
Una segunda oportunidad
Un equipo de cientificas y científicos logró reintroducir en su hábitat natural tres individuos jóvenes de macá tobiano criados en cautiverio, luego de recoger e incubar huevos abandonados que no hubieran prosperado en condiciones naturales. Una estrategia pionera para proteger a esta especie emblemática de la Patagonia, críticamente amenazada.
En lo que se considera un hito para la conservación de especies amenazadas en la Argentina, tres individuos jóvenes de macá tobiano criados en cautiverio fueron liberados en su hábitat natural. Los pichones de Podiceps gallardoi, un ave emblemática de la Patagonia, llegaron al estuario del río Santa Cruz al cabo de una larga aventura, que comenzó muy lejos de allí, en una laguna interior de esa provincia, donde el equipo del Proyecto Macá Tobiano –que integra el Programa Patagonia de la organización Aves Argentinas– recogió los huevos que en condiciones naturales no iban a prosperar, y que fueron pacientemente incubados en la Estación Biológica “Juan Mazar Barnett”.
Hace más de una década, un equipo liderado por la veterinaria Gabriela Gabarain comenzó a desarrollar esta estrategia sin precedentes: criar a los tobianos en condiciones controladas, desde el huevo hasta su liberación, en una carrera contrarreloj para evitar su extinción.
“La poca reproducción natural del macá tobiano en los últimos años está vinculada sobre todo con el cambio climático –precisa Gabarain–. Muchas pequeñas lagunas se secaron, y esto impulsó a los tobianos a nidificar en lagunas más grandes, más expuestas al viento. Las colonias literalmente se ‘vuelan’. Además, cada vez tarda más en florecer la vinagrilla, que es la planta acuática que utilizan para hacer sus nidos”.
La metodología de recría se funda en un dato clave: el 97% de las parejas de macás tobianos sólo cría uno de los dos huevos que ponen, y abandona el otro.
Otra importante amenaza para el macá tobiano son las especies invasoras, particularmente el visón americano, hoy ya controlado. “También se trabaja en disminuir la tasa reproductiva de la gaviota cocinera. Los guardianes de colonias protegen los huevos de los ataques de las gaviotas, pero es una amenaza que sigue activa”.
La metodología de recría se funda en un dato clave: el 97% de las parejas de macás tobianos sólo cría uno de los dos huevos que ponen, y abandona el otro, en un marco de reproducción natural que se volvió prácticamente nula.
Esa observación fundamental la hizo en su tesis doctoral el investigador Ignacio “Kini” Roesler, principal motor de la conservación de la especie e impulsor del Proyecto Macá Tobiano, por el que fue galardonado con el Premio Whitley de conservación natural, conocido como el “Oscar verde”.
“El abandono del segundo huevo ocurre porque la incubación es asincrónica –explica Gabarain–: empiezan a incubar cuando ponen el primero, y el segundo lo ponen entre uno y tres días después. Dada la forma de vida de las parejas de tobianos –uno lleva al pichón en el lomo y el otro bucea y pesca para alimentarlo– es muy inusual que críen otro pichón. Kini comprobó que hacen un intento de incubación del segundo huevo, de una media de tres horas, pero después tienen que abandonarlo. Necesitan estar los dos pendientes del que ya nació. En la enorme mayoría de los casos, el otro huevo queda en el nido y no eclosiona”.
El macá nidifica en los lagos y lagunas de las mesetas de altura de la provincia de Santa Cruz, y en invierno migra hacia la costa atlántica, a los estuarios de los ríos Coyle, Gallegos y Chico-Santa Cruz.
Una vez nacidos, los pichones requieren cuidados intensivos: una alimentación constante durante semanas e incorporar la natación.
En este contexto de deterioro ambiental y de persistencia de las amenazas que coartan la reproducción del macá, surgió la necesidad de buscar estrategias más innovadoras, y la recría ex situ apareció como una respuesta posible.
Esos huevos, que en la naturaleza se perderían, son cuidadosamente recolectados y trasladados a incubadoras especialmente diseñadas, que replican las condiciones ideales de temperatura, humedad y rotación.
Gabarain detalla el trabajo en las incubadoras: “Los huevos se rotulan para identificarlos; se les ponen símbolos distintos en caras opuestas para coordinar la rotación, que es automática, cada dos horas; se los pesa todos los días a la misma hora, para evaluar la pérdida de peso; y a partir de ese dato se controla la temperatura y la humedad de la incubadora. Cada tres días hacemos una ovoscopía, para evaluar el desarrollo de los embriones y el avance de la cámara de aire –el espacio vacío que se va formando entre la membrana interna y la cáscara. Una vez que los pichones pican la cámara de aire, se los pasa a una gasedora, una incubadora donde ya no hay rotación y están en una posición transversal, para que puedan nacer por el polo obtuso del huevo, y ya no se los manipula hasta que empieza la eclosión”.
Una vez nacidos, los pichones requieren cuidados intensivos: una alimentación constante durante semanas e incorporar la natación. Fue para los científicos un largo camino, que demandó años de ensayos y errores, hasta diseñar un protocolo de crianza que permitiera completar el ciclo exitosamente. “En conservación, las frustraciones son aprendizajes. Criamos muchos pichones que no llegaron, y era muy frustrante, porque había que esperar hasta la temporada siguiente, pero ellos nos fueron indicando qué estrategia funcionaba, cuál no, hacia dónde ir”, señala Gabarain.
“A grandes rasgos, nos basamos en una prueba piloto que se había hecho con un macá de pico grueso en los años 80, para intentar rescatar al macá del Atitlán, en Guatemala, que finalmente se extinguió. Teníamos esa tesis como base y las observaciones de los guardianes de colonia a lo largo del proyecto, para definir las necesidades de los pichones. Fuimos probando alternativas: la frecuencia de la alimentación –que terminó siendo cada media hora de día y de noche–, cada cuánto ponerlos en las piletas. Diseñar ese protocolo de crianza fue el gran desafío del proyecto”.
Tras más de dos meses de cuidados ininterrumpidos, tres individuos juveniles alcanzaron el peso ideal para ser liberados: más de 350 gramos en hembras y 400 en machos. Se eligió evitarles la riesgosa migración desde las lagunas de altura y dejarlos en el estuario del río Santa Cruz –donde otros adultos pasan el invierno–, marcados con anillos rojos numerados, que permitirán su monitoreo.
Esta técnica de cría en cautiverio seguida de liberación controlada permitiría la incorporación anual de más de 50 individuos juveniles de macá tobiano, fortaleciendo su población silvestre.
El macá tobiano fue descubierto en 1974 por el naturalista argentino Mauricio Rumboll. Se creía que su hábitat remoto lo protegía, pero el avance de especies exóticas invasoras y el cambio climático provocaron un alarmante retroceso poblacional de la especie, que en 2012 fue recategorizada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como “críticamente amenazada”, el mayor grado de riesgo antes de la extinción.
Roesler y su equipo impulsan desde hace más de quince años diversas acciones para proteger al macá tobiano, entre otras, censos poblacionales de la especie, el monitoreo constante de las colonias reproductivas, el control de visones y gaviotas, el estudio de la ruta migratoria del macá para identificar otras amenazas en términos de nueva infraestructura instalada, urbana o productiva, que alteran su vuelo, y acciones de concientización en las comunidades de la región que habita el ave. En colaboración con la ONG conservacionista Aves Argentinas y la santacruceña Ambiente Sur, el Proyecto Macá Tobiano permitió además la creación de una estación biológica al sur de la meseta del Lago Buenos Aires.
Gabarain se sumó como voluntaria al Proyecto Macá Tobiano en el verano 2013-2014, poco antes de recibirse en Ciencias Veterinarias de la UBA, y al cabo decidió hacer su tesis doctoral en el Instituto de Ecología, Genética y Evolución de Buenos Aires (IEGEBA, UBA – CONICET), en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. Allí fue dirigida por Roesler, y enfocó su trabajo en esta estrategia de recría ex situ, que todavía era un proyecto.
Cuenta que todavía no les “cayó la ficha” de lo que se logró el 5 de mayo pasado, cuando dejaron a los tres pichones nadando en el estuario y marcaron un punto de inflexión para la supervivencia de la especie.
“Fue una emoción inmensa verlos en el agua, desplegar las alas haciendo el cortejo. Pensamos que la recría, si podemos escalarla y recuperar todos esos huevos que se pierden en la naturaleza, puede ser la estrategia fundamental para sumar individuos, llevando la población a un número que pueda tolerar los vaivenes demográficos vinculados al clima”.
Esta técnica de cría en cautiverio seguida de liberación controlada –que ha sido exitosa con otras especies amenazadas, como el cóndor de California o el oso panda– permitiría la incorporación anual de más de 50 individuos juveniles de macá tobiano, fortaleciendo significativamente su población silvestre.
Las perspectivas en lo inmediato son buenas. Las intensas nevadas del invierno pasado permitieron recargar agua en varias lagunas que estaban secas, lo que generó una cierta dispersión de los macáes, por lo que se podría esperar un par de temporadas con mayor nidificación y más colonias. En cualquier caso, el equipo continúa preparando el próximo paso de este ambicioso proyecto: el diseño y la instalación de plataformas flotantes artificiales en las lagunas, como un modo de garantizar que el macá tobiano pueda tener sus nidos.