La dama del aluminio
María Victoria Canullo estudió y se doctoró en Física en Exactas. Su pasión era la astronomía pero los obstáculos que había para desarrollar la carrera de investigador en los años 90 la impulsaron a realizar un drástico cambio de vida: ingresó a Aluar y se fue a vivir a Puerto Madryn. En esta charla, explica cómo se animó a tomar esa decisión y sostiene que la industria es una buena alternativa de trabajo para los científicos.
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– ¿Cuándo empezaste a estudiar en Exactas?
– Ingresé a Exactas a mediados de 1987. En el 93 me recibí de licenciada en Física y en el 97 de doctora.
– Cuando cursabas la licenciatura ¿tu idea era seguir una carrera en el ámbito de la investigación?
– Yo había hecho mi tesis de licenciatura en un tema de astrofísica y no tenía, en esa época, ninguna otra opción en la cabeza que no fuera terminar, como primera escala, el doctorado. Hacia el año 97 la situación era otra porque el CONICET había cerrado el ingreso a carrera. En esa época, te daban una beca de posdoctorado por un año, que yo apliqué y gané. En paralelo tenía la posibilidad de hacer un posdoc, también por un año, en Suiza. La opción de quedarte a hacer una carrera dentro del CONICET se veía muy complicada porque no se sabía cuándo reabriría el ingreso a la carrera y, evidentemente, había gente con mucha más experiencia y antecedentes que yo que estaban esperando para ingresar.
– Estabas frente a un escenario muy difícil.
– Me preocupaba mucho no tener ninguna seguridad sobre mi futuro en la investigación. Así fue que un día apareció en un diario un aviso que decía: “buscamos físicos, químicos e ingenieros para una industria radicada en el interior”. Escribí, me llamaron; recién a la segunda entrevista me enteré que era para trabajar en Aluar, en Puerto Madryn. Yo no había imaginado que todo iba a terminar rápidamente en una oferta concreta. Poco tiempo después, mientras estaba presentando una parte de mi tesis en Escocia, me avisan que me habían llamado de Aluar y querían que empezara en unas pocas semanas.
– ¿Tenías dudas sobre aceptar o no la oferta?
– La verdad que sí. Volví a Argentina, hablé con mi director de tesis y él me dijo: “si usted tiene una oportunidad en la industria, no la desperdicie”. Entonces pensé: hagamos la prueba porque si no me gusta siempre puedo volver. Acordé con la empresa que podría viajar a Buenos Aires cada mes hasta que terminara la tesis y la presentara al año siguiente. Y ahí empezó mi vida en la metalurgia.
– Y tus compañeros, ¿qué te decían?
– Mirá en la época en que yo me recibí había una emigración muy fuerte porque, dada la situación del CONICET, toda la gente de mi generación que encontraba una oportunidad atractiva se iba del país. Por otro lado, no era para nada común que un físico se pasara a la industria. Tampoco era demasiado bien vista en el ámbito académico. La realidad es que yo no tenía ningún modelo que me indicara que ése podía ser un camino a seguir.
– ¿Cómo fue tu ingreso a un mundo totalmente nuevo?
– Creo que se producen todo tipo de impactos. Desde lo técnico, una necesidad de reconvertirme porque yo, sobre aluminio, creo que lo único que sabía era que había latas de gaseosas. En otros aspectos, una de las cosas que primero te impactan es que trabajar en empresas significa estar en estructuras mucho más formales y jerárquicas de lo que yo estaba acostumbrada trabajando en un instituto del CONICET. También la fuerte necesidad de trabajar en equipo para obtener resultados. En general, en una experiencia de doctorado, en especial en física teórica, el trabajo depende más de uno mismo. Por otro lado, cuando llegué a Aluar había unos 900 empleados, de los cuales creo que yo fui la tercera mujer profesional vinculada con la producción. Eso fue todo un desafío. Además, era un mundo muy ingenieril. Los profesionales de extracción científica éramos muy pocos.
– La formación que recibiste en Exactas ¿te sirvió para tu trabajo en la industria?
– Definitivamente. Si bien mi área de experiencia no era la adecuada para la metalurgia del aluminio, la formación doctoral creo que te da mucha autonomía para aprender, para tener capacidad analítica, para combinar las técnicas que hagan falta para resolver un problema, para pensar creativamente. Hay otras cosas de la formación académica que las empresas valoran mucho. Por ejemplo, muchos de nosotros hemos sido docentes, con lo cual, tenemos la capacidad para transmitir conocimientos técnicos a audiencias diversas. Eso es muy importante en una industria. En mi caso, yo fui a una línea de producción, entonces, yo tenía que comunicarme con los operarios, entender qué hacían y, si después cambiaba algo, a la primera persona a la que tenía que convencer era el tipo que hacía el trabajo todos los días. Y también te tiene que entender el director que es el que te va a avalar. La experiencia internacional tampoco es trivial. Quiero decir que hay múltiples capacidades que los científicos adquirimos en la formación básica y, sobre todo en el doctorado, que luego te sirven para trabajar.
– ¿Notás, en estos años, una relación más fluida entre el sistema científico y el mundo productivo?
– Mirá, en estos últimos años, es evidente que hay un acercamiento, una creación de ámbitos de diálogo entre la academia y la industria. Lo vemos en la propia actividad de la Escuela Giambiagi y en otros casos de esta misma facultad como el TAMI 2014 (Taller de Matemática Industrial). También hay actividades en la esfera del MINCyT. Y en las cámaras industriales. Creo que es valioso, sin embargo, todavía falta un largo camino para crear más sinergia y aprovechar todo el potencial que existe. Creo que todavía hay una brecha que no termina de zanjarse.
– ¿Considerás que en la industria hay espacio para una mayor incorporación de científicos?
– Mirá, el departamento que dirijo tiene físicos, ingenieros en materiales, en metalurgia. Creo que tener profesionales de formaciones múltiples hace que la aproximación hacia la resolución de problemas o al entendimiento de los procesos sea más rica. Estoy segura de que los científicos pueden aportar más en ese sentido. Pero también es cierto que los científicos tienen que tener en la cabeza qué es lo que necesita la industria. Si creen que van a estar en un escritorio haciendo modelos, eso no va a pasar. A lo mejor en otras industrias puede ser pero ciertamente no es el trabajo que nosotros hacemos. Tenés que estar dispuesto a reconvertirte, no solamente en cuanto a la técnica sino a estar con la cabeza abierta para estar en una línea de producción, para entender qué es lo que le pasa al que está haciendo el producto o qué necesita un cliente y entonces, desde esa óptica, hacer propuestas. Pero tienen que tener una apertura mental respecto de lo que tradicionalmente están acostumbrados a hacer los físicos en ámbitos académicos.
– ¿Qué te parecen los esfuerzos que se están haciendo desde la Facultad para plantearles, a los alumnos, alternativas de trabajo diferentes de las tradicionales?
– Creo que es interesante que los alumnos conozcan estas opciones. En mi época ni siquiera me las nombraban, no sabíamos ni que existían. La presencia, por lo menos en estas escuelas, de representantes de los departamentos de recursos humanos de las empresas es muy útil para que los chicos puedan preguntar, interesarse por las actividades de las industrias y para que la industria pueda captar posibles interesados. Esas iniciativas ayudan. Eventos como el TAMI, en el que yo he participado este año, me parece que tienen estructura muy interesante porque ponen en juego a un grupo de personas que no se conocen, a resolver problemas concretos de la industria, con un tutor industrial y un guía académico. Y tienen que devolver un resultado. Se trata de una situación que sucede todos los días en la industria. Ese tipo de actividades me parece que a los chicos les presentan buenos desafíos y, por lo menos por el entusiasmo que percibí, me parece que es algo muy valorado.