Dando la vuelta al perro
Por primera vez, un estudio científico relacionó el comportamiento de las personas -y el de sus mascotas- con el nivel socioeconómico del barrio y la presencia de heces caninas en las veredas de la Ciudad de Buenos Aires. El trabajo brinda herramientas útiles para afrontar un grave problema de salud pública.
Nos fastidiamos cuando la pisamos y tratamos de sobrellevar el mal momento pensando que nos traerá suerte. Pero la caca de perro no trae suerte: trae huevos de parásitos, trae quistes de protozoarios y trae bacterias que pueden afectar peligrosamente nuestra salud.
Se conocen decenas de patologías transmitidas al ser humano a través de la materia fecal canina. Pueden provocar, entre otros, problemas respiratorios, oculares, hepáticos, intestinales o cerebrales de diferente gravedad. Pero, como no son enfermedades de notificación obligatoria, no hay un registro confiable de su incidencia en la población.
Una de las parasitosis más comunes transmitida por la caca de los perros es la toxocariasis. De hecho, los análisis de sangre muestran que una gran parte de la población tiene anticuerpos contra el parásito Toxocara canis, lo cual es un indicador de que alguna vez se estuvo en contacto con el bicho. El Toxocara canis afecta particularmente a los niños y a las niñas y suele provocar trastornos oculares que traen como consecuencia pérdidas en la visión.
Puede creerse que para eludir el riesgo de enfermedad alcanza con esquivar las heces de los perros. Pero esa es una idea errónea. Porque, por efecto del sol, la materia fecal se seca, se hace polvo, vuela con el viento, se desparrama por el aire que respiramos y se deposita sobre superficies que tocamos y sobre alimentos que comemos.
Se calcula que en los espacios públicos de la Ciudad de Buenos Aires quedan “olvidadas”, diariamente, varias decenas de toneladas de caca de perro. Y la cantidad va en aumento. Sin embargo, no parece haber conciencia de lo que realmente significa el proceso de contaminación fecal canina: un estudio efectuado en la ciudad de Córdoba, en el que se encuestó a personas que salen con sus perros a la calle, concluye que “la mayoría señala que recoge los excrementos para evitar que otro los pise por accidente y no porque sean una posible fuente de contaminación”.
Veredas porteñas
“En general, se suele adjudicar el problema de la contaminación fecal a los espacios verdes, y la mayoría de los estudios se realizan allí. Nosotros quisimos averiguar qué ocurre en las veredas de la Ciudad de Buenos Aires”, informa Aníbal Carbajo, investigador del CONICET en la Universidad Nacional de San Martín.
“De hecho, nuestros resultados indican que el 51% de los dueños de perros no llevan a sus mascotas a los espacios verdes”, comunica Diana Rubel, investigadora y docente en el Departamento de Ecología, Genética y Evolución de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
Rubel y Carbajo acaban de publicar un trabajo científico en la revista Preventive Veterinary Medicine en el que analizan una muestra representativa de la heterogeneidad demográfica y socioeconómica que caracteriza a la ciudad de Buenos Aires para explorar el comportamiento de las personas con sus perros -y el de las propias mascotas- y la presencia de heces caninas en las veredas porteñas. Para ello, eligieron 67 esquinas desde las que vigilaron la conducta de 1.193 dueños, 234 paseadores y 2.835 perros.
“Es un tipo de contaminación que está muy vinculada al comportamiento de la gente pero, también, al de los perros”, explica Rubel. “Los lugares donde los perros defecan son una solución de compromiso entre lo que quiere el dueño y lo que quiere el perro”, completa.
En efecto, cuando se hizo el recuento de las heces en las veredas vigiladas desde la esquina, se comprobó que los pichichos tienen lugares predilectos para dejar su “regalito”. Según indica el trabajo, de las 8.155 heces observadas en 242 veredas, el 62,8% estaban localizadas en los canteros de los árboles.
Ciertas características de las veredas influyen en el grado de contaminación fecal: “Nuestros resultados muestran que las veredas que están más rotas tienen más contaminación, como así también las que tienen más árboles. Por el contrario, las veredas en donde hay más negocios están menos contaminadas”, describe Rubel, y explica: “Cuando un ambiente está descuidado es más probable que las personas que transiten por ahí lo descuiden. Es un fenómeno que está muy estudiado, sobre todo en países europeos”.
Bolsitas y correas
Especialista en análisis de datos, Carbajo pudo relacionar algunas variables informadas en el Censo Nacional de 2010 con los datos obtenidos de las observaciones y de un cuestionario efectuado a los dueños y paseadores de perros. De esta manera, los investigadores pudieron analizar y comparar comportamientos humanos en diferentes condiciones socioeconómicas: “Este es el primer trabajo que relaciona variables demográficas y económicas con la actitud de las personas que llevan mascotas, la cantidad de perros, y el nivel de contaminación fecal canina”, consigna.
Así, por ejemplo, se pudo determinar que en las zonas de nivel socioeconómico bajo el 44,7% de los perros andan solos, es decir, sin un dueño que los supervise y que recoja las heces. Pero esto no significa que las zonas de nivel económico más alto estén menos contaminadas: “En las zonas de mayor nivel socioeconómico circulan más perros, y la cantidad de perros es un factor que contribuye de manera determinante en la contaminación fecal”, puntualiza Rubel.
Según la investigadora, “la mitad de los perros de la ciudad pasea con paseador”. Este no es un dato menor si se considera que, según los resultados del trabajo, todos los paseadores llevan a los animales atados con correas mientras que el 19% de los dueños no lo hace. “Varios estudios muestran que hay menos probabilidad de que el dueño levante la materia fecal de su perro si lo lleva suelto que si lo lleva con correa”, acota Rubel.
La ley 5471 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires obliga a quienes transitan con perros a conducirlos “en forma responsable mediante rienda y pretal o collar y bozal”. La misma norma obliga a “proveerse de una escobilla y una bolsa de residuos para recoger las deyecciones de sus animales”.
Sin embargo, solo el 33% de los dueños y el 47% de los paseadores observados llevaban una bolsita. “Las veredas con menor número de heces son aquellas en las que el 40% o más de los dueños de perros lleva bolsita”, comenta Rubel, y destaca: “Nuestros resultados muestran que las mujeres llevan a los perros con correa y levantan las heces en un porcentaje significativamente más alto que los varones”.
Autoridades y ciudadanía
El estudio produjo muchísima información que podría ser valiosa si se decidiera utilizarla como herramienta para reducir la contaminación fecal canina.“Todas las acciones de control que hicieron los sucesivos gobiernos de la Ciudad se centró en los espacios verdes. Sin embargo, nuestro trabajo demuestra que las veredas son un espacio de contaminación fecal muy importante”, declara Rubel, y señala: “Se trata de dos ambientes diferentes y, por lo tanto, las acciones de control deberían diseñarse de manera específica para cada uno de esos ambientes”.
En este sentido, el hecho de que el estudio refleje el problema de contaminación fecal canina tomando en cuenta la heterogeneidad de la metrópoli posibilita establecer prioridades y ejecutar acciones localizadas.
“No es lo mismo planificar el control en una zona donde los perros andan sueltos que en áreas donde los perros circulan con algún grado de supervisión”, ejemplifica Rubel.
Para la especialista, se trata de un problema cultural que no se resuelve exclusivamente con normativas: “Como en todos los temas ambientales, tiene que haber una construcción conjunta entre la autoridad y la ciudadanía. No es algo que se pueda resolver desde un escritorio”.
Rubel cuenta que la mayoría de las investigaciones científicas sobre contaminación fecal canina ponen el foco en si la gente recoge o no las heces de sus perros: “Un poco depende del comportamiento de la gente pero, según nuestro trabajo, otro poco depende de medidas de mejoramiento del ambiente”.
En lo que respecta al comportamiento de las personas, la investigadora subraya la necesidad de informar acerca de los riesgos para la salud debidos a la contaminación fecal canina: “A la gente le desagrada el olor o le da asco limpiarla de la suela de los zapatos, pero hay mucho desconocimiento de que la caca de los perros puede traer enfermedades a las personas”.
Los datos para la elaboración de este estudio fueron recolectados en 2013. Desde entonces, los investigadores analizaron la cuantiosa información y, con ella, elaboraron distintos informes: “Los llevamos a varias autoridades responsables del tema y a comisiones legislativas. Y bueno, por ahí estarán”.