Un hallazgo gigante
Gaiasia jennyae fue descubierto en Namibia, África, por un equipo dirigido por la argentina Claudia Marsicano. De grandes colmillos, este superdepredador que habría medido unos 4 metros de largo, es uno de los primeros tetrápodos, animales de cuatro patas que vivieron hace más de 280 millones de años. Ahora, sus restos patean el tablero de las hipótesis científicas actuales.
Hacía tiempo que el relato clásico no le cerraba. Las explicaciones científicas tenían huecos que a ella le generaban dudas. Algunas fueron planteadas en congresos internacionales, pero necesitaba pruebas, evidencias de un pasado remoto, ocurrido hace más de 280 millones de años. Viajó al norte de Brasil, y también a Namibia, e insistió por años en visitar una zona del desierto africano que siempre se pasaba de largo: Gai-as. Hasta que allí, finalmente, se detuvo junto con su grupo de trabajo.
El paisaje de ese lugar es muy similar a otros, afloramientos que a simple vista parecen rocas todas parecidas, pero el ojo agudo del equipo dirigido por la paleontóloga argentina Claudia Marsicano, centró la mirada en unos pedazos que les llamaron la atención. Hurgaron por más piezas y, de a poco ,el esqueleto de un animal fue tomando forma. Se trata de Gaiasia jennyae, uno de los primeros tetrápodos, animales de cuatro extremidades, que habitaron el planeta hace más de 280 millones de años. En este caso, mostraba un gran cráneo de 60 centímetros y unos colmillos de temer, en un cuerpo de unos cuatro metros de largo.
El hallazgo acaba de ser publicado en la prestigiosa revista Nature dando cuenta que este nuevo tetrápodo basal gigante, “desafía las hipótesis actuales sobre la evolución temprana” de estos animales.
Tras las huellas de ese pasado remoto, el equipo se detuvo unos días en el África desértica, en el medio de la nada, con carpas, equipos y un camión de agua.
Con alegría y la misma pasión de siempre, la doctora en Paleontología de la Universidad de Buenos Aires, reconoce que este trabajo “patea el tablero de las hipótesis clásicas acerca de la diversificación temprana de los tetrápodos basales, es decir, de los primeros animales del planeta que pasaron del agua a la tierra”.
Un diamante escondido
Ella y un grupo de especialistas de todo el mundo, viajaron a estos destinos en América del Sur y África, porque allí asoman restos del período Carbonífero y Pérmico, dos de los seis en que se divide la Era Paleozoica. “Al final del Pérmico está la extinción. Estos grupos de tetrápodos basales dieron origen en algún momento del Paleozoico tardío a los linajes de animales tetrápodos que conocemos hoy, pero de ellos no quedan más rastros”, indica Marsicano, profesora del Departamento de Ciencias Geológicas de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
Tras las huellas de ese pasado remoto, el equipo se detuvo unos días en “el medio de la nada”, adonde es muy costoso llegar y las financiaciones internacionales no son fáciles de conseguir; y más aún, cuando el destino no tiene asegurado hallazgos posibles. “Yo le tenía fe a ese lugar, donde en la década del 90 se habían encontrado unas vértebras, pero desde entonces pocos lo exploraban”, dice Marsicano, investigadora del CONICET.
Allí estaban en África desértica, donde habían ido de campaña por varias semanas con las carpas, equipos y un camión de agua, solo para beber y hacer la comida, porque esos días “olvídate de bañarte”. Siempre van en invierno porque el verano es imposible, en ese sitio que está ubicado a la misma latitud de la ciudad de Río de Janeiro, “suele hacer un calor infernal, pero ese año fue el único en que hacía un frío de morirse”, recuerda.
Con la experiencia de más de treinta años de campo recuerda que, en esa campaña de 2015, amaneció con una curiosa escarcha, pero no sería lo único que le llamaría la atención ese día. Junto con Leandro Gaetano, investigador del IDEAN (UBA – CONICET) en Exactas UBA y el resto del equipo comenzaron a recorrer la zona de los afloramientos. “Vimos algo con una gran concreción de roca, con una forma extraña, parecía una forma de diamante plana”, relata y agrega: “Era el cráneo”. Y esto fue solo el comienzo. “Empezamos –narra– a buscar todas las concreciones que había alrededor y comenzamos a encontrar los pedazos de mandíbula, de columna y muchos fragmentos de huesos”.
En la zona de los afloramientos, el grupo vio algo con una gran concreción de roca, con una forma extraña, de diamante plana: era el cráneo.
De a poco, las piezas adquirían forma de cuerpo que fueron armando sobre el suelo desértico. “Todo hallazgo da alegría”, confiesa, aunque por entonces no tenían en claro qué tenían frente a sí. Las distintas partes concrecionadas en la roca que “eran pesadísimas” las cargaron en la camioneta. Llevaría un tiempo más estudiar estas muestras y otras, conseguidas en distintas campañas, que incluían otro cráneo casi completo.
“El animal estaba metido en una concreción súper dura, y había que prepararlo para su estudio. Se hizo en el Iziko South African Museum de Ciudad del Cabo en Sudáfrica, y se tardó varios años hasta que se terminó de preparar todo el ejemplar y lo pudimos empezar a ver”, describe.
Un extraño de grandes colmillos
Las primeras observaciones resultaron inquietantes. “Esto es muy extraño”, se dijo entonces. Porque su aspecto general era de un animal más evolucionado, un anfibio temnospóndilo, pero distintas características del cráneo lo identificaban con tetrápodos mucho más basales que no se encuentran en Pangea durante el Pérmico. “Por sus características, era una mezcla de cosas muy de avanzada como un gran depredador que tiene unos colmillos y unos dientes gigantescos en la parte anterior de la cara y otras que lo relacionaban con tetrápodos del Hemisferio Norte de rocas mucho más antiguas –recuerda–. Empecé a entrar en crisis”.
En el medio del desconcierto por los resultados de los primeros análisis, ocurre la pandemia, y se interrumpen sus viajes de observación de los materiales. “Sólo era estudiar las fotos, mis notas y dibujos”, comenta. Entonces, se sumó al grupo el segundo autor del trabajo, Jason Pardo del Field Museum of Natural History, de Chicago, Estados Unidos, quien hizo las comparaciones del caso.
Este hallazgo muestra un animal más primitivo y más desarrollado, en un lugar donde debería haber llegado 50 millones de años después, según las hipótesis actuales.
“Llegamos a la conclusión de que este animal es de unos 280 millones de años y es pariente cercano de formas del Carbonífero temprano. Esto, entonces, cambia el relato que supone que estos primeros tetrápodos se desarrollaron y diversificaron en lo que sería la región del Paleoecuador durante el Carbonífero, en zonas tropicales y subtropicales. Y que luego fueron evolucionando y colonizando hacia las zonas más frías, de más altas latitudes durante el Pérmico”, señala.
En este caso, este hallazgo muestra un animal más primitivo y más desarrollado, en un lugar donde debería haber llegado cincuenta millones de años después, según las hipótesis actuales. “Siempre sentí que el relato de cómo se habían diversificado los primeros tetrápodos en el Paleozoico no era tan simple como se decía”, evoca y enseguida añade: “Luego de este hallazgo hay una historia distinta, mucho más compleja”.
Razón del nombre
El hallazgo fue llamado Gaiasia en referencia a la formación de Gai-as donde fue hallado en Namibia. Y jennyae, en honor a Jenny Clack (1947–2020). “Una mujer increíble, paleontóloga, profesora de la Universidad de Cambridge y encargada de las colecciones de Paleontología de Vertebrados del museo de la misma universidad”, dice Marsicano, con emoción.
Sensaciones profundas y variadas la atraviesan desde que se enteró que su trabajo sería publicado en Nature. “Soy la primera mujer en Argentina, de Paleontología y Ciencias de la Tierra, en publicar como primera autora en esta revista”, marca con alegría, mientras aguarda con expectativas lograr financiación para volver a la campaña para explorar África.
“Hay mucho material para estudiar, algunas piezas las colectamos y otras están aún en el campo. Además, yo ya detecté que hay más taxones de tetrápodos e incluso peces, bien distintos en los pocos fragmentos que he podido identificar, o sea, no es solamente este animal, sino que en ese paquete de roca del Pérmico temprano de Namibia hay una fauna nueva y eso es lo que queremos investigar en el futuro”, concluye con el entusiasmo intacto.
El equipo
El grupo está integrado por Claudia Marsicano, Jason Pardo, Roger Smith, Adriana Mancuso, Leandro Gaetano y Helke Mocke. Marsicano y Gaetano pertenecen al Departamento de Ciencias Geológicas de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, y al Instituto de Estudios Andinos (IDEAN, UBA – CONICET) de Buenos Aires, Argentina; Pardo, forma parte del Negaunee Integrative Research Center, Field Museum of Natural History, de Chicago, Estados Unidos; Smith al Evolutionary Studies Institute, University of the Witwatersrand, Johannesburg, Sudáfrica y Department Karoo Palaeontology, Iziko South African Museum, Ciudad del Cabo, Sudáfrica; Mancuso al Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA), CCT-Mendoza, CONICET, Mendoza, Argentina, y Mocke al Geological Survey of Namibia, National Earth Science Museum, Windhoek, Namibia.