Neurociencias

Puede fallar

A contramano de lo que sucede habitualmente en la ciencia, se publicaron los resultados negativos de un estudio sobre el autismo.

19 Abr 2023 POR

La ciencia es un modo de construir conocimiento. Y esa construcción es colectiva: los científicos dan a conocer el resultado de sus investigaciones al resto de la “comunidad” para que otros investigadores puedan aprovecharlo. ¿Cómo lo hacen? Mediante la publicación de papers. ¿Dónde? En revistas especializadas que, mediante un “comité de expertos”, deciden si esa investigación cumple con los requisitos necesarios para ser aceptada o rechazada.

Este mecanismo posibilita, por un lado, que un investigador de cualquier lugar del mundo pueda estar al tanto de los “descubrimientos” realizados por sus pares de otra parte del planeta y, por otro lado, que en los laboratorios de investigación se acepte ese conocimiento nuevo como válido.

Pero el sistema científico tiene un talón de Aquiles: cuando el investigador redacta un artículo para enviarlo a publicar no da a conocer los experimentos fallidos. En otras palabras, el paper muestra el éxito y esconde los fracasos. Porque las revistas científicas no suelen publicar resultados negativos.

El sistema científico tiene un talón de Aquiles: cuando el investigador redacta un artículo para enviarlo a publicar no da a conocer los experimentos fallidos.

Por ejemplo, si alguien quiere probar la efectividad de una droga como antiviral y sus experimentos muestran que no funciona como tal, no escribe un artículo contando su experiencia. Porque sabe que es dificilísimo que una revista científica acepte publicar los resultados de ese trabajo.

Una consecuencia de esta “costumbre” es que se pierde información que podría ser valiosa para otros científicos, sea para no repetir un experimento que ya se hizo y “falló” o, también, para analizar las posibles causas de esa supuesta falla y replantear los experimentos.

Ahora, a juzgar por un estudio que acaba de publicarse en la revista científica Consciousness and Cognition, algo parece estar cambiando en el mundo de la ciencia.

Autismo y metacognición

La habilidad que tiene el ser humano para reflexionar acerca de su propio pensamiento o para evaluar su propia conducta recibe el nombre de metacognición. Esta capacidad nos brinda innumerables ventajas para interpretar la realidad y adaptarnos a ella. Por ejemplo, nos permite darnos cuenta de que la estrategia que estamos utilizando para lograr algo no está siendo efectiva, o predecir si nos fue bien o mal en un examen, o aprender de los errores, entre muchos otros beneficios.

Guillermo Solovey                 Iair Embon.

Existe un amplio debate científico acerca de si la metacognición está alterada en las personas con trastornos del espectro autista. “Nosotros decidimos aportar a ese debate y nos propusimos averiguar si la metacognición tiene alguna relación con rasgos del espectro autista”, cuenta el psicólogo Iair Embon, becario doctoral del CONICET en el Instituto de Cálculo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.

Actualmente, el diagnóstico del autismo tiende a dejar de ser binario. Es decir, ya no se habla de personas autistas y de personas “normales”. Porque hoy existe un enfoque dimensional que sostiene que los rasgos autistas atraviesan a la población en general. Por eso se dice que hay un “espectro autista” con diferentes grados de severidad, en cuyo extremo se ubicarían los trastornos del espectro autista (TEA). Desde este punto de vista, en la población general hay personas que padecen algún tipo de TEA y hay individuos neurológicamente típicos (neurotípicos), es decir, sin diagnóstico de TEA.

Esta mirada condujo al desarrollo relativamente reciente de encuestas estandarizadas que, mediante escalas, permiten evaluar la presencia de rasgos autistas en individuos de la población general. “En nuestro experimento, del cual participaron 360 voluntarias y voluntarios adultos sin diagnóstico de TEA, es decir, neurotípicos, utilizamos un cuestionario validado internacionalmente que da un puntaje para cada individuo, que es el cociente del espectro autista (AQ, por sus siglas en inglés), que nos puede informar el grado de rasgos autistas que presenta una persona neurotípica”, explica Embon.

Mediante 50 preguntas, el AQ evalúa rasgos comunicativos, atencionales, de capacidad de imaginación, de habilidad para socializarse y de atención al detalle. “Nosotros esperábamos que, a medida que se incrementara el puntaje de rasgos compatibles con el espectro autista, la metacognición disminuyera”, consigna Embon.

Para evaluar la metacognición, los investigadores diseñaron un experimento en el que, en la pantalla de una computadora, a las y los participantes se les mostraban dos círculos con puntitos en su interior durante medio segundo. Cada persona debía indicar cuál de los círculos tenía más puntitos y, a continuación, reportar –en una escala de 1 a 4- la confianza que tenía en que su respuesta hubiera sido correcta. El ensayo se repitió 130 veces por participante, variando la cantidad de puntitos por círculo cada vez.

Finalmente, los investigadores reunieron la información obtenida a partir de las encuestas y del experimento de metacognición visual y los analizaron matemáticamente.

La excepción a la regla

“No encontramos evidencia estadísticamente significativa de que haya una relación entre rasgos de autismo y metacognición”, admite Guillermo Solovey, investigador del CONICET en el Instituto de Cálculo, y codirector de la tesis de Embon junto a Pablo Barttfeld, del Instituto de Investigaciones Psicológicas de la Universidad de Córdoba.

Los investigadores explican que este “sesgo de publicación” conduce a que no se conozca toda la evidencia que existe sobre un determinado tema.

Este resultado “negativo” no desalentó a los científicos. Por el contrario, decidieron escribir un paper y enviarlo a una revista científica. “En la primera revisión, nos preguntaron qué aportaban estos resultados. Y les contestamos con una larga respuesta que incluía varios puntos sobre la novedad de nuestro trabajo y, también, sobre la importancia de publicar resultados negativos”, recuerda Embon, y termina: “Finalmente, lo aceptaron y lo publicaron”.

Con una carrera científica de más de dos décadas, Solovey declara: “Es mi primer trabajo publicado con un resultado negativo o, mejor dicho, no positivo. Hasta hace unos años, esto era impensable. Pero las cosas están cambiando y me parece fascinante estar viviendo este proceso de cambio en la forma en la que hacemos ciencia”.

Los investigadores explican que este “sesgo de publicación” conduce a que no se conozca toda la evidencia que existe sobre un determinado tema. Para Solovey, “que las revistas acepten trabajos rigurosos pero con resultados estadísticamente no significativos es un avance hacia una reducción de este sesgo”.

El trabajo publicado en Consciousness and Cognition está firmado por Embon, Solovey, Barttfeld, Sebastián Cukier y Alberto Iorio.