Neurociencia

Aunque no se exprese, la memoria siempre está

Investigadores de Exactas y de la Universidad Andrés Bello, de Chile, demuestran en pruebas con seres humanos que, aunque un sujeto afirme no recordar algo, esa memoria persiste y puede reactivarse. En consecuencia, la expresión y el atesoramiento del recuerdo constituyen mecanismos separados. Se publica en Neuroscience.

29 Abr 2013 POR

Entrevista a Alejandro Delorenzi

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Juan llega a su casa muy contento con la película que alquiló en el videoclub, pero su mujer le quita la ilusión al decirle que ya la vieron, no hace mucho tiempo. Juan no lo recuerda, para nada. Pero, seguramente, si empieza a verla, irá reconociendo al menos algunas escenas. Otras, sin embargo, parecerán totalmente borradas, como si jamás las hubiera visto.

¿Cuánto recordamos y cuánto olvidamos? ¿Cuándo un recuerdo está definitivamente perdido? Un trabajo que se publica en Neuroscience, realizado por investigadores de la Facultad de Exactas en colaboración con un grupo de Chile, sostiene que, aunque no tengamos un acceso consciente al recuerdo y creamos que está olvidado, ese recuerdo persiste. Es más, puede reactivarse y mejorarse.

“En nuestros experimentos observamos que, aunque el sujeto afirme haber olvidado, esa memoria puede reactivarse, y esto nos muestra que el acceso consciente no es necesario para que la memoria se reactive”, afirma uno de los autores del trabajo, Alejandro Delorenzi, investigador del IFIByNE, instituto CONICET-UBA, de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales.

La memoria ocurre cada vez que se produce un aprendizaje. Cuando uno aprende algo, se forma una memoria de corto plazo, que dura unos pocos minutos y desaparece. La experiencia aprendida se convierte en recuerdo cuando pasa a ser una memoria de largo plazo, proceso que se da gracias a la síntesis de diversas proteínas y se denomina consolidación.

Mejorar el recuerdo

Hace algunos años, el grupo de Héctor Maldonado, que fuera creador y director del Laboratorio de Neurobiología de la Memoria, en Exactas-UBA, tuvo rol protagónico en la demostración de que una memoria consolidada se activa al enfrentarse al mismo contexto en que se había producido el aprendizaje y, de ese modo, se vuelve frágil e inestable, lo que permitiría actualizarla, incorporando información nueva.

Ese fenómeno, parecido al de la consolidación de la memoria, fue denominado “reconsolidación”. En esta etapa, los investigadores habían comprobado, tanto en animales como en humanos, que el recuerdo podía exponerse a ser destruido, por eso se dice que la memoria se hace lábil, es decir, frágil, sujeta a modificación. De hecho, si en ese momento se le suministraba al sujeto un agente amnésico, la memoria se perdía. Pero esa memoria también podía mejorarse.

No obstante, con el correr de los días, el olvido va borrando los recuerdos. “Ahora observamos que, a los pocos días de haber aprendido algo, el sujeto recuerda mucho; a la semana, menos, y a las tres semanas, mucho menos. La expresión de esa memoria decae con el tiempo, y se hace casi nula, pero, sin embargo, esa memoria persiste, y se puede reactivar”, señala Delorenzi.

Los investigadores se preguntaron si se podía recuperar una memoria aun cuando el sujeto afirme que no recuerda nada. Finalmente demostraron que es posible separar la expresión de la memoria de su capacidad de reactivarse ante recordatorios específicos.

“Ahora sabemos que el sujeto reactiva la memoria, la pone en juego, aunque no acceda a esa información en forma consciente”, destaca. Lo que sucede es que se reactiva el proceso de reconsolidación de la memoria.

Un poco de dulzura
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Alejandro Delorenzi y Verónica Coccoz.

En el momento de la reconsolidación, cuando la memoria se vuelve lábil, ésta puede ser destruida pero también puede mejorar. En un trabajo previo, los investigadores realizaron una prueba con seres humanos y observaron que éstos podían recordar mejor una serie de sílabas aprendidas si eran sometidos a un estrés leve, según relata la bióloga Verónica Coccoz, tesista del grupo que dirige Delorenzi, y primera autora del trabajo que se publica en Neuroscience, que también firman Adolfo Villalón Sandoval y Jimmy Stehberg, de la Universidad Andrés Bello, de Chile.

“Ahora, lo que mostramos es que si hacemos la prueba a los 21 días, el sujeto no recuerda casi nada de las imágenes que habíamos mostrado previamente, sin embargo, al día siguiente de que la memoria había sido sometida a reconsolidación, ese recuerdo estaba presente”, señala Delorenzi. “Esto demuestra que la expresión y el acceso al recuerdo tienen rutas diferentes”, subraya.

Así como la memoria mejora durante la reconsolidación si el sujeto es sometido a estrés, se sabe que también mejora si hay un suministro de glucosa. Por ello, en los experimentos, los investigadores ofrecieron a los sujetos un vaso de jugo dulce, lo que permitió mejorar el recuerdo.

La reconsolidación no sucede cada vez que uno recuerda algo, sino que deben darse ciertas condiciones específicas. “Se requiere alguna incongruencia entre lo que el sujeto aprendió y lo que está pasando en el recordatorio. Si sucede lo mismo y no hay novedad, estas memorias no se ponen en juego”, explica Delorenzi.

De este modo, en los experimentos, los investigadores producen un desajuste en el recordatorio. Por ejemplo, en una primera sesión, se les mostraba a los participantes una secuencia de colores y sonidos. Pero, en el momento en que se desea producir una reconsolidación, se les muestra una secuencia diferente. Por ejemplo, cuando los sujetos esperaban escuchar un determinado sonido después de una imagen en rojo, se encontraron con que ese sonido no se producía.

No me acuerdo

No obstante, las personas que participaron en el experimento decían que no recordaban nada. Pero, en ese momento, se les sirvió una bebida. A algunos se les dio agua, a otros un juego dietético, y a un tercer grupo, un jugo azucarado. Al otro día, solo aquellos sujetos que bebieron el jugo cargado con glucosa fueron capaces de reactivar y mejorar el recuerdo. En cambio, los otros no pudieron hacerlo.

“Ahora tenemos evidencia de que, aunque no se expresen, estas memorias se reactivan. La memoria persiste y, luego de que se reactiva, la glucosa permite mejorarla, aunque en ese momento el sujeto afirme no recordar. Al día siguiente, buena parte de esa memoria puede reaparecer”, confirma Delorenzi.

A pesar de que tres semanas después del aprendizaje el sujeto no se acuerde de nada, los investigadores pueden hacer que esas memorias reaparezcan, bajo la única condición de que la persona beba glucosa luego de su reactivación.

Es sabido que las situaciones de estrés ayudan a reforzar un recuerdo. En ese caso, se liberan las hormonas del estrés, como la adrenalina y el cortisol. Pero también se libera glucosa para aportar energía al organismo y que esté en condiciones de luchar o huir. La  mejora de la memoria se vincula tanto con las hormonas del estrés como con la glucosa. De ahí la importancia de un buen desayuno antes de ir a la escuela.

“Lo que nos muestra este experimento es que los mecanismos que expresan la memoria se pueden separar de los que están involucrados en su reactivación. Antes pensábamos que era todo el mismo conjunto en la evocación de la memoria”, sostiene Delorenzi.

Parecería que la memoria posee diferentes caras o dimensiones, como aprender, consolidar, evocar, reconsolidar u olvidar. Cada vez que hay expresión, hay reactivación, pero puede haber reactivación sin expresión. De hecho, tal vez recordemos mucho más de lo que creemos recordar.