El test va a la escuela
Menos tiempo de laboratorio y más económico. Estas son algunas de las ventajas del sistema para detectar el virus de la pandemia por pooles o grupos que sorteó con éxito las pruebas en casi cinco mil personas en la Provincia de Buenos Aires. Tras ser probado y aprobado, el equipo que lo desarrolló ahora propone utilizarlo en colegios para controlar los casos en el regreso a las aulas.
Por fin, respiraron con alivio y satisfacción luego de diez meses frenéticos de poner a punto en la Argentina un sistema que con un solo test analiza varias muestras de diagnóstico de COVID-19. Trabajaron contra reloj especialistas en química, bioquímica, biología, matemática, física, computación, estadística, y lo lograron. Los resultados así lo demuestran tras probar la técnica en casi cinco mil personas de geriátricos, psiquiátricos y personal de salud en la Provincia de Buenos Aires. Ahora, analizan aplicarlo en el control de casos en las aulas en la vuelta a clases presenciales.
Con esta estrategia consiguieron ahorrar entre un 50 y un 86 por ciento de kits diagnósticos, además de tiempo y de descongestionar laboratorios. Pero esto no es todo. “Detectamos tres brotes de COVID-19 en etapas tempranas, contribuyendo a su contención y aumentando la probabilidad de salvar vidas en aquellos lugares donde se concentran los grupos de riesgo”, indica el equipo científico (ver recuadro) de Argentina en Frontiers in Medicine.
Habitualmente, cuando una persona presenta fiebre, tos, pérdida de gusto u olfato, se la somete a una prueba de PCR (por su sigla en inglés de “Reacción en Cadena de la Polimerasa”), para descartar o confirmar la presencia de coronavirus. En cambio, en este trabajo, ninguna de las 4936 personas estudiadas en 153 instituciones bonaerenses tenía posibles señales de COVID-19. Pero se sabe, que se puede estar enfermo con escasos o ningún síntoma y contagiar. La idea era detectar estos casos y, con este fin, todas fueron hisopadas.
En vez de hacerle un test individual a cada una de ellas, como es el PCR, se agruparon -por ejemplo- de a cinco muestras y se llevó adelante un solo análisis. Por eso, esta técnica se llama de pool o grupos de PCR. Si la prueba del conjunto es negativa, se puede suponer que ninguno de los cinco está infectado por el virus SARS-CoV-2. De este modo, un solo kit diagnóstico, logra analizar a cinco personas. Mientras que, si es positiva, al menos uno del grupo de cinco está infectado, entonces hay que hacer nuevos análisis para identificarlo. Como los grupos se arman estratégicamente, por ejemplo, según las áreas de convivencia, esto facilita las medidas futuras a tomar. “Este trabajo, realizado en conjunto por distintas universidades y el Ministerio de Salud bonaerense, fue muy exitoso porque permite detectar casos tempranamente y hacer un control del foco para que la infección no llegue a todos”, destaca la doctora en Bioquímica Daniela Hozbor, referente de esta investigación.
Menos kits
Cuando los grupos se disponen de modo estratégico, el trabajo muestra que los ahorros de kits alcanzaron un máximo del 86 por ciento. “Esto significa que donde se necesitaban seis tests, con uno solo alcanza”, grafica Roberto Etchenique, profesor en Química Analítica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA e investigador del CONICET. Su colega, Adalí Pecci, agrega que el resultado más bajo de ahorro obtenido en la investigación rondó el 50 por ciento. “Esto equivale -precisa- a que con un test, se analizan dos personas”.
En tiempos de pandemia nada sobra y esta técnica permite aprovechar los recursos disponibles. “No solo es un ahorro de kits, sino tiempo de procesamiento en el laboratorio, uso de equipamientos. Si se tuvieran que hacer las muestras individuales (como el PCR tradicional), llevaría mucho más tiempo. Esta es una estrategia epidemiológica que se usa para una vigilancia activa porque permite ir a la pesca de personas que no presentan síntomas”, coinciden en subrayar tras detectar tres brotes en etapas tempranas que se lograron contener.
Sorpresa mayor
En un geriátrico en Baradero fue localizado uno de los casos positivos. Pronto se dio la señal de alarma y se extremaron las medidas de inmediato. “A los quince días comprobamos que el brote se detuvo. Se hizo el aislamiento, lo que permitió realizar acciones oportunas para el control en el tratamiento de los mayores que, por lo general, presentan comorbilidades, según indicaron los responsables de esas instituciones”, relata Hozbor.
Precisamente, en los hogares para la tercera edad, el equipo de investigación se llevó una significativa sorpresa. “Uno tiende a pensar que un adulto mayor con COVID-19 va a tener muchos síntomas. Pero no es así, alrededor de la mitad de las personas mayores no mostraron ninguna señal llamativa. Y, sin embargo, poseían cargas virales altas, iguales o superiores a las que corresponden a los sintomáticos. Eso hace que la vigilancia activa en los lugares, donde hay alta probabilidad de secuelas o muertes como puede ser un geriátrico, se realice sostenidamente de manera complementaria a la vigilancia pasiva”, destaca Etchenique, tras los resultados de los análisis.
Con esta técnica, en 24 horas, o a más tardar en 48, se logran procesar los estudios. “Esta puesta a punto de estrategias de pools no solo sirvió para hacer este relevamiento de los geriátricos bonaerenses sino que también tuvimos reuniones con grupos de distintos lugares del país que las empezaron a usar en otras provincias”, puntualiza Pecci.
Pasa al frente
Este método, que también se usa en otros países, tiene su historia. “En el pasado, los pools se emplearon mucho, por ejemplo, con el virus VIH del SIDA”, historia Etchenique. El equipo científico ajustó esta técnica para el SARS-CoV-2, causante de la pandemia, con el objetivo de ponerla en marcha en la Argentina. Tras los resultados promisorios de esta investigación ahora las miradas apuntan a la vuelta a las aulas.
“En las escuelas, para mí, es la estrategia a aplicar”, subraya Hozbor por las características de la población que asiste, pues pueden ser potenciales contagiadores y desconocerlo. “Quienes tienen síntomas, directamente no irían al colegio; pero entre quienes van, puede haber personas que tienen la infección y no lo saben por ser asintomáticas. Por eso, es muy importante detectarlo cuanto antes”, advierte.
Una de las posibilidades es hacer pools o grupos en cada burbuja que conformará un aula y también, de modo separado, entre maestros y alumnos, porque “hay docentes que trabajan en más de una escuela”, plantea Hozbor, quien inicia una prueba piloto de estas características en La Plata.
Por su parte, Etchenique busca adaptar una experiencia que ya fue puesta en práctica en colegios en Estados Unidos y que le acercó otra graduada en Exactas UBA, Florencia Rodríguez Brasco, quien vive en Worcester County, Massachusetts. “Estamos viendo el protocolo y el modo de replicar este método con las características de nuestras escuelas. Ver –detalla- si se puede efectuar un sistema continuo de detección por pools”.
Finalmente, otra iniciativa propone no sólo cubrir la escolaridad primaria o secundaria. “En Estados Unidos, las universidades hacen testeos semanales a la gente que ingresa al campus. Y aquí también estamos tramitando los pasos para ver si podemos hacer una prueba piloto en la Ciudad Universitaria de la UBA”, anticipa Pecci.
Todas las manos, todas
Gente de las más variadas disciplinas y de distintos centros de estudios permitieron llevar adelante este trabajo firmado por Nicolás Ambrosis , Pablo Martín Aispuro, Keila Belhart, Daniela Bottero, Renée Leonor Crisp, María Virginia Dansey, Magalí Gabriell, Oscar Filevich, Valeria Genoud, Alejandra Giordano, Min Chih Lin, Aníbal Lodeiro, Felipe Marceca, Nicolás Pregi, Federico Remes Lenicov, Luciana Rocha-Viegas, Erika Rudi, Guillermo Solovey, Eugenia Zurita, Adali Pecci, Roberto Etchenique y Daniela Hozbor.