Un asesino silencioso
No tiene olor, es insípido e invisible, pero cuando sus componentes microscópicos se esparcen en el ambiente pueden producir enfermedades letales como el cáncer. Se trata del asbesto o amianto, al que están expuestas en el mundo unas 125 millones de personas y mueren por su causa unas 100 mil al año, según datos de la Organización Internacional del Trabajo.
Entrevista a Enrique Rodríguez
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Aún no murieron todas las víctimas por el atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Cuando se derrumbaron ambos edificios, que habían sido construidos en parte con amianto, millones de fibras de este peligroso material se desperdigaron en la nube de polvo que cubrió a Manhattan, y es probable que en los próximos años aparezcan casos de personas con un raro tipo de cáncer, que es letal, por la exposición a este mineral, según vaticinó, en 2005, Héctor Battifora, profesor de la Universidad del Sur de California.
No se huele, no se ve, no se saborea, pero cuando los componentes microscópicos del asbesto o amianto se esparcen en el ambiente y se inspiran, pueden generar enfermedades que, de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, se cobran cien mil vidas al año, una cifra que equivale a la ocurrencia, cada diez días, de un atentado similar al perpetrado en Nueva York.
“En el mundo hay unos 125 millones de personas expuestas al asbesto en el lugar de trabajo”, indica la Organización Mundial de la Salud, y agrega: “La carga de las enfermedades relacionadas con el asbesto sigue aumentando, incluso en países donde se prohibió su utilización desde inicios de los años 90. Debido al largo período de latencia de esas enfermedades, aunque se suprimiera su utilización de inmediato, el número de muertes que provoca solo comenzaría a disminuir dentro de varios decenios”.
Este asesino silencioso mata en diferido y puede adquirir diferentes formas: cáncer de pulmón (carcinoma broncogénico), de peritoneo o de pleura (mesoteliomas, dependientes con exclusividad de la exposición al amianto), insuficiencia respiratoria progresiva, incapacitante y mortal (asbestosis); según el Manifiesto por la Prohibición Mundial del Amianto, publicado por la Primera Cátedra de Toxicología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Al tomar conciencia del daño que provoca, poco a poco el amianto fue prohibido en más de 40 países. En la Argentina se prohibió totalmente su producción, importación, venta y uso “a partir del 1 de enero de 2003”, precisa el doctor Eduardo Rodríguez, Jefe del Programa Nacional de Salud del Trabajador del Ministerio de Salud de la Nación, quien conoce a fondo el tema pues fue mentor de la normativa. Este paso legal requirió no pocos esfuerzos. “No fue fácil. Hay muchos intereses atrás de esto”, recuerda. Si bien éste fue un importante logro, luego devendría otra misión. “Creía que cuando se prohibiera el asbesto se terminaría el problema. Y me di cuenta de que recién empezaba, porque existen toneladas de asbesto instaladas. Entonces, comenzamos a informar a la comunidad con folletos, reuniones, etcétera”, agrega.
El amianto, palabra de origen latino que significa incorruptible, o asbesto, de origen griego, que remite a incombustible, ha tenido diversos usos desde hace siglos y, debido a sus numerosas virtudes, entre las décadas del 60 y 80 este material recibió el nombre de “fibra milagro”, según relatan los licenciados Fabio Luna y José Salminci, del Centro de Investigación y Desarrollo en Construcciones del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI). Ellos también destacan sus excelentes propiedades como producto ignífugo, aislante térmico, acústico y eléctrico, entre otras, que ha determinado su empleo en más de 300 tipos de productos comerciales. “El material con amianto/asbesto más empleado en la Argentina es el fibrocemento, compuesto por una mezcla de cemento y fibras (10-30%), utilizado en forma de placas onduladas y planas en techos y paredes, tuberías, conductos de humo y chimeneas, tanques de almacenamiento de líquidos, entre otros”, detallan.
Esta fibra tensa cada vez más su situación y, lo que alguna vez pareció milagroso, hoy resulta una maldición. “En el mundo se da una explosión de reclamos por los daños producidos por el amianto”, destaca Mariano Acevedo, profesor de la Facultad de Derecho de la UBA y presidente de la Asociación Argentina de Expuestos al Amianto (ASAREA). “Las enfermedades que se derivan del amianto tienen un largo período de latencia. Recién ahora aparecen los damnificados que hace 20 ó 30 años estuvieron expuestos”, indica.
Inspiro y…
Al amianto, al ser una sustancia cancerígena, lo mejor es evitarlo, porque su inspiración resulta una ruleta rusa. “Supuestamente, una persona que recibe una fibra de asbesto en determinado momento de su vida puede desarrollar un cáncer el día de mañana, y a lo mejor otra, que estuvo expuesta a un número mayor de fibras, no lo hace; depende de la susceptibilidad personal, de si es o fue fumador, etcétera”, señala el doctor Rodríguez.
Solo es posible advertir esta fibra de amianto en un microscopio. “Normalmente mide alrededor de 3 micrones de diámetro y 6 micrones de largo. Esta dimensión hace que cuando llega al aparato respiratorio sea difícil de remover. El pulmón trata de eliminarla, pero no puede”, relata Rodríguez.
Este minúsculo intruso puede permanecer durante años en el organismo y desarrollar formaciones cancerígenas. Una de ellas es el mesotelioma, un tumor que afecta a la pleura, al peritoneo y, con menor frecuencia, al pericardio. “Si uno investiga correctamente el pasado de un paciente con mesotelioma, encontrará una exposición al asbesto”, indica el doctor Rodríguez, y enseguida describe: “Es largo el período de latencia de esta enfermedad, pero desde que la persona presenta los primeros síntomas hasta que fallece, suele no pasar más de un año. No hay tratamiento efectivo, salvo paliar el dolor que es intenso. Es una muerte cruel e injusta”.
¿Se pueden tomar medidas preventivas? “Lo ideal sería que aquellas personas que estuvieron expuestas al asbesto se hicieran todos los años una tomografía computada de pulmón o, en su defecto, una radiografía de tórax, y una espirometría para ver la funcionalidad respiratoria.”, aconseja Rodríguez. En caso de detectarse a tiempo, “se obtiene una mayor sobrevida con mejor calidad de vida, aunque el desenlace es el mismo”, señala.
Detectar materiales
¿Qué hacer si sospecha que su casa, empresa o escuela, posee este peligroso material? “Nosotros vamos a sacar muestras a cualquier lugar del país donde lo soliciten. También, la gente remite al laboratorio material para que sea analizado”, especifica Salminci, del INTI, y geólogo de la FCEyN. “En caso de que se encuentre amianto, se debe proceder a su retiro a través de una firma especializada”, aclara.
Acudir a profesionales en las tareas de remoción resulta clave. Un caso que fue llevado a la justicia por ASAREA grafica la dimensión del problema. “Los techos del Barrio Illia, en el Bajo Flores –donde viven más de 6000 personas–, eran de chapas de fibrocemento con amianto y estaban en total deterioro. El Gobierno de la Ciudad, en la gestión de Telerman, ordenó sacarlos para proteger a la gente. El retiro debía hacerse con cuidado, pero lo empezaron a hacer de forma muy primitiva, hasta criminal”, remarca Acevedo, presidente de esta asociación civil sin fines de lucro, que asesora e investiga posibles focos de contaminación. “Los trabajadores llevaban adelante la remoción sin ningún tipo de protección especial. Lo hacían a los martillazos y serruchazos, desparramando las fibras. Incluso apilaron las chapas al lado del jardín de infantes. Fue algo dramático. Iniciamos un amparo colectivo y logramos detener esta acción brutal. El juez, como medida cautelar, detuvo la remoción indiscriminada y exigió al gobierno (porteño) la tecnología que hace falta para sacarlo. Por suerte, luego se empezó a hacer de esa forma”, observa Acevedo, y adelanta: “Ya iniciamos los reclamos individuales de una cantidad importante de habitantes del Illia por haber sido expuestos, por mala praxis del gobierno, a una remoción dañina”.
Precisamente, Rodríguez anticipa que para evitar experiencias como la del Barrio Illia, “desde el Ministerio de Salud se están desarrollando las normas a seguir para las tareas de remoción”. Por su parte, Acevedo también adelanta: “Hemos hecho un convenio con la Facultad de Medicina de la UBA y un principio de acuerdo con el INTI, porque nos gustaría empezar a sistematizar un estudio del amianto en la Argentina: qué industrias son las más dañinas, qué gente se enferma, y qué consecuencias produce, entre otros”.
Cuidado, escuela
El doctor Eduardo Rodríguez remarca cuidados a considerar en hospitales, escuelas, teatros, cárceles, entre otros. “En estos edificios, si hay asbesto instalado, se lo debe tener controlado. O sea, cuando el asbesto está bien, es decir indemne, no hay que tocarlo, porque a veces se hacen más desastres sacándolo que dejándolo donde está. Pero si se deterioró, hay que retirarlo o clausurarlo para evitar que la gente se exponga. En los secundarios, en especial los industriales, debe tenerse en cuenta el material existente en los talleres. Si hay guantes o delantales, así como difusores de calor con amianto, hay que eliminarlos. Lo único que deben hacer es colocar el objeto en cuestión en una doble bolsa de plástico y ponerle un rótulo de lo que hay dentro. Luego, llamar a un transporte de residuos peligrosos para su eliminación”, previene y recuerda un caso emblemático: “La demolición por implosión de la cárcel de Caseros fue suspendida por la gran cantidad de asbesto que tenía en su interior (calderas y red de calefacción). Una vez eliminado correctamente el peligro, se realizó la demolición en forma tradicional”.
Confinados
En la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales también existía el problema de la presencia de asbestos, que recubrían unos 200 metros de cañerías en desuso que transportaban agua caliente a laboratorios y oficinas. Con el criterio de no removerlo para evitar la entrada en suspensión de las peligrosas partículas que lo componen, se decidió confinarlo aplicándole film y una cubierta de aluminio.
Caso emblemático
“Juan Carlos Laborda había sido subcampeón argentino de ciclismo. Y terminó su vida sin poder caminar un metro”, dice acongojado el abogado Mariano Acevedo. “Es una vida tronchada por la utilización del amianto, por parte de una empresa que sabía lo que estaba haciendo”, sentencia quien llevó el caso hasta la justicia de Estados Unidos, donde la firma en cuestión tiene su sede matriz.
Laborda murió sin un fallo a su favor. “Es uno de los íconos de los damnificados. Él trabajaba en DuPont (en la localidad bonaerense de Mercedes) y manipulaba el amianto con las manos en un ambiente que separaba un piso de otro con un piso enrejillado, entonces el amianto que se usaba arriba caía en forma de polvillo sobre los que trabajaban abajo”.
El planteo judicial es explicado por Acevedo en www.asarea.org.ar: “DuPont conocía los peligros de la exposición al amianto desde 1960, pero los trabajadores y vecinos de la planta de Mercedes estuvieron expuestos a dicha sustancia hasta el año 2004, cuando la planta cerró sus puertas, mientras que DuPont eliminó el asbesto en sus plantas de Estados Unidos en la década de 1970. Dos ciudades, dos estándares diferentes”.