Profunda vocación
Se sumerge a fondo en sus investigaciones, desciende hasta treinta metros en las aguas heladas del Ártico y la Antártida para estudiar los organismos que habitan las profundidades marinas. El biólogo Ricardo Sahade desborda pasión, la misma que le contagió a él Jacques Cousteau.
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En los últimos veinte años, el biólogo cordobés Ricardo Sahade pisa hondo, desciende unos 15, 20 y hasta 30 metros de profundidad en los fríos mares polares. Trabaja allí, a veces a oscuras, y no se detiene un segundo. Más de doscientas jornadas laborales las pasó en el lecho marino más extremo, y espera volver a hacerlo. Es que a los nueve años ya supo lo que lo haría feliz: tocar fondo. A los 25, lo comprobó en la Antártida, y luego en el Ártico, donde estudia cómo afecta el calentamiento global a los organismos de las comunidades subacuáticas heladas del planeta.
De chico, viendo la televisión descubrió su lugar en el mundo de la mano de quien alguna vez dijo: “¿Qué es un científico, al fin y al cabo? Es un hombre curioso, mirando por una cerradura, la cerradura de la naturaleza, intentando descubrir lo que está pasando”. El impacto entonces fue profundo. “Cuando ví una película sobre el mundo submarino de Jacques Cousteau en la Antártida, dije: Yo quisiera hacer eso”, relata.
Fue tan fiel a su deseo, que la primera vez en bucear en el gélido mar del norte de la península Antártica, en la isla 25 de Mayo, él hizo base en el mismo sitio donde había estado el comandante francés del buque oceanográfico Calypso. “Casualmente –señala–, en la película, Cousteau estaba en nuestra base argentina Jubany, hoy llamada Carlini”.
Era la temporada del verano 1994-1995 cuando debutó en las aguas australes con temperaturas que van de -2° grados bajo cero a un máximo de 2°. “Me puse la máscara, el tanque, me até el cabo de vida, que es una cuerda que te une a la superficie, porque para trabajar generalmente se desciende solo”, describe.
Del bote que lo llevó a cumplir su sueño, saltó al mar y… “Fue sorprendente. Impacta el contraste, porque afuera no hay prácticamente nada, en cambio cuando bajás, uno encuentra una cantidad de vida enorme con animales muy grandes y variados colores”, cuenta. Divisó ascidias o papas de mar y esponjas; y tocó, como tanto había ansiado, el fondo que era su cielo. Y también contaba con estrellas sol “amarillas y marroncitas como con anillos que llegan a tener un metro de diámetro”, detalla.
No se cansa de repetir. “Es muy lindo estar solo ahí abajo. En el fondo marino hay un silencio abrumador. Solo se escucha tu respiración, las burbujas saliendo del tanque y como a lo lejos el ruido de animales, que no se identifica bien qué es”, relata. Aunque, a veces ha tenido sorpresas, como le ocurrió en las antípodas de la Antártida, en el fondo del mar Ártico, mientras intentaba con esfuerzo armar unos marcos de metal para instalar un experimento. No es fácil con guantes y toda la parafernalia del equipo de buzo ajustar con pinzas los tornillos, ensamblar partes en un ambiente como el acuático. Además, a 30 metros de profundidad, los tiempos son breves, por ejemplo, no se puede permanecer más de 12 a 15 minutos y “hay 50 tareas para realizar”.
Absorto, en plena tarea, algo lo molesta. “Sentí que me tiraban para atrás. ¿Qué era? Una foquita que se estaba divirtiendo con mis patas de rana. Estaba jugando. Después me robó unos tornillos”, sonríe al recordar la visita inesperada, aunque no tan sorpresiva como cuando vio en sus primeras zambullidas antárticas una araña de mar enorme que lo dejó sin aliento. “Tenía como 50 centímetros de diámetro y lo que había estudiado en la Facultad era que esos animales son muy pequeños. Cuando la ví, dejé lo que estaba haciendo y la empecé a seguir. Cuando subí y le conté a mis compañeros, me decían que exageraba”, narra. Él mismo también dudaba si era o no.
Ni bien llegó a la base, fue a la biblioteca del laboratorio a consultar un libro de fauna marina y allí estaba. “Efectivamente, los pantópodos en la Antártida son gigantes. Tuve la suerte de verlo. Fue el primero y el último”, menciona, aunque no pierde esperanzas de hallar otro. Lo mismo que dar de nuevo con una ballena azul como le ocurrió en una oportunidad, aunque muy de lejos. “Es increíble. Nos quisimos acercar, pero se fue muy veloz”, indica, cómplice, sobre el animal más grande que existe sobre la Tierra, que llega a medir hasta 30 metros de largo y puede nadar a más de 30 kilómetros por hora cuando está inquieto.
El Ártico y la Antártida no sólo son antípodas geográficas, sino también difieren mucho en su diversidad. “El Ártico es un ecosistema nuevo que tiene unos 15 a 20 mil años desde la última glaciación en el planeta. Se observa menos abundancia y diversidad de organismos que en la Antártida, donde la evolución tiene unos 20 a 25 millones de años ininterrumpidos. Aquí, uno tiene desde animales diminutos hasta gigantescos”, compara.
Cambio climático profundo
Tanto en las cercanías del Polo Norte como del Polo Sur, Sahade estudia los organismos que habitan las profundidades oceánicas, la ecología bentónica. “Bentos –explica– es la parte del mar que está en el fondo. Analizo cómo son sus interacciones, qué cambios se vienen observando a causa del cambio climático. En la Antártida es más marcado y notable que casi en cualquier otra parte del planeta”, subraya, con su inconfundible acento cordobés, desde la capital de su provincia –paradójicamente– mediterránea. Allí tiene su laboratorio en el Instituto de Diversidad y Ecología Animal del CONICET y de la Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Naturales de la Universidad de Córdoba, donde trabaja con un grupo de unas 15 personas, desde investigadores a estudiantes, y en colaboración con el Instituto Antártico Argentino y el Alfred Wegener Institut de Alemania.
“La temperatura media en la Antártida aumentó 2,5° en los últimos 50 años, lo cual es un incremento cinco veces más rápido que tuvo la media de todo el planeta. En caleta Potter (donde suele ir) el retroceso del glaciar es impresionante. De hecho, dejó al descubierto una nueva isla”, grafica.
¿Estos cambios en la superficie influyen en el fondo marino? “Vimos que sí”, contesta, e historia: “Las primeras veces que fuimos (1994 en adelante) los organismos dominantes más abundantes eran ascidias, hoy prácticamente hay muy pocas”. ¿La disolución de grandes masas de hielo es en parte responsable de esta disminución de las conocidas papas de mar? “Los glaciares, al derretirse, arrastran sedimentos de la tierra y los meten al agua. Las ascidias comen filtrando el agua. Si se topan con muchos sedimentos, se tapan. No se pueden alimentar correctamente, o deben gastar un montón de energía para hacerlo, y lo que consiguen comer no les rinde. Entonces, esa población sufre. Eso lo vimos en Caleta Potter. Lamentablemente he sido testigo de algo que no me esperaba. Cuando empecé a estudiar esto, la imagen establecida de la Antártida era de una estabilidad enorme, y de que había muy pocos cambios. Y me tocó ver que no”, lamenta.
No hay domingos
En los trabajos de campaña, el último en 2012 en el Ártico, no hay días de descanso. Allí fue al norte de Noruega, en una pequeña población –NyÅlesund– con bases científicas de todo el mundo, ubicadas a unos mil kilómetros del Polo Norte. Ahí, él era para todos “el argentino” y si bien estaba con la expedición de Alemania, compartía experiencias con investigadores de todo el mundo. “Hay un comedor único, donde te encontrás con gente de India, China, Corea, Italia, Francia, Japón, EEUU. Es muy lindo compartir vivencias. Un chef especializado hace comidas típicas noruegas y de los distintos lugares del planeta”, apunta con cierta añoranza.
La convivencia en climas hostiles nunca ha sido un problema para Sahade. Compartir, organizar los descensos, tomar notas son parte de una rutina polar que no conoce de domingos. “La norma es que se bucea todos los días que el tiempo lo permita”, asegura quien cuenta con más inmersiones antárticas que árticas. Aunque en ambas siempre fue en temporada de verano. “No he tenido la suerte de bucear en invierno. Es algo que me encantaría. Se debe romper el hielo superficial para sumergirte y volver a salir por ese huequito. Ahí es cuando el agua está más transparente, es un cristal”, expresa. En su caso, al hacerlo en la Caleta Potter, los sedimentos del glaciar derretido forman una capa de color marrón, que opacan la visibilidad y lo obligan a sumergirse guiado por una linterna.
Sahade ha buceado en sitios donde posiblemente nunca nadie lo haya hecho. Esto ocurrió cuando, a bordo del velero Sedna IV, con documentalistas canadienses, recorrieron la península Antártica y lograron llegar a sitios que resultan imposibles en otro tipo de embarcaciones. “Nos metíamos en lugares pequeñísimos, desconocidos”, resalta quien en todas sus campañas suele tomar fotografías en sus inmersiones al mundo submarino y, en algunos casos, colecta muestras de organismos o de sedimentos. También, realiza trabajos experimentales, que deja en el fondo marino por un par de días, y regresa a buscarlos si no hay tormentas de por medio.
“Pienso volver probablemente al fondo polar el año que viene. Se extraña estar ahí”, confiesa, con la misma pasión que le contagió de niño el gran Cousteau.