El engaño en la naturaleza

Grandes impostores

Diferentes animales y plantas han desarrollado estrategias que implican algún tipo de engaño, ya sea para aumentar su éxito reproductivo o para ahuyentar posibles predadores. Son conductas manipulativas seleccionadas a través de la evolución y que han redundado en algún beneficio a las especies.

3 Jul 2015 POR
Algunas mariposas presentan una coloración muy llamativa para ahuyentar a potenciales predadores. Se trata de aposematismo, estrategia en la que la presa, que es tóxica o dañina para el predador, exhibe una señal de advertencia, como el color intenso. Pero esas señales se vuelven engañosas cuando son explotadas por otras presas no tóxicas, es lo que se conoce como mimetismo batesiano.

Algunas mariposas presentan una coloración muy llamativa para ahuyentar a potenciales predadores. Se trata de aposematismo, estrategia en la que la presa, que es tóxica o dañina para el predador, exhibe una señal de advertencia, como el color intenso. Pero esas señales se vuelven engañosas cuando son explotadas por otras presas no tóxicas, es lo que se conoce como mimetismo batesiano. Foto: Nicola Centenaro

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Los seres humanos difícilmente podamos escapar del engaño, ya sea como embaucadores o como víctimas. Las motivaciones pueden ser muy variadas, desde evitar un perjuicio o no herir al otro (la mentira piadosa), hasta obtener un beneficio o, simplemente, causar daño. Engañamos por miedo o por inseguridad, exageramos para dar una buena imagen, o para obtener un beneficio. Y hay grados, desde la mentira inocente hasta la gran estafa, deliberada y planificada. Con diversidad de móviles y de consecuencias, el engaño parece demasiado humano. Sin embargo, se trata de un comportamiento que está presente en la naturaleza, en una gran diversidad de organismos, incluidos los insectos y las plantas. Los móviles también son muy variados.

Orquídeas mentirosas

¿Puede engañar una planta, imposibilitada de moverse, con sus “pies” tan clavados en la tierra? Claro que puede. Si alguien lo duda, que le pregunte a las orquídeas. Sus flores no se destacan solo por su belleza sino por las variadas artimañas que utilizan para atraer a los polinizadores. Es que necesitan de ellos para poder fructificar y dar semilla. De hecho, Charles Darwin les dedicó un libro, que publicó en 1862, donde describió las variadas estratagemas que emplean estas plantas para lograr reproducirse. “Se habla de engaño en la relación entre la flor y el polinizador cuando éste ejerce un servicio y no obtiene ninguna recompensa; el más común es el engaño alimenticio, en que la flor atrae al insecto pero no le ofrece comida”, afirma el biólogo Agustín Sanguinetti, becario doctoral en el Departamento de Biodiversidad y Biología Experimental (BBE), de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Más del 80% de las especies de orquídeas necesitan de un polinizador que pueda transferir el polen de una planta a los pistilos de otra, y así facilitar la fecundación y la producción de semillas. En particular, el polen de las orquídeas no se puede dispersar por sí solo o por acción del viento porque no se halla en granos sino agrupado en una masa compacta llamada polinario. Por ello, los polinizadores –moscas, mosquitos, abejas, avispas, mariposas, coleópteros y aves, como el colibrí– son imprescindibles para asegurar su reproducción sexual.

Oferta sexual

Ahora bien, cuando el encargado de polinizar no recibe recompensa, se habla de engaño alimenticio. El aroma y los colores llamativos de la flor resultan atrayentes para un diverso número de polinizadores que van en busca de alimento, y terminan defraudados. Algunas orquídeas del género Maxillaria y Polystachya producen pseudopolen, una estructura granulosa similar al polen. El insecto, al menos, obtiene un nutriente, y para la flor es menos costoso que producir el polen verdadero. Pero las orquídeas también ejercen un engaño más específico, el engaño sexual, destinado a ciertos machos de abejas y avispas que polinizan a algunas especies de orquídeas. Una parte de la flor, un pétalo modificado (labelo) se mimetiza con una hembra fértil y el macho, al intentar copular, ejerce la polinización. La flor también libera ciertos compuestos similares a las feromonas que emiten las hembras de esa especie. ¿Cómo desarrollaron las orquídeas esa capacidad para el engaño? “La hipótesis más aceptada es que la flor poseía un rasgo determinado que cumplía una función, y luego pasó a cumplir otra, con mayor beneficio. El mecanismo se conoce como exaptación”, explica Sanguinetti.

Mentir para atraer

Algunas orquídeas producen ciertos compuestos volátiles que atraen a las avispas, fenómeno ya observado por Darwin. Se trata de un engaño químico. La orquídea Epipactis helleborine atrae en forma exclusiva a avispas sociales, que alimentan a sus larvas con insectos como las orugas, y para localizarlas utilizan una combinación de claves olfatorias y visuales. El hecho es que E. helleborine produce ciertos compuestos volátiles similares a los que emiten las hojas de algunas plantas, como el repollo, cuando fueron atacadas por orugas. Así, las avispas son atraídas a la distancia por esos compuestos que ellas asocian a la presencia de presas apetitosas. Los moscardones verdes o azules, que se alimentan de carroña, también son víctimas del engaño. En efecto, una especie de orquídeas de África del Sur (Satyrium pumilum), que son polinizadas por moscas carroñeras, imitan el color y el olor de carne en descomposición: pueden presentar un color oscuro, marrón o púrpura, y emanar un olor a podredumbre, que se parece mucho a la carroña real. ¿Las orquídeas son más engañosas que otras flores? “Al ser una familia tan diversa, con una multiplicidad tan grande de formas y colores, y tener mecanismos específicos de polinización, suelen presentar un mayor número de estrategias reproductivas en cuanto a la polinización, que involucran distintos tipos de engaño”, destaca Sanguinetti. Desde el punto de vista evolutivo, la presencia extendida del engaño en orquídeas se explica principalmente como un mecanismo que reduce la autopolinización, es decir, el intercambio de polen entre flores de la misma planta, y promueve la polinización cruzada. El engaño también se vincula a bajos niveles de éxito de polinización. Así, el engaño floral puede ser un mecanismo de selección natural que redundaría en mayor fitness o aptitud biológica, según comenta Sanguinetti, que estudia las estrategias reproductivas en un grupo de orquídeas sudamericanas. Las que engañan suelen tener un cruzamiento genético mayor que las que dan recompensa.

Aprovechadores en nido ajeno

Los pájaros también recurren al engaño para perpetuar la especie. En efecto, algunas especies engañan a otras para lograr el cuidado de sus crías. Es el caso del tordo pico corto, que parasita el nido del tordo músico. “Los tordos son aves que, en lugar de hacer su nido, dejan sus huevos en nidos de otras especies que se encargan del cuidado parental”, señala la doctora Cecilia De Mársico, docente en el Departamento de Ecología Genética y Evolución (EGE), de Exactas-UBA, e investigadora del CONICET. Y agrega: “Lo curioso es que las crías del tordo pico corto apenas se distinguen en el aspecto y las vocalizaciones del hospedador”. La investigadora estudia las interacciones entre hospedador y parásito y, mediante experimentos, observó que la similitud en el aspecto de las crías logra engañar al dueño del nido, que acepta la progenie del parásito como si fuese propia e, incluso, le presta más atención, en comparación con otras aves sin este mimetismo. En otras especies, el parásito pone huevos de aspecto muy parecido a los del hospedador, de modo que éste los acepte como propios, a pesar del costo de criar hijos ajenos. La interacción entre intruso y hospedador fue descripta como una “carrera armamentista”. Es que el invasor va desarrollando estrategias (adaptaciones) para vencer las defensas que opone el dueño de casa. “El parásito trata primero de acceder a un nido para poner sus huevos y luego intenta que éstos sean aceptados, al igual que sus pichones. En cada etapa, el hospedador puede oponer resistencia, pero, casi siempre, el que gana es el parásito, con diferentes engaños”, describe De Mársico. El parasitismo es muy costoso para los hospedadores: de hecho, en algunas especies, el pichón parásito elimina todos los huevos o los pichones del nido. Por ello, a lo largo de la evolución, van desarrollando defensas. En la Argentina, hay tres especies de tordo que hacen parasitismo: pico corto, renegrido y gigante, y también se da en el crespín, una especie emparentada con los cucús europeos. Al igual que los cucús, que arrojan fuera del nido los huevos o las crías recién nacidas, el pichón de crespín mata a las crías del hospedador. En el caso del tordo, si bien éste no ataca a los pichones ajenos, en muchos casos, al nacer más temprano y alcanzar mayor tamaño, termina ganando en la lucha por el alimento.

El móvil del engaño

¿Por qué estos pájaros son impostores? “Lo que se piensa es que la ventaja de liberarse del cuidado parental o alguna restricción ecológica en el pasado habrían favorecido la práctica de ocupar nidos de otras especies”, afirma De Mársico. De hecho, en algunas aves, si el nido fue depredado, en lugar de invertir tiempo en reconstruirlo y realizar el cuidado parental, las hembras dejan sus huevos en otros nidos de la misma población. La forma en que los biólogos hablan del parasitismo fue variando a lo largo de los años. En trabajos del siglo XVIII, se consideraba ese comportamiento como una aberración del instinto maternal, y se deploraba que una madre abandonara a sus pichones. “Ahora se piensa que las presiones de selección favorecieron esta estrategia”, sostiene De Mársico. En realidad, el parasitismo de cría es una rareza: se da en el 1% de las especies de aves, mientras que el 99% restante posee alguna forma de cuidado parental.

Engañar al predador

Algunas mariposas presentan ciertas estrategias para ahuyentar a potenciales predadores, por ejemplo una coloración muy llamativa. Se trata de aposematismo, estrategia en la que la presa, que es tóxica o dañina para el predador, exhibe una señal de advertencia, como el color intenso. Pero esas señales aposemáticas se vuelven engañosas cuando son explotadas por otras presas no tóxicas, es lo que se conoce como mimetismo batesiano. En esa forma de engaño, una especie inofensiva presenta rasgos similares a otra que está armada con mecanismos de defensa como espinas, aguijones o sustancias tóxicas. La denominación se debe al biólogo británico Henry Walter Bates, que estudió el fenómeno en mariposas del Amazonas, durante la segunda mitad del siglo XIX. Si bien la especie embaucadora carece de armas defensivas, el parecido con la otra especie le confiere protección, ya que los predadores asocian la similitud con una mala experiencia previa. Así, algunas serpientes no venenosas imitan la coloración de la coral, o los patrones de coloración de serpientes venenosas.

Monos mentirosos

En el África subsahariana habita una especie de monos, de la familia de los cercopitecos, también conocidos como monos vervet, que poseen señales de comunicación que les permiten indicar a sus congéneres la presencia de una víbora, un águila o un guepardo. Esta capacidad comunicativa puede ser usada para el engaño: en efecto, se ha documentado que algunos monos emiten una señal de alarma en presencia de una víbora, por ejemplo, y, mientras los miembros de su grupo suben a los árboles, el mentiroso aprovecha para comer tranquilo, sin competidores. Al respecto, el doctor Walter Farina, profesor en el Departamento BBE de Exactas-UBA e investigador del CONICET, señala que el engaño en esa especie de monos no es una estrategia evolutivamente estable, sino ocasional. “Como la comunicación es bidireccional, el individuo que engaña, después va a ser engañado, porque no siempre se comporta como emisor, sino que puede ser receptor”.

Cooperación versus manipulación

¿En la naturaleza, predomina el engaño? “Mucha de la comunicación animal es ‘manipulativa’ y no ‘cooperativa’. La visión tradicional de los etólogos era que los organismos se comunican para compartir información, en forma cooperativa. El emisor se beneficia informando su estado interno al receptor y este se beneficia si predice el comportamiento futuro del emisor”, explica el doctor Juan Carlos Reboreda, profesor del Departamento EGE, de Exactas-UBA, e investigador del CONICET. Y señala que, a esta visión tradicional, los biólogos británicos Richard Dawkins y John Krebs contrapusieron la idea de que mucha de la comunicación animal es manipulativa: el emisor “manipula” el comportamiento del receptor de forma que éste responda, beneficiando al primero. La visión actual es que hay comunicación tanto cooperativa como manipulativa. Una de las ideas que se desarrolló alrededor de esta controversia es que la forma de una señal no es arbitraria y que los costos de la señal están asociados con el mensaje que se quiere transmitir (señales honestas). La señal producida por el macho, y utilizada por la hembra para elegir con quién se aparea, debe ser un indicador confiable de la calidad genética de ese macho. “La señal debe ser costosa de producir y de mantener, y su expresión ser dependiente de la condición fenotípica del macho; por ejemplo, la cola de un pavo real o el plumaje colorido o brillante de muchas especies de aves”, detalla Reboreda. Por su parte, los machos que no pueden producir esa señal, por su costo, tratan de “convencer” a las hembras de sus “bondades”. Pero la selección debería favorecer a aquellas hembras que eligen al macho correcto, es decir, el que produce la señal honesta. “La comunicación manipulativa es frecuente cuando a un sistema emisor-receptor se le agrega un segundo emisor que manipula al receptor”, señala el investigador. Un ejemplo es el pichón de tordo en un nido de calandrias a quienes manipula para que lo alimenten al igual que a los pichones propios. Otro ejemplo: las luciérnagas del género Photuris mimetizan el patrón de emisión de luz de las hembras del género Photinus, que usan la luz para atraer a los machos de su especie. Así las embaucadoras se comen a los machos de la especie engañada. “En biología hay muchos ejemplos de ‘engaño’, ya que normalmente existe un conflicto de intereses entre los individuos, y se seleccionan aquellos comportamientos que benefician al individuo, aunque ello implique perjudicar a otro”, concluye Reboreda.