Verde que te quiero verde
Con la creación de las ciudades, la incorporación de árboles al espacio urbano ha sido una práctica llevada a cabo por numerosas civilizaciones. Las motivaciones para llevar un poco de naturaleza a las urbes han variado a lo largo de la historia. Los beneficios resultantes de esa experiencia son múltiples. El escenario en la Ciudad de Buenos Aires.
Entrevista a Ana Beatriz Guarnaschelli
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La plantación de árboles en sitios poblados y su uso en la arquitectura del paisaje urbano no son nuevos. Algunos estudios, como The search for a paradise garden, del prestigioso arquitecto paisajista inglés Geoffrey Jellicoe, señalan que las antiguas civilizaciones de Asia occidental, Egipto, China y Grecia arbolaban sus ciudades.
Desde el segundo milenio a.C., en los palacios mesopotámicos se construyeron jardines con estanques y diferentes tipos de árboles. Los míticos Jardines de Babilonia son uno de los ejemplos más destacados.
En Egipto, una pintura del siglo XIII a.C., hallada en la tumba de Sennedjem, muestra una hilera de árboles plantados con gran regularidad.
“Según algunos textos, hace más de 4000 años, los egipcios realizaban trasplantes de árboles en cepellón (pan de tierra que rodea a las raíces) y los trasladaban en botes hasta 2400 kilómetros de distancia para plantarlos en otros sitios”, aporta la ingeniera agrónoma Ana Beatriz Guarnaschelli, profesora adjunta de la cátedra de Dasonomía de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA).
Los griegos también se ocuparon de la plantación y el cuidado de árboles, pues sus espacios verdes eran utilizados como sitios de esparcimiento y para actividades culturales y religiosas. En el siglo V a.C., los jardines públicos de Atenas reunieron a muchos maestros de la filosofía.
En la Edad Media, el cultivo de los árboles se realizaba en los jardines botánicos, los cuales hacían intercambio de especies.
“Desde finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX, los nuevos sistemas de producción y reparto de riqueza creados con la generalización de la Revolución industrial conllevaron la aparición de un sentimiento social que se desarrolló a través de diversas teorías políticas y económicas. Esta actitud se reflejó en la construcción de las nuevas zonas residenciales destinadas básicamente a los trabajadores urbanos, a partir del intento de mejorar las condiciones de vida de la población, procurándole un mayor bienestar mediante la construcción de un entorno apropiado. Este entorno se entendía generalmente como apropiado en tanto que era capaz de reproducir unas circunstancias ambientales lo más parecidas posibles al medio rural del que la masa obrera procedía, en abierta contraposición al medio urbano que los acogía”, ilustra la ingeniera agrónoma Gabriela Benito, curadora del Jardín Botánico de la ciudad de Buenos Aires y docente de la FAUBA.
Según la especialista, este período estuvo bastante influido tanto por los movimientos utópicos de reforma social como por el pensamiento higienista, que criticaba la falta de salubridad en las ciudades industriales.
“Dos son los modelos básicos de esta influencia en la construcción de la ciudad moderna: por un lado estaría la ciudad jardín, enunciada por Howard en Inglaterra en 1899. Por otro lado estaría el parque urbano, según el modelo inaugurado por Alphand en París y desarrollado por Olmsted en el Central Park de Nueva York. Entre ambos, sentaron las bases de una tipología capaz de introducir el medio natural en el interior de la ciudad tradicional ya consolidada, combinando avances tecnológicos propios de una sociedad en expansión con las virtudes de la vida al aire libre”, explica Benito.
En la Argentina, el verde llega a las plazas en 1880. Hasta ese entonces, eran “secas” (de acuerdo con el modelo español) y se utilizaban como mercados.
Arbolado porteño
Con el higienismo, hacia la segunda mitad del siglo XIX Buenos Aires incorpora la idea de verde como modelo de ciudad sana, bajo una noción organicista de la trama urbana. “Se consideraba a la ciudad como un organismo vivo que respiraba a través de la vegetación, promoviendo la calidad de vida de sus habitantes”, señala Benito.
Esta concepción primó en la planificación de los espacios públicos porteños, donde las intervenciones paisajísticas se vieron potenciadas desde la Dirección de Parques y Paseos de la municipalidad por las gestiones consecutivas del arquitecto Charles Thays y del ingeniero agrónomo Benito Carrasco, quienes entre 1891 y 1918 trazaron los ejes rectores de esos trabajos, que no solo contemplaron la importancia estética sino también la higiene, el ocio y la expansión de la población.
“Este concepto de paisaje urbano, que daba relevancia a las áreas verdes, resultaba primordial para mostrar el progreso y la civilización de una ciudad”, comenta Graciela Benito.
Hoy, Buenos Aires posee una población arbórea muy importante y variada. El último censo, realizado en 2011, estableció que en la ciudad hay 424.365 árboles. De ellos, poco más del 12% está en parques y plazas. El resto, que conforma el arbolado de las veredas, también llamado de alineación o viario, está constituido principalmente por fresnos americanos (38%), plátanos (9%), tilos (5%) y jacarandás (3%).
“El censo indica que hay unas 300 especies distintas de árboles y no debería haber más de 30”, sostiene el ingeniero agrónomo Jorge Fiorentino, de la Dirección de Arbolado Urbano del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA).
“Es mejor que haya una amplia variedad de especies porque, si ataca alguna plaga, la diversidad ayudará a controlarla”, cuestiona la ingeniera agrónoma Guarnaschelli, y añade: “Hay especies que no se han probado. Somos muy conservadores”. Inquieta por el estado “preocupante” del arbolado de la ciudad de Buenos Aires, consigna que “las podas se hacen mal y esto trae como consecuencia enfermedades que debilitan a los árboles”. Por otra parte, la especialista considera que “hay un maltrato de los árboles por parte de los vecinos”. Inmediatamente, comenta los resultados de un relevamiento efectuado recientemente por la cátedra: “Encontramos que el 40% de los árboles plantados durante el año 2006 en Belgrano, Palermo y Villa Urquiza ya no están”.
Desde el año 2009, el mantenimiento (poda y extracción) del arbolado público está en manos de empresas privadas contratadas por el GCBA, las que, según la mayoría de los especialistas, no están correctamente capacitadas para realizar esa función. Según parece, la prioridad no es el cuidado de los árboles, sino responder a los abundantes reclamos de poda que efectúan los vecinos a través del 147, sea porque las raíces levantan la vereda o porque las ramas invaden un balcón o el espacio aéreo de una vivienda.
“En algunos casos el reclamo es justificado. Pero hay quien quiere sacar un jacarandá porque las flores le ensucian la vereda. También hay quien pide que se extraiga el plátano que está enfrente de su casa porque le provoca alergia, y no entiende que el polen que lo está afectando puede venir volando desde un árbol que está a varias cuadras de distancia”, comenta Fiorentino. “Hay gente que va por las suyas y mata al árbol”, denuncia.
El censo también evaluó los espacios que hay disponibles en las veredas para plantar nuevos árboles. El relevamiento determinó que hay lugar para 420.000, es decir, se pueden alojar casi 47.500 ejemplares más.
“Queremos alcanzar ese objetivo y, además, duplicar el número de árboles que hay en los espacios verdes en los próximos 10 años. Para ello, estamos elaborando un Plan Maestro de Arbolado de la Ciudad de Buenos Aires”, anuncia Fiorentino.
Tras opinar que el censo “no se está aprovechando”, el ingeniero agrónomo Héctor Svartz, profesor a cargo de la cátedra de Jardinería de la FAUBA, declara: “De planes estamos llenos, ya hubo varios. Y este que anuncian no sé en detalle de qué se trata”.
“A mí me gustaría que en ese famoso Plan Maestro participaran otras instituciones, porque hay gente que podría aportar desde otros lugares. Espero que sea útil, pero la verdad es que no lo conozco bien porque no lo han difundido”, comenta Guarnaschelli.
La elección de especies para arbolar una ciudad debe seguir ciertos criterios. “Tiene que contar con un suelo y un clima adecuado, y con un espacio apropiado para su desarrollo. Además, debe ser resistente a plagas y enfermedades y a los contaminantes del aire urbano. También, tiene que tener follaje caedizo, para dar sombra en verano y dejar pasar la luz en el invierno”, ilustra Guarnaschelli.
Múltiples beneficios
“En general, los ciudadanos no tienen conciencia del significado del arbolado en su ambiente. Muchos lo consideran un objeto algo molesto del mobiliario urbano. La creencia general es que se plantan para dar belleza o sombra”, dispara Gabriela Benito.
Según la especialista, la vegetación de las ciudades tiene múltiples beneficios. Entre ellos, aumenta la infiltración de agua en el suelo, “especialmente en períodos intensos de lluvia”, disminuye significativamente la temperatura y la radiación solar durante el verano, remueve el dióxido de carbono del aire y aporta oxígeno, reduce los niveles de ruido y aminora la contaminación atmosférica mediante la absorción de gases tóxicos y la retención de partículas en suspensión. Además, proporciona hábitats para la vida silvestre.
“Numerosos estudios han mostrado que los paisajes con árboles y otra vegetación producen estados fisiológicos más distendidos en el hombre”, subraya Benito.
“Los árboles son portadores de mensajes estéticos y simbólicos, y deben asimilarse a un bien social”, opina, y concluye: “El árbol forma parte del patrimonio de toda la comunidad a la que brinda sus beneficios y, por lo tanto, debe ser cuidado y protegido por todos los actores que participan en su manejo y en su disfrute”.