Cita con tijeretas
Cada año, a mediados de octubre, se produce un encuentro esperado en la provincia de Buenos Aires. El biólogo Diego Tuero espera el regreso de unas aves migratorias muy particulares, que viajan unos 4.500 kilómetros desde el norte de Sudamérica. Un vuelo extenso, extenuante, que deja a la mitad en el camino. Quizás, lo curioso sea que algunas lo completen. Es que, en teoría, la forma de su cuerpo les debería jugar en contra.
Falta poco para que las tijeretas lleguen a la Argentina desde Colombia y Venezuela. Y él las esperará, como todos los años, en la provincia de Buenos Aires. Aquí, vienen a reproducirse a mediados de octubre y se quedarán hasta fines de enero o febrero. Durante todo ese tiempo, Diego Tuero no les quitará los ojos de encima. Estas aves son particulares. Tienen una cola larguísima, que duplica su tamaño y da la impresión de que las desestabiliza. Sin embargo, aunque su aspecto haga dudar de sus habilidades aerodinámicas, estas incansables viajeras muy pronto aterrizarán en las Pampas tras haber aleteado 4.500 kilómetros. “¿Cómo lo hacen?”, pregunta este doctor en Biología sin ocultar su admiración.
“Encontré mi pasión en el vuelo de las aves migratorias”, confiesa hoy Tuero desde el Laboratorio de Ecología y Comportamiento Animal (LEyCA) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Pero el primer encuentro no fue amor a primera vista. “En principio, me interesaba más la teoría, no un modelo de estudio. De hecho, cuando fui por primera vez al campo, no sabía identificar aves, así que fue todo un mundo nuevo, un descubrimiento. Luego, en el doctorado, con más tiempo, me fui enamorando del modelo de estudio”, agrega este investigador del CONICET.
Muy pronto, a él lo aguarda El Destino, la reserva bonaerense ubicada a 20 kilómetros de Magdalena, para reunirse con las tijeretas como lo hace desde 2009. Y también, volverán los madrugones. Ya a las 4.00, sale de noche con su equipo. “Antes del amanecer, -cuenta- debemos abrir las redes de niebla colocadas cerca de sus nidos porque si las aves nos ven disminuye la probabilidad de captura para hacerles mediciones del largo de ala, pico y peso. Antes de liberarlas, las anillamos y colocamos geolocalizadores que miden la luz del sol y establecen la zona por donde andan con cierto margen de error, pero que permite saber a grandes rasgos su trayectoria”.
Estas aves son particulares. Tienen una cola larguísima, que duplica su tamaño y da la impresión de que las desestabiliza.
Unos treinta días en promedio tardan en llegar desde los llanos de Colombia y Venezuela a la Argentina. Pero casi dos meses demoran cuando vuelven al norte de Sudamérica a pasar el invierno. “La migración primaveral es más corta que la otoñal porque aquí vienen a reproducirse. Su período reproductivo es acotado y necesitan aprovecharlo al máximo, entonces están apuradas por conseguir los mejores territorios y condiciones”, indica. No todas las tijeretas alcanzan la llanura pampeana, algunas se quedan por la Mesopotamia, Paraguay, Bolivia, y una gran parte va a Brasil. Pero más allá del destino, muchas de ellas no logran culminar el viaje. “El promedio general de mortandad de aves migratorias en todo el mundo es del 50 por ciento”, marca.
Nuevas tecnologías permitirán obtener mayores precisiones sobre la ruta de las tijeretas, como un aparato del Sistema de Posicionamiento Global (GPS, en inglés) en tamaño muy pequeño y liviano, que podrá ser colocado en estas aves de no más de 30 gramos de peso. “Este año salió un GPS de apenas 0,6 gramos que supuestamente toma más cantidad de datos y podrá ser cargado por estos animales. Esto nos permitirá saber cuántas veces paran, dónde, cuánto tiempo”, detalla.
Alta en el cielo
Estas pequeñas aves, campeonas en acumular millas, desvelan a la ciencia por sus características, que parecen ir contra la corriente. “La mayoría de las migrantes no tienen cola larga porque les genera resistencia, mayor rozamiento y esto implica costos aerodinámicos. Entonces, uno se pregunta qué está pasando evolutivamente con la tijereta, por qué ocurre esto. Por otro lado, uno se plantea desde el punto de vista del comportamiento, si esa gran cola cumple el rol de atraer a la pareja, y por eso se mantiene a pesar del gran costo que le puede traer para la migración”, sugiere.
Con diversos interrogantes por responder, Tuero estudia la aerodinámica de su curioso vuelo con túneles de 9 metros de largo hechos de tela de media sombra, con obstáculos colgantes que las tijeretas deben esquivar. “Las obligo a zigzaguear porque busco ver si ese zigzag es más prolongado en aves de cola larga o corta”, indica. Dentro de la misma especie hay diferencias significativas. “Hay machos con cola de 27 centímetros y otros de 23. Las hembras, como máximo, tienen 21. En tanto, el cuerpo mide de 10 a 15 centímetros”, precisa.
El promedio general de mortandad de aves migratorias en todo el mundo es del 50 por ciento
En el aire, son unas cazadoras de insectos muy precisas con buena vista y gran poder de maniobra. “Se mueven, zigzaguean para atrapar su comida. Cuando los hormigueros estallan, las tijeretas se hacen una panzada. Hay una relación entre el largo de cola y la capacidad de giro. Pretendo analizar eso. Puede ser que estén favorecidas por ese tipo de cola por sus rasgos alimenticios”, indica. También, estas aves consumen tatadiós, arañas, polillas. Solo buscan alguna fruta en la época de la migración, como moras, porque sus grasas les servirían de ayuda. Unos días antes de iniciar el largo camino, les suele dar ansiedad migratoria, y engordan. Pueden llegar a duplicar su peso.
Pareja y algo más
Tyrannus savana, es su nombre científico y hace referencia a su agresividad. “Los tiránidos -dice- solo habitan en América. Defienden mucho el territorio y se pelean entre sí. Suelen enfrentar a animales más grandes. No es raro verlos picar a un carancho por arriba”. Pero a veces, este arrebato de fuerza no alcanza para proteger a sus huevos buscados por aguiluchos, comadrejas y serpientes. Si su nido, una copita de pasto, es depredado, enseguida construirán otro. El trabajo es de a dos, pero con algunas diferencias.
“Está la pareja social y la genética. La social -marca- es con quien cría sus hijos. Aunque el 90 por ciento de las aves son monógamos sociales, esto no quiere decir que el padre genético sea su pareja social. Es muy probable que muchos papás críen algunos hijos que no son suyos”.
El trabajo es arduo, con 4 huevos en promedio por nido, la pareja le deberá llevar alimento a los pichones cada 8 minutos, literalmente. “Ambos, aunque más la hembra, van y vuelven con comida, van y vienen todo el tiempo. Esto lo hacen por 17 días, desde que las crías nacen hasta que dejan el hogar”, relata. Al año siguiente, los padres suelen sobrevolar la misma zona, pero no siempre siguen juntos en pareja.
Todas las mañanas, tipo 7.00, Tuero y equipo monitorea los nidos, miden los huevos o pichones y dejan la cámara para obtener filmaciones.
Todas las mañanas, tipo 7.00, Tuero y equipo monitorea los nidos, miden los huevos o pichones y dejan la cámara para obtener filmaciones que luego serán estudiadas minuciosamente. También, junto con estudiantes de la facultad, buscan más nidadas. “Las nuevas generaciones salen al campo con GPS en la mano para encontrarlas y, en realidad, funciona al revés. Uno debe memorizar la vegetación, los caminos, ciertos sonidos y conocer los gustos de estas aves. A la tijereta -ejemplifica- le atrae el árbol raído, con pocas hojas, para armar su casa. Entonces, debemos dirigirnos a ese”.
Con escalera en mano y cámaras GoPro en la frente, el grupo puede caminar horas para alcanzar los hogares dispersos de estos animales de pecho blanco y cabeza negra. Y, en ocasiones, los nidos están instalados en las partes más elevadas de las copas arbóreas. A veces, Tuero trepa como cuando era chico en Ituzaingó y quería ser zoólogo, aunque por entonces no entendía del todo bien la palabra. Él sólo deseaba estar con leones en África. “Con el tiempo me di cuenta de que siempre me gustó estudiar el comportamiento de los animales”, expresa. Hoy, ahí está, en lo más alto de un árbol mirando el mundo con la visión aérea de la tijereta. Y sabe que el sonido que escucha, es la señal que dan los animales para alertar de su presencia.
Volverte a ver
Y a veces, en esas observaciones con binoculares y, en ocasiones, con telescopio, Tuero encuentra que alguna de las aves tiene el anillado colocado tiempo atrás para seguirle el rastro. “Da alegría volver a verlas. Ni hablar cuando anillás pichones y los ves al otro año. Es tu bebito también. El registro más longevo fue de cinco años”, señala.
Por otro lado, unos 300 geolocalizadores ya han sido colocados en esta especie para seguirle sus pasos. Gran parte de ellos permitieron reconstruir el mapa de caminos de las tijeretas, su fecha de arribo, de partida, etcétera. “Lo más novedoso de nuestro trabajo es que resulta el primer ejemplo de un ave de Sudamérica donde estamos sabiendo en detalle cómo son las rutas migratorias no solo de la especie sino entre poblaciones asociadas a sus prácticas reproductivas”, indicó Tuero, tiempo atrás a NEXciencia. Si bien, instalarle el miniequipo en la espalda del ave es un desafío, peor es intentar recuperarlo al año siguiente. “De cada cien aparatos que colocamos, recuperamos veinte. Y, además, hay que ver que hayan funcionado como se esperaba. Cuando todo sale bien, se descarga en la computadora la información obtenida, y a partir de esos datos se estudian”, cuenta.
“Con el tiempo uno pasa a ver y oír como un animal más del lugar, uno escucha sonidos que ni pensaba”.
Las jornadas de campo son largas. “A veces cuando duermo 4 horas y ando a pie 10 kilómetros cargado de instrumentos, me pregunto por qué no elegí un animal más fácil”, bromea. El encuentro con las tijeretas llegará a su fin hacia febrero, cuando ya casi todas iniciaron el viaje de regreso al norte de Sudamérica para pasar el invierno. Será entonces el momento de la vuelta al laboratorio con todo el material acumulado para “pulir los datos, detectar si hay errores, armar planillas, cargar programas de estadísticas. Eso dura meses, hasta la escritura final del paper”, señala. En el medio, algunas hipótesis planteadas pierden peso, y otras, por el contrario, logran afianzarse con pruebas robustas. Y es el momento también, en que él extraña esos días de campaña, esa sensación única de vivir siendo parte de la naturaleza.
“Con el tiempo uno pasa a ver y oír como un animal más del lugar, uno escucha sonidos que ni pensaba. Vive situaciones de depredación, peleas, o interacción que nunca imaginó observar. ¿Por qué algunos están en silencio o gritan? Con los años, uno empieza a decodificar ese lenguaje, trata de no darle un significado humano. Uno entiende realmente cómo funciona la naturaleza: no hay buenos, ni malos. No hay envidia, ni odio. Simplemente se es”, concluye.