Una caja oscura y silenciosa
Irina Izaguirre y Haydée Pizarro son biólogas con una larga trayectoria como docentes e investigadoras de Exactas. Ambas ingresaron en 1976 y realizaron sus carreras íntegramente en tiempos de dictadura. Sin militancia previa, cuentan cómo, con el paso del tiempo, se fueron dando cuenta de las consecuencias que el control y la opresión provocaban en la Facultad.
– ¿Cuánto sabían de la dictadura antes de ingresar?
– Irina Izaguirre: Yo iba a un colegio estatal, al Liceo 9. En el Colegio había centro de estudiantes pero yo nunca participé activamente. Así que, realmente, no tenía mucho conocimiento. El golpe de Estado ocurrió justo antes de que nosotras entráramos a cursar. Eso lo recuerdo bien porque el 24 de marzo yo tenía que venir a buscar la nota del examen de ingreso. Me acuerdo de que me levanté a la mañana y mis padres me dijeron que me quedara en casa porque la Facultad estaba cerrada porque se había producido un golpe militar. Ese fue el primer dato que tuve sobre el golpe. Mucho no entendía lo que pasaba porque yo era muy chica cuando se dieron los golpes anteriores.
– Haydée Pizarro: Yo hice el secundario en un colegio de monjas. En ese colegio no había ningún tipo de organización estudiantil. En mi familia no se hablaba mucho de política. Como Irina, entré en el 76. Me acuerdo de que dimos el examen de ingreso cuando todavía estaba el gobierno de Isabel (Martínez de Perón) y que, cuando vinimos a buscar las notas, ya se había producido el golpe. Del 24 en sí no tengo registro. Yo vine un día, vi que había entrado, y me puse contenta por eso. Pero después no tenía ningún tipo de información sobre la situación política previa que se vivía en la Facultad. Ni respecto de lo que me iba a encontrar.
– ¿Con qué situación se encontraron cuando empezaron a cursar?
– II: Me acuerdo de las revisaciones policiales. Era algo cotidiano, uno llegaba a la Facultad y te revisaban todas las cosas que traías. Lo hacían cerca de la puerta, adonde ahora está Seguridad.
– ¿Y cómo vivías esa situación?
– II: Era algo raro comparado con el colegio secundario, pero entrabas a una Facultad y veías que la cosa era así.
– ¿Te parecía algo natural?
– II: No tanto, pero era parte de todo lo que ocurría a nivel nacional. Así como vos tenías que salir con el DNI a la calle o había ciertas restricciones para las reuniones, a nivel universidad existía esto.
– Vos, Haydée, ¿cómo lo percibías?
– HP: Yo me acuerdo que además de revisarnos también había mujeres policías que te palpaban. Además, tenías que presentar la libreta universitaria porque si te la olvidabas no entrabas. Yo lo tomaba como una molestia, pero era chica y me daba la sensación de que eran cosas que formaban parte de una nueva etapa en la que supuestamente se iba a poner orden. Y como tampoco tenía una historia previa contra la cual comparar, para mí eran cosas de la época. Una cosa que me quedó grabada es que cuando entramos esto era gris, absolutamente gris. Los únicos carteles que había eran flechas que indicaban adónde estaba el baño. Así cursamos nuestra carrera. En ese entonces, el color y el rumor de las voces de la gente reunida no existía.
-¿Cómo fueron dándose cuenta de las situaciones en que se manifestaba la dictadura?
– II: Después de haber cursado uno o dos años, una de las cosas que me impactó fue que algunos compañeros que estaban desde antes del golpe te decían: “cuidado a quién le das tu teléfono”. Es decir, uno no podía entregar alegremente sus datos personales porque podían aparecer en alguna agenda y eso te podía causar problemas. Eso fue algo que a mí me chocó.
– HP: Y es que la vida te cambia entrando acá. Vas haciendo nuevos amigos. Entonces uno comenzaba a hablar, a escuchar otras opiniones, otras experiencias. Siempre en los grupos había gente de todo tipo, gente más o menos involucrada en la problemática del país y de la Facultad. Entonces, uno empezaba a prestar atención a lo que te iban diciendo: “ojo con ese profesor”; “no te podés quejar porque tal cosa”; “al cuarto piso no subas porque es una zona vedada, sólo para docentes”. Se iba creando un clima de “hablá bajito, viste”. Una vez, estábamos jugando al truco con unos compañeros en el bar del Pabellón II y nos vino a buscar personal de seguridad y nos llevaron hacia un sector, que en esa época era de seguridad, para que explicáramos por qué estábamos reunidos haciendo semejante actividad en el bar.
– II: Recuerdo que, en una oportunidad, estaba estudiando zoología y había dos o tres compañeros que eran más grandes, que estaban desde antes del golpe. Y me dijeron: “no hables mucho de ciertas cosas, hay que tener cuidado”. Entonces yo iba y le preguntaba a mis padres, que siempre estuvieron un poco más atentos a la política argentina, si eso era cierto y me decían, “sí, Irina, es así”.
– HP: Otra cosa terrible que me acuerdo es que en dos oportunidades se armó un revuelo grande porque habían aparecido cadáveres flotando en el río en la zona de Ciudad Universitaria. Mucho tiempo después nos dimos cuenta de que estaban relacionados con los vuelos de la muerte.
– Irina, vos colaboraste con la revista Doble Hélice, una publicación no del todo permitida que hacían estudiantes y profesores de biología. ¿Tenías conciencia de que esa participación podía traerte algún inconveniente con las autoridades de la época?
– II: La verdad es que no me lo planteé. Algunos compañeros míos me preguntaron si quería participar y acepté. Nos reuníamos en casas de distintos chicos: Gustavo Zuleta, Mariana Losada, Florencia del Pino y elegíamos las notas. La mayoría estaba referida a temas biológicos y también a temas académicos que queríamos que se trataran en la Facultad. Por ejemplo: como no existía el centro de estudiantes, no podíamos plantear cuestiones relacionadas con las cursadas o problemas con algunas materias. Todo eso se volcaba en la revista.
– ¿Era una forma de participación y de expresión que debía resultar sospechosa, o no?
– II: Y debe haber sido así porque una vez mientras estábamos llevando revistas para repartirlas entre los biólogos, el personal de seguridad nos detuvo y empezaron a revisar la revista y nos interrogaban sobre la publicación. No sólo eso, también recuerdo que al director de Doble Hélice y a algunos de nosotros nos llamaron, allá por el año 80, para que dijéramos qué pretendíamos con la revista y cosas por el estilo. También nos llamó un profesor para, aparentemente, charlar sobre el tema. Fueron un conjunto de acciones que parecían destinadas a hacernos sentir que había un control, que nos estaban observando.
– Todo este clima de opresión, ¿cómo repercutía en términos académicos?
– II: Es como te decía antes, cuando uno no tiene con qué comparar, a uno le parece que está todo bien. Y entonces, si la materia es así, es así. Hoy sería imposible que los profesores actuemos de semejante manera. Pero para nosotros era común que el profesor tomara una decisión y había que acatarla y punto.
– HP: Nosotros tuvimos la posibilidad de ver toda la evolución que se vivió durante aquellos años. En los primeros momentos, la Facultad se transformó en una caja oscura y silenciosa. Vos cursabas, se daban las cosas como se daban y, si te gustaba, bien, y si no, no había posibilidad de reclamar o de solicitar nada. Había situaciones de maltrato contra los alumnos para las cuales no había defensa. Por supuesto que no estamos diciendo que todos los profesores de esa época eran así. Tengo recuerdos de profesores excelentes. En nuestra experiencia como alumnas, que se correspondió con todo el período de la dictadura, fuimos viendo cambios, en los compañeros y en nosotras mismas. Pero, por supuesto, el miedo nos duró. Me refiero, por ejemplo, al famoso tema de que si veías un policía por la calle, te cruzabas a la vereda de enfrente. Eso permaneció por un tiempo largo.
– ¿A partir de qué momento esos cambios se hicieron más evidentes?
– II: A partir de Malvinas. Entonces empezábamos a caer de un montón de cosas, fuimos tomando conciencia de lo que pasaba. Todo se fue haciendo más conocido porque uno se enteraba por las denuncias que se hacían en el exterior. Fue realmente muy importante el cambio que nosotros observamos. La Facultad se fue transformando en otra cosa. Empezaba a haber marchas, la gente comenzó a manifestarse de otras maneras. Además, al acercarse el final de la dictadura, una se iba enterando de muchas cosas. Por ejemplo, que teníamos compañeros que eran espías, que estaban entre nosotros para delatar gente.
– ¿Cómo impactó en la Facultad la llegada de la democracia en 1983?
– II: Para mí fue maravilloso. La llegada de la democracia significó el florecimiento de muchas líneas de investigación impulsadas por profesores que se habían tenido que ir de la Facultad. Empezaba otra historia.
– HP: Justo cuando terminaba la dictadura a mí me sale una beca y me voy a trabajar a Corrientes a un centro de ecología del CONICET. Estuve allí durante 5 años. Pero como el director de mi beca era el doctor Guillermo Tell, yo tenía que venir periódicamente a la Facultad para consultarlo. Entonces tenía la posibilidad de ir viendo, en cada visita, cómo se iban produciendo los cambios. Y era sorprendente, porque empezaron a aparecer los colores en la Facultad, a haber carteles, anuncios de marchas, se organizaban los centros de estudiantes, iban entrando los nuevos grupos de investigación, el área de ecología estaba floreciendo. Cada vez que venía, notaba más cambios. Formábamos parte de un lugar adonde había movimiento y había ganas de hacer cosas. Se había abierto la posibilidad de hacer y antes no podías hacer salvo que te lo permitieran. Estaba buenísimo.
– Después de tantos años de trabajo en Exactas, si hoy miran hacia atrás y ven a esa Facultad durante la dictadura, ¿qué sensación les surge?
– II: A mí lo que primero que me aparece es la necesidad de cuidar esto que tenemos. Tener la libertad de expresión que tenemos hoy, más allá de que haya cosas que a uno le puedan no gustar, para mí, habiendo vivido otra cosa, es algo impagable. Y cuando pienso en todo aquello que ocurrió, a veces me parece mentira porque me resulta increíble que la Facultad hubiera sido así. Al comparar ese ayer con el hoy, es tan distinto que siento como si hubiera pasado en otra vida. Aparece tan lejano, que realmente uno no lo puede creer. Pero así fue.
– HP: A mí me da una profunda pena porque a mucha gente le fue muy mal. Yo los veo hoy, en esos carteles de homenaje que están en la Facultad, y veo que esas caras eran como la mía, como la tuya. Y no puedo dejar de sentir pena. Pero el contraste con la alegría de esta época es impagable. Yo, cuando estoy dando clase, se los digo a los pibes. Yo les cuento lo que pasaba porque a los chicos no les entra en la cabeza las cosas que uno pasó. No lo pueden entender. Y, sin embargo yo les remarco que fue así, que en el mismo laboratorio en el cual hoy estamos trabajando tranquilamente pasaban las cosas terribles que pasaban.