Trastornos del neurodesarrollo

Marcas de familia

Un estudio realizado en ratones revela que una dieta baja en proteínas durante el embarazo y lactancia no sólo causa trastornos de conducta y aprendizaje en la descendencia, sino que sus efectos son a largo plazo y afectan hasta la segunda generación. Sin embargo, esas consecuencias pueden revertirse con una estimulación temprana.

16 Feb 2022 POR

Érase una vez una ratona que mientras estaba embarazada no recibió una dieta con las proteínas deseables y lo mismo ocurrió luego de dar a luz, durante la lactancia. Ese hecho, que pareció quedar en el pasado, generó en el futuro una marca de familia. No sólo afectó con trastornos de conducta y aprendizaje a la primera generación sino que sus consecuencias alcanzaron a sus nietas y nietos por más que, luego, la vida les diera una mesa rica en nutrientes proteicos. Así lo afirman estudios realizados en ratones en laboratorios de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (Exactas UBA).

“Nos llamó la atención -aunque no queremos hacer una traslación directa-, la idea de que estas deficiencias en las conductas de los ratones, son síntomas que también se observan en los humanos con trastornos del neurodesarrollo, como el síndrome del espectro autista, esquizofrenia o desórdenes de la personalidad”, indica Eduardo Cánepa, director del Grupo Neuroepigenética y Adversidades Tempranas, de Exactas UBA.

¿Cuáles son esas alteraciones, esos cambios de conducta? Pueden ser diversos, como no adaptarse al medio donde se vive e ir al choque con el otro; relacionarse poco y nada con los demás u olvidarse de quién manda en el grupo. No son detalles nimios porque pueden costarle la vida a quienes tienen esos trastornos, en lo que se llama cognición social. “Es un conjunto de operaciones que están en los ratones, en otros animales y, también, en el hombre. Se usan para interpretar señales sociales de tus semejantes para adecuarse al ambiente en el cual te estás moviendo”, define Cánepa, investigador del CONICET.

A los seres sociales, no saber relacionarse les puede traer serios problemas; o no entender quién es quién en el grupo; o no recordar a los amigos y no poder diferenciarlos de los que no lo son; u oponerse al líder del grupo sin tener claro la ubicación que se tiene. Todo esto puede conspirar contra su propia supervivencia.

“Los ratones -describe- son muy sociales, por eso se pueden medir estos tres parámetros (interacción social, memoria de reconocimiento social y dominancia social) que también se ven en los humanos. En este sentido, nos sirven para hacer una traslación potencial a lo que puede suceder en seres humanos”, compara Cánepa, que forma parte del Instituto de Química Biológica (IQUIBICEN, UBA-CONICET).

Por afuera y por dentro

En los laboratorios del Departamento de Química Biológica se llevaron adelante las pruebas con animales y allí pudo demostrarse que la malnutrición proteica, aunque sólo se viva durante el embarazo y la lactancia, genera efectos que son hereditarios y trascienden más allá de la primera descendencia. En otras palabras, se trasmiten intergeneracionalmente como acaban de publicar en Experimental Neurology.

Si bien a simple vista, hijas o hijos, nietos y nietas de esa abuela malnutrida en proteínas durante su preñez y la lactancia, mostraban ser más renuentes a vincularse con los demás, menos curiosos y más alterados para manejar percances de su vida cotidiana, ¿qué ocurría en el interior de su organismo?

“Tras observar las consecuencias comportamentales, nos propusimos averiguar qué zona del cerebro estaba o tenía algún problema o alteración que pudiera asociarse a esta deficiencias. Y -narra-, detectamos que estaba afectada la actividad en la corteza prefrontal. Además, mediante un análisis transcriptómico en esta región, observamos, tanto en machos como en hembras, una alteración de la expresión de muchos genes, lo cual podría explicar los cambios detectados en la actividad».

Con respecto a la corteza prefrontal, “se sabe que es una de las regiones afectadas en las personas con desórdenes del neurodesarrollo. Estas dolencias en humanos -amplía- son muy complejas porque tienen componentes genéticos pero también ambientales. Lo que estamos diciendo como una aproximación muy grande, es que uno de los factores ambientales que puede favorecer o aumentar el riesgo de contraer un trastorno de neurodesarrollo es la malnutrición”.

No todo está perdido

Cuando la dieta es baja en proteínas quedan huellas en los animales que, en este caso, pudieron ser vistas con aparatología del Centro de Imágenes Moleculares de Fleni. Más allá de las observaciones realizadas en el interior del cerebro y los cambios detectados en el comportamiento, el equipo científico tampoco deja de lado otro aspecto: “Ya habíamos visto que la abuela, la primera generación -la ratona expuesta a una dieta baja en proteínas- mostraba trastornos similares a la depresión y a la ansiedad. Y eso conspiraba con el cuidado que le daba a las crías, en especial en los primeros días. Entonces, se pueden mezclar los dos efectos: las crías fueron mal alimentadas por una madre malnutrida en proteínas y, por este mismo motivo, el cuidado que recibieron también era bajo”, señala.

Pero no todo está perdido. Si bien estos trabajos muestran que la herencia trasciende, y hace mella hasta en los descendientes de la segunda generación, hay alguna posibilidad de torcer lo que parece marcado a fuego por la historia familiar. Entonces, se trataría de herencias que marcan pero no definen. “Si bien no lo hicimos en este trabajo, en otros demostramos que, pese a que la malnutrición tiene consecuencias graves en la conducta, pueden ser revertidas con una intervención ambiental estimulante. Por ejemplo, poner a las crías luego de ser destetadas en una jaula con juegos, toboganes, rueditas. Así, estos trastornos de conducta se pueden remontar”, concluye.