuentra articulada con los demás constituyentes. Un modelo a escala real de un cuerpo humano adulto podía llegar a tener casi un centenar de piezas desarmables, como si se hiciera una verdadera disección; y, en el catálogo explicativo que lo acompañaba, se daban sugerencias para su manipulación en la clase, según detalla Mayoni.

En Buenos Aires circulaban los catálogos, y había importadores y agentes de distribución, como Angel Estrada, fundador de la editorial que lleva su nombre. “La adquisición de las colecciones se relaciona también con la corriente positivista en la educación, que tenía influencia entre los legisladores”, agrega Mayoni.

Muchos otros colegios poseen colecciones equivalentes que pertenecen al siglo XIX, por ejemplo el colegio industrial Otto Krause, el Bernasconi, y también colegios nacionales en el interior del país, así como algunos colegios religiosos.

“La compra de materiales estaba a cargo del Estado: a fines del siglo XIX, el entonces Ministerio de Instrucción Pública encargaba las colecciones y las distribuía a los colegios”, relata Mayoni. Además, algunas instituciones, como la Universidad de La Plata, producían materiales didácticos para los colegios secundarios. En la lista presupuestaria del ministerio figuraban partidas económicas dedicadas a la compra de material europeo.

Los progresos argentinos en el área educativa se hicieron visibles en Europa en 1889 cuando el país participó en la Exposición Universal de Paris de 1889. Así, en el pabellón argentino, llamaban la atención las fotografías que “mostraban la envergadura de los edificios escolares que se construyeron en aquellos años, los cuales reflejaban el compromiso del Estado en la gran inversión para la instrucción pública”, comenta Mayoni.

La adquisición de colecciones disminuyó paulatinamente a partir de 1930, y éstas coexistieron en el tiempo con otros recursos didácticos, como las diapositivas, la fotografía color, los modelos de plástico, entre otros.

Restaurar y conservar

Gabriela Mayoni junto a un grupo de colegas realizó la conservación y restauración de los materiales del CNBA. “La idea fue preservarlos como objetos históricos, revalorizarlos como bienes culturales y ver si podían continuar funcionando como material didáctico”, resalta.

Para restaurar los objetos, fue necesario tener en cuenta cada uno de los materiales que los componen. En el caso de los modelos de botánica, de la firma alemana Brendel, “los pétalos están realizados en papel maché y pintados al óleo; los estambres son de madera, al igual que la base; y hay algunas fibras vegetales adheridas, para darle textura”, detalla Mayoni. Había que decidir qué adhesivos utilizar en cada caso, qué productos para limpiar las superficies, y qué tipo de pinceles. “Lo que nos sorprendió fue que muchos docentes preferían seguir usándolos para dar clase, por su didáctica y su practicidad”, relata.

Las restauradoras ofrecieron charlas a los docentes para que conocieran la importancia de las colecciones que tienen a cargo, y a su vez para que lo puedan transmitir a los alumnos, y señalar su valor respecto del contexto sociopolítico y económico en que fueron creadas. De hecho, esas colecciones se relacionan con el desarrollo de la educación y de la investigación científica en el país. También se realizaron actividades con los alumnos, y hubo un cambio en el manejo y uso de los materiales.

Con el departamento de Plástica del CNBA, se realizó también un taller de réplicas, para que los estudiantes replicaran los modelos anatómicos y, de paso, aprendieran las técnicas con las que fueron realizados. “Trabajamos con la técnica del papel maché; y les enseñamos a hacer pintura como se hacía en esa época, con pigmentos y aceite de lino, y goma arábiga para hacer acuarela”, refiere Mayoni.

Colecciones en la Universidad

En el Pabellón II de Ciudad Universitaria, funciona el Museo de Mineralogía Edelmira Mórtola, y gran parte de sus 1700 muestras de minerales pertenece a colecciones europeas, como las de Kranz y la de Saemann, que fueron compradas a instancias de Pellegrino Strobel, naturalista italiano contratado por la UBA en 1865 para dictar clases de historia natural. Las muestras minerales proceden de diversas partes del mundo, especialmente de Europa, pero una cantidad considerable corresponde a la Argentina.

Cabe destacar que Edelmira Mórtola, que da nombre el museo, fue la primera geóloga y primera profesora titular de sexo femenino en Exactas. “Además, ella se dedicó a catalogar y organizar las colecciones de minerales tal como las vemos hoy”, relata la doctora Teresita Montenegro, docente en el Departamento de Ciencias Geológicas de Exactas-UBA, y encargada del Museo. Y agrega: “Quien tuvo un rol relevante en la formación de las colecciones fue el ingeniero Eduardo Aguirre, que enseñó Mineralogía y Geología desde 1878 hasta 1910”.

Además de los minerales, el museo cuenta con algunos instrumentos de observación y medición del siglo XIX, como un microscopio de bronce y un goniómetro, que sirve para medir los ángulos entre las caras de los cristales, lo cual permite identificarlos. Cabe destacar que los minerales poseen un ordenamiento interno de todos sus componentes químicos, que se denomina estructura cristalina. Es decir, sus moléculas se ordenan en forma geométrica, con posiciones fijas. Cuando las condiciones de formación del mineral fueron las adecuadas, su apariencia externa y visible es una reproducción geométrica de su ordenamiento cristalino, que es característico de cada mineral, como si fuera su huella digital.

Por su parte, el Museo de Física de Exactas-UBA también concentra materiales de relevancia histórica, que pertenecen a los siglos XVIII y XIX (Ver recuadro Joyas del Museo de Física). “Un porcentaje de sus piezas fueron clasificadas y el resto está en proceso de investigación”, describe el doctor Guillermo Mattei, coordinador del Museo. Las “piezas desconocidas” se difunden en la web por medio de fotografías con el fin de que los diferentes investigadores aporten los datos faltantes.

“Además de la preservación y clasificación se prevé la puesta en funcionamiento de los dispositivos que todavía lo permitan”, comenta Mattei. Asimismo, el Museo dispone de una tabla de logaritmos de fines del siglo XVIII y catálogos de material educativo de principios del siglo XX.

En resumen, los materiales didácticos del pasado, atesorados en gabinetes de ciencia de colegios y universidades, son huellas que permiten interpretar las políticas públicas de aquellos años y ayudan a comprender el presente.

 

Laboratorio de campaña

Una de las joyas del Museo de Mineralogía de Exactas es el neceser Plattner, un estuche de madera con pequeños cajones y diversos compartimentos, que se empleaba hace un siglo con el fin de transportar todas las herramientas necesarias para realizar un reconocimiento químico y físico de minerales en el campo. Incluye pequeñas bateas de porcelana para efectuar análisis químicos, tubos para los reactivos, un mechero y también una balanza.

“Hoy en día ya casi no se realizan reconocimientos in situ, sino que las muestras se llevan al laboratorio y se analizan mediante técnicas más complejas”, indica la doctora Teresita Montenegro. Pero, a principios del siglo XX, el neceser cumplía un rol relevante cuando las campañas duraban más de seis meses, y los viajes se realizaban a lomo de mula.

 

Botánica en el Buenos Aires

El gabinete de biología del Colegio Nacional de Buenos Aires atesora modelos anatómicos de plantas y del cuerpo humano que datan de fines del siglo XIX y principios del XX. Pero lo importante es que esos materiales no se mantienen estáticos en sus vitrinas, como en un museo, sino que son empleados a diario por los docentes para ilustrar sus explicaciones.

“Seguimos utilizando esos materiales, que son réplicas tan exactas de los reales, porque con ellos podemos mostrar todas las características de los organismos, es decir, las plantas o los hongos. La idea es que los alumnos puedan visualizar las estructuras en una maqueta que está ampliada unas 15 o 20 veces, para que después puedan ver lo mismo en el material fresco, e identificar las diversas partes”, afirma Carlos González, jefe del Departamento de Biología del CNBA.

Esos materiales se fabricaban en una época en que los colegios difícilmente podían disponer de lupas o microscopios, por ello los objetos se ampliaban de manera de permitir la observación. En realidad, esas réplicas están trabajadas con lupa, copiando el material natural. Además, superan a los que se venden en la actualidad, de plástico y fabricados en serie, generalmente importados de China, que poseen muchas inexactitudes desde el punto de vista científico, según comenta el docente.

“A nosotros nos da mucho gusto trabajar con estos modelos, y a los alumnos les llama la atención la exactitud de la maqueta respecto del modelo natural”, asegura González. Estos recursos se emplearon hasta la década del 60 y 70. En esos años se perdió mucho material, de lo cual pueden dar cuenta los catálogos y el registro de patrimonio. “Cuando empecé a trabajar en el colegio, los ordenanzas, que estaban aquí desde 1940, me comentaban que, cuando el material se rompía, se lo desechaba”, relata González. “En esa época no se tenía conciencia de su valor”, concluye.

 

Joyas del Museo de Física

Entre las “tesoros” que alberga el Museo de Física de Exactas, se encuentra un “vaso de Tántalo”, copa de vidrio del siglo XVIII, que permite mostrar el principio de funcionamiento del sifón intermitente. En su interior, la copa posee un conducto que termina en un orificio en la base. Cuando la copa se llena, también lo hace el conducto. Pero, según el principio de vasos comunicantes, cuando el nivel de líquido supera el punto de inflexión del conducto, la copa se vacía. La presión hidrostática crea un sifón que evacua el líquido por el orificio del pie de la copa. Según la mitología griega, el rey Tántalo fue castigado por los dioses a no poder saciar su sed debido a que su copa se vaciaba tan pronto se llenaba.

Otra joyita es “La Millonaria”, máquina de cálculo de 1892 y fabricada por el científico suizo Otto Steiger. Realizaba las cuatro operaciones fundamentales en forma muy rápida. Se estima que se vendieron alrededor de 4500 unidades.

Por su parte, el Electrómetro de Henley (siglo XIX) permite detectar la electricidad estática. Posee un filamento muy fino de platino, cuyo desplazamiento entre dos potenciales opuestos se mide a través de un visor con ocular micrométrico, y permite detectar diferencias de potencial del orden de 1/100 de voltio.