Con la física en la cabeza
Jorge Armony es físico de Exactas UBA y se doctoró investigando en partículas subatómicas. Viajó al exterior y allí su carrera tomó un camino poco habitual: desde hace dos décadas trabaja en neurociencias. Actualmente, integra el Departamento de Psiquiatría de la Universidad McGill en Montreal. De paso por Buenos Aires, cuenta cómo el azar fue clave en su devenir profesional y asegura que los físicos podrían colaborar mucho más en el ámbito de las ciencias biomédicas.
– ¿Cómo te decidiste a estudiar física?
– Siempre me gustó y tuve facilidad para la matemática. Era claro que iba a seguir una carrera relacionada. La duda era si matemática, física o algún tipo de ingeniería. Fui hablar con una investigadora de la CNEA y ella me dijo que la física tenía un poco más de aplicaciones y que era un poco mejor en términos del futuro laboral. Así que me decidí por física.
– Tu paso por el secundario, ¿no te quitó el gusto por la matemática?
– De alguna manera mi interés por la física y la matemática, en lugar de ser “a raíz de” fue, “a pesar del” colegio secundario. En la adolescencia, cuando uno iba a una fiesta y conocía a una chica enseguida venía la pregunta: ¿Qué estudiás? Yo contestaba: “Estudio física”, y la respuesta era: “Yo odio física”. Ese es un grave problema, enseñan física de un modo que hace que la gente la odie. Es una pena.
– Durante los primeros años de la carrera, ¿tenías alguna idea sobre tu futuro profesional?
– Yo entré en 1983. En ese momento todos querían ser como Carl Sagan (risas). Yo no tenía muy claro qué es lo que quería ser. Siempre digo que soy la prueba viviente de que el azar te puede llevar a cosas interesantes, porque yo no planeé absolutamente nada. La forma en que terminé en las neurociencias fue impensada. Cuando me faltaban dos años para licenciarme fui a averiguar por un programa de becas para prácticas profesionales llamado IAESTE. Meses después me dicen que hay una oferta para ir a una compañía petrolera en Noruega, para hacer petrofísica. Me fui por tres meses a Noruega y me quedé seis meses. De ahí me fui a Polonia, a Dinamarca y, después, a Francia. Empecé a ver la posibilidad de hacer el doctorado en Alemania pero para eso tenía que volver a terminar mi licenciatura. Un contacto me recomendó con Daniel Bes. Volví, lo fui a ver y me invitó a hacer la tesis con él en física teórica subnuclear, partículas elementales. Había tres personas en el mundo que entendían mi tesis y yo no era uno de ellos (risas).
– ¿Volviste con la idea de licenciarte y viajar al exterior?
– Después de dos años volví al país el día que Menem asumía la presidencia en medio de la hiperinflación, con lo cual, honestamente, llegué y dije: “Yo de acá me voy”. La situación era muy mala. Además, me había gustado mucho estar afuera. Así que apliqué a varias universidades para hacer el doctorado y, finalmente, terminé yendo a la Universidad de Nueva York (NYU). Hasta ahí seguía con la física nuclear. Pero volvió a jugar el azar. Por un lado, el panorama para hacer una carrera en física teórica se había puesto muy difícil. Por otro, yo sentía que lo que hacía con Bes era tan hiperespecializado que los otros becarios que estaban con él no entendían lo que yo hacía y yo no entendía lo que hacían ellos. Y a mí me gustaba la idea de colaborar e interactuar con otra gente. Por todo eso decidí aplicar al programa de neurociencias de NYU. Primero quedé en lista de espera pero finalmente ingresé.
– ¿Cómo fue ese cambio?
– Fue interesante porque la idea era juntar gente de diferentes backgrounds. Entramos cinco personas, yo era físico, había un matemático, un biólogo, un psicólogo y otro que era un poco de todo. El primer año de la carrera era introducción a la neurociencia, que era una especie de nivelador. Recuerdo que al principio, por ejemplo, cuando explicaban los canales iónicos decían: “creemos que funcionan así pero no estamos seguros”, y para mí, como físico, no tener certezas era algo muy raro, me parecía hasta inaceptable. Recuerdo que una profesora decía que ser físico es, sobre todo, una forma de pensar. Y es cierto, porque lo que uno lleva no es tanto el conocimiento de física sino una forma de pensar que es diferente a la que tiene un biólogo, un químico y ni hablar de un psicólogo. Es realmente interesante esa complementariedad.
– ¿Ahí hiciste el doctorado?
– Sí. Después hice un posdoc en Oxford, y de ahí me fui a Londres a hacer neuroimágenes. Pasé de trabajar en electrofisiología, cosas más básicas en animales experimentales, a neuroimágenes con humanos. Después de tres años en Londres, medio azarosamente conseguí un contacto en Montreal donde estaban formando un pequeño grupo con gente que hiciera neuroimágenes. Fui a una charla, me ofrecieron trabajo y acepté. Llegué a Canadá en 2002.
– ¿Qué le puede aportar un físico a las neurociencias?
– Hay distintas cosas. Por un lado está lo realmente aplicado, en el sentido de usar modelos matemáticos y físicos para explicar cómo funcionan las neuronas, los procesos básicos. Ahí uno usa realmente los conocimientos fisicomatemáticos. Por otro lado -lo dije acá y algunos se enojaron-, yo ya no soy físico. En el sentido de que yo no uso ecuaciones necesariamente físicas para resolver problemas. Pero sí uso mucha matemática y, más que nada, uso esa forma de pensar distinta, más rigurosa, más organizada, que aprendí en la carrera. Los físicos y los matemáticos son muy valorados en el área de las neurociencias justamente porque traen una forma de encarar los problemas que es diferente a la que aplicarían los representantes del área biomédica y se complementan muy bien. Entonces, aunque uno no esté aplicando conocimientos físicos de manera directa está aplicando una metodología.
– ¿A qué te dedicás actualmente en Montreal?
– Yo estudio el procesamiento emocional. Cómo los humanos perciben y evalúan estímulos del entorno que tienen un valor afectivo, sea positivo o negativo. En particular, nos interesa mucho el tema de las expresiones emocionales. La idea es que la información emocional tiene un valor para la interacción social. Ejemplo: si yo veo que tenés cara de enojado tal vez lo que te estoy diciendo no corresponde; si sonreís, es lo contrario. Claramente me indica cómo actuar frente a las personas. Se trata de una información crítica para la superviviencia social. Entonces, vemos cómo se procesa eso y cómo interactúa con otros procesos, por ejemplo, cómo modifica la memoria, la atención o la toma de decisiones. Mi posición está en el Departamento de Psiquiatría. Es un poco paradójico que un físico termine en psiquiatría (risas). Trabajo con clínicos para tratar de entender qué es lo que falla en el procesamiento emocional en individuos con trastornos psiquiátricos. Un caso típico es el estrés postraumático donde se ve una hiperreacción hacia determinados estímulos que están asociados con el trauma y eso perturba la vida cotidiana de la gente. También el trastorno bipolar. La idea es que para entender qué es lo que pasa en una disfución, primero hay que entender la función.
– ¿Eso lo hacés a través de neuroimágenes?
-Exacto. Se hacen distintos experimentos muy sencillos a nivel conductual. Se les pide que respondan frente a determinados estímulos y, para ver la actividad cerebral, se usan técnicas de neuroimágenes, en particular, usamos la resonancia magnética funcional. Entonces el sujeto entra al resonador y , típicamente, se le presentan imágenes o sonidos o ambas cosas y el sujeto responde apretando una botonera. La idea es ver cómo procesa distintos estímulos bajo diferentes condiciones. La idea es analizar los resultados desde un punto de vista de factores de riesgo que puedan derivar en enfermedades psiquiátricas.
– ¿Creés que hay espacio en las áreas biomédicas para una mayor presencia de físicos?
– Yo estoy convencido de que sí. El problema es que cada campo no sabe lo que se hace en el otro y de qué manera pueden colaborar entre sí. Además, son diferentes lenguajes, por lo tanto, requiere paciencia para hablar y hacerse entender. Es muy fácil darse por vencido y decir no podemos hacer nada. Hay que buscarle la vuelta. Entonces, yo diría que es importante fomentar actividades donde participen personas interesadas en el mismo tema de distintas disciplinas. Porque eso permite que la gente conozca las cosas que se hacen en otras disciplinas y que pueden contribuir con su tema de estudio o de trabajo.
– ¿Qué le dirías a un chico que está estudiando la licenciatura, no lo atrapan las líneas de trabajo más convencionales y está buscando algún camino alternativo?
– Le diría que averigüe quienes están trabajando en el tema que le interesa y que contacte a esa gente. Eso es algo que en Estados Unidos se da con mucha naturalidad. Además, hay que tener en cuenta que acá quienes trabajan en este tipo de temas son un núcleo más o menos pequeño. No es que reciben cientos de pedidos. Hay que tener perseverancia y si uno no te bola hay que probar con otro. Ahora, si a uno le interesa un tema, lo ideal es leer un poco para ir a averiguar con un conocimiento un poco más informado, lo que te pone en un nivel preferencial y permite un diálogo más interesante. La realidad es que son áreas donde no hay mucha oferta pero tampoco mucha demanda, entonces, la gente interesada tendría que juntarse.
– ¿Nunca pensaste en volver?
– Honestamente no. Lo que sí me interesa y lo trato de hacer es venir cada tanto, pasar un tiempo en el país y tratar de establecer colaboraciones. Eso me gusta y quiero hacerlo más. Volver a instalarme acá… lo pensé alguna vez pero, honestamente, la situación… si bien tengo colegas que volvieron y están bien, yo en este momento no volvería. Sería un choque demasiado grande para mí. Uno se acostumbra muy fácil y rápido a que las cosas funcionen. Y hablo a nivel de la academia no sólo en cuanto a la vida cotidiana. Yo no se si me podría acomodar a la situación que hoy se vive en Argentina. Por ahora no.