Historietas saludables
Mediante una curiosa herramienta comunicativa, docentes y alumnos de la UBA consiguieron atravesar barreras culturales e idiomáticas para diagnosticar parasitosis intestinales en los chicos de dos poblaciones vulnerables. Fue en la Villa 21/24 de la ciudad de Buenos Aires y en una comunidad Wichí del Chaco.
Entrevista a Graciela Garbossa
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Es raro que la palabra “caca” aparezca en un instructivo. También es poco frecuente que los investigadores salgan del laboratorio, se arremanguen y “pisen el barro”, para aplicar sus saberes en tratar de dar soluciones a un problema social.
Sin embargo, un trabajo científico que será publicado en el Journal of Health Communication da cuenta de ambos fenómenos.
El estudio describe dos experiencias llevadas a cabo por investigadores y estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, cuyo objetivo fue evaluar el grado de infección por parásitos intestinales en los niños de dos poblaciones vulnerables.
Por un lado, la Villa 21/24 de Barracas, en la ciudad de Buenos Aires; por otro lado, una comunidad indígena Wichí de la provincia de Chaco. En los dos lugares, el mismo problema: las diferencias culturales y/o de idioma se presentaban como un impedimento para efectuar la acción sanitaria.
En ambos casos, el pedido de hacer los análisis parasitológicos provino de referentes de esas comunidades, que estaban preocupados por la alta frecuencia de parasitosis detectadas en los chicos que llegaban al centro de salud.
“En las comunidades vulnerables, la percepción de un problema de salud suele estar eclipsada por la necesidad de resolver asuntos más apremiantes y, en ausencia de síntomas evidentes, la gente no se acerca al centro de salud. Entonces, decidimos ir casa por casa a pedir a las mamás que tomen muestras de la materia fecal de los chicos”, explica la doctora Graciela Garbossa, directora del Laboratorio de Parasitología Clínica y Ambiental de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN) de la UBA.
Pero la empresa no fue fácil.
¿Qué dijo doctor?
Cuando una madre va al médico por un problema de salud de su hijo, el estado de ansiedad puede dificultarle atender a las indicaciones que da el facultativo, quien en vista de ello suele ponerlas por escrito.
También recibimos explicaciones escritas –no siempre acordes a nuestra capacidad de comprensión- cuando debemos hacernos ciertos estudios. De hecho, la toma de muestra para un análisis parasitológico requiere que el paciente siga un conjunto de instrucciones precisas.
“Si queríamos lograr una buena adhesión y una correcta toma de muestra debíamos tener muy en cuenta la forma de comunicación, y entonces se nos ocurrió hacer un instructivo en forma de historieta”, cuenta Garbossa.
La experiencia inicial transcurrió en el asentamiento de Barracas. En una primera etapa, seleccionaron algunas viviendas para probar la eficacia del explicativo: entregaban el folleto, explicaban cómo recolectar la muestra, la gente lo leía y, después, se pedía que explicaran lo que habían entendido. “Si bien estaba escrito en un lenguaje coloquial, nos dimos cuenta que teníamos que cambiar algunas palabras que nosotros usamos habitualmente pero que no son conocidas por los inmigrantes”, señala. “Los chicos nos preguntaban si podían quedárselo y pintar los dibujitos”, sonríe.
Finalmente, más del 70% de los hogares entregaron correctamente la muestra de materia fecal de sus niños. “Considerando que no fue pedido por los padres y que los chicos no tenían síntomas es una respuesta excelente”, considera Garbossa.
Pero el desafío fue mayor cuando el requerimiento de análisis provino de los referentes de una comunidad rural Wichí del Chaco. Ahora, las diferencias culturales se ampliaban y el idioma era una barrera para la comunicación.
“Tuvimos que reformular el folleto. En este caso, no tenía palabras, eran solo dibujos. Además, utilizamos la mímica y la ayuda de un intérprete. También teníamos anotadas algunas palabras en Wichí, que utilizábamos cuando queríamos reforzar algún concepto”, ilustra.
La experiencia chaqueña resultó en que dos tercios de las familias Wichí aportaran las muestras de materia fecal de sus niños para el análisis parasitológico.
Según el artículo publicado, que firman María Pía Buyayisqui, Noemí Bordoni y Graciela Garbossa, se trata del primer estudio que utiliza una herramienta comunicativa con dibujos para dar instrucciones para una correcta recolección de materia fecal.
Los trabajos fueron financiados mediante los Programas UBACYT y UBANEX, de la UBA y el Programa “Exactas con la Sociedad”, de la FCEyN.
“Sería interesante considerar la utilidad de esta herramienta para abordar otras situaciones en las que esté comprometida la salud de una comunidad”, propone Garbossa, y opina: “Una limitación para extender este enfoque a otras poblaciones con otras enfermedades puede ser la dificultad de algunos investigadores para desmitificar el contenido científico de la información”.