Neuroepigenética

Las marcas de la pobreza

Un equipo de investigación publicó una extensa revisión de los estudios más recientes sobre los mecanismos epigenéticos que vinculan la desnutrición, la pobreza y el maltrato en la infancia con distintos trastornos de salud mental, que además pueden trasmitirse a generaciones posteriores. El trabajo arroja luz sobre los efectos en el cerebro de las carencias materiales, nutricionales y afectivas, explora las intervenciones que podrían revertirlos, y revalida los fundamentos biológicos del derecho a una vida digna.

17 Jul 2024 POR

Desde hace décadas, la ciencia estudia el vínculo entre las adversidades que se padecen en la infancia y diversos trastornos de salud mental que se manifiestan en etapas posteriores de la vida adulta. Cada vez más investigaciones demuestran que hay una relación entre la exposición temprana a distintas carencias socioalimentarias y alteraciones persistentes en la estructura, la funcionalidad y la conectividad del cerebro, que ocasionan diversas consecuencias neurobiológicas.

Investigadores del Laboratorio de Neuroepigenética y Adversidades Tempranas del Departamento de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la  UBA realizaron una extensa revisión de los más recientes estudios sobre los mecanismos epigenéticos que vinculan las adversidades de la vida temprana con efectos en la salud mental, que fue publicada en la revista Biochemical Journal.

Sin abandonar el análisis estrictamente biomolecular, el trabajo profundiza en un terreno particularmente sensible para la ciencia, en el intento de constatar las consecuencias concretas de las penurias socioeconómicas que viven millones de niños, niñas y adolescentes, castigados por la inequidad.

El desarrollo del cerebro está dirigido por genes que determinan cómo va a ser ese desarrollo, pero todo ese proceso es modelado por condiciones ambientales.

“Nos basamos en la evidencia respecto de tres ‘adversidades’, que tienen un fuerte impacto en la salud mental y que lamentablemente están muy extendidas en toda la población, que son la malnutrición, la pobreza –es decir, las carencias materiales y sociales– y el maltrato”, puntualiza el químico Eduardo Cánepa, director del Laboratorio e investigador del CONICET en el IQUIBICEN (UBA – CONICET)

“El desarrollo del cerebro está dirigido por genes que determinan cómo va a ser ese desarrollo, pero todo ese proceso es modelado por condiciones ambientales. A medida que ese desarrollo progresa, los mecanismos epigenéticos van estableciendo distintos patrones de diferenciación celular, algunos de los cuales responden a influencias ambientales –explica Bruno Berardino, biólogo molecular e investigador del CONICET–. ¿Qué son los mecanismos epigenéticos? Se trata de marcas químicas que modifican al ADN, no su secuencia, pero sí cómo los genes se van a expresar. Entre los mecanismos epigenéticos están la metilación del ADN, las modificaciones postraduccionales de las histonas y los ARN no codificantes”.

Esos mecanismos generan diversos fenotipos, es decir, una expresión diferencial del genotipo en función de un determinado ambiente, que puede ser favorable o nocivo, y que da lugar a rasgos fenotípicos tanto físicos como conductuales. Toda la evidencia recopilada por Cánepa y Berardino respalda la idea de que la regulación de la expresión genética a través de mecanismos epigenéticos está involucrada en la incorporación al genoma del impacto de las experiencias tempranas de la vida, como una suerte de mediadora entre los entornos sociales y los fenotipos conductuales resultantes.

“El objetivo central del Laboratorio de Neuroepigenética y Adversidades Tempranas es precisamente estudiar la forma en que estos mecanismos modulan los procesos de expresión génica a través de las experiencias ambientales vividas durante periodos críticos del desarrollo del cerebro, y cómo eso tiene un impacto a largo plazo en la salud mental”, acota Berardino.

El trabajo de revisión recopila gran cantidad de estudios que establecen una relación de causa y efecto entre adversidades tempranas y trastornos de salud mental en humanos.

“El desarrollo del cerebro comienza desde la concepción, y ya in utero, a través de la madre, empiezan a tener efectos los factores ambientales, aquello de lo que se nutre la madre, su estado emocional, etcétera. Ese desarrollo –describe Cánepa– se extiende durante la infancia y la adolescencia, que abarcan todo el periodo que se llama de ‘plasticidad’ del organismo y principalmente del cerebro, en el que todas esas influencias ambientales van moldeándolo. Es un mecanismo evolutivo, en el sentido de adaptar a cada individuo al ambiente que le va a tocar vivir”.

Cánepa ofrece algunos ejemplos: “Imaginemos un organismo que se está desarrollando en el útero de una madre en situación de malnutrición. La adaptación evolutiva de ese individuo, que crece en un ambiente de carencia alimenticia, ¿para qué lo prepara? Para que necesite la menor cantidad de comida para poder sobrevivir a esa carencia. Se desarrolla, entonces, un organismo de talla pequeña y bajo peso. Ese individuo también va a tener una maduración sexual temprana. Y además, los pocos alimentos de los que obtiene la energía, principalmente a través de la glucosa, irán fundamentalmente a nutrir al cerebro, que es lo que tiene que funcionar sí o sí, y será entonces un organismo con resistencia a la insulina y riesgo de diabetes. Pensemos ahora en un chico que crece en un ambiente violento. Está demostrado que ese niño tendrá una mayor propensión la agresividad. Su cerebro se ha ido moldeando por un mecanismo epigenético que adapta a ese niño a un ambiente en el que necesita ser más resistente, activando conductas agresivas. Por lo que no corresponde considerar patológicas estas conductas sino adaptativas. De nada sirve corregirlas si el niño vuelve al mismo ambiente. Tenemos que comprender que los mecanismos epigenéticos constituyen mecanismos evolutivos de adaptación”.

La revisión puso el foco en algunas de las condiciones de salud mental más estudiadas, como depresión y ansiedad, y en distintas condiciones de sociabilidad y de cognición social en tanto esferas de la conducta que se ven alteradas por estas adversidades tempranas. Desde luego, no hay una relación unívoca entre desnutrición o pobreza y trastornos específicos en la salud mental. Son en principio dos listas separadas, de causas y efectos, sobre las que la ciencia recién empieza a trazar algunas líneas de contacto.

“Hoy, ya se pueden asociar ciertos mecanismos epigenéticos, vinculados en general a procesos de metilación del ADN, modificaciones postraduccionales de las histonas y en los ARN no codificantes, con desórdenes de la salud mental que son comunes en situaciones de carencia material y ausencia de estímulos sociales y de maltrato: baja sociabilidad, agresividad, depresión y ansiedad”, enumera Cánepa.

“Todavía no comprendemos exactamente cómo lo que pasa en un ambiente complejo como es el contexto social, se traduce en un mecanismo epigenético alterado. Se podría pensar que, en términos de nutrición, donde se producen desajustes en moléculas a partir del consumo de aminoácidos, de carbohidratos, etcétera, la relación en principio es más lineal. Parece más difícil abordar esa traducción a partir del ambiente social –concede Berardino–. Y sin embargo, si bien no los podemos entender hoy en día, todos esos factores ambientales –ya sean de carencia social, material o nutricional– tienen un impacto”.

Los datos experimentales sugieren que, con las intervenciones sociales y farmacológicas adecuadas, esas modificaciones epigenéticas adversas pueden ser revertidas.

El trabajo de revisión recopila gran cantidad de estudios que establecen una relación de causa y efecto entre adversidades tempranas y trastornos de salud mental en humanos. Como regla general, los tres momentos –la adversidad, el mecanismo epigenético y el efecto en la salud mental– se estudian por separado, y luego se correlacionan. En la experimentación con animales, la indagación puede recrear esos contextos adversos y se han comprobado distintos mecanismos causales. Desde luego, ese tipo de experimentos no pueden hacerse en humanos. Los investigadores extrapolan datos estadísticos de situaciones reales: desde catástrofes hasta contextos socioeconómicos de carencia estructural que propician las adversidades en la infancia y la adolescencia.

Cánepa y Berardino trazaron además un panorama actual de las evidencias sobre la herencia epigenética transgeneracional en mamíferos, es decir, la transmisión de esos factores de riesgo adquiridos a través de mecanismos epigenéticos a la descendencia y a las siguientes generaciones, contribuyendo potencialmente a un ciclo de enfermedades hereditarias.

“¿Se hereda la conducta? –plantea Cánepa–. Sí, ciertas conductas pueden heredarse de padres a hijos, mediadas por modificaciones epigenéticas, aunque los hijos no hayan sufrido la situación traumática que les dio origen. Eso puede darse o bien a través de la llamada transmisión social, que involucra la transferencia de información a las crías a través de la conducta de los padres, o a través de las células germinales. Ejemplo: un ratón con un comportamiento similar a la ansiedad por haber estado expuesto a una situación de estrés puede tener crías que repitan esa conducta. El mecanismo epigenético que causa ansiedad en los padres causa la misma ansiedad en sus crías. Ahora bien, ¿eso puede deberse a la conducta de la madre durante la crianza, exclusiva en el caso de los ratones, o es una transferencia por la línea germinal, independiente de la conducta? La primera vía está probada. La otra transmisión, a través de las células germinales, todavía se discute. Pero hay cada vez más evidencias de que sí se transmiten marcas epigenéticas de generación en generación”.

“Este segundo tipo de herencia, por vía de las gametas, es muy complejo de demostrar, porque durante el desarrollo inicial, en la formación de la cigota a partir del espermatozoide y del óvulo, y luego más adelante cuando se forman las células germinales primigenias, el mapa epigenético de esas células sufre una remodelación absoluta –advierte Berardino–. Durante muchos años se pensó que las marcas epigenéticas en esos dos períodos de desarrollo se borraban completamente para volver a establecerse después. Por lo tanto, quedaba descartada la posibilidad de que marcas epigenéticas establecidas durante la vida de una persona pudieran transmitirse a su descendencia. Sin embargo, en los últimos años se vio que algunas de esas marcas no son totalmente borradas. Y es a través de esa ventana de evidencia que se piensa en la posibilidad, aún no demostrada, de que las marcas sean heredadas por la siguiente generación”.

Por otra parte, los datos experimentales hoy disponibles sugieren que, con las intervenciones sociales y farmacológicas adecuadas, esas modificaciones epigenéticas adversas inducidas por experiencias sociales negativas en los primeros años de vida –a diferencia de las secuencias genéticas, que son fijas e inmutables–, pueden ser revertidas.

“En animales está bastante probado que lo que llamamos ‘ambiente enriquecido’, que estimula la búsqueda de comida, la sociabilidad, etcétera, revierte ciertas conductas asociadas a la depresión.

La marca epigenética es revertida o eliminada –señala Cánepa–. En humanos, se han hecho estudios de bienestar, pero no se han medido marcas epigenéticas. Sí hay estudios recientes, muy preliminares, que ponen en valor diversas herramientas de psicoterapia, que muestran una correlación con cambios en la expresión de ciertos genes que podrían explicar la mejoría lograda con el tratamiento. Hay, también, instrumentos farmacológicos ya probados, drogas que al modificar ciertas enzimas, que ponen o quitan las marcas epigenéticas, pueden revertir fenotipos, por ejemplo en tratamientos para la pérdida de memoria”.

Cánepa pone el acento en lo que significan estos mecanismos para cada niño o niña, para cada persona concreta que ha padecido esas carencias o que por vía epigenética ha heredado sus perdurables consecuencias: “La adversidad –grafica–se te mete bajo la piel, te golpea y se queda. La pobreza y el maltrato se te meten adentro, te modifican, cambian el modo en que se expresan tus genes, y generan las moléculas funcionales que pueden modificar los fenotipos conductuales. Y en sentido inverso, recibir amor, apoyo, estímulo, también modifica, para mejor, la expresión de esos genes”.

En definitiva, el derecho a la salud, el derecho a una vida digna, que son conceptos de naturaleza ética y jurídica, están apuntalados por un fundamento científico. “Puede parecer obvio: que mejores condiciones socioalimentarias tengan un efecto positivo sobre la salud mental de las personas. Pero demostrar que la capacidad de un organismo de revertir esos mecanismos tiene un correlato biológico a nivel de las moléculas, aporta un enfoque distinto, le da otra relevancia al derecho de las personas a vivir mejor”, concluye Berardino.