Inviernos eran los de antes
Desde 1909 hasta el presente, los inviernos se fueron acortando: la cantidad de días con temperaturas mínimas inferiores a 10,9 grados Celsius disminuyó de un promedio de 182 (a comienzos del siglo XX) a 128 días en el presente. Particularmente, el invierno de 2017 fue el más cálido de todo el registro. Los datos surgen de la recopilación de más de un siglo de información de la Ciudad de Buenos Aires.
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Es habitual que los abuelos recuerden los inviernos de hace varias décadas como mucho más fríos que los actuales, con mañanas heladas, y escarcha sobre el pasto o en los charcos. Pero no se trata de una sensación, sino que en la actualidad, al menos en Buenos Aires, los inviernos ya no son lo que eran. A ello han contribuido la variabilidad natural del clima junto con el crecimiento de las ciudades y el impacto del cambio climático global.
En efecto, si se considera la temperatura mínima, el período frío anual, en las primeras décadas del siglo XX, tenía una extensión promedio de 182 días. Incluso, en 1924, el invierno llegó a durar 209 días. Pero en la actualidad no se extiende más allá de los 128 días; es decir, el período en el cual la temperatura mínima diaria está por debajo de 10,9 grados ahora dura 53 días menos que a comienzos del siglo. Estos valores surgen de un análisis de la evolución de las temperaturas a lo largo de un siglo, desde 1909 a 2013.
“Estudiamos los datos diarios de temperaturas máximas y mínimas del Servicio Meteorológico Nacional, desde 1909, que es cuando se comienza a disponer de registros en varias estaciones meteorológicas”, relata María Paula Llano, docente e investigadora en el Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos, en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA.
Llano tomó los valores diarios de temperatura máxima y mínima a lo largo de más de cien años, y definió los primeros veinte años del registro como un período de referencia, pues en esa etapa ambos valores no presentan una tendencia de aumento significativa.
“Los primeros veinte años, de 1909 hasta 1928, son un período que consideré ‘natural’, en que Buenos Aires todavía era una ciudad pequeña. El período posterior, con la ciudad en pleno crecimiento, ya constituye un estado antropogénico, es decir, en que el clima recibe la influencia de las actividades humanas”, señala Llano. De hecho la investigadora fue contrastando la información meteorológica con la información de los censos, para indagar la relación entre las tendencias de temperatura y el crecimiento poblacional de la ciudad.
Una vez tomados todos los valores, Llano decidió partir el año en dos mitades: un semestre frío y un semestre cálido. Y tomó como referencia determinados umbrales para las temperaturas máximas y mínimas que permitían hacer ese corte. La máxima se calculó en 21,4 grados Celsius y la mínima en 10,9 grados Celsius.
Para realizar este estudio, se empleó el análisis armónico, donde el primer armónico permite representar la variación de la temperatura del año con una sola onda, sin tener en cuenta la variabilidad diaria.
Según los valores de corte, establecidos para los primeros veinte años, el período frío y el período cálido tenían una duración equivalente, unos 182 días cada uno. Pero ¿qué fue sucediendo a lo largo del siglo? Aumentó el número de días con temperaturas superiores a la máxima de corte, 21,4 grados, y fue disminuyendo el período con temperaturas mínimas inferiores a los 10,9 grados centígrados.
Sin embargo, hubo excepciones: “En 1984, volvimos a tener un período frío de 182 días”, apunta Llano, y agrega: “No obstante, si miramos la tendencia, se observa que las temperaturas mínimas son las que más aumentaron, en comparación con las máximas; así, en relación con las primeras décadas del siglo, las mañanas frías son cada vez menos numerosas”.
Y subraya: “Este último invierno, el de 2017, llegó a ser el más cálido del registro, según las temperaturas mínimas”.
Estaciones centenarias
El SMN cuenta con varias estaciones centenarias, es decir, estaciones que tienen registros de más de cien años. Llano trabajó con los registros de la estación Observatorio Central, “representativa de Buenos Aires, porque se encuentra ubicada en el centro geográfico de la ciudad, en un parque que, a lo largo del tiempo, vio alterados sus alrededores con la construcción de edificios, en consonancia con el desarrollo edilicio de la ciudad”.
Los estudios prosiguen. Ahora Llano va a estudiar los registros de otras estaciones meteorológicas para determinar si la tendencia observada en Buenos Aires se repite con las mismas o diferentes características en otras ciudades del país, como por ejemplo Corrientes y Río Gallegos.
“Sé que hay una disminución del invierno en todas las estaciones meteorológicas del país, pero tengo que ver si esa disminución es similar en todas, y si la temperatura mínima es la que más está aumentando en todas las estaciones”, remarca.
La investigadora construyó una base de datos tomando la información más antigua que se encuentra asentada en libretas, en las que el observador meteorológico anotaba, cada hora, la información obtenida del instrumental: temperatura y humedad, entre otras variables. Para cada estación meteorológica hay una libreta por mes, pero en las etapas más recientes se cuenta con información registrada en forma digital.
Otro aspecto que se debe estudiar es el período cálido. “En el invierno, el valor más relevante es la mínima y los días por debajo de ese valor. Pero, en el verano, es importante considerar la máxima, es decir el calor extremo, y el número de días por encima de esos valores. A nivel consumo, los mayores costos se vinculan a la mínima en invierno y a la máxima en verano”, concluye Llano.