Ciudades grises, aves grises
Una investigación desarrollada en Mar del Plata, Balcarce y Miramar señala que las áreas urbanas actúan como un filtro que disminuye la variedad de colores de las aves que las habitan y beneficia el gris, probablemente porque favorece el mimetismo con el cemento.
En las ciudades no sólo las veredas, pavimentos o edificios son color cemento, sino también las aves que las anidan. No solo abundan las grises, sino que son pocas las especies. Y esto, al parecer, no es casualidad. A esta conclusión llega el estudio realizado en Mar del Plata, Miramar y Balcarce por Lucas Leveau, doctor en biología de Exactas UBA.
“En los centros urbanos el color dominante de los pájaros es el gris. Además de haber pocas especies, estas son muy parecidas en su tonalidad”, sintetiza Leveau, desde el Departamento de Ecología, Genética y Evolución, de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad de Buenos Aires (IEGEBA, CONICET-UBA). Y enseguida agrega: “Habría una coincidencia entre el color del ambiente y el de las especies que eligen habitarlo. Esto las podría ayudar con el mimetismo, para no ser muy llamativas ante los predadores”.
Confundirse con el asfalto y las paredes vistiendo a su tono sería una ventaja, a la que se le sumarían otras características de estos animales, que los hace “bichos de ciudad”. En este caso, se trata de torcazas, palomas caseras y gorriones. “Estas especies se alimentan de los restos de alimentos que el ser humano deja intencionalmente o no. Lo que la gente les da de comer o tira a la calle como desecho, estas aves lo aprovechan”, describe.
No desentonan al pasar desapercibidos en la urbe, la comida no les falta y, como si fuera poco, “tienen una cierta nidificación que les permite estar en las áreas céntricas. La paloma casera y el gorrión anidan en edificios, y la torcaza, en árboles, pero también puede hacerlo en edificios. O sea, tienen rasgos de vida que les permite habitar los centros urbanos. A su vez, tienen un color parecido, lo cual podría hacer que se adapten mejor a las áreas dominadas por cemento”, destaca.
Paso a paso
A lo largo de dos años, cada primavera y verano, en la época de reproducción de las aves, Leveau, tomaba su mochila con su anotador de campo y binoculares para observar qué aves hallaba en cinco calles céntricas de Mar del Plata, Balcarce y Miramar. “Sólo tomaba nota de las aves que estaban haciendo uso de las áreas. No tenía en cuenta las que pasaban volando por lo alto”, relata.
Paso a paso, las mismas recorridas las hacía en cinco calles de las zonas residenciales de esas tres ciudades, y otras cinco transectas en las áreas rurales. Este itinerario de días de campaña lo repitió en cuatro oportunidades en los nueve lugares.
El panorama cambiaba a medida que Leveau tomaba distancia y se alejaba de las metrópolis. Entonces, aparecían plumajes con diversidad de tonalidades que sobrevolaban los suburbios y el campo. En las zonas residenciales observó “especies de coloración amarilla y verde, mientras que las áreas rurales estaban ocupadas por especies grandes con combinaciones de negro, marrón y blanco”. En las áreas más distantes de la vida citadina aparecían los ejemplares más elegidos por las personas. “De acuerdo con distintos estudios, el amarillo y el azul son los colores preferidos por los seres humanos para las aves”, indica.
Más allá de estas observaciones de a pie, echó mano a un programa computacional para simular qué gamas u tonos de animales debería encontrar en la realidad. “La comparación dio que en las áreas dominadas por edificios hay menos variedad de colores de las que el modelo sugiere”, precisa. En otras palabras, según el modelo, los centros urbanos debían tener especies con más diversidad de matices.
“Estos resultados indican que la urbanización actúa como un filtro ambiental para los colores de las aves, que induce la presencia de aves con colores similares”, concluye Leveau en Landscape and Urban Planning.