¿Las aves tienen más miedo a la humanidad en los parques urbanos o en los cementerios? ¿Cuán cerca podemos llegar a estar sin que huyan despavoridas? ¿Ocurre lo mismo en América Latina y Europa? Un estudio hecho en 19 ciudades de ocho países latinoamericanos encontró curiosas respuestas para estos interrogantes.
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Cada año, a mediados de octubre, se produce un encuentro esperado en la provincia de Buenos Aires. El biólogo Diego Tuero espera el regreso de unas aves migratorias muy particulares, que viajan unos 4.500 kilómetros desde el norte de Sudamérica. Un vuelo extenso, extenuante, que deja a la mitad en el camino. Quizás, lo curioso sea que algunas lo completen. Es que, en teoría, la forma de su cuerpo les debería jugar en contra.
Cada vez resulta más frecuente detectar, alrededor de los espacios verdes de la Ciudad, la presencia de gavilanes mixtos. Se trata de aves rapaces que encuentran en las palomas su alimento predilecto. Desde hace un tiempo han comenzado a colonizar Buenos Aires y también se los puede ver en La Plata y en cercanías de Mar del Plata.
Una investigación desarrollada en Mar del Plata, Balcarce y Miramar señala que las áreas urbanas actúan como un filtro que disminuye la variedad de colores de las aves que las habitan y beneficia el gris, probablemente porque favorece el mimetismo con el cemento.
Por primera vez en Sudamérica, la mirada científica sigue de cerca distintas poblaciones de un ave que puede recorrer 4.500 kilómetros de distancia para hacer su nido y reproducirse en primavera. Y, luego, otros tantos kilómetros para volver a su sitio de partida, a pasar el invierno. Casi la mitad de las tijeretas que se lanzan a este viaje, mueren en el intento. Detalles de esta migración que busca ser reconstruida por investigadores de la Argentina, Brasil y Estados Unidos.
Un grupo de investigadores e investigadoras, encabezados por Bettina Mahler, estudian aspectos genéticos que aporten datos para ayudar a la conservación de diversas especies de aves amenzadas.