La ley seca
Varios estudios efectuados en un modelo animal muestran que la ingesta leve de alcohol –aunque se realice días antes de la fecundación- puede provocar retraso en el crecimiento, malformaciones congénitas o llevar al aborto.
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Aunque hoy en día se reconoce mundialmente que el alcoholismo es una enfermedad social, quizás es menos sabido que es la quinta causa de mortalidad, el tercer problema sanitario de gravedad y la segunda causa de retardo mental en el mundo.
Si bien los efectos nocivos del consumo de alcohol son conocidos desde la antigüedad, recién a partir de 1973 se comenzaron a asociar ciertas patologías específicas que aparecían en el recién nacido con su ingesta durante el embarazo.
Así, en 1988, se describe el Sindrome de Alcoholismo Fetal (FAS, por sus siglas en inglés), que involucra un amplio espectro de malformaciones craneofaciales, anormalidades del sistema nervioso central, del corazón y de otros órganos; además de disminución del crecimiento pre y posnatal, disfunciones del comportamiento y problemas de aprendizaje.
El niño con FAS conserva un tamaño reducido de su cerebro mientras crecen sus dificultades intelectuales, emocionales y de comportamiento, pues el impacto del alcohol sobre su sistema nervioso genera inmadurez sensorial y motriz. Muchos de estos chicos presentan retraso mental, irritabilidad y alteraciones en el ciclo del sueño.
En la Argentina no hay datos sobre la incidencia del FAS. Algunos estudios llevados a cabo en otros países indican que puede afectar a uno de cada 300 niños nacidos vivos.
Se estima que 75 mililitros de alcohol (aproximadamente medio litro de vino) por día durante la gestación son suficientes para provocar el conjunto de signos y síntomas que constituyen el FAS.
Pero se sabe que una ingesta mucho menor es suficiente para producir alguna consecuencia en el feto o en el recién nacido. Por eso, ahora se habla de Efecto Alcohólico Fetal (FAE, por sus siglas en inglés) para contemplar cualquier manifestación patológica en el feto o en el bebé debida a la ingesta materna de alcohol durante el embarazo. Se calcula que por cada niño con FAS hay diez chicos con FAE.
Alcohólicos anónimos
La gran mayoría de las investigaciones –tanto en animales como en seres humanos- dedicadas a estudiar el FAS analizan las secuelas provocadas por el consumo de alcohol durante la preñez. Es decir, no consideran que la ingesta comienza desde antes del embarazo.
“Nuestro grupo de investigación se dedica a estudiar los efectos de la ingesta materna de alcohol desde antes de la gestación y hasta las fases más tempranas del desarrollo embrionario, momento que sería equivalente en el humano a los dos primeros meses de embarazo”, informa Elisa Cebral, investigadora del CONICET en el Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (IFIBYNE) y responsable del Laboratorio de Reproducción y Fisiopatología Materno-Embrionaria de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (Exactas-UBA).
Como –lógicamente- estas pruebas no pueden efectuarse directamente en seres humanos, para estos experimentos se usan ratones. “El ratón es universalmente utilizado para estos estudios porque tiene homología con el desarrollo embrionario y placentario humano”, señala Cebral.
Según la investigadora, el uso de este modelo permite controlar rigurosamente diferentes variables en juego que pueden influir en los efectos observados, entre ellas la dosis de alcohol, el modo de ingesta, la duración y el momento de la exposición, así como también la influencia de otros factores como la desnutrición, las malas condiciones de sanidad ambiental, el tabaquismo, el uso de drogas u otras enfermedades que en el humano están generalmente asociadas con el alcoholismo.
“En estas condiciones experimentales sabemos fehacientemente que los efectos del alcohol son directos y solamente debidos a la exposición a esta droga”, explica.
Esas condiciones incluyen colocar -desde 15 días antes de la preñez hasta el día 10 de gestación- un 10% de alcohol en el agua de bebida de los animales. “Esa cantidad tendría un equivalente aproximado en humanos a ingerir dos vasos de vino o tres de cerveza por día. Lo cual se considera una ingesta leve”, ilustra Cebral.
Alcohol cero
Los resultados de estas investigaciones sobre el efecto de la ingesta materna de alcohol desde antes de la gestación y hasta fases tempranas de la preñez muestran que los embriones tempranos se fragmentan, cambian su morfología o se pierden.
“Vimos que las uniones intercelulares del propio embrión o de las células que dan origen a la placenta se rompen, y que se incrementa el grado de fragmentación de los núcleos, se reduce la velocidad de crecimiento del embrión y aumenta la actividad de enzimas que degradan moléculas constitutivas de los tejidos”, revela Cebral. “También observamos importantes alteraciones en el desarrollo del sistema nervioso central y en tejidos constitutivos del corazón”, completa.
Estos resultados, fueron publicados en las revistas científicas Drug and Chemical Toxicology y Birth Defects Research.
Uno de los aspectos originales del abordaje encarado por el grupo de investigación –que incluye a Leticia Pérez-Tito, Tamara Coll, Martín Ventureira y Estela Bevilacqua, esta última de la Universidad de San Pablo- radica en estudiar los efectos de la ingesta de alcohol en la gameta femenina antes de la fecundación, lo que les permitió descubrir que, por efecto de esa droga, algunos oocitos (óvulos en el humano) presentan alteraciones en su maduración con lo cual, sin ser fecundados, pueden desarrollarse a embrión e incluso implantarse: “Esa activación partenogenética (NdR: sin intervención masculina) del oocito termina en un aborto espontáneo”, indica Cebral.
El modelo experimental diseñado en Exactas-UBA ya acumula varios logros: “Con este diseño hemos conseguido poner en evidencia varias de las alteraciones que constituyen el FAS. Tal vez, en algún momento podamos demostrar que es un modelo eficaz y adecuado para completar aun más los estudios de este síndrome”, comenta Cebral.