De lobos y toninas uruguayas
Las aguas marinas que bañan las costas de la República Oriental del Uruguay constituyen un excelente escenario para que los científicos de ese país estudien algunas de las criaturas más emblemáticas del océano. Dos investigadoras relataron los trabajos que realizan sobre los silbidos del delfín mular; y sobre cómo se ve afectada la supervivencia de las crías del lobo fino sudamericano por el buceo de sus madres .
Cada verano, miles de turistas pasean por las costas uruguayas; en tanto, todo el año, científicos de la Universidad de la República se internan en sus aguas para seguir de cerca a dos de sus grandes moradores marinos: el delfín mular y el lobo fino sudamericano. Dos jóvenes investigadoras contaron sus hallazgos en la Primera Reunión de Biología del Comportamiento del Cono Sur, realizada en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.
Escuchar, registrar y buscar sentido a los silbidos de este animal (Tursiops truncatus), que se hizo famoso en la serie televisiva Flipper, es una de las tareas que a diario llevan adelante científicos de la sección Etología de la Facultad de Ciencias, y la ONG Yaqu Pacha Uruguay, Organización para la Conservación de Mamíferos Acuáticos en América del Sur. A bordo de un gomón semirrígido, zarpan desde el Puerto de La Paloma, departamento de Rocha, hacia el este para internarse en el mundo de esta especie. «Recorremos varios kilómetros en paralelo a la costa para hallar grupos de estos delfines -o toninas, como las llamamos en Uruguay-. Cuando los encontramos le tomamos fotos, grabamos sus vocalizaciones y registramos su comportamiento», relata Carolina Menchaca, a cargo de la exposición en el Aula Magna de Exactas UBA.
De color grisáceo, con dimensiones de hasta cuatro metros de largo, este delfín también denominado nariz de botella emite sonidos que buscan ser descifrados. «Los silbidos son señales acústicas que utilizan para comunicarse entre sí, pero aún se desconoce su rol en el mantenimiento de los vínculos en distintos contextos comportamentales y sociales. En Uruguay, es posible verlos durante todo el año, principalmente a lo largo de la costa atlántica. Es una población pequeña, de aproximadamente 63 individuos», precisa Menchaca, autora del trabajo de estudio junto con Paula Laporta, Bettina Tassino y Alexandre Azevedo.
De las salidas a la costa Atlántica, se obtuvieron datos de alrededor de 100 silbidos y también se detectaron otros 34, considerados únicos. «Aparentemente, cada animal tiene un silbido individual, que es estereotipado y es el que emite más frecuentemente, es el llamado silbido firma (signature whistle). No se sabe con exactitud aún cuál es su función. Se cree que serviría para ser reconocido por los otros. Así como ya tenemos un catálogo de fotografías, obtenidas a través de la técnica de foto-identificación (a partir de que las aletas dorsales muestran marcas individuales permanentes que los hacen identificables), ahora estamos construyendo un catálogo de silbidos», subraya Menchaca.
Isla de Lobos
A unos kilómetros de distancia, en la Isla de los Lobos, frente a Punta del Este, en el Departamento de Maldonado, investigadores del Departamento de Ecología y Evolución de la Facultad de Ciencias, de la Universidad de la República, tratan de desentrañar cómo se arreglan las hembras del lobo fino sudamericano para dar alimento a sus crías, y que éstas no mueran en el intento.
«Evaluamos cómo los hábitos tróficos de las hembras de lobo fino (Arctocephalus australis) afectan su éxito reproductivo considerando el sexo de la cría. Se marcaron con sensores de buceo a hembras reproductivas de lobo fino en Uruguay durante los años 2010-2012″, resumen Valentina Franco-Trecu y Pablo Inchausti.
Ellos evaluaron la duración de los viajes de alimentación de las hembras, cuáles eran sus esfuerzos de buceo, profundidad máxima alcanzada, entre otros parámetros. «Encontramos que la mortalidad de la cría aumentó significativamente con la duración de los viajes de alimentación», indica Franco-Trecu.
Durante casi diez años, Franco-Trecu trabajó en la Isla de Lobos y, en este caso, ella junto con su equipo marcaron 50 díadas madre-cría, a quienes siguieron a diario. De modo pormenorizado registraron cada hora todo lo que les ocurría a los animales. “Encontramos que la duración del viaje de alimentación de las hembras fue afectado por la masa de sus crías. Las crías que sobrevivieron tuvieron un peso medio en ambos sexos, pero las que murieron fueron las hembras pequeñas (probablemente porque no pudieron soportar los ayunos); y los machos muy grandes, probablemente por sus altas demandas metabólicas”, concluye.