Calidad del aire en la ciudad

¿Buenos Aires?

La Capital Federal de la Argentina fue una de las pioneras –a nivel mundial– en el estudio de la calidad del aire. Aunque las emisiones de contaminantes en esta urbe son preocupantes, las características geográficas y meteorológicas de la ciudad ayudan a su purificación. No obstante, los datos necesarios para evaluar el riesgo para la salud de su población son insuficientes.

20 Jul 2017 POR

Ciudad de Buenos Aires. Foto: Juan Pablo Vittori.

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En 1536, Pedro de Mendoza fundó el Puerto de Nuestra Señora del Buen Ayre. Las palabras “Buen Ayre”, utilizadas por aquel español para bautizar el sitio donde se sembró la primera semilla de la actual ciudad de Buenos Aires, no tuvieron que ver entonces con una percepción de la pureza atmosférica del lugar.

En realidad, esos dos términos eran el resultado de la castellanización del nombre de la Virgen de Bonaria, por aquel tiempo patrona de los navegantes.

Sin embargo, podría creerse que el primer adelantado del Río de la Plata tuvo una premonición. Porque las características geográficas y meteorológicas de la zona que él nombró ayudan a que, en la actualidad, esta gran metrópoli no padezca problemas graves de contaminación atmosférica.

No obstante, como si su nombre exigiera un compromiso, la ciudad de Buenos Aires comenzó tempranamente a controlar la calidad de su cielo cercano, a la par de que el mundo empezaba a preocuparse por la contaminación de la capa de aire que rodea a la Tierra.

Ya en 1964, aunque no de manera sistemática, se comienza a registrar el material particulado que volaba por la ciudad. Paulatinamente, las mediciones se extienden y sistematizan y, entre otras consecuencias, llevan a que en 1979 se prohíba el uso de incineradores de basura domiciliaria.

En 1973, cuando los destinos de Buenos Aires dependían de la voluntad del presidente de la Argentina, se dicta la ley nacional Nº 20.284, todavía hoy vigente, que regula todo lo relacionado con contaminación atmosférica. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires se otorgó su propia norma, la ley Nº 1356, en el año 2004.

Actualmente, existe una Red Automática de Monitoreo Atmosférico que cuenta con tres estaciones de medición continua. Una de ellas está ubicada en Parque Centenario (centro geográfico de la ciudad), otra en la esquina de Avenida Córdoba y Rodríguez Peña (un sitio considerado de alto tránsito vehicular) y la tercera está en el barrio de La Boca (un lugar expuesto a emisiones importantes provenientes de fuentes fijas, como las centrales térmicas o el polo petroquímico, entre otras).

“Esos tres puntos de monitoreo no son representativos de la calidad del aire de la ciudad”, consigna el doctor Enrique San Román, investigador del CONICET en el Instituto de Química Física de los Materiales, Medio Ambiente y Energía (INQUIMAE), donde lleva décadas estudiando la concentración de contaminantes en la atmósfera.

“Faltaría complementar con un par de estaciones. Nos está faltando una en la zona norte, podría ser en la intersección entre las avenidas Cabildo y Juramento, y otra en la zona oeste, como Liniers”, reconoce la licenciada en Ciencias Ambientales María Inés De Casas, responsable de la operación de la Red de Monitoreo Atmosférico en la Agencia de Protección Ambiental del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Partículas tóxicas

Estación de monitoreo atmosférico. Foto: Diana Martinez Llaser.

Uno de los contaminantes del aire que afectan la salud es el material particulado (PM, por sus siglas en inglés), el que, según su tamaño, puede ingresar más o menos profundamente en las vías respiratorias.

Se considera que las partículas con un diámetro menor a los 10 micrones (o sea, la centésima parte de un milímetro), denominadas PM10, son las más peligrosas, porque pueden penetrar hasta los pulmones y quedar alojadas allí.

En la gran mezcla que conforma a las PM10, se encuentran las partículas llamadas “finas” (de diámetro menor a los 2,5 micrones) o PM2,5, que pueden alcanzar los alvéolos pulmonares y depositarse en ellos o, incluso, ingresar en el organismo.

“Existe una estrecha relación cuantitativa entre la exposición a altas concentraciones de pequeñas partículas (PM10 y PM2,5) y el aumento de la mortalidad o morbilidad diaria y a largo plazo”, señala un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), fechado en septiembre de 2016, que también advierte: “La exposición crónica a las partículas agrava el riesgo de desarrollar cardiopatías y neumopatías, así como cáncer de pulmón”.

Según la OMS, “la contaminación con partículas conlleva efectos sanitarios incluso en muy bajas concentraciones; de hecho, no se ha podido identificar ningún umbral por debajo del cual no se hayan observado daños para la salud”.

Los valores límites establecidos por la ley 1356 de la ciudad de Buenos Aires para el material particulado sobrepasan significativamente las recomendaciones de la OMS. “Lo que establece la OMS no son límites, son niveles guía. Es el parámetro al cual tenemos que llegar, según la OMS, para que no se afecte la salud”, declara De Casas.

El análisis de la composición de las partículas permite determinar de dónde provienen, información imprescindible para planificar medidas de control. “En los componentes de las partículas está la huella digital de las fuentes”, ilustra el ingeniero químico Darío Gómez, jefe del Departamento de Química Ambiental de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CONEA), donde desde hace muchos años se estudia la constitución del material particulado de Buenos Aires.

A las PM10 y a las PM2,5 no solo las diferencia el tamaño, también son distintas las fuentes que les dan origen. Según el investigador de la CONEA, las PM10 están constituidas principalmente por polvo de la calle que es levantado por el viento y por el movimiento del tránsito. “Ese polvo contiene mayoritariamente tierra y compuestos provenientes de la abrasión de los neumáticos y de las pastillas de freno de los vehículos”, describe, y añade: “Otro componente importante de las PM10 es el aerosol marino, traído por el viento desde el océano, que contiene principalmente cloruro de sodio, (sal común)”.

En el caso de las PM2,5, su origen principal es antropogénico. Se trata esencialmente de partículas de carbono provenientes de las emisiones de los vehículos diesel y de la quema de biomasa (pastizales y basurales, por ejemplo). “Hicimos un monitoreo continuo de partículas carbonosas a lo largo de todo un año y, curiosamente, encontramos que los asados de fin de semana hacen un aporte significativo al componente carbonoso de la atmósfera”, comenta Gómez.

“Para mí, las partículas carbonosas deberían ser la principal preocupación”, remarca Gómez. “Porque adsorben (NdR: “adhieren”) todo lo que anda dando vueltas. Y pueden tener adsorbidos metales pesados, hidrocarburos policíclicos aromáticos y otros compuestos muy tóxicos”, advierte.

Los estudios de la CONEA indican que otro componente importante de las PM2,5 son los sulfatos, que se forman en la atmósfera a partir del dióxido de azufre (SO2) generado por la quema de combustibles fósiles.

Las tres estaciones automáticas de monitoreo registran PM10, pero no discriminan las PM2,5.

“En diciembre se compraron los equipos para medir PM2,5, y este año estarán en funcionamiento”, asegura De Casas.

Gases tóxicos

Existe un conjunto de gases que, junto con el material particulado menor a 10 micrones, conforman lo que se denomina “contaminantes criterio”, porque sobre ellos

Avenida 9 de Julio. Foto: Diana Martinez Llaser.

Avenida 9 de Julio. Foto: Diana Martinez Llaser.

se han establecido guías y normas que permiten establecer un criterio para definir la calidad del aire.

Uno de estos gases es el dióxido de azufre, SO2, que puede afectar de diferentes maneras el sistema cardiorrespiratorio. “Los ingresos hospitalarios por cardiopatías y la mortalidad aumentan en los días en que los niveles de SO2 son más elevados”, destaca el documento de la OMS.

La Agencia de Protección Ambiental (APrA) no informa las concentraciones de SO2 de la ciudad.

“No estamos publicando los datos porque nos dan muy bajos. No sería un contaminante problemático porque las naftas no contienen azufre. También se compró equipamiento para medir SO2 ultra-bajo que estará funcionando este año”, explica De Casas.

Lo que sí se mide en las tres estaciones de monitoreo son los óxidos de nitrógeno, que son gases generados principalmente por los procesos de combustión utilizados para calefacción, generación de electricidad y funcionamiento de motores de vehículos y barcos.

Según la OMS, la exposición prolongada a los óxidos de nitrógeno puede afectar el sistema respiratorio, sobre todo en los niños. Pero, a los problemas de salud que pueden ocasionar estos gases, se agrega el hecho de que, en presencia de la luz ultravioleta del sol, pueden originar otro contaminante criterio: el ozono (O3).

El O3 es un gas cuyo exceso a nivel del suelo puede afectar principalmente el aparato respiratorio e irritar las mucosas. Los individuos más susceptibles son aquellos que padecen enfermedades respiratorias crónicas. Pero su exceso también puede afectar a las personas saludables que realizan deportes al aire libre, debido a que el ejercicio aumenta la frecuencia respiratoria y, en consecuencia, la inhalación de este gas.

En el sitio web de la AprA, se informa que dos de las tres estaciones de monitoreo miden O3. Sin embargo, los registros no están publicados. Según De Casas, “las mediciones de ozono no son válidas porque nos faltaba un sistema de calibración adecuado. Ahora lo tenemos y vamos a medir ozono en las tres estaciones”.

Otro contaminante criterio gaseoso es el monóxido de carbono (CO), que es un producto de la combustión incompleta de combustibles fósiles (petróleo y derivados, carbón, gas natural). En las ciudades, la fuente principal de emisión son los vehículos, y en menor medida las industrias, la calefacción y la quema de basura.

Las concentraciones de CO suelen ser más altas en las avenidas de gran tránsito, los estacionamientos subterráneos o las terminales de ómnibus.

Este gas –que se mide en las tres estaciones de monitoreo– tiene unas 200 veces más afinidad por la hemoglobina de la sangre que el oxígeno, por lo cual, al respirarlo, se impide la oxigenación de los tejidos. Las consecuencias de una exposición prolongada o una intoxicación aguda van desde un simple dolor de cabeza hasta la muerte.

Precisamente, uno de los pocos trabajos científicos efectuados en Buenos Aires sobre el impacto en la salud humana de los contaminantes atmosféricos, publicado en 2012 en el Journal of Environmental Protection, da cuenta del peligro que representa el CO: “Encontramos que un incremento de una parte por millón (NdR: ppm, una unidad de medida) en la concentración de monóxido de carbono pronostica un incremento de un 4% en la cantidad de decesos que se producirán al día siguiente”, señala Rosana Abrutzky, magister en Gestión Ambiental y una de las autoras del estudio. “El trabajo abarca un año de registros continuos entre 2003 y 2004 y, hasta donde sabemos, fue el primer estudio que analizó una serie temporal de datos de una mega-ciudad”, completa.

Para darse una idea de lo que representa 1 ppm de CO hay que saber que la Ley N°1356 establece que el promedio máximo para 8 horas no debe superar las 9 ppm.

Aire sin fronteras

Las características geográficas y meteorológicas de la ciudad ayudan a su purificación: “Buenos Aires tiene buenas características dispersivas, dadas por la intensidad del viento, las condiciones de estabilidad atmosférica y la altura en la que se mezclan los contaminantes”, señala la doctora Andrea Pineda Rojas, investigadora del CONICET en el Centro de Investigaciones del Mar y de la Atmósfera. “Por otro lado, que el Área Metropolitana de Buenos Aires esté ubicada en terreno llano y rodeada por áreas no urbanas es también importante para que pueda llegar aire limpio que disminuye la concentración de contaminantes”, añade.

“Entre las partículas carbonosas de Buenos Aires hay una parte que proviene de la quema en Brasil”, revela Gómez.

En vista de que el problema del aire no es solo local, en 2014 la Argentina se sumó al Plan de Acción Regional de Cooperación Intergubernamental en Materia de Contaminación Atmosférica para América Latina y el Caribe, que busca armonizar las acciones de control entre los países de la región.

Hoy es posible predecir el probable impacto de un evento de contaminación para diferentes escenarios climáticos y, de esta manera, tomar las medidas precautorias necesarias para minimizar el daño a la salud de la población.

Para ello, se construyen modelos matemáticos que pronostican cómo se dispersará un determinado contaminante, en un área especificada y para una condición climática dada.

Pero esos modelos necesitan ser “alimentados” con datos de emisión de contaminantes en el área en estudio, tanto de fuentes fijas (industrias, comercios, hogares) como móviles (medios de transporte público y privado).

Aunque la Ley N° 1356, en su artículo 22, establece que “la Autoridad de Aplicación debe desarrollar un inventario de fuentes fijas de emisiones (…) actualizándolo anualmente”, la ciudad todavía no cuenta con un inventario de sus emisiones: “Es una tarea pendiente a nivel nacional, porque el aire no tiene fronteras”, justifica De Casas.

Los especialistas coinciden en que en la ciudad de Buenos Aires no hay problemas graves de contaminación atmosférica y en que la fuente principal de polución del aire porteño es el tránsito vehicular.

De hecho, “en los dos momentos de mayor flujo de tránsito, entre las ocho y las nueve de la mañana y entre las cuatro y las cinco de la tarde, hay un pico bien marcado para los contaminantes que medimos”, detalla De Casas. “En general, las calles muy encajonadas y con mayor tránsito son las candidatas a mayor contaminación”, puntualiza.

Los expertos también acuerdan en que la cantidad de registros es escasa porque la red de monitoreo es insuficiente y las mediciones de contaminantes criterio todavía son incompletas.

En definitiva, todavía no hay certeza de que Buenos Aires haga honor a su nombre.