Justo en el umbral
El Instituto Gino Germani organizó un encuentro con representantes de ARSAT, MINCyT y UNSAM para analizar el aporte que la fabricación local de satélites puede otorgar al desarrollo nacional. Coincidieron en que este tipo de avances deben impactar sobre otros sectores de la industria y en que Argentina se encuentra en un punto, en cuanto a su capacidad de gestión de la tecnología, al que nunca antes había llegado.
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Periódicamente el Instituto de Investigaciones Gino Germani (Sociales UBA) organiza “desayunos de coyuntura” a los cuales invita a académicos o protagonistas de diferentes ámbitos para poner en debate diversos temas de la actualidad nacional. En esta oportunidad, bajo el lema: “Satélite industria argentina. Ciencia, tecnología y desarrollo”, fueron parte del encuentro: Matías Bianchi (presidente de ARSAT), Guillermo Russ (vicepresidente de ARSAT), Hugo Nahuys (responsable de Calidad, Proceso y Seguridad de ARSAT), Jorge Aliaga (asesor del MINCyT) y Diego Hurtado (director del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y la Técnica José Babini en la Universidad Nacional de San Martín.).
A lo largo de sus intervenciones, los participantes fueron describiendo el origen y desarrollo del proyecto que culminó con la reciente puesta en órbita del ARSAT-I; la manera para que esta tecnología pueda volcarse sobre otros ámbitos productivos y contribuir al desarrollo nacional; el papel que la industria satelital puede jugar en el proceso de integración regional, y el modo de evitar que el plan satelital se convierta en un hecho aislado, enmarcando este logro en un proyecto de largo plazo tendiente a lograr independencia tecnológica nacional.
Palabra de ARSAT
Bianchi comenzó recordando que ARSAT fue creada por ley en el año 2006 cuando Nahuel Sat, la empresa privada que manejaba el sector satelital argentino, advirtió que por presuntos problemas económicos no podía fabricar el segundo satélite que se le había requerido. “En ese momento, el Estado decide tomar la iniciativa y fundar ARSAT con la misión de desarrollar la industria satelital y proteger las posiciones orbitales argentinas con satélites hechos en el país. Esa fue la condición más disruptiva respecto de lo que venía ocurriendo con anterioridad”.
“Cuando en 2006 escucho que Argentina quería desarrollar localmente un satélite de telecomunicaciones, me pareció una idea alocada”, rememora Nahuys, quien desde hacía varios años venía trabajando en Nahuel Sat. Y se explayó, “durante el proceso me di cuenta de que estaba equivocado y de que, en realidad, yo estaba colonizado mentalmente”.
Nahuys fue uno de los 12 ingenieros electrónicos que Nahuel Sat envió a Francia para que se capacitara y, a su regreso, comenzó a operar el satélite Nahuel I, lanzado en 1997. “Realmente aprendimos mucho a partir de los problemas y fracasos que tuvo Nahuel Sat”. Por eso él sabía perfectamente lo difícil que era atravesar el proceso de fabricación de un satélite.
La confirmación de que habían logrado hacer un satélite tecnológicamente confiable, con estándares de calidad internacionales, llegó con la aprobación de las compañías de seguro. “Vinieron 30 empresas y nos dieron una tasa muy baja, similar a la que otorgan para satélites construidos por países que tienen mucha experiencia con este tipo de vehículos espaciales. Fue una grata sorpresa”, asegura.
Posteriormente, Nahuys sostuvo que el desarrollo de la industria satelital permite el dominio de tecnologías clave que luego quedan como conocimiento para el país. En ese sentido puso como ejemplo el caso del SAOCOM, un desarrollo satelital de la CONAE (Comisión Nacional de Actividades Espaciales) que estará listo para ser lanzado en 2015 y que se utilizará para medir la humedad del suelo en todo el país en tiempo real.
“Dominar ese tipo de tecnología derivó en que hoy en Argentina se estén haciendo radares para aeropuertos y también radares 3D para el control de los vuelos no declarados. Es decir que el desarrollo de la tecnología satelital termina generando un beneficio concreto en otras áreas de la industria”.
A su turno, Russ indicó que el avance satelital producido en nuestro país en estos años se enmarca en una política regional que va en la misma dirección. “Es común a la región apostar al valor agregado en las industrias, a la independencia económica y a la soberanía tecnológica, lo que, en este caso en particular, se tradujo en la creación de agencias espaciales en todos los países”.
Luego de describir la situación de los planes satelitales de los diferentes estados de Sudamérica, Russ reflexionó: “Es una industria que está arrancando y que tiene mucho empuje. Pero ha llegado a un punto en el que resulta necesario que lo analicemos en conjunto. No tiene sentido estar superponiéndonos cada uno con su satélite y peleándonos entre nosotros, porque los satélites se complementan. Nosotros estamos proponiendo planificar en conjunto para que cada país elija una parte y la fabrique para los satélites de la región, así cada país puede aprovechar sus capacidades tecnológicas”, afirma.
Al respecto, Nahuys acota: “cuando nos visitan en Benavídez, siempre muestro una maqueta del lanzador Ariane 5 que tiene todas las banderas de los países de Europa que participaron de su construcción. Esa es la muestra concreta de que están muy integrados. En Sudamérica tenemos un largo camino por recorrer. Lo bueno es que ya arrancó”.
El Falcon y la Ferrari
Jorge Aliaga hizo referencia al debate acerca de la predominancia del llamado “científicismo” –es decir, la producción de conocimiento desligado de las necesidades sociales- en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Para Aliaga, la responsabilidad no fue tanto de la Facultad sino de un Estado que no le hacía ningún tipo de demandas concretas. “Cuando aparece YPF estatal y funda con el CONICET la empresa Y-TEC, muchos científicos de Exactas empiezan a trabajar en Y-TEC o desarrollan proyectos en conjunto”, relata, y añade, “hace poco, lo escuchaba a Gallucio sorprendido porque en pocos meses se había resuelto en el país la producción de las arenas específicas para hacer las microfracturas que requiere la explotación de yacimientos no convencionales”.
Siguiendo esa línea, Aliaga aseguró que existe un amplio campo para el desarrollo de la ingeniería y otras disciplinas básicas en el área satelital. Para ejemplificarlo, contó que la cara del satélite sobre la que da el sol se encuentra a 150ºC, mientras que la que está a la sombra está a 170ºC bajo cero. Lo que implica, en un espacio relativamente reducido, una diferencia térmica de alrededor de 300ºC. “En el medio hay una computadora y equipos de transmisión que generan calor. Uno no puede poner un ventiladorcito como el de la computadora para que enfríe, porque no hay aire. Todos estos son problemas que tiene que resolver la física”.
En relación con el satélite recientemente puesto en órbita, Aliaga –quien fue dos veces decano de Exactas UBA- reveló que ARSAT había tomado una decisión estratégica que fue “hacer una especie de Ford Falcon, es decir, un satélite seguro y confiable, sin grandes riesgos ni innovaciones, porque al ser el primero no podía fallar. La idea es introducir desarrollos más avanzados en los próximos”. Una posibilidad, deslizó, es cambiar la propulsión química por la propulsión eléctrica, lo que hace que el satélite sea más liviano y pueda llevar más equipos electrónicos que son los que brindan los servicios. “Si esa apuesta se concretara –sostuvo-, el MINCyT debería sumar en el próximo llamado para los PICT un rubro específico sobre ese tema, de manera que algunos grupos científicos se pusieran a trabajar a partir de una demanda específica de la industria satelital”.
En ese punto, Hugo Nahuys sintió la necesidad de aclarar los alcances de la metáfora automovilística. “Si bien es cierto que hicimos un Falcon, tenemos ahora en Argentina el conocimiento como para hacer una Ferrari. Saltar ahora del Falcon a la Ferrari, es mucho menos complicado que hacer el primer satélite. Tenemos toda la base de conocimientos como para ir haciendo mejoras”.
Para finalizar, Aliaga afirmó que el modelo implementado durante la década del 90 no requería del trabajo de los científicos y que, por el contrario, en la última década “los ingenieros pasaron de manejar autos a manejar satélites”. Y cerró: “se han dado pasos importantes, pero sólo serán fructíferos si se convierten en políticas de Estado durante décadas, si no, son esfuerzos inútiles”.
Un Estado más fuerte
Diego Hurtado consideró que Argentina sólo tuvo una política tecnológica entre 1950 y 1955. “Lo que hubo entre 1955 y 2003 fue buena ciencia, incluso se obtuvieron tres premios Nobel. Pero en esa etapa, se dio un tipo de producción de conocimiento desconectado de la realidad socioeconómica”.
El historiador indicó que en nuestro país se creó, en la década del 50, el “Pulqui”, el primer reactor caza de América Latina; en los 60, se operó la primera computadora; hubo un desarrollo de punta en microelectrónica en los primeros años 70 y, sin embargo, hoy no existe una industria derivada de ninguno de esos sectores. “¿Qué es lo que pasa que tenemos hitos pero no logran generar un desarrollo de capacidades sistémicas?”, se preguntó.
Sin embargo, hubo una excepción. Para Hurtado el desarrollo nuclear argentino se trató de una política tecnológica exitosa que logró traspasar todos los obstáculos políticos y económicos por los que atravesó el país. “Lo que hay en el plan nuclear es una búsqueda de soberanía tecnológica. En 40 años de desarrollo uno ve un proceso de acumulación incremental de capacidades tecnológicas, enraizamiento con el sector científico universitario, diversificación hacia otros sectores económicos, promoción de pequeñas y medianas empresas proveedoras para conformar una industria nuclear nacional”, enumeró y remató, “es del sector nuclear de donde se desprenden los actores principales del plan espacial que culminarán exitosamente en el desarrollo de satélites”.
Según Hurtado, a partir de 2003 el gobierno deja de lado la matriz neoliberal y recupera el proyecto de país industrial. Pasada una década, el investigador postuló que, actualmente, quedan dos cuestiones pendientes: primero, lograr una mayor articulación entre las distintas instituciones estatales que están impulsando este proceso; y, segundo, el surgimiento de una cultura empresarial que acompañe el esfuerzo estatal. “Claramente la cultura de Techint no es la misma que la de INVAP. Esto en Corea se resolvió fácilmente disciplinando al sector empresarial. El problema es que el Estado argentino no tiene la capacidad de disciplinar a grupos como Techint. Entonces, lo que debemos hacer es fortalecer a un Estado que es quien viene liderando este proceso”.
Para finalizar su ponencia, Hurtado dejó flotando un perspectiva optimista: “la Argentina está hoy en un umbral, en relación con la capacidad que tiene el Estado (ministerios, universidades públicas, empresas como ARSAT o INVAP) para formular y gestionar políticas públicas de tecnología, al que nuestro país nunca antes había llegado”.