Vulcanología

Tras las mañas del Copahue

A lo largo de siete años, la geóloga Cintia Bengoa realizó un trabajo único en el país, acumulando datos sobre sobre la sismicidad del Copahue, el volcán activo más cercano a un poblado de la Argentina. El mayor conocimiento sobre la dinámica del sistema permitirá anticipar su actividad de manera más precisa.

26 Sep 2016 POR

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El Copahue late sobre la faz de la Tierra y en su corazón. Siete años de seguimiento, casi de obsesión, de colocar aparatos para estudiar sus movimientos sísmicos, un aspecto casi desconocido del volcán activo más cercano a un poblado que existe en la Argentina. “Cada volcán es único y tiene su personalidad. Uno trata de encontrar patrones para poder predecir qué va a pasar”, relata Cintia Bengoa, desde el Departamento de Geología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Ella centra su mirada en la sismicidad volcánica, y realizó “el único trabajo sobre el tema en el país”, que acaba de defender como su tesis doctoral bajo la dirección de Alberto Caselli, y Jesús Ibañez Godoy (Universidad de Granada, España) como director asistente .

El fin de acumular miles de datos es desentrañar la intensa vida oculta en esa montaña ubicada en la cordillera neuquina, en el límite de Argentina y Chile, que cuenta, a sus pies, con el poblado turístico de Caviahue. Se trata de develar las mañas de este gigante de tres kilómetros de altura que, se sabe, acapara en sus cimientos un mundo infernal. “En los primeros diez a quince kilómetros de la base del volcán es donde se concentra la actividad”, describe.

Con aparatos que auscultan a esa masa de tierra en ebullición, la ciencia busca seguir las vibraciones del suelo generadas por la actividad volcánica. A veces, la movida proviene, por el ascenso del magma, esa roca fundida a altísima temperatura y presión que nace de la entrañas de la Tierra y se desliza por sus grietas. O también por el paso del agua y vapor. “Estos fluidos (magma o agua) generan sismos volcánicos tectónicos, y también otros como eventos de largo período y tremores volcánicos. El tremor que suele compararse con el sonido de un motor, en general está asociado a erupciones o emisiones de cenizas”, indica.

Para saber qué está sucediendo allá abajo, en noviembre de 2003, con la colaboración del municipio de Caviahue-Copahue instalaron antenas para el registro de la actividad sísmica local. Y luego sumaron otros equipos. Las montañas de datos acumulados eran procesadas por Bengoa, con su computadora en la porteña Ciudad Universitaria, pero al menos una o dos veces al año, ella iba personalmente a chequear los sensores en el terreno del Copahue. El acceso es con camioneta hasta cierto punto y luego a pie. “Había muchos problemas técnicos o logísticos. Los paneles solares -señala- que alimentaban los equipos, a veces en invierno se tapaban de nieve, se agotaban las baterías, y se caía el sistema. Si no se iba a reiniciar el equipo, se perdían muchos datos”.

Nueve cráteres en línea se hallan en la cima y, en este momento, sólo tiene actividad el ubicado al este del conducto principal. Si bien el equipo de trabajo llegó a poner sensores de temperatura en el lago cratérico con máscaras para evitar que les afectaran las emanaciones tóxicas, “ahora como el Copahue está en alerta amarilla no está permitido acceder hasta allí”, agrega. En pocos años hubo muchos cambios. Antes, el volcán mostraba un lago en el cráter. “En el 2012 comenzó a desaparecer por las erupciones, pero una vez que éstas cesen se volverá a establecer el lago como ya ha ocurrido antes”, puntualiza.

Sus siete años siguiendo de cerca al Copahue, que en mapuche significa “lugar de azufre”, “demandó mucho esfuerzo de todo el grupo, cuyos integrantes cubrían distintas disciplinas como la geoquímica, la deformación, obviamente la geología, y la sismicidad. Es que este volcán es el único estudiado en la Argentina desde un punto de vista multidisciplinario”, señala.

Dar alerta a tiempo

Bengoa, oriunda de un poblado muy cercano a Mar del Plata, Vivoratá, siempre supo que quería ser vulcanóloga, aunque nunca tuvo familiares ni conocidos que le hablaran de estos gigantes de fuego. Y ya cursando geología, le interesó en particular la sismicidad volcánica, un aspecto “poco desarrollado en el país”, destaca. Y este interés la llevó a Chile a trabajar durante casi dos años en el Observatorio Volcanológico de Los Andes del Sur, perteneciente al Servicio Geológico de Chile, que tiene a su cargo la vigilancia de 43 volcanes. “Cuentan con un equipo interdisciplinario de alto nivel, con mucha experiencia, que ha logrado altos niveles de asertividad. Si se ordenan las evacuaciones y luego no pasa nada, es difícil que la población tenga la misma disposición en la siguiente oportunidad, por eso es muy importante ser confiable”, subraya. Aunque reconoce: “La naturaleza es la naturaleza, uno trata de encasillarla, pero a veces sorprende”.

Ella, en Chile, también seguía a su volcán predilecto. “Son muchos años de pensar en el Copahue. Tiene mi afecto –sonríe-, para mí es especial. Desde julio del 2012 inició un nuevo ciclo eruptivo con un notable aumento de la actividad sísmica”.

Estudiar sus manifestaciones, delinear su personalidad, detectar tempranamente sus señales es el objetivo siempre presente. “Cuanto más se conozca la dinámica del sistema –concluye-, más posibilidades se tiene de entenderlo e interpretarlo”. Y claro está, anticiparse a sus cambios de carácter.