Cruce a fondo
Un equipo de científicos, entre ellos investigadores de Exactas UBA, zarpó a bordo del velero “La Sanmartiniana” y navegó trece horas para tomar muestras de agua y realizar medidas radiométricas, que permitan elaborar un mapa de sedimentos a partir de imágenes satelitales del Río de la Plata, uno de los estuarios más turbios del planeta.
Jueves 19 de junio. El día más frío en lo que va del año. Son las 8.00 de una mañana despejada y muy esperada. Expertos de Exactas UBA y Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) ya están a bordo del velero oceánico “La Sanmartiniana” de la Fundación FIPCA, con una precisa misión: recolectar muestras de agua y efectuar mediciones radiométricas que sumen datos para elaborar un mapa de los sedimentos de superficie a partir de imágenes satelitales del Río de la Plata, uno de los estuarios más turbios de la Tierra y del cual hay mucho por conocer.
“Tomaremos muestras en catorce sitios, donde mediremos la turbidez; en algunos casos tomaremos nota de los materiales en suspensión, y en otros, datos radiométricos”, señala con el mapa del derrotero en mano, Diego Moreira, licenciado en Ciencias Oceanográficas, a cargo de esta campaña que cruzará el “charco” compartido entre Argentina y Uruguay. La expedición navegará por más de trece horas, casi llegará a la isla Farallón, muy cerca de Colonia y volverá con algunas peripecias a bordo, pasadas las 21.00, al Club CUBA, vecino a la porteña Ciudad Universitaria, de donde partió.
La salida de esta misión fue tres veces postergada porque, no sólo había que combinar contar con el velero, el personal a bordo, los científicos y equipamientos necesarios, sino también con las condiciones climáticas adecuadas y, como si fuera poco, que allá arriba, los satélites también estén ubicados en el lugar correspondiente. “Es fundamental que el día esté despejado, sin nubes que pueden alterar las mediciones, pero con viento suficiente para realizar la navegación. Además, hay que combinarlo con las fechas en que ciertos satélites pasan para tomar imágenes sobre esta zona del planeta”, relata Moreira, quien ultima detalles de su tesis doctoral en esta temática, bajo la dirección de Claudia Simionato, directora adjunta del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA/CONICET-UBA) con sede en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.
Momento clave
Un aparato de una dimensión un poco menor a un cajón de manzanas, que vale unos 60 mil dólares, está bajo el estricto control de Ivanna Tropper, biotecnóloga de la CONAE. Se trata del radiómetro que realizará las mediciones tan esperadas. Éstas deberán efectuarse en los sitios establecidos y, además, en el mismo momento que pase el satélite de la NASA, Landsat-8, por esta zona del Río de la Plata para tomar imágenes. Esto no ocurre a diario, sino, precisamente, cada 16 días. “En este proyecto -relata Tropper- hago medidas radiométricas, las cuales dan una idea de la cantidad de energía electromagnética que en este caso en particular es reflejada por el agua. Estos datos son los que se utilizan para calibrar y, en algunos casos, para identificar cómo ve el satélite qué está pasando en la Tierra”.
Lo que se busca es comparar los datos que aportan las imágenes satelitales con los que se están tomando en el mismo momento en el Río de la Plata, de manera de establecer si es precisa la información o hay que hacerles algunos ajustes. “En un determinado momento, el satélite y las muestras de agua arrojan, cada uno, un determinado valor de turbidez, en el mismo momento, el radiómetro capta cómo el agua se comporta en función de la energía que refleja. La idea es compararlos para ver si coinciden o requiere algunos retoques para ajustar las estimaciones satelitales”, relata Moreira.”, relata Moreira.
“Si bien hoy pasan distintos satélites como MODIS Terra y MODIS Aqua, que lo hacen todos los días, nos interesa el Landsat 8, que es de alta resolución y obtiene imágenes muy detalladas”, relata Juan Ignacio Gossn, próximo a licenciarse en Física en Exactas y quien prepara su tesis bajo la dirección de Ana Dogliotti (IAFE/CONICET-UBA).
Pasajeros del viento
Con el instrumental a punto, GPS en mano, que indica la ubicación exacta donde detenerse para hacer las mediciones, “La Sanmartiniana”, capitaneada por Bill Davidson, de la Fundación Interactiva para Promover la Cultura del Agua (FIPCA), se abre paso en las aguas color marrón, a las que se busca echar luz. A bordo, en una nave con tres enormes velas desplegadas, todos son pasajeros del viento que, por momentos, alcanza los 7 nudos, algo más de 12 kilómetros por hora, pero vividos con una intensidad cercana al vértigo. “Cada medición requiere aminorar la velocidad lo máximo que se pueda y que la embarcación quede lo más quieta posible para hacer las tomas”, relata Davidson al mando del timón del barco, que está abierto a todos aquellos investigadores que lo requieran para sus estudios.
En cada medición, Juan se coloca el arnés y se ata a la línea de vida para evitar cualquier contratiempo que pueda arrojarlo al río, Ivanna da las indicaciones desde la computadora y Diego toma algunas fotos. Todos trabajan en conjunto para apuntar el radiómetro hacia el sitio indicado. “cielo”, “agua” y “listo”, dirá Ivanna una y otra vez. Durante la operatoria, todo es concentración. Esta escena se esperó durante semanas y se programó minuciosamente. No se puede perder detalle porque el satélite sólo pasa cada tanto, y justamente es ése el momento. Y no hay replay. El resto del equipo a bordo cuida que “La Sanmartiniana” no se cruce a otras embarcaciones, aproveche lo mejor que pueda el viento disponible y no se deslice peligrosamente a zonas donde yacen barcos hundidos.
Tras concluir con la medición planeada, se sigue navegando. “La Sanmartiniana” retoma velocidad hasta el próximo punto a estudiar. Tal como estaba planificado, las tareas van llegando a buen puerto, cumpliendo al pie de la letra, el derrotero original. Moreira está muy satisfecho, “logramos realizar las 14 mediciones programadas que nos propusimos en esta campaña”, señala.
Casi faltaba una hora para alcanzar Colonia cuando se dio la vuelta a casa. Satisfechos, más relajados, momento de brindis, juego de dados, explicaciones científicas, chistes, historias de amores y desamores. Ese grupo, que a poco de abordar la nave eran en gran parte casi desconocidos, unas horas después hacía rato que habían dejado de serlo. Ya de noche, la ciudad se ilumina. Buenos Aires brilla, y el frío también. Falta poco para volver a tierra, más precisamente a la amarra de cortesía que prestó el club CUBA. Ya son casi las 21.00. Cada uno va pensando en lo que hará después. Bill planea llevar el barco a San Fernando; Diego y su equipo, en volver a los laboratorios de Exactas, donde otros integrantes del equipo los están esperando para analizar -quizás hasta la medianoche- las catorce muestras de agua; Ivanna, en devolver el costoso radiómetro a la CONAE. El resto, sólo piensa en llegar a casa y cenar algo caliente.
Mientras las cavilaciones no cesan, el viaje de regreso sigue su curso. En medio de la oscuridad se divisaba la costa muy cerca, y de pronto queda lejos. Es que “La Sanmartiniana” se detuvo de repente. Se varó. Tocó fondo, el mismo fondo cubierto de los sedimentos que paradójicamente había ido a estudiar. Atrapado por la baja profundidad, el velero queda estancado en el fango. Entonces, sin dudar, todos juntos a hacer contrapeso para moverlo, y los comentarios de rigor: “Hoy nos quedamos a dormir en medio del río”. Para peor, la marcha atrás del motor tiene problemas y dificulta la tarea. Por suerte, estaba Bill y con su habilidad así como su vasta experiencia de cincuenta años de navegadas, fue moviendo la nave con destreza, hasta finalmente sacarla a flote y llevar a todos a buen puerto. Expedición Plata a fondo del mes de junio llega a su fin. Misión cumplida. El mes próximo, el mismo desafío los espera.