Un fenómeno global

Las aves que prefieren a las ciudades

Las abundancia de alimentos y de elementos para anidar hace que cada vez sea mayor la presencia de estos animales en las urbes de diferentes países de todo el mundo. Sin embargo, la variedad de especies es menor en relación con las que se pueden encontrar en las áreas no urbanas.

29 Oct 2018 POR

Aves en la Plaza de Mayo. Foto: Diana Martinez Llaser

Las salidas al campo para contemplar aves parecen ser casi costumbres del pasado. A la hora de disfrutar del canto de pájaros y observar distintos plumajes, nada mejor que hacer una recorrida por la metrópoli más cercana. Investigadores argentinos luego de analizar los resultados de distintos estudios en diferentes localidades del planeta, encontraron que se observa más abundancia de estos animales en las ciudades que en zonas no urbanas, pero menos variedad de especies.

“Vimos que hay más abundancia de aves en las ciudades que en las áreas no urbanas. Se esperaba que fuera así porque las metrópolis generan buenas condiciones de alimentos y de elementos para anidar. Además, no encuentran muchos depredadores”, destaca Lucas Leveau, desde el Departamento de Ecología, Genética y Evolución, de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad de Buenos Aires (IEGEBA, CONICET-UBA), quien llevó adelante el estudio bajo la dirección de Adriana Ruggiero del Laboratorio Ecotono del Centro Regional Universitario Bariloche de la Universidad Nacional del Comahue (INIBIOMA-CONICET), e Isabel Bellocq (IEGEBA, CONICET-UBA).

Dar de comer a las palomas es un clásico que se extiende a otras especies. A este banquete servido en bandeja a las aves, se suman los restos de comida que desbordan los tachos de basura. Los animales disfrutan esta fiesta bastantes relajados porque no tienen tantos peligros a la vista como ocurre en el campo. “Si bien ahora ingresó el carancho a la ciudad, aún hay pocos predadores. No habitan zorros, serpientes, hurones, gatos monteses y otras especies que acechan a las aves en las áreas rurales”, detalla Leveau, doctor en Biología.

El equipo de científicos de Exactas UBA evaluó 93 investigaciones de estos animales en distintas ciudades del mundo. “En los estudios ecológicos se analizan varios aspectos de los conjuntos de especies de aves, como su abundancia y la variedad de especies. A pesar de que las áreas urbanas propician una mayor abundancia de aves, en general tienen una menor cantidad de especies que las áreas no urbanas aledañas. O sea, en las ciudades hay menos especies, pero estas son muy abundantes”, subrayaron.

Anidando más vidas

Hace tiempo que la humanidad empezó a dejar el campo y emigrar hacia las ciudades. Y con su estilo de vida, los habitantes metropolitanos no sólo arman su hogar sino también crean mejores condiciones para que aniden las aves. “El hombre -describe- riega en las ciudades y mantiene la vegetación. El verde se extiende más tiempo a lo largo del año, aquí se registra menos estacionalidad que en las áreas rurales”. Esta mayor oferta de recursos es tal que se denomina efecto oasis al fenómeno que generan las ciudades, en especial aquellas ubicadas en zonas desérticas. La capital de Mendoza, por ejemplo, es un claro ejemplo de un bálsamo en medio de la aridez.

No sólo las aves encuentran en la ciudad sitios acogedores donde anidar, nutrientes en abundancia gran parte del año, sino además “más estabilidad en el clima. Se denominan seudoburbujas tropicales porque estos conglomerados de cemento, en general, generan la llamada isla de calor, donde hay dos o tres grados más de temperatura en promedio que en las zonas rurales”, añade.

Esta mayor presencia de aves a la vuelta de la esquina genera emociones en los apurados vecinos urbanos. “Distintos estudios indican que al hombre le hace bien observar aves, escuchar su canto. Este amor innato hacia la naturaleza fue denominado biofilia por Edward Wilson”, precisa. A su entender, esta afinidad humana por todo lo viviente, este sentido de conexión con otros sistemas vivos, con el hábitat y con el entorno, en parte explica otro fenómeno que también se registra en aumento. “Cada vez –marca- hay más clubes de observadores de aves en las ciudades. Esta actividad social ha crecido en los últimos diez a quince años”.

No todo es amor. No faltan trastornos. Si bien la paloma simboliza paz, su presencia puede alterar la vida de no pocos habitantes. “En la Ciudad de Buenos Aires hubo un problema con la torcaza porque usa los pulmones de manzana para pasar la noche, luego de estar durante el día en las áreas rurales. Vienen enormes bandadas a dormir y generan molestias entre los vecinos. Hubo quejas”, relata. La convivencia nunca es sencilla, y más cuando ocurren encuentros inesperados.

Si las ciudades suelen ser sinónimo de mundos cosmopolitas, con ciudadanos de distintos lugares del planeta atraídos por el mismo sitio, a las aves les ocurre algo parecido. “Encontramos ocho especies de loros tropicales que en la Ciudad de Buenos Aires se han naturalizado luego de haber escapado del cautiverio humano. Tal vez se sigan expandiendo, lo mismo que el picaflor Garganta Blanca (Leucochloris albicollis) que avanza cada vez más, tal vez por el aumento de temperatura global, sumado a que encuentra flores plantadas por el hombre, y halla así recursos de néctar todo el año. Esta especie llegó a Neuquén y se encontró con colibríes nativos de esa provincia. Entonces, se generan situaciones novedosas, interacciones que antes no se daban”, concluye Leveau, sin dudar que estas cuestiones conformen temas para futuros estudios.