Freno urgente al calentamiento del planeta
Un estudio de colaboración internacional recientemente publicado en la revista Science demuestra que restringir el calentamiento global a 1,5 grados centígrados por sobre los niveles preindustriales no solo es necesario para preservar los ecosistemas, sino que además es una inversión económica inteligente. La climatóloga argentina Inés Camilloni es una de las autoras.
El pasado 27 de septiembre se realizó la Huelga Mundial por el Clima. En ella, se movilizaron millones de personas a lo largo de 150 países con un objetivo claro: luchar contra el calentamiento global. Históricamente, el reclamo ambiental ha sido bandera de comunidades como la de los pueblos originarios en nuestro país. Sin embargo, en esta oportunidad cobraron mayor visibilidad referentes muy jóvenes de distintas ciudades, algo que parece indicar que lo que está en juego es el futuro, y no uno muy lejano. Ciertamente y en sintonía con lo informado por los científicos, de persistir las circunstancias actuales la situación será cada vez más delicada.
El estudio publicado en Science, titulado “La necesidad indispensable para la humanidad de limitar el calentamiento global a 1.5° C”, amplía lo informado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC). Fue liderado por el profesor Ove Hoegh-Guldberg de la Universidad de Queensland en Australia y afirma que se debe evitar alcanzar los 2 grados centígrados con respecto al nivel preindustrial y restringirse a 1.5. De esa manera, se podrían mantener proporciones sustanciales de los ecosistemas beneficiando la salud humana y las economías.
En 2017, la temperatura media global de la superficie fue estimada en un grado centígrado por encima del período preindustrial, que abarca desde el año 1850 hasta el 1900, y aumenta a una velocidad aproximada de 0.2 grados por década. A ese ritmo, el límite sugerido se alcanzará entre los años 2030 y 2052.
Por ese motivo, el objetivo del estudio fue evaluar el impacto del cambio climático reciente pero, también, el impacto probable de los próximos aumentos de medio a un grado. Los investigadores señalan que existen evidencias claras de un “riesgo acelerado”, ya que cada vez más, por la misma unidad de temperatura, el riesgo es mayor.
Los autores indican, a su vez, que haber cruzado el umbral de 1 grado ya ha tenido severos impactos en los sistemas naturales y humanos. Entre otros, aumentaron los extremos entre los días y las noches más frías y las más cálidas. También lo han hecho la frecuencia y duración de las olas de calor en grandes partes de Europa, América del Norte y Australia, así como también las precipitaciones fuertes y los ciclones intensos. Por su parte, en los hábitats costeros y marinos se intensificaron las olas de calor subacuáticas. La extensión media anual del hielo marino del Ártico sufrió una disminución que ronda el 4% anual desde 1979 hasta 2012. A su vez, el derretimiento del hielo continental contribuyó al ascenso del nivel del mar, del cual se observa una aceleración.
“Se están superando las peores proyecciones acerca de cómo iba a ir evolucionando el cambio climático”, afirma Inés Camilloni, profesora de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA e investigadora del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA, UBA-CONICET).
En ese sentido, la publicación destaca que un reciente reporte de las Naciones Unidas plantea que un millón de especies se encuentran en peligro de extinción durante las próximas décadas y siglos.
El Acuerdo de París del año 2015, que se firmó en el marco de las Naciones Unidas, estableció un límite de dos grados centígrados. Sin embargo, como explica Camilloni, tanto los países en vías de desarrollo como los insulares reclamaron por el más ambicioso objetivo de 1.5 grados. “Las consecuencias de alcanzar los dos grados por sobre los niveles preindustriales podrían ser irreversibles sobre muchos sistemas”, afirma la investigadora, y detalla: “Por ejemplo, los corales desaparecerían prácticamente en su totalidad”.
Los científicos aseveran que de no implementarse políticas que enfrenten el cambio climático, seguiremos en una espiral ascendente de aumento del uso de combustibles fósiles y de la deforestación que expandirán la degradación de los ecosistemas.
Según Inés Camilloni, accionar frente al cambio climático representa un buen retorno de las inversiones necesarias cuando se consideran los daños evitados. “Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero es imprescindible y urgente”, afirma la investigadora. A su vez, manifiesta que el año que viene será central en términos de acción climática, ya que, en línea con el Acuerdo de París, cada país tendrá la oportunidad de incrementar sus compromisos de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
La contribución argentina al cambio climático
De todos los gases de efecto invernadero que se emiten en el mundo, Argentina aporta menos del 1%. Sin embargo, se encuentra en el tercer puesto de los países que más emiten en Latinoamérica, después de Brasil y México.
Inés Camilloni detalla que Argentina tiene tres líneas estratégicas en términos de reducción de emisión: energía, transporte y bosques. “Según el análisis de organismos internacionales, lo que propone nuestro país es poco ambicioso -comenta la investigadora-. Esos estudios indican que si todos los países hicieran lo mismo que Argentina, la temperatura a fin de siglo sería de cuatro grados centígrados por encima de los niveles preindustriales y no de uno y medio”.
Del 1% que emite Argentina, poco más de la mitad proviene del sector de energía, por el uso de combustibles fósiles. Por eso, la propuesta es llegar a un 20% del parque energético cubierto por energías renovables para el 2025. Actualmente, ronda el 5% (Ver cuadros abajo).
En segundo orden de importancia, siguen la agricultura, la ganadería y la silvicultura. Camilloni explica que la ganadería emite metano, producido por el sistema digestivo de los rumiantes, y la agricultura emite debido al uso de fertilizantes nitrogenados. Según la investigadora, estas actividades han quedado por fuera de los compromisos argentinos en contra del cambio climático.