La buena educación
En una charla que tuvo lugar en el aula 5 del Pabellón II, un ministro del gabinete nacional, una diputada oficialista y una dirigente universitaria expusieron sus puntos de vista acerca de los logros y las deudas que, en materia educativa, ha tenido el proceso político que se inició con la presidencia de Néstor Kirchner en el año 2003.
La convocatoria se realizó sobre la base de algunos disparadores. Entre ellos: ¿Cuál era la situación de la educación pública en 2003? ¿En qué punto nos encontramos en 2011? ¿Qué desafíos permanecen pendientes y cuáles deberían ser las acciones por tomar? ¿Qué educación queremos para los próximos veinte años?
En ese marco, el colectivo InterKlaustro, que reúne a estudiantes, docentes, no docentes e investigadores de la Facultad que apoyan la gestión de gobierno de Cristina Kirchner, organizó la mesa redonda “Educación y proyecto nacional”.
Participaron como oradores el ministro de Educación Alberto Sileoni, la presidenta de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados Adriana Puiggrós y la decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de la Plata Florencia Saintout.
Una ley que está sola y espera
Adriana Puiggrós remarcó que el neoliberalismo de la década menemista afectó al sistema escolar en general y a la educación superior en particular. En ese sentido señaló que por esos años se operó un cambio en el concepto de autonomía universitaria que pasó a significar una “autonomía de mercado”. “La autonomía de las universidades debe sostenerse porque es garantía de libertad de expresión, de libertad de cátedra, de creatividad. Pero, al mismo tiempo, el Estado nacional tiene, no sólo el derecho, si no el deber de la planificación y del control de la gran inversión que debe hacer en materia de educación superior”.
Luego de comparar lo ocurrido en el ámbito educativo en los 90 con la desestructuración del sistema ferroviario, la diputada pasó a enumerar lo que para ella fueron las medidas más importantes de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. En ese sentido destacó: la elevación de los salarios docentes hasta lograr “un piso de dignidad”; la construcción de más de 1.300 escuelas; el programa “Conectar Igualdad” para lograr la digitalización de la población escolar; la Ley de Financiamiento Educativo que dispone una inversión en educación equivalente al 6% del PBI; la Ley Nacional de Educación “que cambió profundamente el panorama legal y organizativo del sistema escolar argentino”; y la Ley de Educación Técnica y Formación Profesional. “Estos son los pilares. Ahora lo que hay delante es la necesidad de que los chicos aprendan más, de que los docentes enseñen mejor, de que abordemos seriamente aquello que muchos llaman calidad y que muchas veces ni siquiera saben lo que quiere decir”.
En esa línea Puiggrós arremetió contra aquellos que impulsan la implementación de un método de financiación meritocrático, en el cual bajo la excusa de que el Estado gasta de manera ineficiente, se proponen distribuir los recursos del sistema entre las escuelas de acuerdo con un ranking de presunta eficiencia. “Ese es pensamiento brutalmente neoliberal. Son los mismos que promueven el modelo educativo chileno que está haciendo agua por todos lados”, aseguró.
Finalmente, en relación con la largamente discutida nueva Ley de Educación Superior, cuyo tratamiento se sigue demorando a pesar de las reiteradas promesas en cuanto a una pronta sanción, la diputada se mostró esperanzada en que finalmente el proyecto pueda ser aprobado el año que viene y quiso dejar en claro que la dilación no proviene de una supuesta pereza legislativa. “Voy a ser muy directa: la ley no sale porque hay fuerzas muy importantes que están contra. Hagan una encuesta con los rectores y pregunten que posición tienen. El otro día en Página/12 el presidente del CIN dice claramente que no quiere una nueva ley de educación superior”, expuso con firmeza.
En ese sentido, Puiggrós aseguró que los grandes cambios sólo son posibles si hay un sujeto social que los impulse y que hasta ahora no existió un movimiento docente estudiantil lo suficientemente fuerte que permitiera la sanción de la norma. “Qué hay que hacer? – se preguntó-. Milítenlo, ayúdennos, los diputados del Frente para la Victoria no tenemos la fuerza ni el número suficiente como para lograrlo solos”.
Cantidad y calidad
Al tomar la palabra, Alberto Sileoni sostuvo que durante la década del 90 la política había cedido su espacio a la gerencia y la administración. En cambio los gobiernos kirchneristas inauguraron un proceso de extraordinaria potencia que llevó adelante numerosas transformaciones. “Esto es fundamental tenerlo en cuenta porque la educación no es una variable que se desenvuelve de manera autónoma si no que juega en el marco de un proyecto de cambio integral”.
En ese sentido, el ministro subrayó que cada etapa histórica de la Argentina tuvo un tipo de educación que acompañaba sus principales lineamientos. Así, recordó que recién en 1950, durante el primer gobierno peronista, apareció con una valoración positiva un obrero en los textos escolares. También señaló que para la dictadura el eje central de la educación pasaba por el orden. “Nosotros educamos para la justicia, para el trabajo, para la identidad nacional. Educamos para la democracia, porque la democracia no es un bien innato y si estuvimos en el horror, el horror puede volver”, manifestó.
Siguiendo esa línea, el funcionario afirmó que no se trataba de una casualidad el hecho de que, durante la década menemista, florecieran las carreras de marketing y otras disciplinas muy vinculadas al mercado. “En cambio, en esta Argentina, en la cual se crearon 140 mil pymes, en la que se utiliza un 80% de la capacidad industrial instalada, se requiere de un mayor número de técnicos. Por eso decidimos recuperar las escuelas técnicas a las cuales este año les vamos a dedicar 800 millones de pesos”, aseguró.
Sileoni dijo que durante las últimas décadas muchos políticos repitieron que la educación era una prioridad, pero que este gobierno fue el único que sostuvo con hechos esa afirmación. “Llegamos en el 2003 con casi el 3% del PBI dedicado a educación y el 5% del PBI dedicado a los servicios de la deuda. En diciembre de 2010 llegamos al 6,4% del PBI para educación mientras que para la deuda se destinó del 2%. Es una ecuación muy diferente. Es otro país”, expresó con orgullo.
En materia universitaria detalló que mientras que en 2003 se invirtieron 1.800 millones de pesos, en 2011 esa cifra se multiplicó hasta alcanzar los 13.000 millones. “Esto incluye salarios más dignos y un programa de ampliación de infraestructura que no tiene paralelo. Se trata de 700 millones de pesos en más de 200 obras”.
En cuanto a la calidad educativa, el funcionario consideró necesario avanzar en un camino para mejorarla pero criticó el concepto de calidad que manejan ciertos sectores del establishment educativo que parece venir de la mano con la exclusión. “Nosotros tenemos once millones de alumnos. Podríamos hacer una educación de calidad extraordinaria para 7 millones. Pero no, ya no, porque nosotros nos hemos impuesto como sociedad que todos nuestros chicos tengan trece años de la mejor educación”.
En el cierre de su intervención, Sileoni apuntó que el 2010 fue el año con más clases de la última década y sostuvo la necesidad de seguir consolidando la escuela pública. “Suena remanido pero se trata de una batalla cultural. Nosotros no queremos que estos ocho años sean un recreo o una primavera a la cual la sobreviene el padecimiento. Queremos seguir profundizando el cambio porque sabemos que estamos construyendo una sociedad mejor, más justa que la que había en el 2003”, remató.
De la resistencia a la reconstrucción
Antes de analizar la etapa abierta a partir del 2003, Saintout comenzó por caracterizar la década del 90 cómo un período en el cual “desde múltiples lugares se afirmó que la historia había terminado, que lo existente era lo único posible y que ya no tenía más sentido la lucha”.
Para la especialista en comunicación, esta situación fue el resultado de sucesivas derrotas del campo popular y significó un triunfo contundente de la lógica del capital que provocó un desplazamiento del espacio de lo público hacia el mercado. Este escenario impactó profundamente sobre el sistema educativo en general y sobre la universidad en particular. “El capital como lógica de relación social impregnó los modos de pensar la universidad, lo educativo, la forma de hacer ciencia. La idea de autonomía que había sido muy fuerte en relación con el Estado y el poder eclesiástico no pudo sostenerse respecto del mercado”, afirmó.
Para Saintout, en ese contexto de hegemonía neoliberal, las ciencias sociales tuvieron un rol “no muy digno” debido a que por distintas vías aceptaron que la realidad no se podía modificar. Por un lado estará la ciencia social que va a realizar grandes investigaciones para dar cuenta de la devastación y la desintegración en diferentes ámbitos sociales. Y, por otro, una vertiente que va a celebrar la idea del fin de la historia con un arsenal de conceptos, de categorías que van a hablar de la necesidad de acomodarse a este mundo que parecía ser el único mundo posible. “Tanto la ciencia social de la denuncia, como la de la celebración, va a ser una ciencia social que no puede imaginar la posibilidad de un mundo distinto”.
Posteriormente, la decana platense se refirió a la situación del movimiento estudiantil durante los años 90 para señalar que sufrió una aguda fragmentación y un retiro del campo de la política. Al mismo tiempo esa juventud fue siendo narrada y construida por diferentes actores sociales, a través de los medios de comunicación, desde perspectivas discriminatorias y estigmatizantes. Así, los jóvenes pertenecientes a los sectores medios, aparecen infantilizados, como personas a las que no les interesa nada y mucho menos la política. “Esta estigmatización va a ser mucho más densa y cruel en relación con los jóvenes de los sectores populares cuya caracterización va a estar muy ligada al discurso de la seguridad ciudadana que, junto con el relato del mercado, va a ir ordenando el espacio público”, se indignó.
Saintout consideró que, en la etapa actual, el sistema educativo ya no se vislumbra fragmentado y empobrecido. “Estamos en un momento donde se han logrado muchas de las demandas que parecían imposibles. El eje del sistema educativo ya no es el mercado. Por lo contrario, estamos frente al eje de la reconstrucción, de la recuperación y de la posibilidad para imaginar una sociedad en la que podamos entrar todos”.
Para la decana, en este período la universidad sigue teniendo un rol histórico que no puede ni debe ser reemplazado por ningún otro actor social. “A partir de la idea de que la historia no ha terminado, de que los pueblos a veces pueden ser derrotados pero siempre esperan y resisten, es que vamos a festejar, en los próximos años, muchas luchas que vamos a ir ganando desde el campo popular. Y la universidad va a estar ahí, sin dudas”, vaticinó.